Fondo naranja. A intervalos de diez segundos caen del techo todas
las prendas con que se viste una mujer. Finalmente caerá un
zapato y , al esperar que caiga el otro, baja el telón.
Versión de Juan Manuel Gisbert
Fondo naranja. A intervalos de diez segundos caen del techo todas
las prendas con que se viste una mujer. Finalmente caerá un
zapato y , al esperar que caiga el otro, baja el telón.
Versión de Juan Manuel Gisbert
Hoja tras hoja desnudo los árboles.
Piedra tras piedra desnudo el terreno.
Después el cielo desaparece.
Y la tierra también se va.
Versión de Andrés Sánchez Robayna
Si fueras una ola, serías mi juego favorito.
Si me quisieras siempre, serías la plenitud.
Si fueras una manera de hablar, serías el diálogo.
Si lloraras inquieta, te buscaría y no te encontraría.
Si fueras una puesta de sol, serías la más bella de todas.
Un hombre lleva abrigo y botines grises.
Pasa una mujer, muy guapa, enlutada.
Un muchacho, con gafas de miope, explica con profusión de detalles
cómo es el que le ha sustituido en el cargo.
Un hombre, con una cicatriz en la mano, sale apresuradamente
de un edificio
con una cartera bajo el brazo.
Un hombre estornuda.
Pasa un coche.
Un tendero baja la persiana metálica.
Pasa una mujer con una garrafa llena de agua.
Me voy a dormir.
Eso es todo
Versión de Andrés Sánchez Robayna
Cuando hablo, el amor llevo en la saliva.
Me exalta donde yo no soy tu vida;
Te exalta donde tú no eres mi vida:
Fuego en el prisma
Tal fuerza oscura nace del instinto;
Mas veo el fuego y siento en vena viva.
A A. Ya. Serguéyev
I. «Imperio -país para idiotas.»
Llega el Emperador y el tráfico está cortado.
Se apretuja el gentío
contra los legionarios: canciones y gritos;
pero el palanquín marcha cerrado. El objeto del amor
no quiere ser objeto de curiosos.
K.J.
Cuando la nieve cubre el mar y el crujir del pino
deja en el aire más honda huella que el trineo,
¿a qué azul pueden llegar los ojos?, ¿a qué silencio
puede caer la voz desamparada?
Perdido de vista, ignorado, el mundo exterior
ajusta cuentas con la cara, como con un rehén de Mameluco.
(De Marcial)
Sopla el viento hoy, las olas se encaraman.
Se acerca el otoño y trocará toda la vista.
Y, Póstumo, este mudar de tonos te llega más al alma
que ver cómo se cambia de vestido la amiga.
A Octavio Paz
Cuernavaca
En el jardín donde M., un protegé francés
mantuvo a una beldad de espesa sangre indígena
hoy canta un hombre venido de muy lejos.
En el jardín tupido como un trazo cirílico
un mirlo nos recuerda al ceño cejijunto.
En cualquier elemento el hombre
es tirano, prisionero o traidor…
A. Pushkin
Yo estuve en México, escalé las pirámides
impecables moles geométricas
desparramadas por el istmo de Tehuantepec.
Quiero creer que las hicieron visitantes del cosmos
pues estas obras suelen edificarlas los esclavos
y el istm0 está cubierto de hongos pétreos.
(«Al amigo-filósofo, de la manía, de la melancolía y de la plica
polaca»: título de un tratado del siglo XVIII que se conserva en la
biblioteca de la Universidad de Vilnius. [Nota del autor.])
Insomnio. Un trozo de mujer. Un vidrio
repleto de reptiles que se abalanzan hacia afuera.
Si te estuvieras ahogando, acudiría a salvarte,
a taparte con mi manta y a ofrecerte té caliente.
Si yo fuera comisario, te arrestaría y te
encerraría en una celda con la llave echada.
Si fueras un pájaro, grabaría un disco
y escucharía toda la noche tu trino agudo.
Yo te saludo, pasados dos mil años.
También tú fuiste marido de una puta.
Es algo que tenemos en común. Por lo demás,
en torno a ti está tu urbe. Estruendo, coches,
chusma con jeringas en húmedos portales,
ruinas. Yo, un viajero del montón,
saludo ahora tu busto polvoriento
en la desierta galería.
Todos los perros devorados. En el diario
no queda una hoja en blanco. La foto de la esposa
se cubre de palabras a modo de rosario,
clavado en su mejilla el lunar de una fecha dudosa.
Le sigue la foto de la hermana.
El fuego, oyes, se empieza a apagar.
En los ángulos las sombras se agitan.
Y ya no hay modo de poderlas señalar,
gritarles que se queden quietas.
Cerrando filas, se han puesto a formar.
No, esta hueste no atiende a palabras.
