Exhortaciones al perfecto

mírame bien / ves esta cara redonda como el parche
de algún tambor de feria / te pregunto
la ves/ tú estás seguro que la ves
si así es puedes rajarla no más con proponertelo

lo harás cogiendo tus baquetas golpeando
un poquito más duro que antier / te aseguro
que hoy no hará la misma fuerza que mañana

rómpela / pronto / rómpela
no te detengas / yo me torné inmaduro difícil cuestionable
yo conservé el error y la posibilidad de lo imperfecto
yo celebré el desliz que salía caliente de mi plexo solar
y de mi cara
metía y meto la pata en cualquier hueco y el riñón
menos apto y el pulmón y la cara /
mira que fallo cometió el universo
al empujar tantos litros de sangre a este abandono
acercarte perfecto
puedes coger el martillo / hacer añicos
mi cara / este trozo de terracota mal moldeada
yo sé que piensas que se parece a un cero / pues no
lo pienses más / decídete y golpea
que el cero es una posición muy incómoda
ven machácala y anda / machácala y trota
podrás hacerte un escalón
cuando ya esté mi cara derrumbada

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La presencia

No te he abandonado.
Estoy aquí contigo.
Te han atado en la costa
a un madero,
entre el mar que desdeñas
y la tierra que amas.
La marea sube; el poste
resistirá. Mientras tanto,
los cangrejos pueden comer tus vísceras.

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Himno (A la luz I)

Oh la hermosura de la luz,
que habla
sin palabras, y toca
sin llegarse, y nos sabe
aromar sin ser jara ni de rosa
forma o tinta mostrar. Oh la frescura
de la luz, río ancho,
lago profundo, alta
cascada, arroyo armónico
de sombra y de trinos
de hojas verdes
y alguna que se cae
marchita.

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Hambres (A la luz III)

Los inmortales toman su sustancia
de tus cavernas infinitas, de
tus abismos que se hunden
como sube la hiedra por el tronco,
por el aire
baja el relámpago, ilumina
y retorna a su flor;
como el día se extiende
en sus estancias sin puertas ni cúpulas
que cierran todas las salidas
y entrecruzan sus dobles linternas,
de ti la obtienen.

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Sobre la nada

La nada: ese inmenso cajón, alacena o lago del que Dios ha exiliado a todas las cosas; bosque en el que se escucha el balido de todos los pájaros habidos y por no haber.

Desgraciado de aquel que no tiene su nada, habrá de conformarse con lo que le den los demás, sacando de sus bolsillos o de sus terribles armarios; vivirá como nuncio, como vicario, como ministro, pero jamás con soberanía, porque no tendrá nada.

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Cercano a lo que importa (II)

El cielo de la tarde aún es un incendio, una piedra quemada que lentamente envejece. El aire es limpio y bajo como un nuevo placer que tú desconocías. Se alboroza el silencio. Melodía de alas entre las hojas vivas. Escondido en la tela, te sobrecoge un pájaro, un pájaro imposible, negado para el vuelo, un deseo ilusorio enredado entre las ramas, enmarañado en el paisaje; un pájaro atrapado al que le niegan el poder de ascender, el de ausentarse…

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Siquiera este refugio (I)

Construida la casa, qué queda sino aguardar ante su puerta un efecto de luz, una voz que desde dentro te llame y cubra, como un presentimiento, la honda distancia que separa tu nombre de otros nombres.

La casa sola, geometría del aire, describe la razón de la escritura, la herida intacta del silencio.

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Siquiera este refugio (II)

El cuerpo se acomoda a la secreta lascivia de las cosas, a su pobreza más íntima. Su morada es lugar de nacimiento, fulgor del día, voz inicial que se entreabre al sol de la mañana. La casa fue siempre el encuentro de la tierra y el agua, un fruto que germina con la luz y como el árbol se yergue vertical, insobornable.

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Siquiera este refugio (IV)

Hoy, habitada la casa, descubres el asombro que la manden firme, en pie. Y aunque no lo recuerdes, unos ojos dormido ocupan sus salas, unos ojos dormidos en mitad de la noche como la huella imprecisa de la luz de un relámpago, como un gesto fiel que sólo sabe de ti por su silencio y que reclama una nueva lectura o que quizás tan sólo espera ser escrito para ser de otro modo finalmente.

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Siquiera este refugio (VI)

Hay un camino fugaz en cada página, una palabra inaugural, un acorde medido, casi inaudible, que subraya el ritmo de los días y se adentra en ti y te sostiene. Y hay otras palabras -escribió Cesariny- que nos suben ilegibles a la boca, palabras imposibles de escribir, palabras maternales, soledad deshecha.

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Dos homenajes a Blas de Otero

I

Resuena en tus palabras
un difuso clamor de verdades oscuras,
cuando me las encuentro.
Rompen
en mi memoria, siempre
sonoras, firmes, claras,
como las olas de un mar poderoso
que sumerge y levanta,
sin devolver ni arrebatar nunca del todo,
una realidad turbia y mutilada:
el tiempo, el tiempo ido.

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Adoro las ciudades

Adoro las ciudades que son viejas
ciudades de provincia
y los puentes de piedra y los de hierro
y los puentes en ruinas,
viejos puentes de piedras solitarios
invadidos de ortigas.

Pero también me cansan esas viejas
ciudades de provincia
y todo lo que un puente sobre un río
oscuro simboliza.

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La carta

He encontrado la casa
donde te llevaré a vivir. Es grande,
como las casas viejas. Tiene altos
los techos y en el suelo,
de tarima de enebro, duerme siempre
un rumor de hojas secas
que los pasos avivan. A los ocres
de las paredes nada ya parece
retenerles aquí.

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La casa de la vida

Mi corazón es una vieja casa.
Tiene un jardín y en el jardín un pozo
y túneles de yedra y hojarasca.
En esa casa a la que tiran piedras
los niños cuando pasan al volver de la escuela,
después de haber robado de su huerta
magro botín de unas manzanas agrias.

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La vida fácil

Qué fácil es vagar los días grises,
creer que nuestra vida
rebosa de la vida de otros.
Incluso suponer que nosotros seremos
el alto mundo lleno
que vivirán mañana los que vengan.
A tal extremo incita un buque, un árbol,
Alguien que oigamos al piano
a esas perspectivas de un paseo
con gentes que también van suponiendo.

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Nada

Te imagino, lector, dentro de muchos años
leyendo estas palabras. En tu mesa
una luz de bujía y una rosa
anunciarán el sueño, un cuerpo, nada.
Es inútil que busques. En la ceniza hay brasas
que podrías tener entre las manos
sin quemarte.

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