La nave de la China
que llegó a Acapulco
le trajo a la noble
Marquesa de Uluapa
un cofre de laca
color de vainilla;
y ornado de alados
dragones dorados
y de extrañas flores,
unos dos tibores.
Dos gotas de cristal que rebotaran,
y al rebotar sonaran
con timbre desigual: tín… tán… tín… tán.
Así suenan los cuartos de las horas
del reloj parroquial.
La noche es una lámina astronómica
de mármol, donde van
rebotando los cuartos de las horas:
tín… tán…
tín… tán…
Pienso en la ausencia de la vieja casa;
el amplio comedor dado de cal;
la cantera porosa en que se filtran
alternas gotas que también dirán
al caer sobre el agua de la cántara:
tín… tán…
tín… tán…
Los sueños andan por la cabecera;
la alcoba memora la vieja y casera
canción primordial:
Señora Santa Ana, ¿por qué llora el niño?…
que es como un perfume en la oscuridad.
Aunque la mañana está soleada,
tiene algo de una celda abandonada.
Habla la casa porque está callada;
y en un encogimiento del espíritu,
se me forma algo intrínseco…
…por nada.
Palabras sin sentido;
ecos de quién sabe qué ruido
se repiten las cámaras desiertas
de la desierta casa en el olvido.
Panoramas de la mañana
que alcanzo desde mi ventana.
Sillares y molduras de la iglesia
que se detallan por lo tan cercana.
Mañana ventosa
que en el arbolado de la plazuela
combina en los ramajes
muecas y caras,
risas y cabeceos,
cual si fueran los de un corro
de vecinos en chismorreos.
La tabaquera de mi tío Jacinto:
de aquel mi tío abuelo
a quien yo conocí de rapazuelo…
Tabaquera que encontrarme suelo
junto al estuche de peluche y broche
que enmarca una belleza de mujer,
en el azogue viejo
de un primitivo Daguer
grabado sobre un espejo.
Aquella Hermana de la Caridad:
aquella Sor Asunción,
que bajo la toca
lleva una boca
de forma de corazón.
Corazón que es dilución
de una escala cromática:
(el color del labio superior es sonrosado,
y rojo ultrasanguíneo el inferior).
Viejas cajitas de música,
viejas cajitas de laca,
cuya tapa en rectángulo decora
la quietud de una pérgola,
o la prez
de los cármenes de Aranjuez:
Cajas de música de las que ya no vienen ahora.
Todo un mecanismo demodado:
un peine de acero,
un cilindro que gira,
y sobre
la mecánica del cilindro,
minúsculas púas de cobre.
El nocturno abecedario
que nos habla en su dialecto
del insecto que en las noches
y en insomnios acompasa
sus rumores en sordina
con la ruina de la casa.
La puntual destiladera
conque ritmos de clepsidra
nos hidrata la emoción
con la nota de la gota
que al caer sobre del agua
dentro a la húmeda tinaja,
metaliza una canción.
Apagado y rescoldo aroma
del profuso jazmín del corredor;
siesta cálida
en que es pálida
la emanación de la flor.
Llave del agua que tintinea
su gota pertinaz;
grifo de cobre, donde
a beber la gota de agua
disfrazada de monjita
se aproxima la torcaz.
Lluvia del aguacero,
lluvia de agujas de acero,
lluvia llena de olores y de ruidos
que me mueves el alma y los sentidos.
Qué lejana visión en ti se afina:
Cuando eras citadina…
Cuando eras pueblerina…
Cuando eras campesina…
La urbe episcopal, vieja y lontana…
mi pueblo… mi casona… mi ventana…
la granja con su olor a mejorana…
Fresca siempre al caer y siempre bella;
pero ya no eres aquella:
La que con mi devoción
rezaba su honda oración
allá dentro de aquel hueco
barítono canalón.
La grande habitación
que el grande espejo
agranda más.
Sobre la antigua consola,
el viejo reloj de bronce
bajo el fanal de cristal;
y penumbras y friolencias
en que la poquedad
de mi lámpara,
no basta a evaporar
el frío de mi soledad.
1
Suena el color dorado en las orillas del ojo,
del mar del ojo, del mal de ojo.
Sueña una imagen color naranja
con ser, eternamente,
una perseguidora quintaesencia.
Por eso, a las trampas del ojo
me encomiendo.
Podría ser que la música y la poesía fueran una misma cosa, o
tal vez dos cosas que se necesitan mutuamente como la boca y
el oído, pues la boca no es más que un oído que se mueve y
que contesta.
Cuando naciste surgió en el bosque
una inquietud extraña.
Criaturas belcebúes vertieron en un claro
el azogue de Los Gemelos
y una quemazón de unicornios
cimbró con su galope
el vértigo de la penumbra en disonancia.
Este niño tiene que ser un santo a su manera
dijo tu padre al contemplar tus manos.
En la primavera conociste a la niña Clara.