3. Conversación en el salón de pasajeros
«¿El archiduque? ¡Un monstruo, sin duda! Aunque, si bien lo
miras,
es imposible negarle al hombre cierta virtud…»
«Los esclavos critican al señor. Y los señores, la esclavitud.»
«¡Qué círculo vicioso!» «¡No, más bien un salvavidas!»
«¡Espléndido jerez!» «Toda la noche sin poder dormir.
En aquel tiempo, en el país de los dentistas,
-sus hijas mandaban a Londres los pedidos,
sus tenazas izaban bien sujeta en bandera
una muela del juicio que no tenía dueño-,
yo, ocultas en la boca unas ruinas
más limpias que lo estaba el Partenón,
espía, bandolero, quintacolumnista
de una podrida civilización -de hecho
profesor de bellas letras-, vivía
en un college junto al principal
de los Grandes Lagos, adonde
me habían llamado a emplear el potro
con los adolescentes del lugar.
Me han culpado de todo, salvo del tiempo,
yo mismo me he solido amenazar con un duro rescate.
Mas pronto me arrancaré, como se dice, los galones,
y me convertiré en una simple estrella.
Y brillaré en el adiós como un teniente de los cielos,
cuando oiga el trueno, me ocultaré entre la nube
sin ver cómo la tropa, bajo el empuje de los saldos,
huye bajo el acoso de la pluma.
Mi verso mudo, mi callado verso
pero aciago -mal le pesen las riendas-,
¿a dónde de este yugo iremos a quejamos
y a quién decir la vida que llevamos?
Por mucho que, pasadas ya las doce, buscando
detrás de la cortina, con cerillas, el ojo de la luna,
expulses de los restos de tu mueca opaca
con la mano, en la mesa, de la locura el polvo.
No hay sólo andar, también silencio, en tu reloj,
que además ignora el caminar en círculo.
Así en su caja hay gato y hay ratón,
nacidos, se diría, el uno para el otro.
Tiemblan, escarban, yerran en qué día están,
mas sus roer, enredos y trajín constantes
apenas se aprecian en un hogar del campo,
que suele cobijar cientos de seres vivos.
Desde ningún lugar, con amor, tal día de martubre,
querido, muy señor, cariño -quién seas
tanto da, si no es posible ya
recordar los rasgos-; la verdad
este ni suyo ni de nadie fiel amigo, le saluda
desde uno de los cinco continentes, fundado por cowboys;
te he querido más que a un ángel, que al mismísimo,
y hoy por eso estoy de ti aún más lejos;
entrada ya la noche, en lo más hondo de un dormido valle,
en un villorrio con nieve hasta el pomo del portal,
y retorciéndome en la sábana de noche
-como en adelante al menos no se indica más-,
con un mugido «tu», ahueco la almohada,
sin límite ni fin, y más allá del mar,
tratando en las tinieblas y con el cuerpo todo,
de repetir tus rasgos como un espejo loco.
Querido Telémaco,
la Guerra de Troya
ha terminado. No recuerdo quién venció.
Los griegos, debe ser: los griegos, quién si no,
puede dejar en tierra extraña tantos muertos…
De todos modos, el camino que me lleva al hogar
resulta que se alarga demasiado.
Y no importa que un vacío empiece a abrirse
de entre tus sentires, que tras la gris tristeza
crepite el miedo y, digamos, un foso de furor.
Porque en la era atómica, cuando tiembla hasta la roca,
podremos sólo salvar los muros del hogar,
los corazones, fundiéndolos con fuerza igual
y nexo semejante a la muerte que los viene a acechar.
A.M.B.
Yo no era más que aquello que tú
con la mano acariciabas,
allí donde en noche de pavor,
cerrada, la frente reclinabas.
Yo no era más que aquello que tú
distinguías allá, abajo:
primero, solamente imagen vaga,
mucho después, también los rasgos.
colocado ahí. más
allá de ese límite más
allá.
ya no se sufre.
lo entrego a dispersión.
al olvido del mar.
cuerpo descosido de ti.
salado hasta el goce
desierto
como un jardín de
cristal. en el instante
que aúlla. sin comprender.
en la mano.
en torno a una cosa dulce
y carne.
el crimen (ojos de esmalte)
respira a los pies de una
silla.
contra el ángel
pensar en ello
no puedo
sin morir
de un destello de alegría
sin morir de alegría
al instante
momento de nacer
alta
fusión
cuando el cuerpo ya vacío
de haber llorado el día
de haber llorado la dicha
(gavilla de angustia)
de rastrojo aureolado
cruzamos
la mirada azul que hace gozar
cuerpo depuesto en el campo
agudo. ojos
alerta.
cerrados a fuego. albeando
al envés. abiertos: inundados de blancura.