A la poesía

Al fin, rendida entre mis suaves brazos,
me has concedido el don de tus deseos,
¡oh virgen maternal, extraño sueño
que conturba al poeta! Adolescente
yo te rondé, como un antiguo novio
ronda la misteriosa casa amada
y tras de aquellos cercos, algún día,
logré verte pasar, apenas sombra
entrevista en las luces de mis ojos.

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A mis manos

Formas infatigables de mi alma,
blancos rayos de luz sobre las cosas,
terrenal soplo abierto, alas mías,
que me arrastráis sin freno ni codicia
por esta indescifrable primavera
del ser, los tactos, la tibieza, el frío,
las formas y el color de sus pasiones,
los más ocultos sinos de la tierra;
¿dónde vais desbocadas, presurosas,
a qué porción del mundo oscurecido,
a qué estelar materia abandonada
osáis acometer, cual si en los dedos
harpas o púas de un amor ardiente
guiaran vuestros toques extasiados?

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A un abanico perdido

Para Lea Pentagna

En las manos del ocio, un breve tiempo
abriste tu ala blanca, pregonando
el lejano país donde se oculta
la oriental primavera. Yo podía,
con un antiguo gesto silencioso,
sentir la palpitante ligereza
del aire en mis mejillas, como vuela
entre el denso calor adormecido
la errante mariposa.

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A un arcángel sombrío

Canción

Algún día
el sigiloso administrador de la divinidad,
aquel doncel extraño,
descenderá, para llevarme allí
donde su espada da luz a los elegidos
y la radiante oscuridad de sus ojos
satisface la integridad del hombre,
así como la fruta madura
sirve al inextinguible apetito de la muerte.

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El lujo

Balada

«¿Dónde estás, dónde, en qué país extraño
has ido a hundir el rostro venerable
en el agua que aniña y que refresca
los insignes harapos? ¿A qué tierra

ignorada del hombre te volviste,
llorando los caudales misteriosos
de una gran deserción, de una congoja
de algo viejo y pesado que se hunde?

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Himno a la castidad

La canción ignorada entre las valvas
del corazón sospecho floreciente
como un ímpetu ciego que me tienta.
Que sea no lo sé, pero me llama
esta fruición oculta que sorprendo
dentro de mí tendiéndome en sus brazos
como en lecho de sierpes entre cercos
de algún rosal.

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Himno a la vida

Cuando eras una joven indefensa
con aquel cuello frágil levantando
la lozana cabeza en que esplendía
el amplio sol su dulce arrobamiento,
y cual pájaro o flor que nada teme
abre al espacio el curso de sus alas
o sus pétalos tiñe ardientemente
con el claro rubor de su existencia,
entonces te canté como si hermana
fueras de mi ilusión, y en tu regazo
fraternal vuelo alzaba contemplando
esa faz adorable.

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La canción

Presiento una larga noche de silencio,
una pausa misteriosa sin palabras,
como si unos brazos doblados como plumas
recogiéranse de nuevo en su originaria mudez.

Lo que se habla al mandato de la poesía
no da luz al que dice sin quererlo
esas aterradoras resonancias antiguas
enviadas como rayos sobre la paciente humanidad.

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La higuera

(Apunte para una oda anacreóntica)

No sé si era nostalgia.
El amor y el recuerdo
estaban confundidos en mi ser.
Entrelazados quedarán en la memoria
como un sueño que resplandece,
y el corazón seguirá ignorando
el origen de tanta clemencia.

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La isla

Felicidad, no supe hasta este día
que como un abanico entre sus pliegues
guarda en sí ese paisaje deseado
del aire, tú en ti misma te encerraras,
sin que el hombre cansado consiguiera
ver llegar a sus sienes la frescura
de tu aliento.

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La melancolía

En los postreros días del invierno
las claras lluvias alzan del abismo
un velo luminoso. Despejados espacios
flotan sobre las aguas invernales,
y un recóndito prado verdeante
surge ligero. Entonces una sombra
graciosamente andando reaparece
hacia el claro horizonte derramada,
y tras su espalda se abren los rumores
de una ofrenda gentil.

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La primera tentación de la serpiente

En el tiempo en que el hombre estuvo solo,
en la paradisíaca complacencia
de lo creado, errante por los bosques
de las primeras sombras tentadoras

al descanso, cuando el sol y la luna
parecían venir y suspenderse
para mirar atónitos la gracia
originaria, el don de la sonrisa

en este solitario favorito
de la divinidad, un gran trastorno
turbó sus naturales inocencias
porque la sierpe atenta le espiaba

sus paseos dichosos.

