Todos los días me despierto ahora con alegría y pena.
En otros tiempos me despertaba sin ninguna sensación:
despertaba.
Tengo alegría y pena por perder lo que sueño
y porque en la realidad puedo estar donde está lo que
sueño.
Tu voz habla amorosa…
Tan tierna habla que me olvido
de que es falsa su blanda prosa.
Mi corazón desentristece.
Sí, así como la música sugiere
lo que en la música no está,
mi corazón nada más quiere
que la melodía que en ti hay…
¿Amarme?
Este día tan lleno de niñez,
las cápsulas verdes de los eucaliptos
en el suelo, entre hojas.
El buen aroma frío y viejo trae
de la mano, consigo,
los paseos al sol y por un parque
en un abril de viento.
Unas veces el cambio se prepara
en forma subterránea pero estalla
de modo brusco, abierto:
nova en el cielo
grieta en la tierra
inundación de luz en plena noche
lengua de fuego
asoma sorpresivamente en la mirada
del otro, vuelto Otro, vuelto ajeno.
Hay un tejido, una red luminosa
que tiembla en la arena, por abajo del agua.
Se ve a través del verde transparente
como una temblorosa trama.
Cuando la ola rompe su espuma
quedan burbujas sueltas, chiquitas
sobre la piel del agua:
brillan intensa, nítidamente
en seguida se apagan.
Cambios pequeños y tenaces.
Bajo el cielo ya un grado
de luminosidad o de tibieza.
Ha caído más polvo sobre el piso o la silla.
Pequeñísima arruga se dibuja o se ahonda.
Hay un nuevo matiz en el sonido
de la voz familiar (¿Lo notarías?)
En un coro confuso de entreveradas voces
faltan algunas, otras
aparecen.
Escucha la historia de la Muerte.
Ella estaba sobre la tierra, escondida.
Ella no estaba abajo.
Un agua subterránea, pura
era bebida de los inmortales
debajo de la tierra.
¿Quién fue culpable?
El que salió y quebró y saltó hacia afuera
por haber escuchado un canto de pájaro.
Viven en nosotros innúmeros;
Si pienso o siento, ignoro
Quien es que piensa o siente.
Soy tan sólo el lugar
Donde se siente o piensa.
Tengo más almas que una.
Hay más yos que yo mismo.
No obstante, existo.
No puede ser. Veíamos través de
densas capas de materia
escuchábamos voces en la noche sorda
Bebíamos la realidad que estaba
y no estaba, porque fluía en el arroyo
de la percepción
Así nos amábamos y no nos amábamos,
nos dábamos el sol y la muerte
en los labios húmedos
Tirados como leños, la roja corteza arrugada, somos búfalos que se pudren derritiéndose sobre la pradera verde.
Pero también, debido a algo inexplicado, a un inigualable acto de azar, tirados como setas en la hierba, exploramos todos los milenios, huimos de bestias prehistóricas, peleamos todas las guerras, somos millones estirándonos bajo el arco iris de la eternidad, mientras combaten dragón y anhelo en las nubes.
La mariposa atrapada
entre la telaraña y el vidrio
creyó que mi mano que le daba la libertad
era su muerte
Su sorprendido aleteo hacia el cielo
Siempre tendrás razones
Tú vas a sacar la espada
como un ángel
Y cuando la has desenvainado
ya eres un demonio
*
Escrito en piedra
Sin descanso
el río talla el canto
donde deposita su memoria
huella jeroglífica
del instante que mana
Y lees otro signo
anunciando que vendrá
el océano
Vi sobre la playa de oro
un delfín blanco resoplar
mientras lloraba como un niño
A pocos metros los pescadores
entre redes calculaban su peso
para llevarlo al mercado de carnes
Pensé que el amor era el mar
y nosotros el delfín
que no sabía o no podía regresa
Hasta que el amor de todos
descendió
a su más bajo nivel
de embalse
-Nuestra represa se seca-
Y hay angustia
y grave racionamiento de luz
Y entonces -por fin-
multitudes hacen grandes filas
para escuchar poesía
Mi madre hace barquitos de papel
y me recuerda que de niña
los poníamos sobre la zanja para verlos perderse.
