No bordaste el pañuelo
que te pedía,
voy a marchar sin él
por esta vida.
Si llego al cielo
no llevaré de ti
ningún recuerdo.
Todos están cantando
mientras te busco
entre los ruidos grandes
que hay en el mundo.
No bordaste el pañuelo
que te pedía,
voy a marchar sin él
por esta vida.
Si llego al cielo
no llevaré de ti
ningún recuerdo.
Todos están cantando
mientras te busco
entre los ruidos grandes
que hay en el mundo.
A todo renuncié por ser tu amigo
cuando eras flor de luz y de sorpresa;
mi confesión, tal vez no te interesa,
yo, de todas maneras te la digo.
Tu sinfonía de nardos y castigo,
mi piel rasgada en el dolor, no besa,
y como blanca nube hoy atraviesa
mi sueño y las espigas de mi trigo.
Negarás para siempre los recursos alternos
y espiarás, en el agua, galaxias reflejadas.
Escucharás secretas canciones de los remos
y suspiros de naves bregando en la distancia.
La patrulla distante arrestará tu boda
y en una jefatura la mantendrá en secuestro,
te plantarás oyendo la funeral paloma
que zurea en los cabellos de tu glaciar enfermo.
Voy a dormir de nuevo, en el penacho negro
que llevan en la cresta aquellas nubes altas.
Voy a escapar del mundo y a disfrutar el sueño
que nos brinda el descanso que ya nunca se acaba.
Voy a dejar la fuerte y apasionada angustia
que hierve entre las venas de mi sangre amargada,
para seguir caminos que nacen y se borran
en la piel infinita de tardes y mañanas.
Emergeré apacible, en el mundo del sueño,
con el rostro azotado por aires fantasmales,
y vagaré en el cielo, cubierto de silencio,
llevando entre mis ojos las hogueras de antes.
No tendré ya la fiera potencia de los rayos
que dan a las tormentas segundos abusivos,
y dejan la corteza, blanda, de los pantanos,
envuelta entre los gritos de árboles caídos.
Vamos sin paradero como todas las cosas,
tropezando en los cuerpos de minutos vacíos;
nos oprime el rumor más actual de las rosas
y el faraón vehemente que oprimió a los judíos.
Enloqueció la noche, al saberme contigo,
luego besó la estatua del ángel congelado;
el resto de la historia la sabe el enemigo
y el girasol que brilla en el verso extenuado.
Se van muriendo tus palabras,
el viaje termina sin tu voz.
¡Sólo yo!
¡En el peñón altivo de tu alma,
en el silencio grande de tu alma,
¡Sólo yo!
Tu mano cruza por el aire y deja
vorágines de amor en la Creación,
luego hiere la piel de mis tejidos
con abatidos tonos
de una Escala Menor.
Yo no quisiera cantar
porque mi voz ha dejado
un rastro de sombra negra
en el blancor de tu paño.
Por ti, me volví poeta,
por ti, recorrió sonámbulo,
y en total desequilibrio
el trote de mi caballo.
Te habías quedado todo el día
allí, de pie, mirando las montañas,
y era, dijiste, alimento
para los ojos, corazón
quebrantado. Yo pasaba, parece,
en el atardecer,
andando en bicicleta por un sendero.
Lo cuentas y quedo contemplándolo
con esperanza, una buena esperanza
nodriza de la vejez.
Al salir a la calle, sobre los plátanos,
muy por encima y por detrás de sus hojas
doradas y crujientes, el cielo, muy por encima
azul, intenso y transparente de la helada.
A cuatro bajo cero se respira
el aire como si fuera el cielo
que es el aire lo que se respirara.
Conozco una pareja de cuervos, sé que tienen
un tiempo semejante al de los hombres
para vivir; podría visitarlos,
pasear juntos
hasta los sauces de la orilla.
Hoy he hablado con alguien por quien sentí afecto,
le encontré satisfecho y próspero;
su enemigo murió.
