Las memorias se venden bien, pero su precio oscila.
Depende de si guardan árboles, lagos, travesuras de infancia,
columpios o lunas, algo que se llamó ideales
y también amores, abuelas tiernas, huesos, frutas.
Sí: los sueños ya suben mucho, y sobre todo algunos.
Poemas cortos
Minuciosamente sueño a Dios durante el día
para por la noche poder creer que me perdona.
Desde la culpa de no ser feliz, de no haberlo sido,
desencuaderno mis ojos huecos y de sobras sé
que no dormir es un rastro del infierno.
Pues si huérfano estuvo del aire y fue
quien le cercó la noche y no la sangre
y por ser roja cruz el miedo y crepúsculo
espeso ya su arte
ya no guardaba fuerzas
para levantar sobre el papel
aspiraciones de ventana
las tierras del suicida
no han de ser jamás las tierras muertas.
Una mujer se hace así: sobre las espinas del sueño,
con un poco de luna y como escogida cárcel
donde la luz se amanse. Una mujer se hace así,
y si no debería hacerse de un modo parecido.
Porque alguien fue un instante hermoso
y de antiguos, nunca escritos libros rescató
palabras parecidas a piedad -o casi tan extrañas-
ante la impasibilidad estéril de los muros
como en un final cualquiera comprendimos
que la única edad del hombre es la que calla.
Crepusculaba amenazas y con fingidos jazmines
carne daba a miserias o batallas
por conseguir ponerse nombre
a través de papeles o misterios sepultados:
cinturas con livianas mordeduras de hambre,
martillos, rojos, clavados adioses y ojos
con demasiadas tortugas como para ser fotografiados:
crepusculaba, del cielo precisamente huérfano
nostalgias de sí o de nada
crepusculaba.
No te engañe la tarde serena del oasis
que lentamente afina, desde la alfarería,
la terca estalactita azul de la nostalgia,
las murallas de greda,
la luz arrebatada del desierto infinito,
el cordobán brillante de las noches sin luna.
Tarde en los alminares rojos de la medina.
Los almuecines ciegos llaman a la oración.
Hazam el cojo sube por las callejas de agua
trémula bajo el sol en las cúpulas de oro.
Tú ves oscurecerse la vida en el jardín.
Igual que una gacela herida por la tarde,
el dolor se refugia en la humedad del huerto.
Las sombras tutelares del vergel cicatrizan
la huella incandescente del león en su piel.
La estirpe de la aguja, la raíz del escorpión,
las llagas numerosas que muerde un viento antiguo,
tenaz como la verde pimienta de Ceilán.
Desde los arrabales de la Puerta del Vino,
¿no oís bajar la voz
por los caminos de agua
tibia de las acequias
del buen Abdul Bashur,
el de Guadalajara?
La plaza de los muertos en la medina, el arco
curvo de luz, el borde vegetal de la tarde.
La antigua voz del viento que lame como un perro
la arena innumerable, el crisol de los días,
la desolada cara secreta del leproso.
Ha quedado en el aire morado de la tarde
un hueco de alabastro y pigmentos de almagre.
Las palomas rasean su vuelo indiferente
sobre el mudo estertor del horizonte estrecho.
Se ha cerrado la noche. Es otoño en el mundo
y el viento tras los muros es una bestia ciega
que aúlla en los arrabales de escarcha de la muerte.
Ya los músicos ciegos, con su salmodia oscura,
cruzan lentos la Puerta del Leproso. El estuco
dudoso de la tarde se enfría en las copas de oro
del salón del visir.
Y por los muladares que muerde un viento antiguo
la sombra extiende el velo balsámico del sueño.
Recostado en la arena,
el buen Abul Jaqam
te había prometido una noche de amor.
Tras la primera unión se ha quedado dormido
hasta el amanecer.
Y tú has tenido tiempo
de ver en él la imagen de las hogueras leves
del ocaso, la imagen
exacta, ausente y lenta de la muerte.
La luz de parasceve, la casa de David.
Con espadas de fuego, los ángeles del sueño
encienden luminarias detrás de la medina.
En las puertas de bronce los eunucos se duermen
escuchando los cuentos de los fabuladores.
Abu Imram les ofrece el pebetero antiguo
que vio arder una noche caliente en Tremecén.
Un hombre no es un hombre hasta que no ha sentido
en su pecho los negros lebreles del olvido,
la torva geografía del dolor riguroso,
la arquitectura aguda del ajimez desierto,
el alpechín amargo y turbio de la ausencia.
