Yo tenía un hermano.
A pesar de todo, era un buen hermano.
Amaba la poesía y odiaba lo injusto.
Por eso lo amaron las muchachas del barrio.
Un día dijo: ‘Hermano, hay que luchar…’
Hoy cumple años (no tiene cruz su tumba)
y llevo una flor.
Yo tenía un hermano.
A pesar de todo, era un buen hermano.
Amaba la poesía y odiaba lo injusto.
Por eso lo amaron las muchachas del barrio.
Un día dijo: ‘Hermano, hay que luchar…’
Hoy cumple años (no tiene cruz su tumba)
y llevo una flor.
Canciones llegaban desde lejos cuando mordí tus muslos
la vellosidad del durazno.
Y bebí en tus senos como un hijo malo.
Y besé tu boca y tus dientes de tigresa.
Y sorbí la bella muerte de tu copa.
Qué de nocturnidad y qué de delirio
cuando descendí campana.
¡Qué alianza tan hermosa!
¡Cerealera!
La del negro frijol
con el nevado
arroz,
que muestra ufano piel de cera,
contraste de un charol engalanado.
Fraternidad de moros y cristianos
en común religión alimentaria.
Abecé de condumios ciudadanos.
El izote, a que llaman bayoneta,
¿Qué anuncia o qué defiende
Con su explosión de espadas?
Francisco Gavidia
Catedral de marfil petalecido,
campanularia emerges entre espadas…
Triunfo de la blancura, tus nevadas
corolas que el rocío ha bendecido…
Territorio de albura protegido
por verdes bayonetas sublevadas,
que con fiel vocación de ser espadas,
¡defienden tu ascensión a blanco nido!
Es la musa que anima a los poetas
que van al cafetín
de tarde en tarde.
Mientras hablan de versos y cometas,
la cafeína
en sus cerebros arde.
Allí Mendoza, Suárez,
Castrorrivas,
-fumadores, humosos, tabacales-
concentrando sus fuerzas volitivas
construyen mil cajitas musicales.
Concha negra sensual.
Cuando profano
el misterio
de tu cajita negra,
mi apetito de sátiro se alegra,
fáunicamente,
con tu sexo indiano.
En cópula ritual de amor pagano,
tu cuerpo de ostra india,
pelinegra,
suavemente
en mi boca desintegra
su temblor virginal y cortesano.
¿De qué las quiere?
¡Ardientes,
perfumadas con loroco!
¡Con queso,
chicharrón y con frijoles!
¡Las mías,
tan calientes como ausoles!
¡Por las revueltas,
yo me vuelvo loco!
Así te celebramos tus virtudes,
pupusa popular.
Mi soledad es una virgen desnuda.
En la niña de sus ojos se refleja
mi nudez de ermitaño.
Mi soledad me sirve café y tabaco
de húmicas promesas.
Me eleva en aromadas volutas
y me acaricia con cualquier pretexto.