Poema de amor
La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul
Espronceda
Mi corazón tendría la forma de un zapato
si cada aldea tuviera una sirena.
Poema de amor
La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul
Espronceda
Mi corazón tendría la forma de un zapato
si cada aldea tuviera una sirena.
A Regino Sainz de la Maza
Sin encontrarse.
Viajero por su propio torso blanco.
Así iba el aire.
Pronto se vio que la luna
era una calavera de caballo
y el aire una manzana oscura.
I
Para ver que todo se ha ido,
para ver los huecos y los vestidos,
¡dame tu guante de luna,
tu otro guante perdido en la hierba,
amor mío!
Puede el aire arrancar los caracoles
muertos sobre el pulmón del elefante
y soplar los gusanos ateridos
de las yemas de luz o las manzanas.
Granada y Newburg
Las estatuas sufren por los ojos con la oscuridad de los ataúdes,
pero sufren mucho más por el agua que no desemboca.
Que no desemboca.
El pueblo corría por las almenas rompiendo las cañas de los pescadores.
A Luis Lacasa
Se tendió la vaca herida;
Árboles y arroyos trepaban por sus cuernos.
Su hocico sangraba en el cielo.
Su hocico de abejas
bajo el bigote lento de la baba.
Un alarido blanco puso en pie la mañana.
Do you like me?
-Yes, and you?
-Yes, yes.
Cuando me quedo solo
me quedan todavía tus diez años,
los tres caballos ciegos,
tus quince rostros con el rostro de la pedrada
y las fiebres pequeñas heladas sobre las hojas del maíz.
Yo no podré quejarme
si no encontré lo que buscaba.
Cerca de las piedras sin jugo y los insectos vacíos
no veré el duelo del sol con las criaturas en carne viva.
Pero me iré al primer paisaje
de choques, líquidos y rumores
que trasmina a niño recién nacido
y donde toda superficie es evitada,
para entender que lo que busco tendrá su blanco de alegría
cuando yo vuele mezclado con el amor y las arenas.
La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean en las aguas podridas.
La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.
Si no son los pájaros
cubiertos de ceniza,
si no son los gemidos que golpean las ventanas de la boda,
serán las delicadas criaturas del aire
que manan la sangre nueva por la oscuridad inextinguible.
Pero no, no son los pájaros,
porque los pájaros están a punto de ser bueyes;
pueden ser rocas blancas con la ayuda de la luna
y son siempre muchachos heridos
antes de que los jueces levanten la tela.
¡Esa esponja gris!
Ese marinero recién degollado.
Ese río grande.
Esa brisa de límites oscuros.
Ese filo, amor, ese filo.
Estaban los cuatro marineros luchando con el mundo.
con el mundo de aristas que ven todos los ojos,
con el mundo que no se puede recorrer sin caballos.
-¿Cómo fue?
-Una grieta en la mejilla.
¡Eso es todo!
Una uña que aprieta el tallo.
Un alfiler que bucea
hasta encontrar las raicillas del grito.
Y el mar deja de moverse.
-¿Cómo, cómo fue?
-Así
-¡Déjame!
Se quedaron solos:
aguardaban la velocidad de las últimas bicicletas.
Se quedaron solas:
esperaban la muerte de un niño en el velero japonés.
Se quedaron solos y solas,
soñando con los picos abiertos de los pájaros agonizantes,
con el agudo quitasol que pincha
al sapo recién aplastado,
bajo un silencio con mil orejas
y diminutas bocas de agua
en los desfiladeros que resisten
el ataque violento de la luna.
La mujer gorda venía delante
arrancando las raíces y mojando el pergamino de los tambores;
la mujer gorda
que vuelve del revés los pulpos agonizantes.
La mujer gorda, enemiga de la luna,
corría por las calles y los pisos deshabitados
y dejaba por los rincones pequeñas calaveras de paloma
y levantaba las furias de los banquetes de los siglos últimos
y llamaba al demonio del pan por las colinas del cielo barrido
y filtraba un ansia de luz en las circulaciones subterráneas.
Balada de la gran Guerra
Yo tenía un hijo que se llamaba Juan.
Yo tenía un hijo.
Se perdió por los arcos un viernes de todos los muertos.
Le vi jugar en las últimas escaleras de la misa
y echaba un cubito de hojalata en el corazón del sacerdote.
Odian la sombra del pájaro
sobre el pleamar de la blanca mejilla
y el conflicto de luz y viento
en el salón de la nieve fría.
Odian la flecha sin cuerpo,
el pañuelo exacto de la despedida,
la aguja que mantiene presión y rosa
en el gramíneo tabor de la sonrisa.
Enrique,
Emilio,
Lorenzo,
Estaban los tres helados:
Enrique por el mundo de las camas;
Emilio por el mundo de los ojos y las heridas de las manos,
Lorenzo por el mundo de las universidades sin tejados.
Lorenzo,
Emilio,
Enrique,
Estaban los tres quemados:
Lorenzo por el mundo de las hojas y las bolas de billar;
Emilio por el mundo de la sangre y los alfileres blancos,
Enrique por el mundo de los muertos y los periódicos abandonados.
