Sendos, oh, senos,
El poeta de zumo de naranja
Desde el huevo diamante de su verbo delgado.
Y aún le dura melifluo
Donde el labio aliviado
A su chorro a degüello
El placer ojeroso de mirarse plagiado
De poetas menores, micántabros, miastures.
Poemas de Agustín Delgado
En el feroz acuerdo
A que llegaron. Donde dobla el día.
En las patas de oso
Que levantaron ellas hasta amarrarlos por detrás del cuello.
O en el cristal de las sábanas.
Hubo más tarde, como siempre, llamadas
De reloj, de teléfonos abiertos
Inútilmente ya, cuando ya sólo eran
Cenizas, o brasas, un hiriente latido
De carmín en los labios.
Y si tampoco
Esto fuera posible;
Y si
Como cuentan que sucede
Entre las clases nobles
Nos viéramos obligados a repetir
Esas fórmulas asquerosas de despedida
Y si tampoco
Te ha servido de nada
Escuchar en mis venas los preludios del viento
Que sepas al menos
Que por una vez
Conociste a un hombre
Que no entendía de póker
Ni de vida de sociedad.
Como esos solitarios
En los bancos de algún parque
Que se hunden y notan
Avanzar la punzada
Por el costado izquierdo.
Y cuando en medio
El estallido surge, cuando a lo lejos
Pasan las pancartas
Sucede
Como en esas películas
En que a los diez minutos, tiernamente,
Nos quedamos dormidos.
LUNÁTICO septiembre:
Cinco albas de sangre
Deslavazó la hiena.
De miel como de luz
Deslizándose entre la niebla.
Álamos
Hacen hogueras
Y corren corren
Con las bufandas de cascabel.
Caballo albo
Disuelve crin de oca en su silla de enea:
Es el gitano auriga
Que ríe desnudo por la oleada láctea.
Copo de nieve
A ras del río ácido, en el codo
Que Celan se ausentara.
Vocal oval
De su verso primero.
¡Oh tele divinal, envés contraprogramas!
Su cráneo medioevo, su culera de túnel,
Ya viene el fugitivo del París de Doñalda.
Caravaggio lo trinca, perillán olifán.
¿Y tú, pópule meus, quién nutre de tu rumia,
tu quotidia panzada de reality show?
Si al fin ella dijera: ven.
Baja el aliento de las vigas
Y emerge luz del alba como cuarzo.
Si al fin ella dijera
El silencio monosílabo de la libertad
Se abrirían los cerezos
Esparcidos a través de la tela de niebla.
…LAUDES sean donadas
A quien concelebra de tal donosura:
Laúdes.
DEL RASO de la escarcha
Blanda pavesa deslizándose
En la anfibia memoria de la tarde y el día
Así la estrella de tu diversidad,
Alba del labio,
Iris de reflejo de fuego.
Ceniza de cigarro aristotélico
Aquieta la corteza de naranja
Balanceando el óvalo de la sobremesa.
Es difícil saber
Si el azar es a dúo:
Torres más altas.
CÓMO HA SUFRIDO la que se examina de música
Que el violín niño corría tras de los caballos.
Un arpa para ella de palmera grande
Y melodías de sus cajas de oro.
Dos noches la que se examina de música
Trenzando sombras de semicorcheas.
Estrena la llanura.
Ojos frescos de sombra
Larga lira del agua.
EL DÍA de ira
No quiere llegar.
Cadáver papáver
Abrir y cerrar.
Pompa generala
Terrece partir.
Cochero Caronte,
Bórrala de aquí.
FUEGO de fuga
Por la corola de cirros
Se bifurca
Boreal de la salva,
Aves ya grises, ya mecidas.
AIRE terco en el hierro
Ventanal de presagio:
Plenilunia pupila.
Felicidad se llama la figura:
Un clavel escarlata y un Cohíba.
Y el verso blanco que en el humo iba.
Aleluya la mano posmoderna
Que exangües maniquíes añil espacio rota.
Nostalgia de Van Gogh se deshora la tarde.
No hay más verso que arde.
Tú, poeta leopardo,
A dos carrillos papas del embrollo.
Espejismo zegrí tu perifollo
En la zona viciada del leotardo.
Poeta navicol, lázido neo,
Veinte años princés del Pirulí:
Loca va tu Victoria,
(h)olas tus alas de papel de plata
hasta jamás. Y besos a los sinos.
Toda la Historia cabe en un vaso de agua.
Y todo el agua vuela en el ala de estío
De un gavilán soñado.
Esparaván de sol, tu lanzallamas verde
Ni de lejos otea
El silencio del rostro del mundo.
POR EL OJO de lluvia
Vuelan dos faisanes.
Velo de viento
El sepulcro vacío.
Por el ojo de lluvia
Van acordeones.
Unísono vaso
Ocaso de yedra.
¿Por qué escribir cuando regalan tanto?
Fueran los labios tanta lira sorda,
El ojo marabú, la plata gata.
Le llamaban Claraboya.
El suelo do nació
Está partido en dos:
Rioseco y Tapia.
De veinte años
Saliera de su Ser.
A los cuarenta
Cocía de mañana los hexámetros ácidos
De la ferralla de lunas de la pastora Eiffel.
La máquina del tiempo se enrosca la pelambre
Y rosicler desata eneidas por un tubo.
Es la era del cubo.
Qué más verso becar en milenio de estambre
Hace milenios
Me enseñaron a escribir.
Y hace una hora
Aprendí a borrar.
Proletarios del cénit,
Leve lid el fonema.
Ya no está el Maestro.
Impostaba la voz con el guante de guata.
Los discípulos ya no están.
Mojaban un dedo en la dirección del viento.
Limpia mañana que se escribe sola,
Mozalbo marzo como tan campante,
La acequia fria que escabulle el mirlo.
Tal de contraste el ir del cercanías
Do esposas progres tersamente leen
La prensa oblicua de la madrugada.
Hesperia toda fue croar de jueces,
¡Oh barriguillas de las juececillas1
Uña de angustia en el diafragma cero.
Suena vieja música de esparto
En las estancias negras, en el ojo gris.
Viejo polvo de muerte baja
Sobre los hombros a las piernas óseas.
Cera del candelabro se alza
En metralla de lenguas de sangre.
Surca el techo una punta de lava
Dilapidándose en dos, allá y acá.
Lluvia de acero taladra la noche de chapas.
Gotas de plasma resbalan el quirófano de cristal.
Olor a cadáver esponja los vastos pasillos.
Linternas sangradas velan bisturíes.
Batas de nieve enarbolan estrictas agujas,
Clavan en los muslos la fláccida calma.