Mira esta copa transparente: era,
antes de modelada, ruda arcilla,
y revela al trasluz la maravilla
de un alma en sus entrañas prisionera.
De magos y rabinos en la idea,
con los blancos jazmines la comparan,
de donde en mística eclosión brotaran
las sanguinosas rosas de Judea.
Mas no -¿qué he dicho?- ni jazmín, ni rosa;
el destello del vino me alucina:
Ya no veo la copa que fascina,
ni el néctar de la viña prodigiosa.
Libre ya del sopor de la taberna
veo, sí, una visión clara y distinta:
era una agua translúcida y eterna
que de un divino fuego estaba encinta.