A LA MUERTE

I

Muerte,
fatal término, ausencia por siempre.
Sólo el campo yermo que nos recibe,
de su tierra, nuevo abono.

Nunca más la fragancia de la brizna de hierba
ni el arder de encendidos leños;
tampoco la fina llovizna de la ola rompiente
en el rostro de frescura ávido.

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A QUÉ APENARSE

¿A qué apenarse tanto por las pequeñas cosas?
Guardemos el pesar para lo irreversible.
Si se olvidan los besos y marchitan las rosas,
soportemos la vida, con ánimo apacible.

Vistámonos con alas de etéreas mariposas,
soñemos en lo alto la cumbre inaccesible,
que dejando detrás ideas enojosas
la vida cotidiana será más accesible.

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ACATAMIENTO

He querido morir, Señor, pero he vivido
y confieso ante Ti mi aleve cobardía.
¿Qué dejo para aquellos semejantes que han sido
probados en dolor a punto de agonía?

Y por querer morir, Señor, he revivido
puesto que Tú dispones que pase al nuevo día,
retornada a mí misma, tras haber pretendido
ordenar mi existencia como si fuera mía.

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ALEJAMIENTO

Resultará forzoso el cruel alejamiento
y habrá que decidirse, como lo inevitable,
lo mismo que aceptamos la violencia del viento,
el rugido del mar o el tiempo inexorable.

Habrá que tener ánimo en el fatal momento
para abdicar de todo lo que nos fue agradable,
y saber resignarnos en el recogimiento
con el gesto tranquilo ante lo inapelable.

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ALFONSINA STORNI

Entre un romper de olas descubro el monumento
de la que fue poeta y ante todo mujer.
La luz va declinando en apagarse lento
y ya en el horizonte muere el atardecer.

Como dulce canción me llegan con el viento
las palabras de otrora, recuerdos del ayer,
y todo cobra vida, mágico, en un momento,
igual que si de nuevo hoy la volviera a ver.

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ANSIEDAD

Ansia de estar un día en un puente de mando,
recibir en el rostro el castigo del viento;
sin ninguna arribada, por siempre navegando,
sin dudas ni temores, cansancio o desaliento.

Y no saber siquiera, en qué forma, ni cuándo,
ha de concluir el viaje —en milagro de cuento—;
ni cuándo retornar a éste mi lecho blando,
ni a la antigua ventana, ni al dorado aposento.

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BLANCA PIEDRECITA

Lo he meditado mucho, Señor, aunque no espero
visión de corcel blanco o de espada en tu boca,
estrella o mar de vidrio —ni menos, candelero—:
quiero de Ti otra gracia y mi labio la invoca.

Quiero sí un nuevo nombre: el que nadie conoce,
únicamente sólo aquel que lo recibe,
para perfeccionar en infinito goce
lo que apenas el alma en sus ansias concibe.

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BORDADOS DE DIOS

¿Qué quiere decir glauco?
Muy simplemente, verde.
Y añil, ¿qué significa?
Azul; es bien sencillo.
¿Y el escarlata, madre?

Di, para que me acuerde,
como siempre recuerdo que el gualdo es amarillo.

Del latín scarlatum deriva el carmesí,
o más preciso el rojo, el de Caperucita,
y ya más definidos, los tonos de rubí:
encarnado, bermejo, sin que el punzó se omita.

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BUENOS AIRES

No tendrá Buenos Aires un río de cobalto
ni en sus cofres tesoros de vivas esmeraldas,
pero el cielo celeste es bandera en lo alto
y extensa pampa verde se brinda a sus espaldas.

Falto de Budas de oro o faroles de piedra,
alminares curiosos o jardines alados,
mas es rica en paredes apretadas de hiedra
y jazmines, aromos y ceibos colorados.

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CANDOR

No trates de llevarme al mundo de los sabios
para hablar del origen de la criatura humana;
canciones y sonrisas sólo quiero en tus labios
y agradecerle a Dios tu ser, cada mañana.

No me ilustres la mente; prefiero no saber,
conservar mi ignorancia hasta en dulces tonteras,
que, como en la niñez, aún quisiera creer
en magos, nigromantes, en elfos y hechiceras.

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CLOTILDE, EN LA MUJER POBRE DE LEÓN BLOY

«La única tristeza» —insinúa Clotilde—
«es la de no ser santo», añadiendo, «aquí abajo».
¿Pues no basta, me digo, un corazón humilde
ni el espíritu hecho a piadoso trabajo?

¿Tampoco es suficiente tolerar la injusticia,
eludir el halago con natural modestia,
desconocer a un tiempo altivez y codicia
o cumplir los deberes sin acusar molestia?

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COMO UN RUMOR DE AGUAS

Como un rumor de aguas, la voz oí diciendo:
«No te estés quieta ahí, por algo toma parte.
Ni fría ni caliente, tal irás feneciendo.
Según sean tus obras, así habremos de darte.

»Ten prendida tu lámpara —la lámpara de fuego—
pues que ya llega el tiempo y tu día es ahora.

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CON MIS VIEJOS RETRATOS

Señor, quiero ser yo, y sólo con lo mío,
por humilde que sea, aun pobre y pequeño;
nada de adornos vanos ni lujoso atavío
ni aquello que deslumbra en ambicioso sueño.

No quiero en devaneo, tampoco en desvarío,
lo que no corresponda, aunque sea halagüeño;
es triste lo ficticio, y mucho de vacío
disponer como propio de lo que no se es dueño.

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CON OJOS DE NIÑA

Señor, siempre te veo con los ojos de niña:
primero en el pesebre, aureolado de ovejas;
en lo alto, la estrella, que sus reflejos guiña
sobre el burro y el buey al mover las orejas.

