DE MADRID

Nilo no sufre márgenes, ni muros
Madrid, oh peregrino, tú que pasas,
Que a su menor inundación de casas
Ni aun los campos del Tajo están seguros.

Émula la verán siglos futuros
De Menfis no, que el término le tasas;
Del tiempo sí, que sus profundas basas
No son en vano pedernales duros.

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De pura honestidad templo sagrado

De pura honestidad templo sagrado,
Cuyo bello cimiento y gentil muro
De blanco nácar y alabastro duro
Fue por divina mano fabricado;

Pequeña puerta de coral preciado,
Claras lumbreras de mirar seguro,
Que a la esmeralda fina el verde puro
Habéis para viriles usurpado;

Soberbio techo, cuyas cimbrias de oro
Al claro sol, en cuanto en torno gira,
Ornan de luz, coronan de belleza;

Ídolo bello, a quien humilde adoro,
Oye piadoso al que por ti suspira,
Tus himnos canta, y tus virtudes reza.

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DE UN CAMINANTE ENFERMO

Descaminando, enfermo, peregrino
En tenebrosa noche, con pie incierto
La confusión pisando del desierto,
Voces en vano dio, pasos sin tino.

Repetido latir, si no vecino,
Distincto oyó de can siempre despierto,
Y en pastoral albergue mal cubierto
Piedad halló, si no halló camino.

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DE UNA DAMA

Prisión del nácar era articulado
De mi firmeza un émulo luciente,
Un dïamante, ingenïosamente
En oro también él aprisionado.

Clori, pues, que a su dedo apremïado
De metal aun precioso no consiente,
Gallarda un día, sobre impacïente,
Lo redimió del vínculo dorado.

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DE UNAS FIESTAS EN VALLADOLID

La plaza, un jardín fresco; los tablados,
Un encañado de diversas flores;
Los toros, doce tigres matadores,
A lanza y a rejón despedazados;

La jineta, dos puestos coronados
De príncipes, de grandes, de señores;
Las libreas, bellísimos colores,
Arcos del cielo, o proprios o imitados;

Los caballos, favonios andaluces,
Gastándole al Perú oro en los frenos,
Y los rayos al sol en los jaeces,

Al trasponer de Febo ya las luces
En mejores adargas, aunque menos,
Pisuerga vio lo que Genil mil veces.

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DEL CONDE DE VILLAMEDIANA

El Conde mi señor se va a Napoles;
Con el gran Duque. Príncipes, a Dío;
De acémilas de haya no me fío,
Fanales sean sus ojos o faroles.

Los más carirredondos girasoles
Imitará siguiéndoos mi albedrío,
Y en vuestra ausencia, en el puchero mío
Será un torrezno la Alba entre las coles.

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DEL MARQUÉS DE SANTA CRUZ

No en bronces, que caducan, mortal mano,
Oh católico Sol de los Bazanes
(Que ya entre gloriosos capitanes
Eres deidad armada, Marte humano),

Esculpirá tus hechos, sino en vano,
Cuando descubrir quiera tus afanes
Y los bien reportados tafetanes
Del turco, del inglés, del lusitano.

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DEL TÚMULO QUE HIZO CÓRDOBA

A la que España toda humilde estrado
Y su horizonte fue dosel apenas,
El Betis esta urna en sus arenas
Majestuosamente ha levantado.

¡Oh peligroso, oh lisonjero estado
Golfo de escollos, playa de sirenas!
Trofeos son del agua mil entenas,
Que aun rompidas no sé si se han recordado,

La Margarita, pues, luciente gloria
Del sol de Austria y la concha de Baviera,
Más coronas ceñida que vio años,

En polvo ya el clarín final espera:
Siempre sonante a aquel cuya memoria
Antes peinó que canas desengaños.

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DEL TÚMULO QUE HIZO CÓRDOBA EN LAS HONRAS

Máquina funeral, que desta vida
Nos decís la mudanza, estando queda;
Pira, no de aromática arboleda,
Si a más gloriosa Fénix construida;

Bajel en cuya gabia esclarecida
Estrellas, hijas de otra mejor Leda,
Serenan la Fortuna, de su rueda
La volubilidad reconocida,

Farol luciente sois, que solicita
La razón, entre escollos naufragante,
Al puerto; y a pesar de lo luciente,

Obscura concha de una Margarita
Que, rubí en caridad, en fe diamante,
Renace a nuevo Sol en nuevo Oriente.

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Diez años vivió Belerma

Diez años vivió Belerma
Con el corazón difunto
Que le dejó en testamento
Aquel francés boquirrubio.

