HISTORIAS

«En tiempos de las hadas y de la hechicería…
cuando la reina cruel consultaba su espejo…
el duende Trasgolisto su sábana extendía
y los siete enanitos pasaban en cortejo…

»Cuando la Cenicienta perdía su zapato…
cuando Caperucita visitaba a la abuela…
cuando las botas mágicas calzábase el Gato…
y, al par que Jack trepaba, crecía la habichuela…»

La niña, ya impaciente, con la historia termina,
colgándose amorosa del cuello de la madre:
«Pero, Caperucita, ¿no tuvo padre?

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INCOMPRENSIÓN

No comprendes, amor, cuál es mi sentimiento;
en vano lo traduzco y en vano te lo explico.
A veces me parece que ha llegado el momento
de aclarártelo igual que obramos con un chico.

No comprendes, amor, que todo lo que siento
—y en esto, ya lo sabes, ni dudo ni claudico—
es amor, todo amor, el dulce pensamiento
que instante por instante, por siempre te dedico.

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LA ANTORCHA

Juntas, bajo el cristal, amoroso capricho,
la Virgen de la Linda Vidriera de Colores,
atavío en azul sobre encarnado nicho,
como ascuas centelleantes los vivos resplandores;

Nefertiti, la reina, que muestra de perfil
tan alargado cuello —por fino, más esbelto—,
y que el rostro parece esculpido en marfil,
el cabello invisible en ceñidor envuelto.

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LA ARCILLA DE KHAYYAM

¡Cómo insiste Khayyam con los muertos! ¡La arcilla!
La arcilla de las ánforas, la arcilla de la copa,
diciendo que allí están, y que, al rozar la orilla,
al beber, nuestros labios, se encuentran con su boca.

Que henchiremos la cámara que otrora ellos llenaran,
yendo a complementar nuestra capa en la tierra
con profetas, sultanes y sabios que pasaran.

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LA HORMIGA

Sin saber que es domingo, ruidoso día de fiesta,
va llevando su carga la minúscula hormiga:
el trozo de una hoja en perfilada cresta
columpiase oscilante sin impedir que siga.

Apenas se apresura, que caminar le cuesta,
y se esfuerza consciente pues el deber la obliga,
prosiguiendo el sendero, pese a tal lastre, enhiesta,
pero sin detenerse ni demostrar fatiga.

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LA LEY DE LA VIDA

Quisiera estar de acuerdo con la ley de la vida
—tal vez, la de la selva, al instinto fiada—,
según la cual se vive de acuerdo a la comida:
la bestia menos fuerte ha de ser devorada.

Y quisiera también aceptar la partida
—ya que sin consentirlo nos viene la llegada—,
sufrir, sin execrar al que odia u olvida,
como al rico que abruma a quien no tiene nada.

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LA MARIPOSA

Al pasar por la calle, cae una mariposa.
Revolando insegura se pierde entre la gente,
tornadizo vilano o pétalo de rosa,
burbuja de jabón, pajarita luciente.

Tras ella acude el alma, como ella, temerosa
de que tanto ajetreo le cause un accidente,
hasta que en tenue aleo detiénese y se posa
al borde de la acera, sin resguardo, imprudente.

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LA MÚSICA

Dan ritmo a la faena los trozos musicales;
combate la tristeza la suave melodía;
cuando preocupaciones asedian, habituales,
cantares apaciguan la mente, todavía.

La música es así, remedio de los males,
inagotable fuente a escanciar cada día;
sosiego de palacios, templanza de arrabales,
y placidez del alma, armonizante guía.

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LA NUBECITA

Llévame nubecita a lo alto contigo
y cúbreme amorosa con tu cendal de gasa;
que tu orla de tul me sirva, leve abrigo,
para que no me falte el amor de la casa.

Llévame tú que eres, de mis ansias testigo,
ceniciento vigía, fino polvo de brasa,
incansable viajera detrás de mi postigo;
llévame pero pronto, que tu momento pasa.

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LOS GORRIONES

Dentro todo es silencio y sombra todavía;
afuera entre las rejas de los amplios balcones
que doran las primeras claridades del día
revuelan bulliciosos y a solas los gorriones.

