AL MARQUÉS DE AYAMONTE

Alta esperanza, gloria del estado,
No sólo de Ayamonte mas de España,
Si quien me da su lira no me engaña,
A más os tiene el cielo destinado.

De vuestra Fama oirá el clarín dorado,
Émulo ya del Sol, cuanto el mar baña;
Que trompas hasta aquí han sido de caña
Las que memorias han solicitado.

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AL MARQUÉS DE AYAMONTE, DETERMINADO

Volvió al mar Alción, volvió a las redes
De cáñamo, excusando las de hierro;
Con su barquilla redimió el destierro,
Que era desvío y parecía mercedes.

Redujo el pie engañado a las paredes
De su alquería, y al fragoso cerro
Que ya con el venablo y con el perro
Pisa Lesbín, segundo Gaminedes:

Gallardo hijo suyo, que los remos
Menospreciando con su bella hermana,
La montería siguen importuna,

Donde la Ninfa es Febo y es Diana,
Que en sus ojos del Sol los rayos vemos,
Y en su arco los cuernos de la Luna.

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AL MARQUÉS DE AYAMONTE QUE, PASANDO POR CÓRDOBA

Clarísimo Marqués, dos veces claro,
Por vuestra sangre y vuestro entendimiento,
Claro dos veces otras, y otras ciento
Por la luz, de que no me sois avaro,

De los dos soles que el pincel más raro
Dio de su luminoso firmamento
A vuestro seno ilustre (atrevimiento
Que aun en cenizas no saliera caro);

¿Qué águila, señor, dichosamente
La región penetró de su hermosura
Por copiaros los rayos de su frente?

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AL MISMO

Ser pudiera tu pira levantada,
De aromátcos leños construida,
Oh Fénix en la muerte, si en la vida
Ave, aun no de sus pies desengañada.

Muere en quietud dichosa y consolada
A la región asciende esclarecida,
Pues de más ojos que desvanecida
Tu pluma fue, tu muerte es hoy llorada.

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AL NACIMIENTO DE CRISTO NUESTRO SEÑOR

Caído se le ha un Clavel
Hoy a la Aurora del seno:
¡Qué glorioso que está el heno,
Porque ha caído sobre él!

Cuando el silencio tenía
Todas las cosas del suelo,
Y, coronada del yelo,
Reinaba la noche fría,
En medio la monarquía
De tiniebla tan cruel,

Caído se le ha un Clavel
Hoy a la Aurora del seno:
¡Qué glorioso que está el heno,
Porque ha caído sobre él!

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AL PADRE FRANCISCO DE CASTRO

Si ya el griego orador la edad presente,
O el de Arpinas dulcísimo abogado
Merecieran gozar, más enseñado
Éste quedara, aquél más elocuente,

Del bien decir bebiendo en la alta fuente,
Que en tantos ríos hoy se ha desatado
Cuantos en culto estilo nos ha dado
Libros vuestra Retórica excelente.

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AL PADRE JUAN DE PINEDA

¿Yo en justa injusta expuesto a la sentencia
De un positivo padre azafranado?
Paciencia, Job, si alguna os han dejado
Prolijos los escritos de su Encia.

Consuelo me daréis, si no paciencia,
Porque en suertes entré, y fui desgraciado,
En el mes que perdió el apostolado
Un Justo por divina providencia.

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AL PADRE MAESTRO HORTENSIO

Al que de la consciencia es del Tercero
Filipo digno oráculo prudente,
De una y otra saeta impertinente
Si mártir no le vi, le vi terrero.

Tanto, pues, le ceñía ballestero,
Cuanta le estaba coronando gente,
Dejándole el concurso el despidiente
Hecho pedazos, pero siempre entero.

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AL POETA PEDRO SOTO DE ROJAS

Poco después que su cristal dilata,
Orla el Dauro los márgenes de un Soto,
Cuyas plantas Genil besa devoto,
Genil, que de las nieves se desata.

Sus corrientes por él cada cual trata
Las escuche el Antípoda remoto,
Y el culto seno de sus minas roto,
Oro al Dauro le preste, al Genil plata.

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AL PUERTO DE GUADARRAMA

Montaña inaccesible, opuesta en vano
Al atrevido paso de la gente
(O nubes humedezcan tu alta frente,
O nieblas ciñan tu cabello cano),

Caistro el mayoral, en cuya mano
En vez de bastón vemos el tridente,
Con su hermosa Silvia, Sol luciente
De rayos negros, serafin humano,

Tu cerviz pisa dura; y la pastora
Yugo te pone de cristal, calzada
Coturnos de oro el pie, armiños vestida.

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AL SOL, PORQUE SALIÓ, ESTANDO CON SU DAMA, Y LE FUE FORZADO DEJARLA

Ya besando unas manos cristalinas,
Ya anudándome a un blanco y liso cuello,
Ya esparciendo por él aquel cabello
Que Amor sacó entre el oro de sus minas,

Ya quebrando en aquellas perlas finas
Palabras dulces mil sin merecello,
Ya cogiendo de cada labio bello
Purpúreas rosas sin temor de espinas,

Estaba, oh claro Sol invidïoso,
Cuando tu luz, hiriéndome los ojos,
Mató mi gloria y acabó mi suerte.

