Esconde la plegaria salvaje de tus ojos,
tentaciones en flor. Mas di, muchacha,
¿dónde puedo morar en esta tierra?
De blandas latitudes vengo; mi país desconoce
los suelos calcinados, el ávido prestigio sobre cada tumba.
Por mi cuerpo resbala savia diferente.
Otro mundo. (No retazos armados, remendados
de lo mismo de siempre.)
Donde la vida con la vida comulgue; donde el vértigo
nazca de la salvaje plenitud; orbe amoroso,
todo raíz, primicia, fecunda marejada.
Otro mundo. Sin legajos inertes, sin cáscaras vacías.
Nota de 1971: La reciente desaparición de Giórgos Seféris ha vuelto
más expresivos estos versos, que le di a conocer hace un año, y a
los cuales me respondió, desde Atenas, con diez rotundas palabras
en francés:
Je viens de recevoir le poeme.
Para las altas cumbres, alta vida.
Alta de amor. Voz alta. Alto sendero
-sierpe de fe y de luz-. Albor primero
para las altas nubes de tu huida.
Alta de brisas altas. Confundida
con el latir más alto. Alto crucero
por altas costas.
Hoy he tomado el barro de la palabra en frío;
su piel ya me conoce; poco a poco, temblada
por mi caricia, vibra, responde a la llamada
de la costumbre. Toco. Me adueño de lo mío.
Penetro en la palabra.
Vuelvo a mi casa, más alta
que la tuya, Luisa Esteban,
pero sin una ventana
que dé al atrio de la iglesia.
-¡Adiós, adiós-
Y no oyes,
Luisa Esteban.
No levantarás el cántaro,
por mí, de su cantarera,
con el agua de aljibe,
sonora, delgada y fresca.
Entra en la playa de oro el mar y llena
la cárcava que un hombre antes, tendido,
hizo con su sosiego. El mar se ha ido
y se ha quedado niño, entre la arena.
Así es este eslabón de tu cadena
que como el mar me has dado.
Perlora, en la distancia, recordarte
es dar al sueño una verdad lejana;
es como oír de nuevo la campana
de aquel mar que florece al golpearte.
Qué fábula, qué magia pudo darte
entre el verdor la gracia ciudadana:
una distinta luz cada ventana,
una lanza el maíz por cualquier parte?
Esta muchacha y su hermosura antigua
y su ademán de enamorada calle
que va con las ventanas de sus ojos
hacia los arcos del amor triunfante,
¿de qué lugar del suelo se ha escapado?,
¿de qué reino en que estuve hace un instante?
Gracias, Señor, porque estás
todavía en mi palabra;
porque debajo de todos
mis puentes pasan tus aguas.
Piedra te doy, labios duros,
pobre tierra acumulada,
que tus luminosas lenguas
incesantemente aclaran.
Te miro; me miro. Hablo;
te oigo.
Ir y venir de todas las memorias
que el alma, olvidadiza, desenreda;
verse hombre solo, antiguo y solo, errante;
ver que todos los tiempos están cerca.
De un golpe, como hermosos corazones,
yacen los capiteles en la hierba
y encuentran hecha luz como un milagro
la flor silvestre de la primavera.
Arrojado a tu luz madrugadora,
me muero niño y soy todo un deseo
de varón en continuo jubileo
hacia tu corazón de ruiseñora.
De trino escalador junto a la aurora
eres, y voy a ti, y hay un torneo
donde la algarabía del gorjeo
triunfa de mí y en mí se condecora.
En la sombra sin nadie de la plaza,
la espalda de la amada y su silencio;
en la sombra sin nadie de la plaza,
aquel niño de Batres, mudo y quieto;
en la sombra sin nadie de la plaza,
mis hijos, solos, vadeando el sueño…
Y han pasado las horas, y las luces
distintas; los videntes y los ciegos
han pasado -la plaza está vacía-;
los torpes han pasado, y los despiertos,
y los del pie descalzo y la sandalia
rota; los de la cera, los del fuego,
los de la miel, los del dolor pasaron…
La plaza, sola.
