Freihafen

(Puerto libre)

En la tarima va creciendo un musgo
insoportable,
hiede a promesas rotas, a muertos prematuros,
hiede la muerte del cobarde
y la del héroe,
la muerte de los pobres
y los ricos,
del intruso,
la muerte del que habla de victoria
y del que piensa que ya está todo hecho.

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Igual, igual

Como el insecto que ignora que lo es y se esfuerza por cumplir la tarea con su estirpe.

Como las puertas que no saben si fueron colocadas para entrar o salir. “Perded toda esperanza” “prohibido el paso”
o “entren sin llamar” y otras mentiras, pone siempre.

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Restos de almanaque

A Ana Fernández Mallo

La mitad de los días es resto de almanaque,
y el tiempo está cansado
de jugar con nosotros, con tu pelo de alcázar
que mis manos asedian,
con tus ojos de alquimia,
con el fuego robado
que se agita en la bolsa del ladrón
y reconforta el crimen, el amor o la vida.

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Te quiero

«Es una locura amar, a menos que se ame locamente»
Jean Ythier

Cuando alguien pronuncia esas palabras
todo se paraliza.
Los asuntos más graves adelgazan, las noticias se duermen
en los ordenadores,
las solemnes estatuas
bajan del pedestal, juegan al mus
y pierden compostura.

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Tercera crónica del guardián

(El Hechicero)

«…Ma se senza ingiuria vostra io potessi fruirlo, rendetevi certo
che saria in me quella letizia ch’essere in alcun uomo sia possibile.» (1)
(Ludovico Ariosto, Il Negromante)

El hechicero acaba su tarea,
acaricia su barba satisfecho
y sus labios se curvan en lánguida sonrisa
-la que debe tener todo alquimista que aprecie su trabajo-.

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Una niña de azul con un plumier de pino

Ha muerto en Conde Duque
una niña de azul con un plumier de pino.
Es una vieja estúpida la noche de Madrid, una mueca sin dientes que recuesta su rictus de sonrisa en las aceras.
A lo lejos,
detrás de tanta fiebre de tejados,
hay un jardín con úlceras, con hambre, que golpea el perfume de café,
la tos de una muñeca
que se perdió en el fondo de la tarde.

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Ven, amigo

Ven, amigo,
voy a darte un lugar.
Acércate,
dentro de este cajón están tus huesos,
semilla de un mañana que no te corresponde.
No serán ni tu flor,
ni tu árbol nuevo,
ni siquiera el vacío de tu nombre,
-Dime cómo te llamas
para olvidarlo luego-.

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Alguna noche

Alguna noche -las fogatas eran
de dolor o de júbilo-
la casa te veía desertar.

Te abrías a una vida
distinta, a un mundo
alegre como los ojos de un dios:
voces mayores, fuegos de artificio,
inacabable noche de San Juan
en tu estancia vacía…

El tiempo se agrandaba en los rincones,
se detenía en torno al corazón,
mientras el estruendo proseguía,
lejos, lejos, quién sabe si real.

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Así

Algunas veces llego
presuroso, rodeo
tus rodillas, toco
tu pelo. ¡Ay Dios, quisiera
decirte tantas cosas!
Te compraré un pañuelo,
seré buen chico, haremos
un viaje….No sé,
no sé lo que me pasa.

Quiero morir así,
así en tus brazos.

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Cuando todo suceda

Digo: comience el sendero a serpear
delante de la casa. Vuelva el día
vivido a transportarme
lejano entre los chopos.

Allí te esperaré.

Me anunciará tu paso el breve salto
de un pájaro en ese instante fresco y huidizo
que determina el vuelo,
y la hierba otra vez como una orilla
cederá poco a poco a tu presencia.

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En este mismo instante

En este mismo instante
hay un hombre que sufre,
un hombre torturado
tan sólo por amar
la libertad. Ignoro
dónde vive, qué lengua
habla, de qué color
tiene la piel, cómo
se llama, pero
en este mismo instante,
cuando tus ojos leen
mi pequeño poema,
ese hombre existe, grita,
se puede oír su llanto
de animal acosado,
mientras muerde sus labios
para no denunciar
a los amigos.

