Ni las cumbres sublimes ni los ríos
que no han sido ensuciados por los hombres;
ni los palacios ni las blancas ruinas
de los templos antiguos, ni los dioses
de mármol o bronce, iguales todos,
ni la alada victoria ni un bugatti,
y menos aún la música y el baile,
con sus amanerados sacerdotes:
ninguna de esas cosas y de otras
tan admiradas por los más sensibles
y que tienen que ver con el buen gusto
me proporciona una emoción profunda.
En esta vieja casa; en los olivos viejos;
en la noche templada con la hierba que baja
pisando el blando musgo con un olor a paja
mojada; en el silencio que se oye a lo lejos,
tan terco su latido como pulso de vena,
de ansiedad y de sueño; en el sordo zumbido
de la mosca postrera; en el oscuro nido
que vació el olvido; en la hierba que estrena
su corpiño más verde; en el fuego discreto
que esparce por la estancia recuerdos inefables;
en todos los sonidos sombríos y admirables
donde se cifra un símbolo y se cela un secreto;
en todo lo que, muerto, cobra de nuevo la vida;
en las viejas palabras gastadas como tramos
de la secreta escala y en los fúnebres ramos
de este octubre en Las Viñas; en la llama encendida
y en la suma de cosas que vuelven cada año
sin variación a hacer otoños de la nada;
en la repetición y en la costumbre amada
se descubre el temblor del más hondo y extraño
sentimiento del alma: el tiempo nos devuelve
a un lugar sólo nuestro, sin ayer, sin futuro,
donde por un instante el hombre se hace puro
y acepta la verdad de todo lo que vuelve.
La foto fue tomada en un estudio
pueblerino y de feria. El decorado
es de escayola y él está de lado,
arrogante y feliz. Fue su preludio.
Luego herido en Teruel. Duras batallas
si dura fue la guerra. Aún en los ojos
lleva un botín de miedo y de despojos
que guarda en una caja de medallas.
Es de noche hace rato y ha llovido
en un Madrid dormido y otoñal.
En cada gota del cristal
se refleja mi lámpara y me reflejo yo,
y un rincón de este cuarto y del buró
que fue de Valentín,
y este muerto papel en el que escribo
se refleja también como un recibo
donde llevo las cuentas de mi soleen.
Ahora es Noviembre. Un mes tranquilo. Llueve.
Acaso sea para mí la vida
este solo llover y esta dormida
parte del mundo eternamente leve.
Las sombras del camino que se aleja,
la iglesia y el zarzal, las telarañas
y este pensar en ínsulas extrañas
tan sólo para libar, como la abeja.
Para mi hotel de noche un cielo sube
del estuario lentamente. Arde
un tremedal de estrellas y esta plaza
solitaria se queda y en silencio.
Sin las luces insomnes del tranvía,
sin su fruto amarillo y sin su estruendo
se adormecen las empinadas calles,
se vacían de niños, y las tiendas
y las botillerías van cerrando.
Estas noches de invierno hace frío en la casa,
los techos son muy altos y las paredes viejas,
cierran mal los balcones y la ventisca entra
hasta la misma cama donde espero
a que me venza el sueño y a que el sueño
me arrebate de golpe el libro de las manos,
y así, sobresaltado, me despierto
en medio de las sombras.
Las delicadas espaldas del sueño
remontan rojas el oceano,
nubes de densidad calurosa
al extemo del día abovedado,
el mar en esta brisa de verano.
La más difusa música, en el sueño,
la visión más intensa,
las olas prolongadas y el sol y los pinos
giran con esas olas y ese aire que él sueña.
Fluye, fluye sin fin, oh tejido invasor, oh red que ciernes. Fluye secamente de toda ausencia oscura. Fluid, rayos extensos, sobre los arenales. Salid densamente de la ausencia, sed, ahí, llamas en el trono del ojo. Oigo como un murmullo en las dunas del fondom y aún no hay hojas ni pasos ni pensamientos en los pasajes del espacio sediento.
retama
tú que
yaces sobre
páramos
de viento y
matas
y sol
lento
dime tu
solo
ápice
blanco
pico
de soledad
adamada
retama
Pasan las nubes blancas. En la tierra
indescifrable, el matorral oscuro,
la fijeza del tojo. Arriba, el cuerpo errante
del cúmulo en el nudo de la luz.