Mientras dobla los papeles me comenta
«parecen de verdad»
y los va colocando en las aguas
¿tranquilas, tumultuosas?
hazle a este hombre de perdón
una herida más honda que la soledad.
Reviéntale los ojos que le sirvieron
para ignorarte.
Paul Eluard
Liviana como un pájaro
danzo bajo la tormenta.
La noche y sus manos pasarán otra vez por mis ojos
con la misma vehemencia con que canto.
Viudita habías de ser,
viudita cascabelera,
y yo casarme contigo.
Luna lunera…
¡Quiquiriquí! Canta el gallo;
yo partía a mi tarea
dejándote arropadita,
Luna lunera…
Tan. Tan. Tan. Ya son las doce.
Yo me sentaría a tu mesa
y en tu boca comería,
Luna lunera…
Plon.
A Marcel Proust
¡Oh!, Marcelo, soy una desterrada.
Los heliotropos de mis ojos
están sobre la tierra para podrirse,
para que vengan los gusanos de la muerte.
Mi espalda es divina y mi sexo conmovedor,
tiemblo ante el roce de una mano
como una gota de agua
en el parabrisas de tu coche.
No eran de viento los molinos, Sancho,
sino de tiempo.
Ha sido desigual la pelea, tan difícil,
las aspas giraban hacia arriba, indiferentes,
y yo minúsculo abajo, en su sombra.
Eran de tiempo, Sancho
grandes conos erguidos y en la cima
un remolino indescifrable.
I
Cuerpo, soledad, fantasma mío,
hoy descubro que existes y eres hermoso.
Has alcanzado el esplendor de los antiguos imperios
y contemplo pájaros y peces
que vienen a morir a tu orilla.
Buenas noches, la ciudad está temblando en ti.
¿Dónde encontrar al testigo,
al hombre despierto que vive su tiempo con un gozo
sustancial y claro;
al que toca las aguas y ve;
al que planta el árbol y ve;
al que ciñe un duerpo de amor y ve el amor;
al que traspasa con sus ojos la distancia
y la duda?
Estamos en la orilla de la playa, tú me ignoras, seguro, porque estoy aquí. No veo caracoles, restos de la resaca que el mar arrastra y nos deja para convencernos de nuestra fragilidad. Estás tan feliz. Juegas. A los cinco años el mar era para mí la espalda de mi padre, sus manos fuertes sosteniendo mi estupor y la transparencia de un agua que ahora me asfixia.
Evidencia y muerte
en la eternidad que me niegan
tus armas de polvo,
tus caminos de humo.
He aquí el compromiso:
transar con el otoño vagabundo;
elegir el consentimiento del junco vencido;
asir la mano del alba cuando, temblorosa,
se anida en los muslos locos,
y amar la carne profunda en sus nieves
y torrentes.
Idioma vencido de tus labios:
palabras muertas de nieve
brotan, como almendra antigua,
amenazada de males, de albas,
de murmullos.
Y la roca, y la arcilla, sin alas
se aferran al aluvión, huyen del viento
y funden su soledad en la extraña máscara:
rasgos fijos del amante en la edad, imprecisa
y sin tiempo, de la amada.
Siempre que las estrellas fugaces se desprenden
hacia esa otra noche
húmeda y lejana entre nosotros,
busco, rápido en mi memoria
aquel deseo
que sólo en su fulgor se realizara;
pero pasa en un tiempo tan veloz
que apenas alcanza para alertar los sentidos,
y maldigo luego mi pereza
y quedo pensando
cuál es,cuál será ese deseo,
el imposible,
que quisiera cumplir
por encima de todos mis deseos.
La puerta del alma medio abierta:
por allí, te exilias del ardor del día,
preservándote.
Más acá, serías como un fantasma
tachonado de agujas, miradas y dicterios
Incesante herencia de crepúsculos,
revives el mar, la ola elemental, el eco
transparente y mágico.