Son bandada, y oyéndolos, acaso, se diría
que de alegres coloquios fueran conversaciones
esas músicas locas de tanta algarabía
y que en prueba amorosa hasta entonan canciones.

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LOS SANTOS

Quisiera saber, madre, de San Marcos y el león;
de San Roque y su perro, San Francisco y las aves;
San Huberto y el ciervo, San Jorge y el dragón;
de San Pedro y el gallo, con sus signos y claves.

De San Martín de Porres, que barriendo su alcoba
a las graciosas lauchas se prodigaba tierno
para que se durmieran tranquilas en la escoba,
de sí mismo olvidándose, aterido en invierno.

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MAR DE VIDRIO

Dijiste: «Mar de vidrio», Señor, y es lo que quiero;
un mar que te refleje en toda tu grandeza,
por sobre el cual camines —tu lámpara, el lucero—
para ver, al trasluz, del mundo la tristeza.

Dijiste mar de vidrio, un cristal sin bisel
ni resquebrajaduras, sólo un único trozo,
en cuya superficie se reproduzca fiel
el que ríe feliz o el que ahoga un sollozo.

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MI FÍSICO

No he sido nunca linda —tal vez quise ser alta—
y la piel de mis hombros se acentúa morena
(al decir esto, claro, una verdad resalta:
que tampoco mi espalda ha de ser de azucena).

No tuve grandes ojos, y ahora aún me falta
el gracioso caer de ondulada melena;
tampoco es mío el rosa que reanima y esmalta
las mejillas y labios, con tono de verbena.

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MIEDO A LA VIDA

Tengo miedo, Señor, pero no de la noche,
tampoco de la sombra, menos de la tiniebla;
es miedo de la aurora —refulgente derroche—
como miedo del mundo, cuando el mundo se puebla.

Tengo miedo, Señor, no por valerme sola
ni por triste aislamiento o apartado retiro,
tengo miedo a la gente, a la imponente ola,
el vaivén de los seres en asfixiante giro.

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MOMENTOS

No son años la vida, sólo rápidas horas,
ésas con sus momentos de placer o dolor,
cuando el alma es dichosa o acongojada lloras,
instantes de ternura o de cruel desamor.

Instantes en que a veces, trémula, rememoras
encuentros, despedidas, la ofrenda de una flor,
inasibles minutos de ayeres y de ahoras,
el beso de los hijos, las tristezas de amor.

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NO LE DIGAS A CRISTO

No le digas a Cristo:
—He de ir, mas espera.
Me falta, todavía, algo que me he propuesto;
el mundo me reclama, complacerle quisiera.
Ten paciencia, he de ir. Un poco y ya me apresto.

No le digas a Cristo:
—He de ir, aunque espera
solamente a que acabe lo que tengo dispuesto;
me conoces devota y me sabes sincera.

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NO LE HABLES DE LA MUERTE

No le hables de la muerte, háblale de las flores,
de la aurora dorada y el ocaso de fuego,
del azul del océano y el arco de colores,
de los ríos de plata y el astro sin sosiego.

Cuéntale del amante los dichosos amores,
del reír de los niños eternamente en juego,
del canto del poeta y de los trovadores,
del que con fe suplica y hace escuchar su ruego.

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NO ME LLAMES POETA

No me llames poeta —un nombre con laurel—
porque mi voz apenas para cantar acierta;
acaso suavizada por amorosa miel,
tal vez unos acentos armoniosos concierta.

Puede sí que me escurra por el alto dintel
hacia regiones mágicas tras mi azulada puerta,
o que salve los mares en barco de papel
para poblar de trinos la comarca desierta.

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PAZ INTERIOR

Detrás de mis paredes, feliz a mi manera,
extraigo del azul la esencia de mi verso
y escribo entre las nubes —¡añorante quimera!—,
con las letras del alma, un vocablo disperso.

Ignorando el tropel que redobla en la acera,
extraña a la vorágine que rige el universo,
no turba mi interior el bullicio de afuera
y así conmigo misma, escribiendo, converso.