Pasar, como las nubes,
los cielos arrasados del verano tardío,
atravesar la claridad, herido,
en los ojos dolor, un cardo entre las manos.
las líneas de la mesa
interrumpidas por naranjas
dispuestas en un plano
sobre la luz del cuarto blanco
abajo el mar se tiende
bajo la mano de los elipses
la luz inunda el cuarto
y las naranjas se acumulan
sobre la luz que entra
y que se tiende en la blancura
de este cuarto y el plano
de las naranjas y la mesa
los pasos que se oían en la grava
avanzaban a ras del mediodía
hacia los setos invisibles iba
la sombra entre las manchas de los pétalos
rojos sobre la grava negra rojo
oscuro de los pétalos echados
sobre la grava negra y aquel árbol
y aquella luz querían decir algo
sonidos sobre este
tambor:
blanco de
cal
pared
de luz
cernícalos
en
el
papel del
aire:
brotan
la
luz
caliza
y uno y otro
cernícalo
avenida de
aves:
el sol
sellado sobre
el agua el
golpe
del aire
entre el
ave y la
página
I
Renueva, oh musa, el victorioso aliento,
con que fiel de la patria al amor santo,
el fin glorioso de su acerbo llanto
audaz predije en inspirado acento:
cuando más orgulloso
y con mentidos triunfos más ufano,
el ibero sañoso
tanto ¡ay!
Todas las frutas eran de su cuerpo,
las flores todas, de su alma.
Y venía, y venía
entre las hojas verdes, rojas, cobres,
por los caminos todos
de cuyo fin con árboles desnudos
pasados en su fin a otro verdor,
ella había salido
y eran su casa llena natural.
Qué trasparente amor,
en la cálida tarde tranquila,
el del azul y yo.
Mi pena viene y va.
Mas la mira una estrella suave
y se pone a cantar.
Tarde última y serena,
corta como una vida,
fin de todo lo amado
¡yo quiero ser eterno!
(Atravesando hojas,
el sol ya cobre viene
a herirme el corazón.
¡Yo quiero ser eterno!)
Belleza que yo he visto
¡no te borres ya nunca!
Cuando el mirlo, en lo verde nuevo, un día
vuelve, y silba su amor, embriagado,
meciendo su inquietud en fresco de oro,
nos abre, negro, con su rojo pico,
carbón vivificado por su ascua,
un alma de valores armoniosos
mayor que todo nuestro ser.
Hojita verde con sol,
tú sintetizas mi afán;
afán de gozarlo todo,
de hacerme en todo inmortal.
¡Ojos que quieren
mirar alegres
y miran tristes!
¡Ay, no es posible
que un muro viejo
dé brillos nuevos;
que un seco tronco
(abra otras hojas)
abra otros ojos
que estos, que quieren
mirar alegres
y miran tristes!
De noche, el oro
es plata.
Plata muda el silencio
de oro de mi alma.
Silencio. Sólo queda
un olor de jazmín.
Lo único igual a entonces,
a tántas veces luego…
¡Sinfin de tanto fin!
Abril, sin tu asistencia clara, fuera
invierno de caídos esplendores;
mas aunque abril no te abra a ti sus flores,
tú siempre exaltarás la primavera.
Eres la primavera verdadera;
rosa de los caminos interiores,
brisa de los secretos corredores,
lumbre de la recóndita ladera.
¡Madre mía, tierra,
otra vez más verde,
más plena, más bella!
(Y yo, mientras, hijo
tuyo, con más secas
hojas en las venas).
¡Madre mía, tierra,
sé tú siempre joven,
y que yo me muera!
Cuando tú te quedes muda,
cuando yo me quede ciego,
nos quedarán las manos
y el silencio.
Cuando tú te pongas vieja,
cuando yo me ponga viejo,
nos quedarán los labios
y el silencio.
Cuando tú te quedes muerta,
cuando yo me quede muerto,
tendrán que enterrarnos juntos
y en silencio;
y cuando tú resucites,
cuando yo viva de nuevo,
nos volveremos a amar
en silencio;
y cuando todo se acabe
por siempre en el universo,
será un silencio de amor
el silencio.
Madre: esta noche se nos muere un año.
En esta ciudad grande, todos están de fiesta;
zambombas, serenatas, gritos, ¡ah, cómo gritan!;
claro, como todos tienen su madre cerca…
¡Yo estoy tan solo, madre,
tan solo!; pero miento, que ojalá lo estuviera;
estoy con tu recuerdo, y el recuerdo es un año
pasado que se queda.
¡Qué alegría este tirar
de mi freno, cada instante;
este volver a poner
el pie en el lugar cercano,
(casi otro, casi el mismo),
de donde aprisa se iba;
este hacer la seña leve,
segundamente, inmortal!
¿Cómo era, Dios mío, cómo era?
—¡Oh corazón falaz, mente indecisa!—
¿Era como el pasaje de la brisa?
¿Como la huida de la primavera?
Tan leve, tan voluble, tan lijera
cual estival vilano… ¡Sí! Imprecisa
como sonrisa que se pierde en risa…
¡Vana en el aire, igual que una bandera!