De Río a Copacabana.
Se dispara sobre impecable asfalto,
se agujerea una montaña y se redispara,
en herradura, costeando océano
y venteándose de marisco.
El mar alinea paralelas blancas con calmos siseos.
El cielo está siempre clavado al techo,
por sus estrellas;
los morros fabrican horizontes de montaña rusa…
Y la luna calavereando.
Poemas argentinos
Hace mar fuerte…fuerte…
Los egocultores decimos así a lo
que nos vence y no es el caso.
El mar arrea cordilleras renovadas,
que columpian al vapor
en cuya proa frenetizo de borrasca.
Busco una metáfora pluriforme
e inmensa; algo como fijar el alma
caótica,que se empenacha de pedrería.
Tengo miedo de mirar mi dolor.
No vaya a ser que me quede demasiado grande.
Prefiero calzar mi debe como una valentía de espuelas
e hincando mi pereza, que quisiera morir
cobardemente, andar con frente firme ante la
pampa yerma del dolor de los otros.
Buenos Aires. Calle Santa Fe en el 900. Diciembre.
La casa abierta, respirando de noche,
todo apagado dentro.
Cielo, implacablemente estrellado, cuyo azul
de zafiro australiano se aleja,
por obra del aturdimiento luminoso que mandan
a los ojos los focos eléctricos.
Asimilar horizontes. ¿Qué importa si el mundo
es plano o redondo?
Imaginarse como disgregado en la atmósfera,
que lo abraza todo.
Crear visiones de lugares venideros y saber
que siempre serán lejanos,
inalcanzables como todo ideal.
Huir lo viejo.
1
Dormir. ¡Todos duermen solos,
madre! Penas trae el día,
pero ¡ay! ninguna,
ninguna como la mía.
2
No tengo cielo prestado
ni ojos que vuelvan a mí
por un descanso de flores,
sin dormir.
Si baylas, no miro miembros tan sueltos
en tus ninfas… ribera Gaditana,
ni passos hazia Venus tan resueltos
Bocángel
I
Quiero acordarme de una ciudad deshecha junto a sus dos ríos sedientos;
quiero acordarme de la muerte de los jardines, del agua verde que beben las palomas,
ahora que tú cantas y bailas con una voz áspera de campamento;
quiero acordarme de la nieve que vuelve con la lluvia
para humedecer su boca de viento dormido, su luna abierta entre la yedra.
II
Déjame esta tarde solo para mí, que tengo la voluntad
perdida en el frío. En olvido inmenso
crecen y mueren los pájaros. Hace un siglo
que no duermo y tengo las uñas quebradas
de peinarme.
En el mes de marzo empieza el Otoño en mi tierra;
yo nací en el Otoño.
Cantar. Cante al dichoso día el viento
y a la mañana, el sol llene de luces;
la pintada ala cante acompañando.
La flor repose sobre la hoja. Atento
quedará el jardín. Solo. Tú conduces,
hermoso viento, un crespo mar, cantando.
A la luz clara empiece el hilo sordo
a tejer su ordenado mundo.
Ah, si el pueblo fuera tan pequeño
que todas sus calles pasaran por mi puerta.
Yo deseo tener una ventana
que sea el. centro del mundo,
y una pena
como la de la flor de la magnolia,
que si la tocan se obscurece.
De ayer estoy hablando, de las flores,
de la fuerte agua, transparente y fría,
del alma, de la luna abierta, ¡oh mía!,
de un ángel dulce y solo en los albores.
De tantas noches secas y menores,
del perseguido bien sin alegría;
del aire, de la sombra y la agonía,
de lumbres, cielos y arduos pasadores.
Il va parmi ses fleurs;
et les souffles de lair
Hölderlin
(Similis factus sum pellicano solitudinis)
No es la paciencia de la sangre la que llega a morir,
ni el sueño ni el mármol de Delfos, sino el polvo
que se calienta entre las uñas.
En el Día de los Enamorados, el domingo, he despedido a mi amada.
Subió al ómnibus de la mano de su compañero,
Que en la otra mano llevaba una guitarra remendada.
Se sentaron sonrientes en el primer asiento: ella ocultaba su tristeza con un giro
de sus bellos ojos,
Y él estaba ya proyectando aventuras, cacerías, veladas con música.
Hijas: muy poco les he escrito,
y hoy lo hago de prisa.