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La rosa

La imagen del amor como una rosa
abre sus encendidas ilusiones
y sobre el tallo esbelto resplandece
su oscura primavera deseada;
el naciente reflejo de su sombra
nubla el claro contorno de la vida
y nos absorbe su letal aliento
cual la luz la cautiva mariposa.

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La siesta

Si alguien me preguntara cuando un día
llegue al confín secreto : ¿qué es la tierra?
diría que un lugar en que hace frío
en el que el fuerte oprime, el débil llora,
y en el que como sombra, la injusticia,
va con su capa abierta recogiendo
el óbolo del rico y la tragedia
del desahuciado : un sitio abrupto.

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Las lágrimas

Las lágrimas son el vino de los ángeles.
San Bernardo

Un día el hombre vio llorar al ángel.
Algo había pasado en los espacios,
algo muy tierno o algo muy terrible,
y el hombre contemplaba conmovido
la alada criatura en su congoja.

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Las mentiras

Tema para una canción

No puedo sino amaros
estrujando vuestras veleidosas acechanzas
sobre mi pecho estremecido,
porque ¿de qué otra cosa podría vivir?

Recordar la vida pasada
es como regar el huerto de vuestras sombras,
y suspirar por algo desaparecido
es levantar las ciegas estatuas de un jardín.

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Las violetas

A la memoria del poeta romántico
Enrique Gil, que cantó a la violeta.

Una leche nocturna os amamanta
en el triste regazo de los sueños;
la oscura palidez tiñe las hojas
de vuestros leves brazos somnolientos
y al fin, en la espesura humedecida,
queda el intenso beso de la noche,
su mortal arrebol allí dejando
la tardía belleza; ya la aurora,
rosa y apenas verde como todo
lo que se inicia, extiende su mirada
sobre el mundo, que lleno de rocío
simula un despertar; sólo vosotras,
ajenas al placer de la mañana,
conserváis ese lívido trastorno
de la noche perdida, y allí envueltas
en vuestra huraña y misteriosa sombra,
cual si, morado pájaro en la tierra,
más que savia, un latido os levantara
del sopor vegetal; porque entretanto,
la noche, el fresco viento o el poeta
os dejaron el cárdeno suspiro
del gran enamorado que no vuelve.

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Los idólatras

Cada cual a través de las tinieblas
ansia de luz advierte en las entrañas;
cada cual va buscando con anhelo
un confín que recuerda desde niño, niño
una aquietada llama. ¡Y para cuántos
esa luz es abismo en que naufraga
su dulce y loca libertad transida!

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Los muchachos

Homenaje a Porfirio Barba-Jacob

Me veo precisado a repetirlo
una vez más: mis solos compañeros
de ruta y lecho: jóvenes que fuisteis
mi tentación más firme y el encanto
de mi flaqueza. Debo repetirlo
por última verdad: os amé a todos
cual si fuerais el mismo y el distinto
que cada vez mostrábase a la vista
como un primaveral brotar de nuevo:
fuisteis David, Tobeyo, Albano, Cinthio,
y aquél que no durmió nunca en mis brazos
pero supo decirme como nadie
que me quería.

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Himno al ocio

A veces cuando escucho de la sangre
este claro rumor, cuando a mis labios
fluye el ocio su oscura caballera
como por una brisa sacudida
por los mismos latidos de mi pecho
y en esa tan divina intrascendencia
un ser real, viviente, entre mis brazos
paréceme tener, como en los ríos
las tendidas laderas cuando sienten
pasar una presencia inagotable,
háblole como amigo de la dicha
mensajero de paso por la tierra
que ha doblado sus alas y descansa
su pulmón de ventura en torno nuestro:
fluye amoroso campo de la vida,
fluye amor tu tesoro manifiesto,
fluid, fluid, hermosas estaciones,
los racimos, los frutos y las nieblas
tras de las que se ocultan en otoño
los frescos manantiales de la gracia.

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Los mitos

¿Queréis que entre el arrullo de mis brazos
tiemble el dormido corazón de Helena
como entre sus asiáticas murallas
y el vulnerable hijo de Peleo
otra vez en su lecho halle al amigo
por el que rugió hermoso? ¡Ay, quién pudiera
con su soplo alentar tales prodigios
y devolver la vida con su canto
a quienes se mostraron por la tierra
con tal deseo espléndido!

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Nocturno

Noche de las estrellas te estremeces
con un fluido oscuro. En tus arpegios
de soledad escucho la hermosura
de la existencia. ¡Oh lumbres fugitivas
en cuyo seno mora irreparable
la verdad! Qué sombrías esperanzas
abres a quien te mira recostado
desde la dulce tierra y se incorpora
con un temor incierto a esas frondosas
penumbras celestiales.

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