Máquina de muerte,
máquina de muerte:
Sonríe.
Sólo puedo ver mis ojos,
reflejados en el cristal de la máquina,
segundos antes del chispazo que me ciega.
Quiero gritar
por el puro placer de gritar
¿y por qué no?
Máquina de muerte,
máquina de muerte:
Sonríe.
Sólo puedo ver mis ojos,
reflejados en el cristal de la máquina,
segundos antes del chispazo que me ciega.
Quiero gritar
por el puro placer de gritar
¿y por qué no?
Siento tu aroma, íntegramente,
desde los pies a la cabeza,
y sé que cuando llegue hasta tu cuello
desharé tu lazo con los dientes
y morderé tu oreja
y arrancaré la flor que llevas puesta
y extenderé tu pelo sobre la almohada,
respiraré otra vez toda tu piel desnuda,
me detendré en tus pechos
y pasearé despacio por tu cuerpo,
que será el escenario de mi sueño.
Cada segundo un siglo, una mirada,
nunca la misma, siempre sin un centro decisivo,
sin palabras mayúsculas, que son como humaredas
de sangre y de dolor, látigo, muerte.
1
Esta es la noche de las lagartijas,
al acecho en sus escondrijos.
Esta es la noche de las cucarachas
en el silencio del pasillo.
Su canción se arrastra por el suelo
y nos expulsa del paraíso.
Crear el habitáculo propicio
para la recepción de lo sublime.
Reservar un espacio
para la música inaudita,
paraíso del tiempo.
Contener el aliento
ante la perspectiva inalcanzable
y ser capaces
de seguir viviendo.
Sobre la sombra del viento, sangre, sangre, sangre.
Fotografías de Macbeth y Lady Macbeth
en las ventanas del castillo.
Con la sonrisa comida por los buitres.
En sus hombros, el tiempo resbala suavemente,
sobre los excrementos de los pájaros.
El viento se arrastra como la serpiente
que vuela y ataca sin piedad
entre la piedra y el árbol (ventana y abismo).
Ven aquí, olvida el decorado,
siluetea mi cuerpo con tus ojos.
Voy a restregar estas flores
en tu barba de dos días.
Y aunque pienso que antes debieras afeitarte,
trataré de olvidar el daño que me harás.
Me imagino los pétalos rojos en tu boca,
mis uñas en tus nalgas,
tus dientes en mi lengua,
tus ojos tan abiertos
en el tiempo compartido
y sé
que vas a despeinarme.
En la peña, sobre la peña,
duerme la niña y sueña.
La niña, que amor había,
de amores se transportaba,
con su amigo se soñaba,
soñaba, mas no dormía;
que la dama enamorada
y en la peña,
no duerme, si amores sueña.
¡Oh ansias de mi pasión;
dolores que en venir juntos
habéis quebrado los puntos
de mi triste corazón!
Con dos prisiones nos ata
el amor cuando se enciende
hermosura es la que prende,
y la gracia es la que mata.
Hace ya tiempo que habito este palacio.
Duermo en la escalinata, al pie de los cipreses.
Dicen que baña el sol de oro las columnas,
las corazas color de tortuga, las flores.
Soy dueño de un violín y de algunos harapos.
Esperar junto a este mar (en el que nacieron las ideas)
sin ninguna idea. (Y así tenerlas todas).
Ser sólo la brisa en la copa del pino grande,
el aroma del azahar, la noche de orquídeas
en las calas olvidadas.
Sólo permanecer viendo el ave que pasa
y no regresa; quedar
esperando a que el cielo amarillo
arda y se limpie de relámpagos
que llegarán saltando de una isla a otra isla.
Il vostro passo di velluto
E il vostro sguardo di vergine violata.
Dino Campana
Escuchadme, Señor, tengo los miembros tristes.
Con la Revolución Francesa van muriendo
mis escasos amigos. Miradme, he recorrido
los países del mundo, las cárceles del mundo,
los lechos, los jardines, los mares, los conventos,
y he visto que no aceptan mi buena voluntad.
No es increíble cuanto ven mis ojos:
nieva sobre el almendro florido,
nieva sobre la nieve.
Este invierno mi ánimo
es como una primavera temprana,
es como un almendro floroido
bajo la nieve.
Hay demasiado frío
esta tarde en el mundo.
Hoy comienzo a escribir como quien llora.
No de rabia, o dolor, o pasión.
Comienzo a escribir como quien llora
de plenitud saciado,
como quien lleva un mar dentro del pecho,
como si el ojo contuviera toda
esa inmensa colmena que es el firmamento
en su breve pupila.
Cayó el alma en el pozo de la noche
y desde abajo, desde lo más hondo,
ve la luna de junio madurar
en la brisa, que trae enloquecidos
cantos de ruiseñores africanos.
Mira: a punto estás de penetrar en el bosque.
Vas a dejar la casa blanca de la cima,
tan plácida, tan llena de música y sosiego,
y ahí te espera el bosque impenetrable.