Golpeo ahora
-y nadie dentro-
con los nudillos
hasta hacerme sangre
-y nadie dentro-
en estas puertas donde sé
-¡con qué certeza!-
que estuvo la ternura,
que estuviste tú, amor,
zaguán de sombra, renovada lumbre,
con el vestido aquel de cada día,
distinto siempre,
y suave, entero, con la luz tejido.
Qué esfuerzos por ser hombre, qué trabajo forzado
por hacer este torpe varón que, apenas hecho,
se vio imperfecto y débil, por la pasión deshecho,
y herido a cada paso del camino empezado.
¿Por qué siguió? , decidme. ¿Por qué seguí?
Canta el mar a mis pies, canta y resuena,
y dice su mensaje apresurado
hasta escalar la soledad del prado
donde otra playa de verdor se estrena.
Se ve en la hondura el oro de la arena,
la sangre de la ola, en el tejado,
ya allá, el azul del cielo, traspasado
por la niebla que al monte se encadena.
Porque te hice de la nada,
de la sorpresa y el deseo,
de la carne de las palabras
y con la forma de los sueños,
y porque sólo una mirada,
sólo un temblor entre mis dedos
eres, y por mis labios pasas
dándole alivio a mi destierro,
en la alta noche me amenazan
tus vecindades tan sin peso;
la soledad cerca mi alma;
hombre de barro soy y temo.
Mis ojos van por estos árboles,
pájaros tristes del otoño,
desalentados, con memoria
de los verdores más remotos.
Dudan, avanzan, se confunden
entre los círculos de oro;
llegan ahora hasta las últimas
galerías del cielo absorto
para caer precipitados
en el camino frío y hondo;
llevan las alas malheridas
por un antiguo, oscuro plomo.
Mujer, quiero ya huir, quiero sentirte
tan distinta, distante, adivinada,
que el tacto sea ajeno a la llegada
y aun el sueño incapaz para fingirte.
Tan lejos que no pueda orarte, herirte
-blanco de mi plegaria y mi lanzada-;
que seamos, tú, carne en ala alzada,
y yo, babel de amor por conseguirte.
No sé si soy así ni si me llamo
así como me llaman diariamente;
sé que de amor me lleno dulcemente
y en voz a borbotones me derramo.
Lluvia sin ocasión, huerto sin amo
donde el fruto se cae sobradamente
y donde miel y tierra, juntamente,
suben a mi garganta, tramo a tramo.
Voy hacia ti, luz y fe por ti logradas,
con el valor del labio y de la frente;
todo mi ardor, ya sed en tu corriente,
destino entre tus manos sosegadas.
Traigo una nueva vida a tus miradas
en triunfo conseguida; tibiamente
iré dando a tu anhelo transparente
este retorno cálido de espadas.
Ya todo preparado,
suspendidas las lágrimas de aquel párpado antiguo
todo deshabitado para el tacto que estrena
la raíz poderosa de su hermosura fácil
-oh, terciopelos muertos de rubor en la espalda!-
la pared y la acacia,
y hasta aquella esquina que jugaba su luz indeseable,
y el hombre primitivo desempolvando gestos,
y aun el niño.
Ese dedo de Dios, eternamente
acercándose al hombre -y no lo toca-,
ese soplo encendido de su boca
que da sentido a un torso y a una frente,
ese ser poderoso y derribado
que recibe la llama de la vida
en la carne, de amor estremecida,
en el barro, de amor humanizado,
no son tuyos; no has sido tú el maestro,
ni el creador, ni el oficiante diestro;
no era tuya la mano que pintaba.
Qué quieto está ahora el mundo. Y tú, Dios mío,
qué cerca estás. Podría hasta tocarte.
Y hasta reconocerte en cualquier parte
de la tierra. Podría decir: río,
y nombrar a tu sangre. En el vacío
de esta tarde, decir: Dios, y encontrarte
en esas nubes.
Se oye levísima la voz
del viento. Suena entre los árboles
quizá como nunca sonó.