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Al tramontar del Sol

Al tramontar del Sol, la ninfa mía,
De flores despojando el verde llano,
Cuantas troncaba la hermosa mano,
Tantas el blanco pie crecer hacía.

Ondeábale el viento que corría
El oro fino con error galano,
Cual verde hoja de álamo lozano
Se mueve al rojo despuntar del día.

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Al tronco Filis de un laurel sagrado

Al tronco Filis de un laurel sagrado
Reclinada, el convexo de su cuello
Lamía en ondas rubias el cabello,
Lascivamente al aire encomendado.

Las hojas del clavel, que había juntado
El silencio en un labio y otro bello,
Violar intentaba, y pudo hacello,
Sátiro mal de hiedras coronado;

Mas la invidia interpuesta de una abeja,
Dulce libando púrpura, al instante
Previno la dormida zagaleja.

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AL TÚMULO DE ÉCIJA

Ícaro de bayeta, si de pino
Cíclope no, tamaño como el rollo,
¿Volar quieres con alas a lo pollo,
Estando en cuatro pies a lo pollino?

¿Qué Dédalo te induce peregrino
A coronar de nubes el meollo,
Si las ondas que el Betis de su escollo
Desata han de infamar tu desatino?

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Amarrado al duro banco

Amarrado al duro banco
De una galera turquesca,
Ambas manos en el remo
Y ambos ojos en la tierra,

Un forzado de Dragut
En la playa de Marbella
Se quejaba al ronco son
Del remo y de la cadena:

«¡Oh sagrado mar de España,
Famosa playa serena,
Teatro donde se han hecho
Cien mil navales tragedias!,

»Pues eres tú el mismo mar
Que con tus crecientes besas
Las murallas de mi patria,
Coronadas y soberbias,

»Tráeme nuevas de mi esposa,
Y dime si han sido ciertas
Las lágrimas y suspiros
Que me dice por sus letras;

»Porque si es verdad que llora
Mi captiverio en tu arena,
Bien puedes al mar del Sur
Vencer en lucientes perlas.

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Ándeme yo caliente

Ándeme yo caliente
Y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
Del mundo y sus monarquías,
Mientras gobiernan mis días
Mantequillas y pan tierno,
Y las mañanas de invierno
Naranjada y aguardiente,
Y ríase la gente.

Coma en dorada vajilla
El príncipe mil cuidados,
Cómo píldoras dorados;
Que yo en mi pobre mesilla
Quiero más una morcilla
Que en el asador reviente,
Y ríase la gente.

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Aquí entre la verde juncia

Aquí entre la verde juncia
Quiero (como el blanco cisne
Que envuelto en dulce armonía,
La dulce vida despide)

Despedir mi vida amarga
Envuelta en endechas tristes,
Y querellarme de aquélla
Tan hermosa como libre.

Descanse entre tanto el arco
De la cuerda que le aflige,
Y pendiente de sus ramos
Orne esta planta de Alcides,

Mientras yo a la tortolilla
Que sobre aquel olmo gime,
Le hurto todo el silencio
Que para sus quejas pide.

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Aunque a rocas de fe ligada vea

Aunque a rocas de fe ligada vea
Con lazos de oro la hermosa nave
Mientras en calma humilde, en paz süave
Sereno el mar la vista lisonjea;

Y aunque el céfiro esté (porque le crea)
Tasando el viento que en las velas cabe,
Y el fin dichoso del camino grave
En el aspecto celestial se lea,

He visto blanqueando las arenas
De tantos nunca sepultados huesos,
Que el mar de Amor tuvieron por seguro,

Que dél no fío, si sus flujos gruesos
Con el timón o con la voz no enfrenas,
¡Oh dulce Arión, oh sabio Palinuro!

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BURLÁNDOSE DE UN CABALLERO PREVENIDO

Sea bien matizada la librea,
Las plumas de un color, negro el bonete,
La manga blanca, no muy de roquete,
Y atada al brazo prenda de Niquea;

Cifra que hable, mote que se lea,
Bien guarnecida espada de jinete,
Borceguí nuevo, plata y tafilete,
Jaez propio, bozal no de Guinea;

Caballo valenzuela bien tratado,
Lanza que junte el cuento con el hierro,
Y sin veleta al Amadís, que espera

Entrar cuidosamente descuidado,
Firme en la silla, atento en la carrera…
Y quiera Dios que se atraviese un perro.

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CONVOCA LOS POETAS DE ANDALUCÍA

Cisnes de Guadiana, a sus riberas
Llegué, y a vuestra dulce compañía,
Cuya suave métrica armonía
Desata montes y reduce fieras;

No a escuchar vuestras voces lisonjeras,
Sino al segundo ilustrador del día
Consagralle la humilde Musa mía,
Que cantó burlas y eterniza veras,

Al Apolo de España, al de Ayamonte
Culto honor.