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Esos locos furiosos increíbles

Llegan apresurados y nunca dicen para qué
ni de dónde proceden
y enseguida te piden dos mil francos
que casi siempre te han de devolver
o te quitan la toalla sin respeto
cuando te estás duchando
se ponen la colonia los polvos el masaje
la loción de tu novio o de tu hija
te arrastran a lugares espantosos o bellos
y ni siquiera piden tu opinión
y beben prodigiosamente se ponen a cantar
en cualquier parte
o arman la del gran dios en un bar miserable
y por motivos nimios
siempre siempre avasallan te compran un sombrero
o unas flores
y un día salen al galope quizá hacia los infiernos
qué desastre.

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La fuente perdurable

Se estremeció al contacto de las manos
y ofrecía su cuerpo al alfarero
que ella siempre anheló: primero el rostro
después el talle luego las rodillas.

¡Oh sí! Mujer de barro que se vuelve
cántaro de aguamiel vasija húmeda
copa de vino para los desmayos
maceta de albahaca taza honda

cáliz de olor jofaina regalada
pila bajo la fuente perdurable
lamparilla de aceite que alumbrara

noches sin sueño y páginas de un libro
que está por escribir.

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La noche le es propicia

Todo fue muy sencillo:
ocurrió que las manos
que ella amaba,
tomaron por sorpresa
su piel y sus cabellos;
que la lengua
descubrió su deleite.
¡Ah! detener el tiempo!
Aunque la historia
tan sólo ha comenzado
y sepa que la noche
le es propicia,
teme que con el alba
continúe su sed
igual que siempre.

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La visita

Pasada la hora de las ignominias
los viejos apagaron con tierra las fogatas
las mujeres y niños recogieron las tiendas
los hombres empuñaron el fusil.

La ruta del desierto fue muy dura:
se abrieron paso a tiros en medio de la noche
para no ser esclavos para no ser vendidos
igual que reses en su propio hogar.

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Le obliga a que la mire

Es fruto agraz al paladar
y sedoso para los labios
que han conocido su contorno
y percibieron la afluencia.

Ella jugaba aquella noche
cautivada por la ternura
de una voz que a su decisión
sólo dijo: si tú lo quieres…

Ahora le obliga a que la mire,
para que vea lo que es suyo
y lo que luego ha de perder
cuando se aparte de sus ojos.

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Nadie está solo

En este mismo instante
hay un hombre que sufre,
un hombre torturado
tan sólo por amar
la libertad. Ignoro
dónde vive, qué lengua
habla, de qué color
tiene la piel, cómo
se llama, pero
en este mismo instante,
cuando tus ojos leen
mi pequeño poema,
ese hombre existe, grita,
se puede oír su llanto
de animal acosado,
mientras muerde sus labios
para no denunciar
a los amigos.

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Palabras nunca dichas

No sabía decirlas, no podía;
porque jamás las pronunciará antes,
juntas así.
La angustia la mataba,
imposible aguantar aquel anhelo
que era dolor cruel
de tan agudo.
Y las palabras nunca dichas
fueran el único remedio
en aquel trance
que alteraba su cuerpo:
de la piel, hasta lo más profundo.

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Sus horas son engaño

Triste es el territorio de la ausencia.

Sus horas son engaño
desfiguran
ruidos olores y contornos
y en sus fronteras deben entenderse
las cosas al revés.

Así el sonido
del timbre de la entrada significa
que no vas a llegar
una luz olvidada
en el piso de arriba es símbolo de muerte
de vacío en tu estancia
rumor de pasos
cuentas que te fuiste
y el olor a violetas
declara el abandono del jardín.

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Ángela

Ángela que mirabas a lo azul y sonreías:
Ángela que viste en el cielo una escala:
una larga escala roja por sonde subían
cadenciosas doncellas,
altas muchachas, bellas, vestidas de blanco;
Ángela en cuyo regazo
anidaba una aldehuela de palomas;
Ángela que ascendiste por la escala
de nieve y de coral:
Ángela que viajaste directamente al cielo
cuando volvías de Jerusalén;
y que tenías el poder de apaciguar la tempestad
con el solo ademán de tus manos:
Ángela, asomada al barandal del cielo:
¡calma las tempestades de nuestro corazón!