Hasta la alcaicería la madrugada arrastra
por acequias sonoras estrellas con hinojo,
aliagas con espinas y rastros de planetas.
Desde la alberca oscura en donde los cipreses
como ciervos de vidrio se ensismisman y tiemblan.
Con frialdad mineral de reptil, el alfanje secreto
del tiempo hiere esquinas, higueras y perfiles,
orillas y alamedas y el otoño del bosque.
Traza curvas fluviales de sextante celeste;
deposita en su alcuza con terca indiferencia
la savia inconsistente del olvido o el sueño,
la sustancia frugal de las desolaciones,
el material inerte que destila la lenta
alquitara del mundo.
Por los hondos barrancos del dolor se resbala
a pozos del silencio, a la almazara oscura
donde se exprime el fruto agrio del desengaño.
El panorama mudo y herido de la nieve
y un cuchillo de luna, sin sangre, por las sierras.
Ya vas rindiendo al tiempo su sórdida alcabala:
este rastro de azufre de los hijos del trueno,
este limón salobre que hiere la garganta
y esta luz de atalaya sobre el cielo morado.
Cuando todo presagia la noche por los templos,
la soledad del eco gutural en las bocas,
el alfar de los días y un alféizar sin nadie,
escucha el desconsuelo nocturno de los gatos.
Con la pasión secreta y erosiva del agua,
el lirio se levanta sobre los albañales,
regala su lunar plenitud de blancura
a la alquimia secreta de los asperjadores
y anuncia la costumbre fluvial de otras mañanas
en los tibios jardines dulces del paraíso.
Aunque entre sus mayores se pudieran tal vez contar
Mutasim mismo y quienes lo vencieron.
Fernando Quiñones
La almendra de la noche en los aljibes hondos
de la memoria.
Volverás a La Zubia
cuando en la madrugada el viento agite
banderas de silencio sobre los torreones.
En las encrucijadas de Basora el viajero se adiestra
en el hábito cruel de la renuncia, en curvas
de laberinto o álgebra cifrada de los días.
Vivir es desistir, es ir dejando
en cada paso un fardo incierto de penumbras
o luces que el futuro irá desmoronando
por turbios albañales sin cielo ni horizonte.
Como un leproso oscuro, también tú has escapado
bajo estrellas secretas, por sierras tenebrosas,
por ríos rigurosos y desiertos salados.
Has sufrido el estigma ardiente de los días,
la raíz tuberosa de los amaneceres,
el tiempo y los cimientos húmedos de la tarde;
la arcilla de los años, la aljaba del deseo,
las flechas con cicuta de la casa de Omar.
Los almuédanos ciegos con sus cinco llamadas,
como cinco punzantes aguijones de sombra,
te recuerdan hirientes y certeros los cinco
años de lanzas negras y estandartes de muerte,
de sueños intranquilos, nómada de las cuevas,
con el perro acezante del hambre en el costado.
En esta noche de caballos negros
que galopan furiosos y van rompiendo nubes
con el sonido sordo que anuncia las tormentas,
ser, como Ulises, nadie;
y en alta mar sacarle
la hiel al tiburón fogoso del recuerdo.
Los puentes van trazando su leve alegoría
del mundo:
los puentes se atraviesan
mirando el vado oscuro que dibuja en la orilla
la azul caligrafía del recuerdo,
sus pasadizos turbios, la trama del tapiz
con las uvas de Trípoli,
la taracea secreta que va labrando el agua
con ese empeño inútil que lleva hacia la nada.
Si vuelves a Damasco,
viajero, ponte un velo
delante de los ojos,
que el sueño aún no ha pulido
en los muros de adobe
la arista del dolor.
La madrugada, el gallo
de cobre por las cúpulas.
¿Estar en otro sitio…? El viaje verdadero
es aquel que se emprende sabiendo que ya nunca
volveremos al punto de partida, a la exacta
certeza de los puertos que dejamos atrás.
¿ Lo demás? Excursiones y argucias de la niebla.
El viajero cabal es el que nunca vuelve,
quien rompe las amarras y atraviesa la leve
espuma blanca y turbia que le unía al pasado,
el que rasga la túnica que ayer llevaba puesta.
El pasado es arcilla que el presente
labra a su antojo. Interminablemente.
J. L. Borges.
Con letras coloradas dibujas en el yeso
la geometría del verbo fugaz de los cometas,
la compleja gramática de la veleta, el álgebra
secreta de las hondas albercas del recuerdo,
el ajedrez violento de las conspiraciones
en los baños lustrales con eunucos ambiguos.