Consulto a luz dos meus astros,
cada qual de cada vez.
Primeiro olho o do meu peito:
um sol turvo é o meu defeito.
A minha amada adormece
desgostosa do que sou:
a estrela da minha fronte
de descuidos se apagou.
Poemas brasileños
Não faço prefácio. Faço
um canto de louvação.
A multidão de habitantes
da tua noite cintilante
crava estrelada alegria
nas profundezas das águas
que guardam a nossa infância.
Teu verso, vida ao reverso,
já é prefácio, anteface,
da clara felicidade
que só da poesia nasce,
é flor de nunca fechar.
Quando acariciei o teu dorso,
campo de trigo dourado,
minha mão ficou pequena
como uma flor de açucena
que delicada desmaia
sob o peso do orvalho.
Mas meu coração cresceu
e cantou como um menino
deslumbrado pelo brilho
estrelado dos teus olhos.
Não faço poemas como quem chora,
nem faço versos como quem morre.
Quem teve esse gosto foi o bardo Bandeira
quando muito moço; achava que tinha
os dias contados pela tísica
e até se acanhava de namorar.
Faço poemas como quem faz amor.
Escrevi no chão do outrora
e agora me reconheço:
pelas minhas cercanias
passeio, mal me freqüento.
Mas pelo pouco que sei
de mim, de tudo que fiz,
posso me ter por contente,
cheguei a servir à vida,
me valendo das palavras.
Ninguém me habita. A não ser
o milagre da matéria
que me faz capaz de amor,
e o mistério da memória
que urde o tempo em meus neurônios,
para que eu, vivendo agora,
possa me rever no outrora.
Ninguém me habita.
Não deflorei ninguém.
A primeira mulher que eu vi desnuda
(ela era adulta de alma e de cabelos)
foi a primeira a me mostrar os astros,
mas não fui o primeiro a quem mostrou.
Eu vi o resplendor de suas nádegas
de costas para mim, era morena,
mas quando se virou ficou dourada.
Antes que venham ventos e te levem
do peito o amor — este tão belo amor,
que deu grandeza e graça à tua vida —,
faze dele, agora, enquanto é tempo,
uma cidade eterna — e nela habita.
Uma cidade, sim.
A morte é indolor.
O que dói nela é o nada
que a vida faz do amor.
Sopro a flauta encantada
e não dá nenhum som.
Levo uma pena leve
de não ter sido bom.
E no coração, neve.
Filho da floresta,
água e madeira
vão na luz dos meus olhos,
e explicam este jeito meu de amar as estrelas
e de carregar nos ombros a esperança.
Um lanho injusto, lama na madeira,
a água forte de infância chega e lava.
De madeira lilás (ninguém me crê)
se fez meu coração. Espécie escassa
de cedro, pela cor e porque abriga
em seu âmago a morte que o ameaça.
Madeira dói?, pergunta quem me vê
os braços verdes, os olhos cheios de asas.
Consulto a luz dos meus astros,
cada qual de cada vez.
Primeiro olho o do meu peito:
um sol turvo é o meu defeito.
A minha amada adormece
desgostosa do que sou:
a estrela da minha fronte
de descuidos se apagou.
Traducción de Mario Benedetti
Artículo 1.
Queda decretado que ahora vale la vida,
que ahora vale la verdad,
y que de manos dadas
trabajaremos todos por la vida verdadera.
Artículo 2.
Queda decretado que todos los días de la semana,
inclusive los martes más grises,
tienen derecho a convertirse en mañanas de domingo.
Dejaré que muera en mí el deseo
de amar tus ojos dulces,
porque nada te podré dar sino la pena
de verme eternamente exhausto.
No obstante, tu presencia es algo
como la luz y la vida.
Siento que en mi gesto está tu gesto
y en mi voz tu voz.
Quiero llorar porque te amé demasiado,
quiero morir porque me diste la vida,
ay, amor mío, ¿será que nunca he de tener paz?
Será que todo lo que hay en mí
sólo quiere decir saudade…
Y ya ni sé lo que va a ser de mí,
todo me dice que amar será mi fin…
Qué desespero trae el amor,
yo que no sabía lo que era el amor,
ahora lo sé porque no soy feliz.
Amigos míos, hermanos míos, cegad a la mujer morena
Que los ojos de la mujer morena me están envolviendo
Y me están despertando de noche.
Amigos míos, hermanos míos, cortad los labios a la
mujer morena.
Que son maduros y húmedos e inquietos
Y saben hacer voluptuosa cualquier frigidez.
Una gota de lluvia
cuando el vientre grávido
estremeció la tierra.
A través de viejos
Sedimentos, rocas
Ignoradas, oro
Carbón, fierro y mármol
Un río cristalino
Lejano milenios
Partió frágil
Sediento de espacio
En busca de luz.
Amiga, infinitamente amiga
En algún lugar tu corazón late por mí
En algún lugar tus ojos se cierran al recordar los míos
En algún lugar tus manos se crispan, tus senos
Se hinchan de leche, desfalleces y caminas
Como ciega a mi encuentro…
Amiga, última locura
La tranquilidad suavizó mi piel
Y mis cabellos.
Lejos de los pescadores los ríos interminables
van muriendo de sed lentamente…
Fueron vistos caminando de noche hacia el amor
-¡oh, la mujer amada es como una fuente!
La mujer amada es como el pensamiento del filósofo
que sufre
La mujer amada es como el lago que duerme en el cerro
perdido.
¿Quién pagará el entierro y las flores
si yo muero de amores?
¿Qué amigo será tan amigo
que en el entierro esté conmigo?
¿Quién, en medio del funeral
dirá de mí: ‘Nunca hizo el mal…?
¿Quién borracho, llorará en voz alta
por no haberme traído nada?
Piensen en la criaturas
Mudas telepáticas
piensen en las niñas
Ciegas inexactas
Piensen en las mujeres
Rotas alteradas
Piensen en las heridas
Como rosas cálidas
Pero oh no se olviden
De la rosa de la rosa
De la rosa de Hiroshima
La rosa hereditaria
La rosa radioactiva
Estúpida e inválida
La rosa con cirrosis
La antirosa atómica
Sin color sin perfume
Sin rosa sin nada.
Una mujer al sol es todo mi deseo,
viene del mar, desnuda, con los brazos en cruz
y la flor de los labios abierta para el beso
y en la piel refulgente el polen de la luz.
Una hermosa mujer, los senos en reposo
y caliente de sol, nada más se precisa.
Sobre tus blancos pechos lloro,
mis lágrimas bajan por tu vientre
y se embriagan del perfume de tu sexo.
¿Mujer, qué máquina eres, que solo me tienes desesperado
confuso, niño para contenerte?
¡Ah, no cierres tus brazos sobre mi tristeza, no!
Esa mujer que se arroja fría
y lúbrica en los brazos, y a sus senos.
Me aprieta, me besa y balbucea
versos, rezos a Dios, votos obscenos.
Esa mujer, flor de melancolía
que ríe de mis pálidos recelos,
la única entre todas a quien di
caricias que jamás a otra daría.
De repente la risa se hizo llanto,
silencioso y blanco como la bruma;
de las bocas unidas se hizo espuma,
y de las manos dadas se hizo espanto.
De repente la calma se hizo viento
que de los ojos apagó la última llama,
y de la pasión se hizo el presentimiento
y del momento inmóvil se hiso el drama.
Fuera de mí, en el espacio, errante,
la música doliente de un vals;
en mí, profundamente en mi ser,
la música doliente de tu cuerpo;
y en todo, viviendo el instante de todas las cosas,
la música de la noche iluminada.