Envío

No he podido olvidarte. He conseguido
que este inútil desorden de mis días
solitarios, concluya en las porfías
de un corazón que da cada latido

a tu memoria. En tu mundo abolido,
he luchado por ti contra las pías
obras de Dios.

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Hecha polvo

Tanto te amé ese día que la muerte
voló por la ciudad como mil soles,
abeja de mi duelo
en el definitivo verano que te llama.
Fui descubriendo un astro en tu desnudo
tras de mis pasos ciegos por tu sombra,
presente, ocio feroz, donde toda la sangre
al hombre exige lo que para el cielo es imposible.

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Quiero

Quiero vivir los nombres
Que el incendio del mundo ha dado
Al cuerpo que los mortales se disputan:
Roca, joya del ser, memoria, fasto.
Quiero tocar las palabras
Con que en vano intenté hurtarte
Al duelo de cada día,
Estela donde habitaban los dioses,
Hoy lisa, espacio para el gesto imposible
Que en el mármol fije el alma que nos falta.

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Veré esa cara

Voy a vivir contigo y contra ti.
Roma en llamas, la casa de los dos
tiene un cuarto vacío. Nuestro Dios
ha partido. Todo cuanto le di

me comenzó a pesar: mi baladí
fervor de adolescente. Grité: Nos
reclama cada ser; o: Todos los
Hombres son nuestros hermanos.

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Amantes

Somos como son los que se aman.
Al desnudarnos descubrimos dos monstruosos
desconocidos que se estrechan a tientas,
cicatrices con que el rencoroso deseo
señala a los que sin descanso se aman:
el tedio, la sospecha que invencible nos ata
en su red, como en la falta dos dioses adúlteros.

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Amantes II

Desnudos afrentamos el cuerpo
como dos ángeles equivocados,
como dos soles rojos en un bosque oscuro,
como dos vampiros al alzarse el día,
labios que buscan la joya del instante entre dos muslos,
boca que busca la boca, estatuas erguidas
que en la piedra inventan el beso
sólo para que un relámpago de sangres juntas
cruce la invencible muerte que nos llama.

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Canto XIII

La dulce tolvanera del silencioso otoño
va anegando tu imagen en su vaga humareda,
encendiendo en el tiempo la hoguera del olvido
para borrar la última ceniza de la ausencia.

Nadie sabrá que vivo para ti, que defiendo
contra las llamas trémulas tu desnudo recuerdo,
que lucho en el otoño de vientos desolados
y en sus ondas sombrías te reclaman mis sueños.

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La tierra que era mía

Únicamente por reunirse con Sofía Kühn,
amante de trece años, Novalis creyó en el otro mundo;
mas yo creo en soles, nives, árboles,
en la mariposa blanca sobre una rosa roja,
en la hierba que ondula y en el día que muere,
porque solo aquí como un don fugaz puedo abrazarte,
al fin como un dios crearme en tus pupilas,
porque te pierdo, con la tierra que era mía.

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