Quiero decirles
que si también este momento pasa
y puedo estar de nuevo con ustedes,
en el sillón, oyendo el radio,
cómo vamos a reírnos de estas cosas,
de estos versos y de estas botas,
y de la cara que ponían algunos,
y hasta del traje que ahora llevo.
Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela.
Llegué casi al amanecer, con las que pensé que serían ropas de trabajo,
Pero los hombres y los muchachos que en sus harapos esperaban
Todavía me dijeron señor.
Están en un caserón a medio derruir,
Con unos cuantos catres y palos: allí pasan las noches
Ahora, en vez de dormir bajo los puentes o en los portales.
Nosotros, los sobrevivientes,
¿a quiénes debemos la sobrevida?
¿quién se murió por mí en la ergástula,
quién recibió la bala mía,
la para mí, en su corazón?
¿sobre qué muerto estoy yo vivo,
sus huesos quedando en los míos,
los ojos que le arrancaron, viendo
por la mirada de mi cara,
y la mano que no es su mano,
que no es ya tampoco la mía,
escribiendo palabras rotas
donde él no está, en la sobrevida?
Tu bisabuelo cabalgó por Texas,
Violó mexicanas trigueñas y robó caballos
Hasta que se casó con Mary Stonehill y fundó un hogar
De muebles de roble y God Bless Our Home.
Tu abuelo desembarcó en Santiago de Cuba,
Vio hundirse la Escuadra española, y llevó al hogar
El vaho del ron y una oscura nostalgia de mulatas.
Hacia el anochecer, bajábamos
Por las humildes calles, piedras
Casi en amarga piel, que recorríamos
Dejando caer nuestras risas
Hasta el fondo de su pobreza.
Y el brillo inusitado del amigo
Iluminaba las palabras todas,
Y divisábamos un poco más,
Y el aire se hacía más hondo.
Yo decía que el mundo era una estrella ardiente,
laberinto de plata, cerrazón con diamante:
y ahora descubro el júbilo de la estancia minúscula,
la vida emocionada del vaso entre mis labios,
más cristalino y claro si el sol se apoya y canta
en sus paredes límpidas.
A Jacqueline y Claude Julien.
A Fina y Cintio.
No hay pruebas.
Las pruebas son que no hay pruebas.
No estaban, no están, no estarán dadas las condiciones.
Creer porque es absurdo,
Y creemos.
Más absurdo que creer es ser,
Y somos.
Entre los blancos a quienes, cuando son casi polares, se les ve
circular la sangre por los ojos, debajo del pelo pajizo,
Y los negros nocturnos, azules a veces, escogidos y purificados a través
de pruebas horribles, de modo que sólo los mejores sobrevivieron y
son la única raza realmente superior del planeta;
Entre los que sobresaltaba la bomba que primero había hecho
parpadear a la lámpara y remataba en un joven colgando del poste de
la esquina,
Y los que aprenden a vivir con el canto marchando vamos hacia un ideal,
y deletrean Camilo (quizá más joven que nosotros) como nosotros
Ignacio Agramonte (tan viejo ya como los egipcios cuando fuimos a
las primeras aulas);
Entre los que tuvieron que esperar, sudándoles las manos, por un trabajo,
por cualquier trabajo,
Y los que pueden escoger y rechazar trabajos sin humillarse, sin mentir,
sin callar, y hay trabajos que nadie quiere hacerlos ya por dinero, y
tienen que ir (tenemos que ir) los trabajadores voluntarios para que
el país siga viviendo;
Entre las salpicadas flojeras, las negaciones de San Pedro, de casi todos
los días en casi todas las calles,
Y el heroísmo de quienes han esparcido sus nombres por escuelas,
granjas, comités de defensa, fábricas, etcétera;
Entre una clase a la que no pertenecimos, porque no podíamos ir a sus
colegios ni llegamos a creer en sus dioses,
Ni mandamos en sus oficinas ni vivimos en sus casas ni bailamos en sus
salones ni nos bañamos en sus playas ni hicimos juntos el amor ni nos
saludamos,
Y otra clase en la cual pedimos un lugar, pero no tenemos del todo sus
memorias ni tenemos del todo las mismas humillaciones,
Y que señala con sus manos encallecidas, hinchadas, para siempre
deformes,
A nuestras manos que alisó el papel o trastearon los números;
Entre el atormentado descubrimiento del placer,
La gloria eléctrica de los cuerpos y la pena, el temor de hacerlo mal, de