Aquellos ojos míos de mil novecientos diez
no vieron enterrar a los muertos,
ni la feria de ceniza del que llora por la madrugada,
ni el corazón que tiembla arrinconado como un caballito de mar.
Aquellos ojos míos de mil novecientos diez
vieron la blanca pared donde orinaban las niñas,
el hocico del toro, la seta venenosa
y una luna incomprensible que iluminaba por los rincones
los pedazos de limón seco bajo el negro duro de las botellas.
Asesinado por el cielo,
entre las formas que van hacia la sierpe
y las formas que buscan el cristal,
dejaré crecer mis cabellos.
Con el árbol de muñones que no canta
y el niño con el blanco rostro de huevo.
¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.
¡Que no quiero verla!
La luna de par en par.
caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras.
La noche no quiere venir
para que tú no vengas,
ni yo pueda ir.
Pero yo iré,
aunque un sol de alacranes me coma la sien.
Pero tu vendrás
con la lengua quemada por la lluvia de sal.
Quiero dormir el sueño de las manzanas,
alejarme del tumulto de los cementerios.
Quiero dormir el sueño de aquel niño
que quería cortarse el corazón en alta mar.
No quiero que me repitan
que los muertos no pierden la sangre;
que la boca podrida sigue pidiendo agua.
Por las arboledas del Tamarit
han venido los perros de plomo
a esperar que se caigan los ramos,
a esperar que se quiebren ellos solos.
El Tamarit tiene un manzano
con una manzana de sollozos.
Un ruiseñor apaga los suspiros
y un faisán los ahuyenta por el polvo.
Por las ramas del laurel
vi dos palomas oscuras.
La una era el Sol,
la otra la Luna.
«Vecinitas», les dije:
«¿Dónde está mi sepultura?»
«En mi cola», dijo el Sol.
«En mi garganta», dijo la Luna.
Y yo que estaba caminando
con la tierra por la cintura
vi dos águilas de nieve
y una muchacha desnuda.
A la señorita Argemira López
que no me quiso.
Efectivamente
tienes dos grandes senos
y un collar de perlas
en el cuello.
Un infante de bruma
te sostiene el espejo.
Aunque estás muy lejana,
yo te veo
llevar la mano de iris
a tu sexo,
y arreglar indolente
el almohadón del cielo.
Viento del Sur,
moreno, ardiente,
llegas sobre mi carne,
trayéndome semilla
de brillantes
miradas, empapado
de azahares.
Pones roja la luna
y sollozantes los álamos cautivos, pero vienes
¡demasiado tarde!
¡ya he enrollado la noche de mi cuento
en el estante!
¡Esa guirnalda! ¡pronto! ¡que me muero!
¡Teje deprisa! ¡canta! ¡gime! ¡canta!
que la sombra me enturbia la garganta
y otra vez viene y mil la luz de enero.
Entre lo que me quieres y te quiero,
aire de estrellas y temblor de planta,
espesura de anémonas levanta
con oscuro gemir un año entero.
El viento explora cautelosamente
qué viejo tronco tenderá mañana.
El viento: con la luna en su alta frente
escrito por el pájaro y la rana.
El cielo se colora lentamente,
una estrella se muere en la ventana
y en las sombras tendidas del naciente
luchan mi corazón y su manzana.
I
Norma de ayer encontrada
sobre mi noche presente;
resplandor adolescente
que se opone a la nevada.
No pueden darte posada
mis dos niñas de sigilo,
morenas de luna en vilo
con el corazón abierto;
pero mi amor busca el huerto
donde no muere tu estilo.
Largo espectro de plata conmovida
el viento de la noche suspirando,
abrió con mano gris mi vieja herida
y se alejó: yo estaba deseando.
Llaga de amor que me dará la vida
perpetua sangre y pura luz brotando.
Grieta en que Filomela enmudecida
tendrá bosque, dolor y nido blando.
Mi corazón, como una sierpe,
se ha desprendido de su piel,
y aquí la miro entre mis dedos
llena de heridas y de miel.
Los pensamiento que anidaron
en tus arrugas, ¿dónde están?
¿Dónde las rosas que aromaron
a Jesucristo y a Satán?
Y de repente dije: Esto es la vida.
Esto y no más. Palpé su forma cierta.
La adiviné mortal. El alma, alerta,
vibró un instante toda estremecida.
El rojo amor con honda sacudida
-oh vida, oh viento- abrió la última puerta.
a W.H.
Dioses antiguos, ruinas
contra un aire invernal.
Mas tú has de ser modelo
de lo humano inmutable.
El tiempo, de infinitos
y turbulentos crímenes,
lejos de tus mejillas,
tu cintura, tus muslos,
tus cabellos, tus pies.
Al verme se apartó de sus amigas
y rodeando mi cuello con sus brazos
les dijo alegremente: -«Quiero a este hombre».
Los demás me miraron con envidia.
Es muy linda en verdad y entró en mi cuarto.