Hombre, vas por montaña, y por valle y campiña,
curando enfermos graves que bordan las callejas,
la triste multitud que al oírte se apiña,
y encima de las aguas caminando te alejas.

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CONFIANZA EN LA PROVIDENCIA DE DIOS

No os acongojéis por falta de comida
y menos todavía por lo que el cuerpo cubre,
ya que más que el comer vale la propia vida
y más aún el cuerpo que lo que lo recubre.

Mirad las azucenas, no hilan pero crecen
y nadie se ha ataviado como ellas hasta ahora;
si Dios así las viste y de nada adolecen,
qué no os dará a vosotros cuando llegue la hora.

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CONFIDENCIAS DE AMOR

a Rafael de Diego

I

La mecedora de la abuela
acunó mis años de infancia,
horas del arrorró y «La Pájara Pinta»;
después a su compás el corazón joven leyó los poetas,
y al andar del tiempo, con llanto y canciones,
me sorprendió en sus brazos, del amor, la dolencia.

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CONSOLACIÓN

¿Quién habló de que un día hubiera de perderte?
¿Quién dijo que tu sombra, al fin, quedará quieta?
¿Es que ignoras acaso lo que aprendió a quererte
el alma ennoblecida de ternura secreta?

Un amor que es amor no termina en la muerte,
pues no tiene principio ni término ni meta;
sometido al don mágico que todo lo convierte,
y todo lo transforma, y todo lo interpreta.

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CUÉNTAME UN CUENTO, MADRE

Madre: cuéntame un cuento de ésos que se relatan
de un curioso enanito o de una audaz sirena;
tantos que de los genios maravillosos tratan.
Esas lindas historias que conoces. ¡Sé buena!

Dime de caballeros que a princesas rescatan
del dominio de monstruos —dragón, buitre, ballena—;
donde nadie se muere y los hombres no matan,
historias en países que no saben de pena.

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DESENCANTO

Yo quisiera quererte como antes te quería,
y sentirte, como antes, en todo consecuente,
yo quisiera decirte: te quiero todavía…
y recibirte, al fin, con ánimo sonriente.

Yo quisiera tomar tu mano con la mía,
y llevarlas fraternas, como antes, a mi frente,
guardándote a mi lado, junto a mí todo el día,
saber que estás conmigo, aunque te halles ausente.

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DESIGNIO

Que esta noche me duerma bajo un manto de olvido,
ajena al desamor, al encono y la saña,
considerando a aquel que nunca me ha querido,
sorda a la mezquindad y a la torcida maña.

Que el corazón regule cadencioso el latido
para que no lo alteren mentiras o patraña;
que el alma, dadivosa con los que no lo han sido,
se entregue por entero, aun a la gente extraña.

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DIÁLOGO CON DIOS

Ya no sé qué decirte, Señor: lo he dicho todo;
mis lamentos se apagan en el labio callado,
no doy con la manera, ni acierto con el modo
de dirigirme a Ti como en tiempo pasado.

No puedo ni rezar, las palabras no encuentro
de aquellas viejas preces de los años de infancia;
me ahoga como un algo que se enraíza adentro
y me torna impotente para expresar mi ansia.

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DICE EL SEÑOR

Id por camino estrecho que lleva a puerta angosta
—ésa que sólo niños atravesar consiguen,
perfumada de nardos donde un ángel se aposta—
y no al portal mayor que los grandes persiguen.

En haciéndoos pequeños ya seréis inocentes,
que para tales es el reino de los cielos;
así oiréis la palabra que a sabios y prudentes
Dios oculta y revela sólo a los pequeñuelos.

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DICE LA NIÑA

«Las madres las hicieron miles de Blancanieves,
cientos de Cenicientas y alguna Rapunzel;
y por eso son lindas y de pisadas leves,
y tienen la frescura de la col en la piel.

»Las madres las hicieron… o rubias o morenas,
sus cabellos oscuros —alféizar de ventana—
o con trenzas de oro; pero siempre tan llenas
de besos en los labios, de noche y de mañana.

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DIOS EXISTE

Dos de la madrugada. En trémula zozobra;
los silencios, vivientes; la oscuridad sin borde;
cuando la fuerza falta y la tristeza sobra,
en soledad infinita para estar más acorde.

De improviso resuena el son de un benteveo
con tono tan alegre que regocija el alma,
y es tal la donosura de su simple gorjeo
que sonrío, infantil, renacida la calma.

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DIOS ME SALVA

Ya no sé qué pensar de mi propia existencia,
aun si he de poder soportar esta vida,
que en viéndome al espejo descubro en tal presencia
un ser a todo hostil que extraño me intimida.

Deslízanse las horas fuera de mi conciencia;
todo se me aparece como cruel despedida
por no sé qué catástrofe de fatal evidencia
y adolezco de idea, de noción y medida.

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EL ALMA ACORAZADA

Que me traspasen dardos: no habré de defenderme;
que me hiera cruel total indiferencia;
que los rostros, impávidos, al no reconocerme
pasen sin advertir siquiera mi presencia.

Que el desamor se infiltre mientras el amor duerme
y que a la tolerancia azuce la pendencia;
que egoísmo y envidia me descubran inerme
y aun sin defensor me llegue la sentencia.

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EL ANTIGUO JARDÍN

Quedó abrazada al muro, amante, la glicina,
y grávido de frutos de oro, el limonero;
la cola de tijera mostró una golondrina
y el gorrión revolando, de píos mensajero.

Debajo de los árboles era la hierba fina
que peinara —amoroso, a diario— el jardinero;
la estrella federal sangraba en cada esquina
y, cual si fuera única, en su patita, el tero.

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