Ella jugaba dentro de una jaula
con los címbalos y el armonio
que la escoltaban desde su nacimiento.
De los címbalos partía la ráfaga
que corta los glaciares.
Del armonio brotaba El Intervalo del Diablo,
que al transformarse en burbuja
iba de las guirnaldas de yeso
a los enigmas de raso
y de las margaritas enrojecidas
al temblor de tus años.
Dos años después de tu zambullida en el Rin, la niña Clara
llegó a visitarte por última vez al manicomio de Endenich.
El atardecer rodeaba de angustia su cabello.
El aire tenía peso de vapor subterráneo.
Creyendo que era la más reciente composición de Brahms
le tendiste los brazos y te aferraste a ella con la serenidad
de quien ya no es dueño de sí.
Ibas a la montaña en busca de jaguares,
tapires o faisanes.
Siempre te acompañaba la mujer de otro.
En mis sueños te veía raudo por la playa,
eludiendo tenazas de cangrejos azules.
Ahora caminarás desnudo por la noche sin término.
Quitar la carne, toda,
hasta que el verso quede
con la sonora oscuridad del hueso.
Y al hueso desbastarlo, pulirlo, aguzarlo
hasta que se convierta en aguja tan fina,
que atraviese la lengua sin dolencia
aunque la sangre obstruya la garganta.
Para Jorge Esquinca
El poeta no duerme:
viaja por la cuerda del tiempo.
El poeta está hecho de memoria:
por eso lo deshace el olvido.
El poeta no descansa:
el tiempo lo desgasta
para probar que existe.
Cierro los ojos. Me arrastra el sopor hacia los territorios de la fiebre y, mecánicamente, limpio mis dedos pegajosos de semen en la trama del mosquitero.
Oigo a lo lejos el mundo de mi madre, su andar entre las brasas, su diálogo con el rencor que le acompaña: hablan de mi padre, de la mujer que tiene, de su risa, que suena como tromba de flores pisoteadas.
La primera mujer que recorrió mi cuerpo tenía labios de maga: labios verdes y azules, con sabor a fruto silvestre, con señales indescifrables como la miel o el aire.
Muchas veces incendio mis cabellos con siete granos y siete aguas, cOn ensalmos que sonaban a campanillas de barro, con nubes de copal que se mezclaban al embrión que recorría mi frente coronada por ramos de albahaca.
Paura no tiene cono: tiene un molusco arroz entre las piernas, un coral palpitante, un fruto que perfuma mis vísceras y el aliento de los tiburones.
Cuentan que fue muy bella en su primera infancia. Dicen que su pelo servía de faro en noches de tormenta y que su lengua salvó a más de una tripulación consumida por el escorbuto.
A una mujer que va de viaje al mar es inútil llenarla de palabras.
El mar le chupa los vertederos de la sinovia, le abrillanta la voz, dibuja su abdomen en la arena, le corta la respiración con sus alfanjes herrumbrados.
A una mujer que va de viaje al mar no le hablen de la tierra firme ni de los muelles del estado de gracia.
Antes de que llegara el tiempo de la fiebre, un tacuazín devoró a la guacamaya que alegraba lo sórdido del patio.
Mi padre, conmovido por mi desesperación, construyó una trampa grande y resistente, con tablones del aserradero.
En su interior dispuso granos de maíz, agua bendita y huevos de gallina negra.
A partir de septiembre el río no ha hecho más que crecer.
Se lleva lo que a su paso encuentra: casas, puentes, arrumbadas berlinas y muros de contención. La cola del huracán, envuelta en lluvia, llena mi espacio de pájaros sin nido que irrumpen como malas noticias.
Sentado al borde de la cama, es decir, al borde del abismo, miro el suelo distante que me espera. Lo toco con la punta del pie como se toca el agua de un estanque: lo siento helado y ríspido, frágil y plagado de nudos, como la mano al sol de un viejo artrítico.
UN CORTESANO, ESTANDO PENSATIVO, FUE PREGUNTADO
POR SU DAMA QUE EN QUÉ PENSABA, Y ÉL LE RESPONDIÓ
ESTE MOTE:
Pienso que mi pensamiento
no piensa que soy yo.
GLOSA
Si por pensar enojaros
pensase no aborreceros,
pensaría en no quereros
por no pensar desamaros;
más pensando en mi tormento,
sin pensar por dónde vo,
pienso que mi pensamiento
no piensa que pienso yo.
Estar enamorado, amigos, es encontrar
el nombre justo a la vida.
Es dar al fin con las palabras que para hacer
frente a la muerte se precisa.
Es recobrar la llave oculta que abre la cárcel
en que el alma está cautiva.
Si para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado,
si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.
Ni el tiempo que al pasar me repetía
que no tendría fin mi desventura
será capaz con su palabra obscura
de resistir la luz de mi alegría,
ni el espacio que un día y otro día
convertía distancia en amargura
me apartará de la persona pura
que se confunde con mi poesía.