ir a hacerlo mal,
Y la plenitud de la belleza y la gracia, la posesión hermosa de una mujer
por un hombre, de una muchacha por un muchacho,
Escogidos uno a la otra como frutas, como verdades en la luz;
Entre el insomnio masticado por el reloj de la pared,
La mano que no puede firmar el acta de examen o llevarse la maldita
cuchara de sopa a la boca,
El miedo al miedo, las lágrimas de la rabia sorda e impotente,
Y el júbilo del que recibe en el cuerpo la fatiga trabajadora del día y el
reposo justiciero de la noche,
Del que levanta sin pensarlo herramientas y armas, y también un cuerpo
querido que tiembla de ilusión;
Entre creer un montón de cosas, de la tierra, del cielo y del infierno,
Y no creer absolutamente nada, ni siquiera que el incrédulo existe de
veras;
Entre la certidumbre de que todo es una gran trampa, una broma
descomunal, y qué demonios estamos haciendo aquí, y qué es aquí,
Y la esperanza de que las cosas pueden ser diferentes, deben ser
diferentes, serán diferentes;
Entre lo que no queremos ser más y hubiéramos preferido no ser, y lo
que todavía querríamos ser,
Y lo que queremos, lo que esperamos llegar a ser un día, si tenemos
tiempo y corazón y entrañas;
Entre algún guapo de barrio, Roenervio por ejemplo, que podía más que
uno, qué coño,
Y José Martí, que exaltaba y avergonzaba, brillando como una estrella;
Entre el pasado en el que, evidentemente, no habíamos estado, y por
eso era pasado,
Y el porvenir en el que tampoco íbamos a estar, y por eso era porvenir,
Aunque nosotros fuéramos el pasado y el porvenir, que sin nosotros no
existirían.
Algún día encontraré una palabra
que penetre en tu vientre y lo fecunde,
que se pare en tu seno
como una mano abierta y cerrada al mismo tiempo.
Hallaré una palabra
que detenga tu cuerpo y lo dé vuelta,
que contenga tu cuerpo
y abra tus ojos como un dios sin nubes
y te use tu saliva
y te doble las piernas.
Callar puede ser una música,
una melodía diferente,
que se borda con hilos de ausencia
sobre el revés de un extraño tejido.
La imaginación es la verdadera historia del mundo.
La luz presiona hacia abajo.
La vida se derrama de pronto por un hilo suelto.
No hay nada que guardar.
Podemos dejar las puertas abiertas
o puestas las llaves en las cerraduras.
Podemos irnos con las manos vacías
y sin pensar qué llevamos
o qué dejamos.
Nos bastan las miradas,
que no se pueden guardar.
Inesperadamente
llega a veces una música
que palpa nuestra palabra más oculta.
Puede ocurrir entonces
que esa música la saque a la luz
o se quede con ella
en el tenebrario más secreto.
En cualquier caso,
nuestra soledad ha encontrado
la compañía que no abandona.
Sólo la grieta de la privación
nos acerca al encuentro.
Y si el encuentro se produce,
no importa que él sea otra grieta.
Sólo así hallaremos
el secreto de la primera.
¿Por qué sentimos lo que no existe
como una privación?
Siempre nos salva el no saber,
aquello que burla nuestras redes,
la rosa que por su cuenta se fuga del rosal,
la figura que huyó de la fotografía,
el beso que no pudimos dar a nadie.
El no saber no es un desconocimiento.
No hay regreso.
Pero siempre queda un viaje de vuelta
hacia ciertas cosas anteriores,
que ya son otras
y sin embargo nos llaman
con un signo
similar al de antes.
Nada cambia del todo.
Lo que no cambia
en aquello que cambia
saluda nuestro viaje hacia atrás,
celebra lo que no cambia en nosotros,
su abismal permanencia en el fondo,
su intemporal fidelidad.
Hay que llegar
a no escribir un verso
y ceder su lugar
a algo que lo necesite más.
¿Pero habrá algo
que mecesite más que un verso
ocupar su lugar?
Por otra parte, aquello que importe
podrá siempre
ocupar el mismo lugar que un verso.
Versión simple del mundo:
el lugar que encontramos.
Versión más ajustada:
el lugar que dejamos.
Versión perfeccionada:
el lugar para buscar otro mundo.
Versión casi definitiva:
el lugar de una ausencia.
Y otra más todavía:
el lugar que nos prueba
que ser no es un lugar.