Mis zapatos rotosos
hoy andan por la casa
explorando
una estela de su euforia.
En cada cosa
hay puntos vigilantes
y un olor a presencia
desgastada.
Yo sé que volverá
con dureza en las manos
y en los ojos,
un tributo de estrellas.
Mis zapatos rotosos
hoy andan por la casa
explorando
una estela de su euforia.
En cada cosa
hay puntos vigilantes
y un olor a presencia
desgastada.
Yo sé que volverá
con dureza en las manos
y en los ojos,
un tributo de estrellas.
Desgajado de mí,
fue arena movediza y desvarío.
Por las nuevas llanuras
inauguró confines sin espigas
y se hundió
en desarraigos.
Algún recuerdo
lo desvela
de la piel para adentro
y provoca la huella
del camino primero.
Una vez más
los buitres
desgarrarán el centro
de su figura rota.
Desde la piedra falsa que grita y descontrola,
se estremece la celda
que llaga sus espaldas.
Entre los ojos de agua
del cautivo inocente,
se postra una mirada
peregrina
y ancla una mueca sorda
en el muelle de sus labios.
A veces vivo un poco,
y ostento la evidencia
como un coleccionista.
Algún trofeo
rutila en las escarchas de mi nombre
y emerge la que era
en el engaño del verbo flagelado.
Mi intemperie
descansa un instante
en el pedestal de hierba de sus ojos,
hasta volver,
crucificada,
a la oración unitaria de la casa.
Atravesé las dudas de los otros;
las señales absurdas y el asombro.
Me colmé de atavíos nocturnales para hallarte.
Te vi pasar por el ángulo justo
donde se parten el tiempo y las memorias.
Yo apagaba la búsqueda de un ángel de la guarda.
Si pudiera de golpe
arrinconar olvidos y semanas
junto a los nidos de agua
de mi secreta cáscara.
Si lograra arrojar
en las islas neutrales
las cenizas que muerden el árbol y las lágrimas,
y pudiera dejar que una ecuación rotunda
insertase su atmósfera de pétalo
en cada pabellón desamparado;
empapada de estrenos sobre un licor tardío
bebería las notas
de un festival de espigas y de vuelos.