La noche nace como un río
de las manos mismas de Dios.
Yo miro desde mi ventana.
Yo no rezo ni lloro. Yo
no pregunto ni espero.
Sé que beso la muerte cuando beso
tu piel que aloja y vence a la hermosura,
y que el final que mi pasión procura
es lugar de la muerte al que regreso.
Sé que en ti misma acabas, y por eso,
al sentir que en mis labios tu madura
forma de amor, mi sangre más oscura
se rebela en las cárceles del beso.
Sí; tú eres el amor. Y nadie enfrente.
No hay nadie al otro lado. cuando besas
vas a tus mismos labios, y regresas
vacía para buscarte inútilmente.
está sólo el amor. No de repente.
En el origen ya, ya en las promesas,
juntas las manos y las alas presas,
llora el amor su soledad naciente.
Soy esto sólo, un grito que se ordena
para cantarte a ti recién venida,
un ala inesperada y decidida
que roza en esa piel, en esa arena
de tus hombros, y ciega se encadena
al brillo de tu pelo, donde anida
la nieve más alzada y escogida
de tu frente: la sien o la azucena.
Si de algo supe fue de amor. Lo digo
con miedo, con ternura, con futuro
para rendir mi cuenta. Sí; lo juro:
si de algo sé es de amor, y él es testigo.
El es a un tiempo apoyo y enemigo,
él lo más miserable y lo más puro.
Mira cómo se quema el Guadarrama
en sus torres azules. Esa loma
tiene un poco de nieve, una paloma
que ha librado sus alas de la llama.
Qué desierta de pájaros la rama
donde a la luz mi corazón se asoma,
como un clavel de invierno sin aroma
como un campo segado de retama.
Te han nacido los ojos con preguntas,
y sin cesar me asedias preguntando.
Y yo sin contestar… Hija, ¿hasta cuándo
mudos tú y yo: dos ignorancias juntas?
¿Hasta cuándo en silencio irán las yuntas
de tu asombro y mi amor; de mí, temblando,
y de ti, poco a poco, asegurando
música sin palabras…?
Tú eres el corazón con lo vivido;
en ti está todo lo que atrás vamos dejando,
lo que hemos ido con pasión amando,
definitivamente ya perdido.
En ti vemos las gracias que se han ido,
los paisajes y el cielo de ayer, cuando
las cosas que ahora sigues recordando
flotan sobre las aguas del olvido.
Veo a diario tu casa que, encendida
con ese sol, ya casi en primavera,
es la rosa del día más primera
por donde tú apareces a la vida.
Así mi corazón, casa dormida,
tiembla bajo tu sol, y no quisiera
más ventanas de amor, ni más espera
que la de hallarse en tu estación florida.
Bajo la luz quemada,
tienen frío los ojos con que buscas
estas horas de octubre
y su jardín manchado de ginebra,
hojas secas, silencios
que de nosotros hablan al caerse.
Porque si ya no existe,
aunque nadie se ocupe de sus solemnidades,
hay noches en que llega la verdad,
ese huésped incómodo,
para dejarnos sucios, vacíos, sin tabaco,
como en un restaurante de sillas boca arriba
ya punto de cerrar.
¿Quién habla del amor? Yo tengo frío
y quiero ser diciembre.
Quiero llegar a un bosque apenas sensitivo,
hasta la maquinaria del corazón sin saldo.
Yo quiero ser diciembre.
Dormir
en la noche sin vida,
en la vida sin sueños,
en los tranquilizados sueños que desembocan
al río del olvido.
En la cara lleva
tres años perdidos
y el frío de las seis de la mañana.
Van a partirte el corazón.
De pronto
la luz apagada,
los pasillos turbios,
la puerta que clava su ruido en la espalda.
«…incómodos
de no sentir el peso de los años».
J. Gil de Biedma
Son
extrañamente hermosos todavía,
estos labios de hace ahora tres años
y me parece inédito
el gesto de tu beso,
este llegar aquí cada vez más tranquilo,
con la serenidad
del que tiene por cómplice la vida
y su rutina.