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Catalina

Catalina:
Heroína de la contemplación
que sabías mirar el sueño cara a cara;
Catalina, con furia por el diablo asaltada,
como el mar bate el pecho de la playa inocente;
Catalina, amiga personal de Nuestro Señor:
(Jesús la visitaba familiarmente
y venía a cantar el salterio con ella);
Catalina, en la frente diadema purpurina;
Catalina: vaso de lágrimas, vaso de gracia, vaso de sueños,
Santa Catalina:
Protege nuestras almas errantes por los sueños.

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De «Simone»

La Iglesia

Simone, me parece bien. Los ruidos de la noche
son dulces cual un cántico cantado por niños;
la oscura iglesia semeja un viejo «manor»;
las rosas tienen un grave aroma de amor e incienso.

Me parece bien, iremos muy serios, lentamente
nos saludará la gente que regresa de los prados.

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María

Dulzura y amargura de los besos
en las barcas del Nilo;
María de Egipto, túnica del sol
y velo azul que rozan los dedos de la noche,
los dedos de la brisa y el deseo,
viajera pobre, errando de un amor a otro amor
en la noche del Nilo enardecida
como una boca joven cuando besa;
María finalmente arrojada por el huracán
en la isla penitente,
María con los labios quemados
por el azufre del Jordán,
María por las arenas, María bajo las palmas,
María entre los leones;
María alimentada siete años
con un pan milagroso,
Santa María, quema nuestros corazones
en el fuego divino.

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Margarita

Antes carne amorosa, antes dulce comarca
de placer;
y luego polvo bajo las sandalias
de San Francisco;
Margarita salvada de la carne
por el espanto de una carne adorada;
Margarita, con su nombre de cuatro pétalos
al pie de una santa higuera
y por tres años suspirante
en el limbo de la tristeza
y por tres años golpeando
en la puerta de la Santidad;
Margarita en una mortaja de oración y silencio;
Margarita cuya confesión
espantó la penumbra de las catedrales.

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Zita

Ojos dulces bajo la cofia,
pasos quedos y diligentes,
zuecos humilde,
corazón oloroso a pan de trigo
en el alba,
Zita cuyo oratorio era una cocina,
y que tenía por cocineros vestidos de blanco
a los ángeles del cielo;
Zita, amable reina en su reino humeante;
Zita: buen corazón, buen fuego, buena sopa,
albergue tibio y limpio;
Zita de manos rojas florecidas
de menta y de tomillo.

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Borrasca

Noche, madre sombría,
de nubes negras y relámpagos ágiles,
cuyos gritos de luz al mar doblegan:
Menesteroso de silencio, pido
tres palmos de la orilla
desolada,
de donde pueda regresar sencilla,
como un fuego marino, la mirada.

Nublada debo de tenerla ahora,
mientras el mar castiga sus lebreles,
si tú piensas la angustia de una estrella
– viento del norte la desprende el oro –
y yo, sin los resabios
del camino,
en un beso feliz, añejo vino,
dulce soplo de brisa entre losa labios.

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El enfermo

Por el amplio silencio del instante
pasa un vago temor.
Tal vez gira la puerta sin motivo
y se recoge una visión distante,
como si el alma fuese un mirador.

Afuera canta un pájaro cautivo,
y con gota fugaz el surtidor.

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Espejo no: marca luminosa

Espejo no: marca luminosa,
marca blanca.

Conforme en todo al movimiento
con que respira el agua

¡cómo se inflama en su delgada prisa
marea alta

y alumbra -qué pureza de contornos,
qué piel de flor- la distancia,

desnuda ya de peso,
ya de eminente claridad helada!

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La luz sumisa

Alarga el día en matinal hilera
tibias manchas de sol por la ciudad.
Se adivina casi la primavera,
como si descendiera
en lentas ráfagas de claridad.

La luz, la luz sumisa
( si no fuera
la luz, la llamaran sonrisa )
al trepar en los muros, por ligera,
dibuja la imprecisa
ilusión de una blanda enredadera.

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Nocturno

A Eduardo Luquín

Esta noche sin luces y esta lluvia constante
son para las historias de aquellos peregrinos
que dejaban el lodo de sus buenos caminos,
cegados por la recia tempestad del instante,
y con paso más firme seguían adelante,
al lucir de los nuevos joyeles matutinos.

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