Llegué tarde al trabajo al otro día.
El amor es un juego apasionante
y el mejor sustituto del amor.
De aquel amor inmenso, el amor único,
que uno halla varias veces por el tiempo.
El recíproco amor es lo más bello.
Lo sabemos los dos. Pero es muy grande
el vacío que se abre entre el amor
que se ha ido y el amor que aún no ha llegado.
Para hablar no te quiero. Tengo amigos
para tratar de cosas que me inquietan
y ahondar en las ideas que me importan.
Y no nos condiciona nunca el sexo.
Nos lo pasamos bien. Y «Adiós». Y «Hasta otra».
Contigo es diferente.
Es un hermoso cuerpo ese que viene
hacia mí. Se detiene. Y me sonríe.
Qué bella esa sonrisa roja y húmeda
que se abre, como un sexo a mí ofrecido,
para preguntar algo que no entiendo.
Miro sus ojos claros.
Estoy muy satisfecho de mí mismo.
Yo era un ser seco, huraño y solitario
que envidiaba a los otros su alegría.
Pero rectifiqué. Me costó mucho
adquirir compañía y cara alegre.
Y así he gustado aquellos dulces bienes
que envidiaba a los otros: amistad,
mujer, hijos y el éxito en los negocios.
Dirígete al Oeste, hasta que el Este
sea el Oeste también, fin y principio
Y entonces ve hacia el Norte, hasta que el Sur
sea el Norte también, fin y principio.
En su confluencia exacta tal vez halles
qué significa el fin y qué el principio.
Mi casa necesita una mujer
que llene de canciones sus paredes
y complete mi cama por la noche.
Un cuerpo que discurra en torno mío.
Una voz que responda si digo algo.
Yo no tengo el dinero de los otros;
no sé tampoco hablar como los otros,
ni tengo la apostura de los otros.
Tú mi protagonista, mi heroína.
Me impacta tu caricia en mis sentidos
y me siento feliz contigo, a solas.
Toda tú, mía. Yo en ti realizándome.
Mas me dejas y sufro con tu ausencia.
Y desespero. Y vivo mil infiernos
hasta hallarte otra vez, en una esquina
o en el sórdido ambiente de algún antro.
Contemplo como salen del local
parejas enlazadas de las manos.
Cuánta mujer hermosa en todas partes.
El vestíbulo exhibe con orgullo
su muestrario de chicas estupendas.
Un amigo a mi lado me saluda.
Me comenta: «Qué film más aburrido.
Tu cuerpo que deseo y que rechazo
mi voluntad domina. Como el vino
mi mente turba, excita y reconforta.
Después, saciado, siento oscuramente
vergüenza del placer así logrado.
Mas al cabo de un tiempo, tu apetencia
resurge en mí acuciante y desespero
y te busco si no te hallo cercana.
La esperé mucho tiempo. No sé cuánto.
No conté el sol, ni el viento, ni la nieve.
No contaba los días. Eran largos.
Supe que volvería. Y la esperé
para echarla de casa como a un perro.
Ahora la olvida todo.
No quiso comprender que había acabado.
Se cansa hasta la rosa de ser rosa.
Se cansa la botella de su vino.
Esperaba en la calle cada noche
que saliese al balcón y la llamase.
Entonces traje a casa otra mujer.
¿Por qué sigo empeñado en encontrar
la mujer que imagina uno en su mente?
Y, además, ¿es que existe esa mujer?
Muchos ya descubrieron al principio
que esa mujer no existe. Al darse cuenta
buscaron al azar una cercana.
Las mujeres que quiero van con otros.
Cuando pasan prendidas de otros brazos
miro a la que se apoya en mí y compruebo
que yo me he equivocado de mujer.
La gracia enrojecida de una risa,
el rumor tembloroso de un silencio,
la mirada furtiva que nos dice
que está la dicha allí, en aquellos ojos…
Esas cosas descubro sólo en otras.
La pareja perfecta es uno solo
haciéndose el amor. Ninguna chica
conoce el cuerpo mío cual yo mismo
y, por tanto, es más sabia mi destreza.
Qué suave recorrido placentero
por las zonas sensibles de mi físico.
Qué mano que no es mía ni es ajena
sino que es tacto, roce, soplo angélico.
Así es mi vida,
piedra,
como tú. Como tú,
piedra pequeña;
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego
centelleas bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia;
como tú,
piedra aventurera;
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una honda,
piedra pequeña
y
ligera…
Filósofos,
para alumbrarnos, nosotros los poetas
quemamos hace tiempo
el azúcar de las viejas canciones con un poco de ron.
Y aún andamos colgados de la sombra.
Oíd,
gritan desde la torre sin vanos de la frente:
¿Quién soy yo?
Fue sueño ayer, mañana será tierra.
¡Poco antes nada, y poco después humo!
¡Y destino ambiciones, y presumo
apenas punto al cerco que me cierra!
Breve combate de importuna guerra,
en mi defensa, soy peligro sumo,
y mientras con mis armas me consumo,
menos me hospeda el cuerpo que me entierra.