Contenta vivió con él,
Aunque a mí me dijo alguno
Que viviera más contenta
Con trescientas mil de juro.

A verla vino doña Alda,
Viuda del conde Rodulfo,
Conde que fue en Normandía
Lo que a Jesu Cristo plugo;

Y hallándola muy triste
Sobre un estrado de luto,
Con los ojos que ya eran
Orinales de Neptuno,

Riéndose muy despacio
De su llorar importuno,
Sobre el muerto corazón
Envuelto en un paño sucio,

Le dice: «Amiga Belerma,
Cese tan necio diluvio,
Que anegará vuestros años
Y ahogará vuestros gustos.

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Dineros son calidad

Dineros son calidad
¡Verdad!
Más ama quien más suspira
¡Mentira!

Cruzados hacen cruzados,
Escudos pintan escudos,
Y tahúres muy desnudos
Con dados ganan condados;
Ducados dejan ducados,
Y coronas majestad,
¡Verdad!

Pensar que uno sólo es dueño
De puerta de muchas llaves,
Y afirmar que penas graves
Las paga un mirar risueño,
Y entender que no son sueño
Las promesas de Marfira,
¡Mentira!

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El que a su mujer procura

El que a su mujer procura
Dar remedio al mal de madre,
Y ve que no la comadre
Sino que el Cura la cura,
Si piensa que el Padre Cura
Trae la virtud en la estola,
Mamóla.

Soldado que de la armada
Partió a casarse doncel
Con la que lo es menos que él
(Aunque mucho más soldada),
Si la vitoria ganada
Atribuye a la pistola,
Mamóla.

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En dos lucientes estrellas

En dos lucientes estrellas,
Y estrellas de rayos negros,
Dividido he visto el Sol
En breve espacio de cielo.

El luciente oficio hacen
De las estrellas de Venus,
Las mañanas como el alba,
Las noches como el lucero,

Las formas perfilan de oro,
Milagrosamente haciendo,
No las bellezas oscuras,
Sino los oscuros bellos;

Cuyos rayos para él
Son las llaves de su puerto,
Si tiene puertos un mar
Que es todo golfos y estrechos.

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EN LA JORNADA DE PORTUGAL

¿En año quieres que plural cometa
Infausto corta a las coronas luto,
Los vestigios pisar del Griego astuto?
Por cuerdo te juzgaba, aunque poeta.

Salga a otro con lanza y con trompeta
Mosquito antonïano resoluto,
Y aun a pesar del tiempo más enjuto,
Amor con botas, Venus con bayeta;

Fresco verano, clavos y canela,
Nieve mal de una Estrella dispensada,
Aposento en las gavias el más bajo;

El primer día folïón y pela,
El segundo, en cualquier encrucijada,
Inundaciones del nocturno Tajo.

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EN LA MISMA OCASIÓN

Esta de flores, cuando no divina,
Industrïosa unión, que ciento a ciento
Las abejas, con rudo no argumento,
En ruda sí confunden oficina,

Cómplice Prometea en la rapina
Del voraz fue, del lúcido elemento,
A cuya luz suave es alimento
Cuya luz su recíproca es ruina.

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EN LA MUERTE DE DOS SEÑORAS MOZAS

Sobre dos urnas de cristal labradas,
De vidrio en pedestales sostenidas,
Llorando está dos ninfas ya sin vidas,
El Betis en sus húmidas moradas,

Tanto por su hermosura dél amadas,
Que, aunque las demás ninfas doloridas
Se muestran, de su tierno fin sentidas,
Él, derramando lágrimas cansadas:

«Almas», les dice, «vuestro vuelo santo
Seguir pienso hasta aquesos sacros nidos,
Do el bien se goza sin temer contrario;

Que, vista esa belleza y mi gran llanto,
Por el cielo seremos convertidos,
En Géminis vosotras, yo en Acuario».

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EN LA MUERTE DE UN CABALLERO MOZO

Ave real de plumas tan desnuda,
Que aun de carne voló jamás vestida,
Cuya garra, no en miembros dividida,
Inexorable es guadaña aguda;

Lisonjera a los cielos o sañuda
Contra los elementos de una vida,
Florida en años, en beldad florida,
Cuál menos piedad árbitra lo duda,

No a deidad fabulosa hoy arrebata
Garzón, que en vez del venatorio acero
Cristal ministre impuro, si no alado

Espíritu que, en cítara de plata,
Al Júpiter dirige verdadero
Un dulce y otro cántico sagrado.