Irremediablemente deberás cruzarlo:
el bosque que desciende por ladera escabrosa,
el bosque en que no hay nadie
y el bosque en el que puede haber de todo,
el bosque de humedades venenosas,
morada de lo negro
y de una luz que enturbia la mirada,
Entra en él con cuidado y sal sin prisas,
mas nunca se te ocurra abandonar la senda
que desciende y desciende y desciende.
Que este celeste pan del firmamento
me alimente hasta el último suspiro.
Que estos campos tan fieros y tan puros
me sean buenos, cada día más buenos.
Que si en tiempo de estío se me encienden las manos
con cardos, con ortigas, que al llegar el invierno
los sienta como escarcha en mi tejado.
Padres: aunque intuyo un vacío
que sólo con dolor podrá el tiempo llenar,
estos últimos años vuestros
son, en verdad, los más bellos años míos;
porque, aunque hay un final que puede amenazarlos,
los va intensificando el verdadero amor.
Sí, por maduros y temibles son
los instantes más bellos de mi vida,
porque al irse abriendo en mí el vacío
de vuestra ausencia
definitivamente cierro cada duda
del ser y del no ser.
Gracias por la muerte de estos montes
y por la de estos pueblos, en los que sólo las piedras
se mantienen con vida;
gracias por estos negros páramos del invierno
en los que la tierra asciende a los cielos
y las nubes descienden hasta tocar la tierra;
gracias por esta hora de todos los vacíos
en la que se intuye un final.
Pequeña de mis sueños, por tu piel las palomas,
la pálida presencia de la luna en el bosque
o la nieve recién caída de los astros.
por esa piel sin mácula, por su tersura suave,
tronché columnas firmes, derrumbé la techumbre
de la más alta noche: la de mis sueños puros.
Dejadme dormir en estas laderas
sobre las piedras del tiempo,
las piedras de la sangre helada de mis antepasados:
la piedra-musgo, la piedra-nieve, la piedra-lobo.
Que mis ojos se cierren en el ocaso salvaje
de los palomares en ruinas y de los encinares de hierro.
Il vostro passo di velluto
E il vostro sguardo di vergine violata.
Dino Campana
Simonetta,
por tu delicadeza
la tarde se hace lágrima,
funeral oración,
música detenida.
Simonetta Vespucci,
tienes el alma frágil
de virgen o de amante.
Zamira ama los lobos.
Yo quisiera ir con ella a buscarlos
a las tierras más altas,
donde los robledales rojos de Sotillo
han perdido sus hojas en las fuentes,
allá donde los caballos
beben el agua helada de las cascadas
y se espera la nieve
como una bendición.
La luna mientras duermes te acompaña,
tiende su luz por tu cabello y frente,
va del semblante al cuello, y lentamente
cumbres y valles de tu seno baña.
Yo, Lesbia, que al umbral de tu cabaña
hoy velo, lloro y ruego inútilmente,
el curso de la luna refulgente
dichoso he de seguir, o amor me engaña.
A veces el amor tiene caricias
frías, como navajas de barbero.
Cierra los ojos. Das tu cuello entero
a un peligroso filo de delicias.
Otras veces se clava como aguja
irisada de sedas en el raso
del bastidor: raso del lento ocaso
donde un cisne precoz se somorguja.
Dame, dame la noche del desnudo
para hundir mi mejilla en ese valle,
para que el corazón no salte, y calle:
hazme entregado, reposado y mudo.
Dame, dame la aurora, rompe el nudo
con que ligué mis rosas a tu talle,
para que el corazón salte y estalle:
hazme violento, bullidor y rudo.
Los días de luto dejan
sabor de musgo en la boca
y una nostalgia marchita
de jazmines bajo sombras,
sombra fría y recortada
con negaciones de aurora:
Sufrimos. Y no sabemos
por qué la sangre arroja
en cálices de silencio
sin futuro y sin aroma,
y buscamos ese instante
en ue el llanto nos transporta
caídos, tendidos, rotos
a su alborada remota.
No mires hacia atrás: Ya nada queda:
la casa, el sitio, la ciudad, el soto,
escombro, hueco, ripio, humo remoto
o acaso turbia y leve polvareda.
Mira adelante, aunque te retroceda
el ánimo: El futuro no está roto:
si oscuro, intacto; fértil, porque ignoto.
Luchando, cuerpo a cuerpo, nos queremos de veras
y es fuego de mi carne la flor de tu mejilla.
El beso en su volumen iguala a la semilla
que brota verdemente con dos hojas primeras.
En la concha del ámbar manan las primaveras
un arroyo sereno de miel y manzanilla.
Con estos mismos labios que ha de comer la tierra,
te beso limpiamente los mínimos cabellos
que hacen anillos de ébano, minúsculos y bellos,
en tu cuello, lo mismo que el pinar en la sierra.
Te muerdo con los dientes, te hiero en esta guerra
de amor en que enloquezco.