Los vientos aquí no tienen insignias en movimiento, pero recorren
una vacía oscuridad, una destemplada luz;
ramas que no se doblan, nunca una flor torturada
se estremece, raíces agotadas, a punto de volar;
alado futuro, marchito pasado, ni semillas ni hojas
dan fe de esos veloces pies invisibles: corren
libres por una tierra desnuda, cuyo pecho recibe
todo el fiero ardor de un sol desnudo.
Poemas de Aldous Leonard Huxley
El vino tinto que lentamente caía y rebosaba en la concha
de la perla, donde los labios se habían rozado, tan livianos y veloces
como los pétalos desnudos de la rosa a la deriva
sobre el lento estribillo de laúd
del canto estival de la abeja: riéndose mientras descendían,
memorias doradas: inciensos de sueño, regalos de infancia,
azules como el humo que transportan los lejanos horizontes,
frágiles como las alas de Ariel: –
en la pira estas cosas entrañables extendí;
y se prendió la llama, y fuerte la aticé,
y, cargado de esperanza, pude contemplar el pasado en ruinas.
No hay futuro, no hay más pasado,
ni raíces ni frutos, flores pasajeras solo.
Túmbate tranquila, túmbate tranquila y la noche perdurará,
silenciosa y oscura, no por un espacio de horas,
sino eternamente. Déjame olvidar
todo menos tu perfume, todas las noches menos esta,
la pena, el infructuoso llanto, el pesar.
A cámara lenta, la luz de la luna una vez atravesó
el soñador espejo,
donde, hincados, inviolablemente hondos,
viejos secretos no olvidados albergan
inolvidables maravillas.
Pero ahora polvorientas telarañas se entrelazan
por el espejo, el que antaño
viera los dedos que retiraban el oro
de una despreocupada frente;
y las profundidades son cegadas a la luna,
y olvidados sus secretos, nunca dichos.
«Dios no necesita bautismo
-murmura el panteísta-,
el amor abre los postigos
en el resplandor del cielo,
carne, ojo de la cerradura que escucha,
oye lo que Dios dice»…
Sí, pero Dios tartamudea.
Exhausta de tantas vueltas,
mortificada por tan frenético desasosiego,
ansiando perfilar el dolor circunferente
-la vertiginosa llanta a toda velocidad-
hacia el centro inanimado, y allí reposar,
la rueda debe ir de agonía
en agonía contrayéndose, hasta volver
al núcleo de acero.
Numerosas son las puertas del espíritu que llevan
al más íntimo santuario:
y considero las puertas del templo divinas,
pues el dios del lugar es Dios mismo.
Y estas son las puertas que Dios dispuso
que a su casa llevaran: vino y besos,
fríos abismos del pensamiento, juventud sin tregua,
y tranquila senectud, plegaria y deseo,
el pecho del amante y de la madre,
el fuego del juicio y el fuego del poeta.
Columnas y fuentes eternas,
chorros de escarcha y viva espuma,
desde las siete montañas dejémoslas saltar,
Las siete colinas de Roma.
Por resonantes arcos y bóvedas flanqueadas,
dejemos las calles marchar triunfales;
mandemos a los acueductos marchar
por la llanura de abajo infatigables.
Mi alma tapiada jamás ha conocido
oscuridad tan íntima, paisaje deslumbrante,
como el punto ciego, del que brotan las visiones
en el corazón de la mirada crisólita…
la oscuridad mística que acaricia el trono de Dios
en un esplendor más allá de lo imaginable,
tan rápido y brillante.
No siendo posible a veces comprender
por qué hay gente cuya carne ha de parecer
cual carroña tumefacta en fétida vaharada,
henchida de larvas ante el ojo que la mira,
henchida de larvas para el tacto de una mano;
por qué hay hombres sin piernas,
como balas en carritos chirriando
cual monos de interminables brazos:
no pudiendo ver por qué Dios el Topiario
ha de formar, esculpir y retorcer
los cuerpos humanos en tan fantasmagóricas figuras:
sí, ignorando la finalidad de todo esto, a veces deseo
ser algo fabuloso en la mente de un tonto,
o, en el fondo del océano, en un mundo sordo y ciego,
feliz y remoto, un gigantesco pez de desorbitados ojos.