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PINTURAS DE DIOS

Para evitar que el hombre en el mundo se hastíe,
cada día el Señor, atento, lo celebra,
y a fin de que el paisaje se embellezca y varíe,
desparrama colores y arcos iris enhebra.

Que son de Dios pinturas —en las que Dios sonríe—:
las manchas del leopardo, las rayas de la cebra,
en el tigre bordados, por que en rey se atavíe,
y escamas de esmeralda dedica a la culebra.

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PORQUE SI TÚ NO VELAS

Porque si tú no velas, vendré como ladrón;
he de llegar a ti sin que sepas la hora.
Estate alerta, pues; vigila cada acción,
y lo que has recibido y escuchado, memora.

Aunque nombre de vivo posees, estás muerto;
perfectas, ante Dios, no he encontrado tus obras.

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PRIMER GRADO

Colegio del Estado. Primer Grado Inferior.
Niñitas y varones con delantales blancos.
Las niñas con su moño, en mariposa o flor.
Los niños, ya se sabe, desbordando los bancos.

La Señorita Elisa, al frente de la clase,
con su dulce mirada, redondas las mejillas:
—El que se porte mal, solía decir, que pase.

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QUIÉN VOLVIESE A TENER

¡Quién volviese a tener, para que nos cubriera,
una madre —de noche, los párpados febriles—,
quién un rozar de labios en la frente sintiera
despejando el fantasma de temores pueriles!

¡Quién tuviese, otra vez, sobre la cabecera
un rostro de ternura —en pálidos marfiles—
y quién bajo una mano que al fin nos bendijera
sintiese disipar las penas infantiles!

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QUIERO PINTAR LA LUNA

Madre, ¿puedo pintar la luna de escarlata?
¿O con vestido rosa, orlado de violeta?
¡Pues, noche a noche, sale insulsa y timorata,
sin nada de color que la avive, coqueta!

¿Por qué será la luna, siempre luna de plata,
camafeo de hielo, el pálido planeta,
la doncella de nieve a la que se retrata
en blanco, si pintor, o argento, si poeta?

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RENACER

Estoy sola, Señor, y hay mucha gente en torno,
estoy triste —no obstante la riente algazara—
y mi imagen es débil, perdida, sin contorno,
bien que la luz del sol le dé sobre la cara.

Temerosa, Señor, del más humilde adorno
y de otras tantas cosas que el mundo nos depara,
pienso en la noche próxima del viaje sin retorno,
el instante postrero que a todos nos separa.

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SAN GOAR

Preséntase San Goar y suspende la capa
en un rayo de sol, al suponerlo un «palo»,
pues que no advierte cómo desde un cristal escapa,
satisfecho, después de encontrar tal regalo.

Del haz de luz ?entonces? el atavío cuelga,
frente al mirar atónito de todo circunstante
que conviene en silencio, ya que la duda huelga
al ver aquel prodigio que tiene por delante.

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SAN JUAN BAUTISTA

A bautizarse acuden las gentes al Jordán.
Preguntaban algunos: ?¿Y qué haremos nosotros?
?Quien tiene dos vestidos, respondíales Juan,
dé uno al que no tenga. Y preguntaban otros

(esta vez publicanos): ?Y nosotros ¿qué haremos?
?No exigir más, decíales, de lo que está ordenado.

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TESTIMONIO

¿Y si Dios no existiese? ¿Si todo feneciera
con el postrer aliento de la fatal partida?
¿Sería razonable que la mujer pusiera
sus hijos en un mundo que a la muerte convida?

Si la existencia fuese fugaz, perecedera,
sufriendo siempre en vano, sin encontrar salida
ni alentar en el alma esperanzada espera:
a más hijos y muerte equivaldría la vida.

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VEN, MADRE, A DESCANSAR

Ven, madre, a descansar de todos tus trabajos
hasta el jardín umbroso que cultivo en mis sueños,
a la luz de luciérnagas y áureos escarabajos
y la mágica ayuda de esos seres pequeños,

los gnomos, que se visten con trajes escarlata
y brotan cuando alumbran las primeras estrellas,
que usan zapatitos con hebillas de plata
sin dejar en el musgo la marca de sus huellas.

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