Cuando voy a trabajar es de noche,
después amanece poco a poco,
hace mucho frío aún.
A menudo en el cine
me parece oír lluvia azotando el tejado,
como si no hubiese lugar
donde guarecerse.
Hoy alguien en un sueño dijo:
ten, en esta garrafa
hay agua limpia, por si toma moho
la del corazón.
Deslumbra el cielo
si mira fijamente
contra él una flor,
se hace negra y deslumbra.
No habla. Porque son inherentes
al hablar el oír
y el callar. Mira: tomates,
hojas, tallo, tierra. El cielo
es una bóveda, finito
mundo azul sobre el mundo,
los tomates son rojos.
el recorrido del sol cuando cae
la noche, el recorrido
de la noche, hacia dónde
va llegando, mirar
lo conocido como signos
que son y ya no son, un aceite
de estar, representar
su hueco,
desplazados miramos
como si fueran los otros
siempre a estar ahí y de
pronto no están o no estuvieran
Burne-Jones
Ella tiene los pies como Marilyn Monroe
y una tierna
indefensión en los hombros.
Están en una sala y la ventana
descorre sus cortinas a un atardecer
boscoso,
pero es como si fuera
una esfera
de cristal.
escribir el miedo es escribir
despacio, con letra
pequeña y líneas separadas,
describir lo próximo, los humores,
la próxima inocencia
de lo vivo, las familiares
dependencias carnosas, la piel
sonrosada, sanguínea, las venas,
venillas, capilares
Éste es un ejemplo: se trata de una imagen
del XIII (el XIII con su cúpula), una Virgen
sentada en el jardín, altiva y sola (la única
que yo conozca en su especie). Observen
en el prado las flores esmaltadas,
las hojas, el azul ultramar y el rojo
extraño como un incendio.
Girasol, negro párpado, multiplicada
curva para el deslumbramiento. Somos
sólo cautivos,
presencias dentro de otros
que nos llevan. Allá, muy lejos,
el taxista le dijo: discúlpeme,
la ciudad es muy grande, sólo
manejo por las orillas.
Hundir los dedos entre sus cabellos
o pájaros jugando,
muy despacio, a caerse de un cable
de la luz,
muy despacio, abanico
de mirlos.
Cerca hay una charca y un árbol
en el centro.
Reverbera la fiebre,
el amarillo hiere sobre el agua.
1
Los atardeceres se suceden,
hace frío
y las casas de adobe en las afueras
se reflejan sobre charcos quietos.
Tierra removida.
Los atardeceres se suceden,
Cézanne elevó la «nature morte»
a una altura
en que las cosas exteriormente muertas
cobran vida, dice Kandinsky.
Muda y hosca, se niega
a entrar en casa, a pesar
de la noche, a pesar del buen sentido.
Él le habla
con paciencia o la empuja y golpea
con el puño. La insensata materia
que el alma es, su obstinación eficaz
o, contigua y exenta,
esta vibración azul del azul
luminoso y oscuro.
Nadaba por el agua transparente
en el hondo, y pescaba gozoso
con un pequeño arpón peces brillantes,
amigos, moteados.
Aquella agua tan densa, nadar
como un gran pez; vosotros,
dijo, me esperabais en casa.
Pensé entonces en Klee
en la dorada.
Boticelli
Una escena de caza
en que el amante
azuza hacia la amada los mastines,
abre en canal su espalda
y arrojando a las bestias
las vísceras sangrantes
da de nuevo comienzo, como un sueño
-ella expía y consiente y habita
el mismo sueño-, a la persecución.
Recordar este sábado:
las tumbas excavadas en la roca,
en semicírculos, mirando
hacia el este,
y la puerta de la muralla abierta
a campos roturados, al silencio
y la luz del oeste. Necesito
los ojos de los lobos
para ver.
te busco por las calles
de casas en ruinas y olor acre,
no hay timbres ni nombres;
te encuentro y me miras
pequeño y envejecido, no eres tú,
te pones un sombrero rayado
de ala vuelta y mínima, te vas
Tras el cristal, se desconoce
el cuerpo, como un hijo
que crece, como si jugara
y de pronto fuera desconocido.
