(a J. G. R.)
¿Y se perdió tu aliento
cuando la tierra se tragó tu carne?
¿O se quedó en el aire
porque al aire regresa lo que es aire?
Invisible presencia que sorprende…
Brisa que alivia y sana…
Aura que le abre paso a las auroras…
Áspero vendaval de los desiertos…
Hosco huracán que rompe, arrasa, inunda…
Pomposo ventarrón del aguacero…
Tromba que surca mares y llanuras…
Elucubrados vientos marineros…
y otras extrañas ráfagas
que soplan en el sol y entre galaxias…
¿Cómo escindir un aire de otro aire
si todo es aire?
Acaso te respiro,
te he respirado todos estos años
desde que no te miro, escucho, beso.
Quizá me hiciste falta cuando niño.
Quién recuerda esas cosas tan profundas.
En esta tarde de ceniza el cierzo
sacude las ventanas,
se oculta detrás de las cortinas,
mueve las verdes plumas del helecho,
levanta los papeles,
roza mi piel y me acaricia el pelo.
Pero a mí, que he vivido tantos climas
en este apartamiento,
no me tientan las húmedas corrientes
aunque me traigan motivos poéticos.
No saldrá de una manga de borrasca
la ráfaga que raje el pensamiento.
Por eso sigo piedra.
Pero hay días
que me siento ser barro blando, quieto,
confundido en el barro de esta orilla
donde se dice adiós sin entenderlo.
Entonces, necesito
decirme ciertas cosas y no puedo.
Paso las horas sentado en esta silla
esperando, buscando, deseando
sacar del aire el soplo de tu aliento.