Mi hijo, digo, es el tesoro más grande de mi vida, y saltan estrepitosos los animales que mi madre descuartizaba feliz para que nosotros dijéramos éste es el vino seco y el comino, la hoja de laurel victoriosa que entrará a los canales de la sangre.
Mirábamos las láminas en los libros infantiles
y queríamos un castillo, sus nubes azules,
el canal atravesando el jardín
y su puente.
Queríamos los trajes
-tan fáciles de trazar sobre el papel-
Queríamos conocer las ciudades
sus colores de relente.
Como irrumpen
atropelladas, sin medida,
las razones de un hombre tímido,
se agolpan esas cuatro o cinco notas
primeras, se contraen un instante inmedible,
y luego se remansan, persuasivas
como una declaración de amor,
que se fuera tornando una rara despedida.
¿De qué silencio eres tú silencio?
¿De qué silencio eres tú silencio?
¿De qué voz, qué clamor, qué quién responde?
Abismo del azul, ¿qué hacemos en tu seno,
hijos de la palabra como somos?
¿Qué tienes tú que ver, di, con nosotros?
Qué raro es el amor, qué raro
aun entre amantes
que se aman, aun en el seno
de la casa materna,
la entrañable,
qué instante
tan raro aquel en que él irrumpe
de otro modo,
súbito como un golpe,
el amor dentro del amor,
qué raro ese minuto
de compasión total, pura,
sin causa,
sin posible respuesta
ni duración
posible, qué raro
que a nadie hayamos
amado, acaso, más,
que a ese niño ajeno, en México,
que a ese que pasó hablando
consigo mismo,
que a aquella odiada mujer,
porque, de pronto,
su bata de casa nos miró desolada,
un fragmento de su espalda
nos hizo llorar
como la más arrebatadora música,
qué extraña
crecida sin palabras.
A Lichi, su cantor
La banda gigante, como los alones de su sombrero provocador al frente, quiere romper, inaugurar lo enorme. (Lo enorme, cariñosamente, brilla). ¡La banda gigante, como las ligas gigantes, el teipe en la pelota, el batazo en lo azul un descampado de Domingo!
¿Por qué, Señora,
el aire, el desafío,
pierna y botín robustos
y pecho de paloma?
¿Por qué, conquistadora,
sobre los raros farallones
de desiguales ángulos
te empinas, desdeñando
abajo el foso oscuro de las aguas?
Castillo de la Fuerza,
Giraldilla,
tu donaire y victoria.
No, no, memoria del pasado día
vengas sobre este sol y césped santo.
No vuelva yo a invocar refugio tanto
de lo que así se crece en despedida.
Quédeme tu intemperie y mi porfía
de caer, de volver de nuevo a alzarme,
no la raída pasamanería
que alza mi polvo y que tu luz deshace.
Ah, sabias cucharas,
tenedores de madera, nobles jarros,
aprenda vuestras texturas,
vuestras fieles y viejas amistades
con el fuego de la tarde
y los aposentos más íntimos de la casa,
ah, mis sobrevivientes,
os miro, extrañamente consolada
por esa fidelidad que nos olvida.
Nada entiendo, Señor, di lo que he sido.
Virgen es todo acto, el más impuro.
Yo no puedo llegar a esos oscuros
ángeles que he engendrado y que he movido
Acto, reminiscencia de lo puro,
que tan sólo una vez es poseído.
Uno vuelve a subir las escaleras
de su casa perdida (ya no llevan
a ningún sitio), alguien nos llama
con una voz querida, familiar.
Pero ya no hace falta contestarle.
La voz sola nos llama, suficiente,
cual si nada pudiera hacerle daño,
en el pasillo inmenso.
Y sin embargo sé que son tinieblas
las luces del hogar a que me aferro,
me agarro a una mampara, a un hondo hierro
y sin embargo sé que son tinieblas.
Porque he visto una playa que no olvido,
la mano de mi madre, el interior de un coche,
comprendo los sentidos de la noche,
porque he visto una playa que no olvido.
