Ciego que apuntas y atinas,
Caduco dios, y rapaz,
Vendado que me has vendido,
Y niño mayor de edad,
Por el alma de tu madre
Que murió, siendo inmortal,
De envidia de mi señora,
Que no me persigas más.
Poemas de Luis de Góngora
Con diferencia tal, con gracia tanta
Aquel ruiseñor llora, que sospecho
Que tiene otros cien mil dentro del pecho
Que alternan su dolor por su garganta;
Y aun creo que el espíritu levanta
Como en información de su derecho
A escribir del cuñado el atroz hecho
En las hojas de aquella verde planta.
Cisnes de Guadiana, a sus riberas
Llegué, y a vuestra dulce compañía,
Cuya suave métrica armonía
Desata montes y reduce fieras;
No a escuchar vuestras voces lisonjeras,
Sino al segundo ilustrador del día
Consagralle la humilde Musa mía,
Que cantó burlas y eterniza veras,
Al Apolo de España, al de Ayamonte
Culto honor.
Cosas, Celalba mía, he visto extrañas:
Cascarse nubes, desbocarse vientos,
Altas torres besar sus fundamentos,
Y vomitar la tierra sus entrañas;
Duras puentes romper, cual tiernas cañas;
Arroyos prodigiosos, ríos violentos,
Mal vadeados de los pensamientos,
Y enfrenados peor de las montañas;
Los días de Noé, gentes subidas
En los más altos pinos levantados,
En las robustas hayas más crecidas.
¿Cuál del Ganges marfil, o cuál de Paro
Blanco mármol, cuál ébano luciente,
Cuál ámbar rubio, o cuál oro excelente,
Cuál fina plata, o cuál cristal tan claro,
Cuál tan menudo aljófar, cuál tan caro
Orïental safir, cuál rubí ardiente,
O cuál, en la dichosa edad presente,
Mano tan docta de escultor tan raro
Bulto de ellos formara, aunque hiciera
Ultraje milagroso a la hermosura
Su labor bella, su gentil fatiga,
Que no fuera figura al Sol de cera,
Delante de tus ojos, su figura,
Oh bella Clori, oh dulce mi enemiga?
Da bienes Fortuna
que no están escritos:
cuando pitos flautas,
cuando flautas pitos.
¡Cuán diversas sendas
Se suelen seguir
En el repartir
Honras y haciendas!
A unos da encomiendas,
A otros sambenitos.
Cuando pitos flautas,
cuando flautas pitos.
Cuantas al Duero le he negado ausente,
Tantas al Betis lágrimas le fío,
Y, de centellas coronado, el río
Fuego tributa al mar de urna ya ardiente.
Volcán desta agua y destas llamas fuente
Es, ingrata señora, el pecho mío;
Los suspiros lo digan que os envío,
Si la selva lo calla, que lo siente.
Cuatro o seis desnudos hombros
De dos escollos o tres
Hurtan poco sitio al mar,
Y mucho agradable en él.
Cuánto lo sienten las ondas
Batido lo dice el pie,
Que pólvora de las piedras
La agua repetida es.
Cura que en la vecindad
Vive con desenvoltura,
¿Para qué le llaman cura,
Si es la misma enfermedad?
El Cura que seglar fue,
Y tan seglar se quedó,
Y aunque órdenes recibió
Hoy tan sin orden se ve,
Pues de sus vecinas sé
Que perdió la continencia,
No le llamen Reverencia,
Que se hace Paternidad.
De chinches y de mulas voy comido,
Las unas culpa de una cama vieja,
Las otras de un Señor que me las deja
Veinte días y más, y se ha partido.
De vos, madera anciana, me despido,
Miembros de algún navío de vendeja,
Patria común de la nación bermeja,
Que un mes sin deudo de mi sangre ha sido.
A este que admiramos en luciente,
Émulo del diamante, limpio acero,
Igual nos le dio España caballero
Que de la guerra Flandes rayo ardiente.
Laurel ceñido, pues, debidamente,
Las coyundas le fían del severo
Suave yugo, que al lombardo fiero
Le impidió sí, no le oprimió la frente.
Del León, que en la Silva apenas cabe,
O ya por fuerte o ya por generoso,
Que a dos Sarmientos, cada cual glorioso,
Obedeció mejor que al bastón grave,
Real cachorro y pámpano suave
En este infante en tierna edad dichoso;
Cupido con dos soles, que hermoso
De ángel tiene lo que el otro de ave.
Mariposa, no sólo no cobarde,
Mas temeraria, fatalmente ciega,
Lo que la llama al Fénix aun le niega,
Quiere obstinada que a sus alas guarde,
Pues en su daño arrepentida tarde,
Del esplendor solicitada, llega
A lo que luce, y ambiciosa entrega
Su mal vestida pluma a lo que arde.
Menos solicitó veloz saeta
Destinada señal, que mordió aguda;
Agonal carro en la arena muda
No coronó con más silencio meta,
Que presurosa corre, que secreta,
A su fin nuestra edad. A quien lo duda
(Fiera que sea de razón desnuda)
Cada sol repetido es un cometa.
Esta que admiras fábrica, esta prima
Pompa de la esculptura, oh caminante,
En pórfidos rebeldes al diamante,
En metales mordidos de la lima,
Tierra sella, quen tierra nunca oprima;
Si ignoras cuya, el pie enfrena ignorante,
Y esa inscripción consulta, que elegante
Informa bronces, mármoles anima.