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EN LA MUERTE DE UNA SEÑORA

Fragoso monte, en cuyo basto seno
Duras cortezas de robustas plantas
Contienen aquel nombre en partes tantas
De quien pagó a la tierra lo terreno,

Así cubra de hoy más cielo sereno
La siempre verde cumbre que levantas,
Que me escondas aquellas letras santas
De que a pesar del tiempo has de estar lleno.

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En la verde orilla

Los rayos le cuenta al Sol
Con un peine de marfil
La bella Jacinta un día
Que por mi dicha la vi
En la verde orilla
De Guadalquivir.

La mano oscurece al peine;
Mas qué mucho, si el abril
La vio oscurecer los lilios
Que blancos suelen salir
En la verde orilla
De Guadalquivir.

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En los pinares de Júcar

En los pinares de Júcar
Vi bailar unas serranas,
Al son del agua en las piedras
Y al son del viento en las ramas.
No es blanco coro de ninfas
De las que aposentan el agua
O las que venera el bosque,
Seguidoras de Dïana:
Serranas eran de Cuenca,
Honor de aquella montaña,
Cuyo pie besan dos ríos
Por besar de ellas las plantas.

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EN UNA ENFERMEDAD DE DON ANTONIO DE PAZOS

Deste más que la nieve blanco toro,
Robusto honor de la vacada mía,
Y destas aves dos, que al nuevo día
Saludaban ayer con dulce lloro,

A ti, el más rubio dios del alto coro,
De sus entrañas hago ofrenda pía
Sobre este fuego, que vencido envía
Su humo al ámbar y su llama al oro,

Por que a tanta salud sea reducido
El nuestro sacro y docto pastor rico,
Que aun los que por nacer están le vean,

Ya que de tres coronas no ceñido,
Al menos mayoral del Tajo, y sean
Grana el gabán, armiños el pellico.

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Entre los sueltos caballos

Entre los sueltos caballos
De los vencidos Cenetes,
Que por el campo buscaban
Entre la sangre lo verde,

Aquel español de Orán
Un suelto caballo prende,
Por sus relinchos lozano,
Y por sus cernejas fuerte,

Para que le lleve a él,
Y a un moro cautivo lleve,
Un moro que ha cautivado,
Capitán de cien jinetes.

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Érase una vieja

Érase una vieja
De gloriosa fama,
Amiga de niñas,
De niñas que labran.

Para su contento
Alquiló una casa
Donde sus vecinas
Hagan sus coladas.

Con la sed de amor
Corren a la balsa
Cien mil sabandijas
De natura varia,

A que con sus manos,
Pues tiene tal gracia
Como el unicornio,
Bendiga las aguas.

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FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

Al Conde de Niebla

Estas que me dictó, rimas sonoras,
Culta sí aunque bucólica Talía,
Oh excelso Conde, en las purpúreas horas
Que es rosas la alba y rosicler el día,
Ahora que de luz tu niebla doras,
Escucha, al son de la zampoña mía,
Si ya los muros no te ven de Huelva
Peinar el viento, fatigar la selva.

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Frescos airecillos

Frescos airecillos,
Que a la Primavera
Le tejéis guirnaldas
Y esparcís violetas,

Ya que os han tenido
Del Tajo en la vega
Amorosos hurtos
Y agradables penas,

Cuando del estío
En la ardiente fuerza
Álamos os daban
Frondosas defensas;

Álamos crecidos
De hojas inciertas,
Medias de esmeraldas,
Y de plata medias;

De donde a las ninfas
Y a las zagalejas
Del sagrado Tajo
Y de sus riberas

Mil veces llamastes
Y vinieron ellas
A ocupar del río
Las verdes cenefas;

Y vosotros luego
Calándoos apriesa
Con lascivos soplos
Y alas lisonjeras,

Sueño les trajistes
Y descuido a vueltas,
Que en pago os valieron
Mil vistas secretas,

Sin tener del velo
Envidia ni queja,
Ni andar con la falda
Luchando por fuerza;

Ahora, pues, aires,
Antes que las sierras
Coronen sus cumbres
De confusas nieblas,

Y que el Aquilón
Con dura inclemencia
Desnude las plantas,
Y vista la tierra

De las secas hojas,
Que ya fueron tregua
Entre el Sol ardiente
Y la verde yerba;

Y antes que las nieves
Y el hielo conviertan
En cristal las rocas,
En vidrio las selvas,

Batid vuestras alas,
Y dad ya la vuelta
Al templado seno
Que alegre os espera.

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