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Cosas, Celalba mía, he visto extrañas

Cosas, Celalba mía, he visto extrañas:
Cascarse nubes, desbocarse vientos,
Altas torres besar sus fundamentos,
Y vomitar la tierra sus entrañas;

Duras puentes romper, cual tiernas cañas;
Arroyos prodigiosos, ríos violentos,
Mal vadeados de los pensamientos,
Y enfrenados peor de las montañas;

Los días de Noé, gentes subidas
En los más altos pinos levantados,
En las robustas hayas más crecidas.

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¿Cuál del Ganges marfil, o cuál de Paro

¿Cuál del Ganges marfil, o cuál de Paro
Blanco mármol, cuál ébano luciente,
Cuál ámbar rubio, o cuál oro excelente,
Cuál fina plata, o cuál cristal tan claro,

Cuál tan menudo aljófar, cuál tan caro
Orïental safir, cuál rubí ardiente,
O cuál, en la dichosa edad presente,
Mano tan docta de escultor tan raro

Bulto de ellos formara, aunque hiciera
Ultraje milagroso a la hermosura
Su labor bella, su gentil fatiga,

Que no fuera figura al Sol de cera,
Delante de tus ojos, su figura,
Oh bella Clori, oh dulce mi enemiga?

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Cura que en la vecindad

Cura que en la vecindad
Vive con desenvoltura,
¿Para qué le llaman cura,
Si es la misma enfermedad?

El Cura que seglar fue,
Y tan seglar se quedó,
Y aunque órdenes recibió
Hoy tan sin orden se ve,
Pues de sus vecinas sé
Que perdió la continencia,
No le llamen Reverencia,
Que se hace Paternidad.

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DE DON FRANCISCO DE PADILLA

A este que admiramos en luciente,
Émulo del diamante, limpio acero,
Igual nos le dio España caballero
Que de la guerra Flandes rayo ardiente.

Laurel ceñido, pues, debidamente,
Las coyundas le fían del severo
Suave yugo, que al lombardo fiero
Le impidió sí, no le oprimió la frente.

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DE DON RODRIGO SARMIENTO

Del León, que en la Silva apenas cabe,
O ya por fuerte o ya por generoso,
Que a dos Sarmientos, cada cual glorioso,
Obedeció mejor que al bastón grave,

Real cachorro y pámpano suave
En este infante en tierna edad dichoso;
Cupido con dos soles, que hermoso
De ángel tiene lo que el otro de ave.

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DE LA AMBICIÓN HUMANA

Mariposa, no sólo no cobarde,
Mas temeraria, fatalmente ciega,
Lo que la llama al Fénix aun le niega,
Quiere obstinada que a sus alas guarde,

Pues en su daño arrepentida tarde,
Del esplendor solicitada, llega
A lo que luce, y ambiciosa entrega
Su mal vestida pluma a lo que arde.

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DE LA ESPERANZA

Sople rabiosamente conjurado
Contra mi leño el Austro embravecido,
Que me ha de hallar el último gemido,
En vez de tabla, al áncora abrazado.

¿Qué mucho, si del mármol desatado
Deidad no ingrata la esperanza ha sido
En templo que de velas hoy vestido
Se venera, de mástiles besado?

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DE LA JORNADA DE LARACHE

-¿De dónde bueno, Juan, con pedorreras?
-Señora tía, de Cagalarache.
-Sobrino, ¿y cuántos fuistes a Alfarache?
-Treinta soldados en tres mil galeras.
-¿Tanta gente? -Tomámoslo de veras.
-¿Desembarcastes, Juan? -¡Tarde piache!,
que al dar un Santiago de azabache,
dio la playa más moros que veneras.

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DE LA MARQUESA DE AYAMONTE Y SU HIJA, EN LEPE

A los campos de Lepe, a las arenas
Del abreviado mar en una ría,
Extranjero pastor llegué sin guía,
Con pocas vacas y con muchas penas.

Muro real, orlado de cadenas,
A cuyo capitel se debe el día,
Ofreció a la turbada vista mía
El templo santo de las dos Sirenas:

Casta madre, hija bella, veneradas
Con humildad de prósperos vaqueros,
Con devoción de pobres pescadores.

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DE LA TOMA DE LARACHE

La fuerza que infestando las ajenas
Argentó luna de menguante plata,
Puerto hasta aquí del bélgico pirata,
Puerta ya de las líbicas arenas.

A las señas de España sus almenas
Rindió al fiero león que en escarlata
Altera el mar, y al viento que le trata
Imperioso aun obedece apenas.

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DE LOS MISMOS

Peinaba al sol Belisa sus cabellos
Con peine de marfil, con mano bella;
Mas no se parecía el peine en ella
Como se escurecía el sol en ellos.

En cuanto, pues, estuvo sin cogellos,
El cristal sólo, cuyo margen huella,
Bebía de una y otra dulce estrella
En tinieblas de oro rayos bellos.

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