En el año milnovecientos siete,
en una noche del mes de Marzo,
desde Hodivoy de pronto surgió al cielo,
desde Flaminzi y desde Stanislesti,
una gran llamarada.
Los cirios y las antorchas se encendieron
a lo largo de todos los caminos
como si fuera Pascua de Resurrección.
¡Todo era luminarias y candelas!
Igual que en nuestra casa, en el altar
arde un botón de fuego
encima de una vela:
la luz que se consagra a los iconos.
De aldea a aldea se extendió
el fuego sobre el trigo acumulado
y parecía un juego aquel incendio
pasando de graneros a castillos.
Seguiría la fiesta,
un requiem por los muertos?
Hasta los perros aullaban, locos!
Socórrenos, Señor! ¡El pueblo se amotina!