Ahora sé
que estas calles nos han hecho solitarios
y nuestro corazón
tiene el pulso amarillo
de las maderas lentas de un tranvía.
Sobre su cuerpo viejo
andábamos despacio, de forma irregular,
con una simetría parecida a los árboles.
Como el primer cigarro,
los primeros abrazos. Tú tenías
una pequeña estrella de papel
brillante sobre el pómulo
y ocupabas la escena marginal
donde las fiestas juntan la soledad, la música
o el deseo apacible de un regreso en común,
casi siempre más tarde.
Como el primer cigarro,
los primeros abrazos. Tú tenías
una pequeña estrella de papel
brillando sobre el pómulo
y ocupabas la escena marginal
donde las fiestas juntan la soledad, la música
o el deseo apacible de un regreso en común,
casi siempre más tarde.
Si alguna vez la vida te maltrata,
acuérdate de mí,
que no puede cansarse de esperar
aquel que no se cansa de mirarte.
Déjame, pensamiento, déjame,
mañana seré tuyo,
volveré a ser tu presa.
Pero hoy,
mientras la luz araña en los árboles y pide
una oportunidad,
quiero que me recoja la inútil primavera.
A la casa del frío
regresaré mañana, cuando el tiempo
exponga sus razones
y el corazón pregunte
lo que falta por ver,
cuántos latidos
pueden quedarle para detenerse.
Tus ojos
que están llenos de selvas y son un manifiesto,
desordenadamente
me hacen aventurero
y revolucionario
Ocurre pocas veces,
apenas en la noche del eco tormentoso
o en el amanecer de luz dañada
como en la oscuridad
y más nocturna.
El humo de mis huellas
se apodera del tiempo, de mi tiempo
envuelve las arañas melancólicas
de los ojos cansados,
sube por las paredes de un sueño mal vivido,
y se llena de voces,
de sillas descoladas y melodías sucias
igual que ceniceros,
igual que un pasadizo
a medio consumir,
hasta que mi conciencia
consigue recordarme
un invierno de nubes primitivas,
como si fuera el bar de siempre.
A Mari Carmen
Sabrás por la presente que empeoré de vida.
Mariano Maresca
Más o menos extraña
la vida fue pasando tibiamente
por tu cuerpo y el mío.
Oigo la lluvia fría amontonarse
sobre las uralitas
y la noche me atrapa
en el sudor eterno de su tranquilidad.
Esa luna color de viejo saxofón
me retendrá en París.
Esa luna color de vieja mariposa,
de alma vieja buscando sobre el viento
ojos para mirar el fin de siglo,
gatos que son las dudas de la noche.
Tiéndete junto a mí.
Ese perdido reino
donde cualquier política tiene forma de beso,
de cicatriz privada
detrás de los abrazos,
nos está dominando con sus sueños,
de distancia a distancia.
Quiero que te levantes
con la misma impaciencia que los árboles,
creciendo hasta lo exacto
para rozar mis labios, para buscar en ellos
la humedad sin la lluvia.
Está solo. Para seguir camino
se muestra despegado de las cosas.
No lleva provisiones.
Cunado pasan los días
y al final de la tarde piensa en lo sucedido,
tan sólo le conmueve
ese acierto imprevisto
del que pudo vivir la propia vida
en el seguro azar de su conciencia,
así, naturalmente, sin deudas ni banderas.
Está solo. Para seguir camino
se muestra despegado de las cosas.
No lleva provisiones.
Cuando pasan los días
y al final de la tarde piensa en lo sucedido,
tan sólo le conmueve
ese acierto imprevisto
del que pudo vivir la propia vida
en el seguro azar de su conciencia,
así, naturalmente, sin deudas ni banderas.
…en un rincón del año…
V. Huidobro
Imaginar los sitios posibles donde estabas,
verte llegar sin noche a La Tertulia,
reconocer tu voz apresurada
al contar una anécdota
o preguntar por mí,
saber que nos mirábamos antes de conocernos,
son capítulos largos de mi vida.