¿Vienes menos cada vez,
huyes de mí,
o es que estamos entrando en tu silencio
-el pedregal, la luz-
y ya tenemos poco que decirnos?
Pero ese poco,
¿lo diremos nunca?
pero ese poco, ¿qué es?
¿Será el alimento de los ángeles,
lo que le falta al sol,
la muerte?
Si vieras en qué playa te he querido
y en qué estrella te ocultas invencible,
qué acentos de mi voz has escogido,
hasta dónde te hunde lo imposible
desde mi sueño al tuyo melodioso
como una clara ola que me inunda.
Qué oculta esta palabra o reverencia
irónica al desdén que la provoca,
gusto que niega todo lo que toca,
negación de sí misma, viva ausencia.
Cómo para vivir tiene licencia
si no nació, ni muere, ni convoca
más tiempo que el futuro que revoca
dejándonos de nada única ciencia.
¡Oh dulcísimo callar
del ángel de mi sigilo!
¡Oh dulcísimo callar
del mundo en mi corazón!
¡Oh dulcísima miseria
de mis ojos en la flor,
de mi soñar en el río,
de mi tacto por el cielo!
¡Ay! que hay quien mas no vive
porque no hay quien day se duele,
y si hay, ¡ay! que recele
hay un ay con que sesquive
quien sin ay vivir no suele.
Hay placeres, hay pesares,
hay glorias, hay mil dolores,
hay, donde hay penas de amores,
muy gran bien si dél gozares.
Destas aves su nación
Es cantar con alegría,
Y de vellas en prisión
Siento yo grave pasion,
Sin sentir nadie la mía.
Ellas lloran que se vieron
Sin temor de ser cativas,
Y a quien eran más esquivas
Esos mismos las prendieron:
Sus nombres mi vida son
Que va perdiendo alegría,
Y de vellas en prision
Siento yo grave pasion,
Sin sentir nadie la mía.
Este libro no es tanto de poesía
como de conciencia.
Sus versos resultan duros y desabridos
pero dicen la verdad de mi corazón
cambiante y una
como profunda luz de agosto.
Ya no vale la pena escribir
una línea
que no sea completa, aunque después resulte poca,
la verdad.
El amor ha tales mañas
que quien no se guarda dellas,
si se l′entra en las entrañas,
no puede salir sin ellas.
El amor es un gusano
bien mirada su figura,
es un cáncer de natura
que come todo lo sano.
Detrás de él va un niño
que lleva un suéter rojo
que va detrás de un viejo
que tiene un sombrerito,
detrás de una señora
con una saya azul,
que va detrás de un perro
que va detrás de un coro
de marineros rusos,
detrás de una muchacha
públicamente hermosa,
que va detrás de un ciego
detrás de su bastón,
que va detrás de un día
color de cornetín,
que va detrás de un ciervo
que se perdió en el bosque,
detrás de las Cabrillas
y de la Cruz del Sur,
que va detrás de un beso
detrás de una postal,
que va detrás de un manco,
de un cojo y de un ciempiés,
detrás de un apagón,
detrás de dos paraguas
que van detrás de Arthur
detrás de sus camellos
que van detrás de todo
con todas las banderas
las herramientas todas
y con soldados mil.
Vuelve la tarde
cuando el niño polvoriento se echa al río
y suena su peso en las nubes
como un fresco morado distinto
que abre suavemente los ojos de la mujerzuela
sentada huesuda y eterna en el parque.
Dónde estará mi sombrero, pregunta
con el único zapato interrogante que tiene,
y se pone a crear de otro modo su verde sombrero,
mientras el niño patalea dulce
perdido en un extraño, en un sordo silencio
que no puede penetrar ni la música del último crimen.
Será perderos pediros
esperanza qu′es incierta,
pues cuanto gano en serviros
mi dicha lo desconcierta.
Cresce cuando va más
un quereros que me hace
consentir, pues qu′a vos place
mis bienes queden atrás.
Mas verés con mis suspiros
la pena más descubierta,
pues cuanto gano en serviros
mi dicha lo desconcierta.