Coloca entonces
tu mano en el estómago,
la palma abierta, y respira
profundo. Al fin somos culpables
de quien muere, y también
de vivir.
Verde. Las hojas de geranio
en la luz gris de la tormenta
tiemblan, tensión
de nervadura verde oscuro.
Te mirabas las manos,
nervadura de venas; si los dedos
fueran deliciosos, decías.
Al caminar
apoyaba mi sien contra la tuya
y en la noche escuchaba
el ruiseñor y el graznido
del pavo.
Rosas, creced, pujad, multiplicaos
hasta invadir las cajas de caudales,
hasta impedir las ametralladoras,
hasta sembrar la pólvora y el hierro
de luz y primavera,
hasta ocupar el odio y las entrañas
de obuses, bombas, balas y morteros.
¡Creced, rosas, creced!
A cortar silencio, esposa.
Está Castilla crecida
de silencio y sonorosa
paz, oreo por la herida
melancólica. Qué olores
tiene el campo que amanece.
Alamillos reidores
con el viento que les mece
están cribando en sus hojas
sol y sombra por el suelo.
Mariuca, esposica, madre:
Dios te salve
en este día y siempre.
dios te guarde,
y mi corazón de rabia y trigo
y sangre,
esta luz amorosa que en el filo
de las palabras arde.
¡Cuánta pasión, que sólo sabe
morder, callar, rugir,
ponerse grave
o niña, desesperarse
porque no puede saltar la carne
y fundirse contigo eternamente,
Mariuca, esposica, madre!
Dulce te quiero, serena-
mente profunda te quiero.
Un silencio colmenero
melifica la colmena
que no quiere ser locura,
sino luz medida. Mira
y di con los ojos. Tira
esa prisa, criatura.
Moneditas atesora
de sol y tiempo.
( Madrid )
¡Dehesa de la villa!
Desde esa hora,
el azul se te espesa,
se te enamora.
¡Qué maravilla!
En tu hierba, Dehesa,
fue su mejilla.
¡Fue tu mejilla, esposa!
Es posible que se haya dicho todo
y que hayamos nacido tal vez tarde.
Mas esta gloria que en mis venas arde,
nadie -¡nadie!- la vive de este modo.
Todo es posible. Todo ha sido en nombre:
todo. Pero este beso tuyo y mío,
esta luz, esta flor, este rocío,
son nuestros nada más, mujer y hombre.
Otro doce de octubre, compañera,
con la serena flor de la alegría
y más luz en los ojos. Se diría,
coraje renaciente, que te espera
nuevo «milagro de la primavera».
seria la hora, dura la sangría,
el aire temeroso, esposa mía,
atormentado el ceño, sementera
de tiempo anubarrado.
Dulcinea del Toboso es la más hermosa
mujer del mundo…
Quijote, 2 LXIV
Has de matarme sin lograr que ceda,
y ni entonces podrás decir que dudo.
Si tu fuerza mi cuerpo vencer pudo,
nunca llegó a mi fe, ni habrá quien pueda.
A Gabriel Celaya
Sois tan buenos y desdichados,
tan sobrehumanos,
que me tenéis en algo.
Y voy apuntalado
Por vosotros, por vuestras manos
trabajadoras, vuestros labios
sonreídos del alba, brazos
sostenedores, respaldado.
Nadie me cantará como te canto,
madre, con una llama que se enciende
en ti y en mi termina. Nadie entiende
la sangre de su fin y de mi llanto.
Yo no tengo semilla que me cante
en hijos de consuelo, salvadores,
por el tiempo y los hombres, labradores
que vuelvan a sembrar para adelante
la vida en criatura, y aún en pena,
pasajera, que luego se enardece
en la flor sin memoria ni condena
de la santa alegría.