Sople rabiosamente conjurado
Contra mi leño el Austro embravecido,
Que me ha de hallar el último gemido,
En vez de tabla, al áncora abrazado.
¿Qué mucho, si del mármol desatado
Deidad no ingrata la esperanza ha sido
En templo que de velas hoy vestido
Se venera, de mástiles besado?
-¿De dónde bueno, Juan, con pedorreras?
-Señora tía, de Cagalarache.
-Sobrino, ¿y cuántos fuistes a Alfarache?
-Treinta soldados en tres mil galeras.
-¿Tanta gente? -Tomámoslo de veras.
-¿Desembarcastes, Juan? -¡Tarde piache!,
que al dar un Santiago de azabache,
dio la playa más moros que veneras.
Los días de Noé bien recelara
Si no hubiera, Señor, jurado el cielo
En su arco tu piedad, o hubiera el hielo
Dejado al arca ondas que surcara.
Denso es mármol la que era fuente clara
A ninfa que peinaba undoso pelo;
Montes coronan de cristal el suelo;
Atado el Betis a su margen para.
A los campos de Lepe, a las arenas
Del abreviado mar en una ría,
Extranjero pastor llegué sin guía,
Con pocas vacas y con muchas penas.
Muro real, orlado de cadenas,
A cuyo capitel se debe el día,
Ofreció a la turbada vista mía
El templo santo de las dos Sirenas:
Casta madre, hija bella, veneradas
Con humildad de prósperos vaqueros,
Con devoción de pobres pescadores.
La fuerza que infestando las ajenas
Argentó luna de menguante plata,
Puerto hasta aquí del bélgico pirata,
Puerta ya de las líbicas arenas.
A las señas de España sus almenas
Rindió al fiero león que en escarlata
Altera el mar, y al viento que le trata
Imperioso aun obedece apenas.
Al tronco descansaba de una encina
Que invidia de los bosques fue lozana,
Cuando segur legal una mañana
Alto horror me dejó con su rüina.
Laurel que de sus ramas hizo dina
Mi lira, ruda sí, mas castellana,
Hierro luego fatal su pompa vana
(Culpa tuya, Calíope) fulmina.
Oh tú, cualquiera que entras, peregrino,
Si mudo admiras, admirado para
En esta bien por sus cristales clara,
Y clara más por su pincel divino,
Tebaida celestial, sacro Aventino,
Donde hoy te ofrece con grandeza rara
El cardenal heroico de Guevara
Freno al deseo, término al camino.
Peinaba al sol Belisa sus cabellos
Con peine de marfil, con mano bella;
Mas no se parecía el peine en ella
Como se escurecía el sol en ellos.
En cuanto, pues, estuvo sin cogellos,
El cristal sólo, cuyo margen huella,
Bebía de una y otra dulce estrella
En tinieblas de oro rayos bellos.
Pisó las calles de Madrid el fiero
Monóculo galán de Galatea,
Y cual suele tejer bárbara aldea
Soga de gozques contra forastero,
Rígido un bachiller, otro severo,
(Crítica turba al fin, si no pigmea)
Su diente afila y su veneno emplea
En el disforme cíclope cabrero.
Clavar victorïoso y fatigado
Al español Adonis vio la Aurora
Al tronco de una encina vividora
Las prodigiosas armas de un venado.
Conducida llegó a pisar el prado,
Del blanco cisne que en las aguas mora,
Su venus alemana, y fue a tal hora,
Que en sus brazos depuso su cuidado.
Nilo no sufre márgenes, ni muros
Madrid, oh peregrino, tú que pasas,
Que a su menor inundación de casas
Ni aun los campos del Tajo están seguros.
Émula la verán siglos futuros
De Menfis no, que el término le tasas;
Del tiempo sí, que sus profundas basas
No son en vano pedernales duros.
De puños de hierro ayer
En este mismo lugar,
Fui gran hombre en el sacar
Y hoy lo soy en el volver.
Los dineros van a ser
Restituidos por vos,
Y el «por la gracia de Dios
Don Felipe», al de Guzmán;
Que porque faltas harán
Los quiero dejar a dos.
De pura honestidad templo sagrado,
Cuyo bello cimiento y gentil muro
De blanco nácar y alabastro duro
Fue por divina mano fabricado;
Pequeña puerta de coral preciado,
Claras lumbreras de mirar seguro,
Que a la esmeralda fina el verde puro
Habéis para viriles usurpado;
Soberbio techo, cuyas cimbrias de oro
Al claro sol, en cuanto en torno gira,
Ornan de luz, coronan de belleza;
Ídolo bello, a quien humilde adoro,
Oye piadoso al que por ti suspira,
Tus himnos canta, y tus virtudes reza.
Sacros, altos, dorados capiteles,
Que a las nubes borráis sus arreboles,
Febo os teme por más lucientes soles
Y el cielo por gigantes más crueles.
Depón tus rayos, Júpiter; no celes
Los tuyos, Sol; de un templo son faroles
Que al mayor mártir de los españoles
Erigió el mayor rey de los fieles.
Música le pidió ayer su albedrío
A un descendiente de don Peranzules;
Templáronle al momento dos baúles
Con más cuerdas que jarcias un navío.
Cantáronle de cierto amigo mío
Un desafío campal de dos Gazules,
Que en ser por unos ojos entreazules
Fue peor que gatesco el desafío.