Bienvenido sea (III)

Verán los siglos un drama…
un sangriento panorama
que a Dios mismo asombrará.

En la cima del Calvario
la hostia blanca de un lirio
de sangre se manchará…

Sobre un monte funerario
se consumará un martirio,
y una virgen llorará…

¡Oh, cuan triste panorama!…
¡Cuánta sangre tiene el drama
que ni el tiempo borrará!…

Pero duerme Tú, entretanto.

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Bienvenido sea (I)

¿Eres Tú la Sunamitis pura y blanca
que soñaron los patriarcas y entrevieron los profetas?
Aunque atruene tierra y cielos el acorde que se arranca
de los astros y las plumas de los santos y poetas,
para darte el parabién,
no despiertes, Niña blanca;
duerme bien.

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Bienvenido sea (IV)

¿Eres Tú la Sunamitis, cuyo dulce imperio abarca
los eternos siglos?… ¿Eres
la escogida entre millares de mujeres?…
¿La que sueñan los poetas,
la que amó cada patriarca,
la que llaman los profetas
Primogénita, Deífica, Vellocino y Trono y Arca?…

¿Eres Tú la siempre Pura
que en el seno llevaras, siendo criatura,
al Rey sumo que en los cielos de los cielos no cabría?

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Ciego Dios

Así te ves mejor, crucificado.
Bien quisieras herir, pero no puedes.
Quien acertó a ponerte en ese estado
no hizo cosa mejor. Que así te quedes.

Dices que quien tal hizo estaba ciego.
No lo digas; eso es un desatino.

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El Cristo de Temaca (II)

Mira al norte la peña en que hemos visto
que la bendita imagen se destaca.
Si al norte de la peña está Temaca,
¿qué le mira a Temaca tanto el Cristo?

Sus ojos tienen la expresión sublime
de esa piedad tan dulce como inmensa
con que a los muertos bulle y los redime.

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El Cristo de Temaca (III)

¡Oh, mi roca!…
¡La que me pone con la mente inquieta,
la que alumbró mis sueños de poeta,
la que, al tocar mi Cristo, el cielo toca!

Si tantas veces te canté de bruces,
premia mi fe de soñador, que has visto,
alumbrándome el alma con las luces
que salen de las llagas de tu Cristo.

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