Qué triste está la niña con su lunar postizo
y el carmín de los labios espeso y devastado.
A la luz mortecinade la bombilla roja
tiene la niña un rictus de mujerzuela bella.
Sobre la cama, inmóvil, nos mira agonizante
mediando entre las piernas la sábana arrugada.
De doncel ha quedado su piel, el cuello airoso,
el pecho tan minúsculo de rosadas tetillas.
Y bajo la apariencia de dulces bucles rubios
tiene la niña un nido, deshecho, ensangrentado.
Y un indefenso encaje entre los dedos vela,
el sexo aún sin vello, con el que ríen los niños.