Rompe el tabique, trae a la ceguera
el diálogo, tu música. Me llenas
de otra luz esta carne donde penas,
recuerdos van. Tú sigue, compañera,
cogida de mi mano. Me redime
esa voz tan alzada de romero,
de campo con simienza y caminero
paso.
El aire se enrarece, adensa, espesa
hasta hacerse de plomo en los pulmones,
porque se está matando al hombre.
La sangre se entontece y aguachirla
de no salir al mundo y propagarse,
porque se está matando al hombre.
La luz de las estrellas palidece
y no consuela como en nuestra infancia,
porque se está matando al hombre.
Assis parten unos d’otros
como la uña de la carne.
Poema de Mio Cid, v. 375
A medida que avanza a la frontera
el tren, hay más silencio dolorido.
Llega un instante en que parecen muertos
los viajeros, desterrados hijos
de España, que se van echados de hambre.
Y debemos andar de otra manera
por los caminos de la Mancha, hermano,
por si, fecunda tierra de secano,
diese trigo su augusta calavera.
Ay, huesos, donde ardió la sed más pura,
sustentando con más viril coraje
el ¡no!
Amor, el animoso hermano
menor de las virtudes, al nacer ha trocado
mi corazón en una madre;
que así pasa la noche calculando
los años de sus hijos, y pregunta
si los poderes que gobiernan la vida del más tierno
son redentores o maléficos; si las estrellas que rigieron
su nacimiento auguran vida al amor, o muerte.
Hay poemas edificados
en una sola tarde
sin mayor problema
porque rotundos brotan a la luz vespertina
como microcosmos totales,
hechos
y derechos,
don ágil de la musa.
Otros en cambio piden años
enteros de labor dispersa:
borradores innúmeros
tras investigaciones
minuciosas en muy diversos climas.
Esta manera de soñar que tengo.
tan a lo vivo, tan sin ley,
a mis labios imparte contradicciones y desvíos.
El grito se confunde con la más honda tristeza;
la tormenta fecunda calmas decisivas.
En un mismo papel quedan grabados
hijos diversos de diversa llama.
¿Recuerdas que querías ser un poeta telúrico?
Con fervor aducías los admirables ritos del paisaje,
paladeabas
nombres de volcanes, ríos, bosques, llanuras,
y acumulabas verbos y adjetivos
a sismos o quietudes (aun a las catástrofes
extremas del planeta) vinculados.
Un portrait porte absence et présence…
Pascal
Me hiere tu silencio
brevemente cubierto
de laureles. Todavía
te miro como a una sombra
que se divide, a veces,
en fragmentos milenarios:
aquí la nube, allá
el vacilante aroma de la tierra.
Yo no tengo memoria para las cosas que pergeño.
Las olvido con una
torpe facilidad. Y se despeña
mi prosa por abismos fascinantes,
y los versos esfuman su tozudez como si nada.
A veces ni siquiera recuerdo los favores
de la bastarda musa pasajera,
ni los ayes nerviosos del alumbramiento.
Calla, viento. Que no te escuche nadie.
Ni las humildes torres
apenas esbozadas,
ni las fieras murallas
de cálidos colores.
Calla tu fiel silencio generoso,
velando mi secreto
a todos los oídos.
Claros, celestes ríos
ilustran tu sendero.
Acomodo mis penas como puedo, porque voy de prisa.
Las pongo en mis bolsillos o las escondo tontamente
debajo de la piel y adentro de los huesos;
algunas, unas cuantas
quedan desparramadas en la sangre,
súbitas furias al garete, coloradas.
Aunque no las conozco
sino como rumores
engarzados en vértigos de espuma,
lo confieso, señores:
me acontece pensar en las ballenas
-azules, negras, blancas, grises-
de Baja California.
Me gusta presentirlas
desde mi balcón macilento
y calcular tan onerosos viajes
al son de su canción arcaica.