De la infancia no llegan postales
apenas algas
y un cierto olor a nube
que el viento disimula.
alguien discurre sobre el diluvio.
el telégrafo se calla.
distinto se hizo el ejercicio de la aurora,
ornada por un sol de pobres.
De la infancia no llegan postales
apenas algas
y un cierto olor a nube
que el viento disimula.
alguien discurre sobre el diluvio.
el telégrafo se calla.
distinto se hizo el ejercicio de la aurora,
ornada por un sol de pobres.
¡Cuántas veces, la frente en la mano
y en el blanco papel la mirada,
entre el blanco papel y la mente
sorda lucha en secreto se entabla!
Como el mar solicita las velas,
como el aire estimula las alas,
el papel, con su casta blancura,
solicita a la idea y la llama.
En una luz verdosa, entre olores verdosos,
en un vestido negro como papel quemado,
la abuela se refleja desde la mecedora,
al fondo del espejo.
Allí sentada no se hamaca. Cruje.
Se le evaporan casamiento y casas,
ocasiones de cuita, los narrados,
secos jirones que de a poco dieron
gusto a sangre en la boca a la familia:
las guerras y los muertos pequeñitos,
y los que luego luto le vistieron.
Una historia narcótica empapa
a esta ciudad suspendida en la nada.
¿Qué sueño no se oxida en este invierno,
donde segregan voces los silencios
y la ceniza acalla en vez las voces?
A solas extendemos, para que se oiga lejos,
entre la retractación de los espejos,
la inútil lealtad de nuestro viaje.
Realidad, terrible azote
del alma que mundos crea
con ese eterno don Quijote
que sueña su Dulcinea.
Soñar- ¡donosa locura!,
soñar que un ángel se encierra
en la pobre vestidura
que ha de podrirse en la tierra.
Despertemos- -¿Qué es la vida?-.
tras tanto acá y allá yendo y viniendo
Francisco Aldana
Están aquí y allá: de paso,
en ningún lado.
Cada horizonte: donde un ascua atrae.
Podrían ir hacia cualquier grieta.
No hay brújula ni voces.
Vuelan fronteras de un país
cuyo falso centro está en nosotros
que quién sabe dónde estemos.
El norte está en el sur,
este y oeste se confunden,
el sur se pierde entre la bruma
y dentro lo más vivo es la mentira.
Al silbo de las sílabas subía
de siete en siete vuelos
hasta alcanzar un cielo
de sílaba serena,
que esconde lo que sabe que te espera,
la sílaba no sierpe
en donde el alma siempre
se concierne.
I
Todo respira amor: la mariposa
se sacia de perfumes y de luz;
ebrios de aromas los insectos vuelan
vacilantes, temblando en el azul.
Las ramas de los árboles se besan–
¡Qué más himno, Señor, que el mes de abril!
Al silbo de las sílabas subía
de siete en siete vuelos
hasta alcanzar un cielo
de sílaba serena,
que esconde lo que sabe que te espera,
la sílaba no sierpe
en donde el alma siempre
se concierne.
Estoy temblando
está temblando el árbol desnudo y en espejos
cantando
y cantando está la luna
riendo
sin silencios
la lírica y romántica
flauta y en cielo en hoz
por vez primera
se abren su luz cereza y el estiércol.
Cuándo ya noches mías
ignoradas e intactas,
sin roces.
Cuándo aromas sin mezclas
inviolados.
Cuándo yo estrella fría
y no flor en un ramo de colores.
Y cuando ya mi vida,
mi ardua vida,
en soledad
como una lenta gota
queriendo caer siempre
y siempre sostenida
cargándose, llenándose
de sí misma, temblando,
apurando su brillo
y su retorno al río.
Tan arduamente el mar,
tan arduamente,
el lento mar inmenso,
tan largamente en sí, cansadamente,
el hondo mar eterno.
Lento mar, hondo mar,
profundo mar inmenso…
Tan lenta y honda y largamente y tanto
insistente y cansado ser cayendo
como un llanto, sin fin,
pesadamente,
tenazmente muriendo…
Va creciendo sereno desde el fondo,
sabiamente creciendo,
lentamente, hondamente, largamente,
pausadamente,
mar,
arduo, cansado mar,
Padre de mi silencio.
El mar no es más que un pozo de agua oscura,
los astros sólo son barro que brilla,
el amor, sueño, glándulas, locura,
la noche no es azul, es amarilla.
Los astros sólo son barro que brilla,
el mar no es más que un pozo de agua amarga,
la noche no es azul, es amarilla,
la noche no es profunda, es fría y larga.
Cuando una boca suave boca dormida besa
como muriendo entonces,
a veces, cuando llega más allá de los labios
y los párpados caen colmados de deseo
tan silenciosamente como consiente el aire,
la piel con su sedosa tibieza pide noches
y la boca besada
en su inefable goce pide noches, también.
Mi cansancio
mi angustia
mi alegría
mi pavor
mi humildad
mis noches todas
mi nostalgia del año
mil novecientos treinta
mi sentido común
mi rebeldía.
Mi desdén
mi crueldad y mi congoja
mi abandono
mi llanto
mi agonía
mi herencia irrenunciable y dolorosa
mi sufrimiento
en fin
mi pobre vida.
Es un oro imposible de comprender, un acabado
silencio que renace y se incorpora.
Las manos de la noche buscan el aire, el aire
se olvida sobre el mar,
el mar cerrado,
el mar,
solo en la noche, envuelto
en su gran soledad,
el hondo mar agonizando en vano…
El mar oliendo a algas moribundas y al sol,
la arena a musgo, a cielo, el cielo
a estrellas.
Lo que siento por ti es tan difícil.
No es de rosas abriéndose en el aire,
es de rosas abriéndose en el agua.
Lo que siento por ti. Esto que rueda
o se quiebra con tantos gestos tuyos
o que con tus palabras despedazas
y que luego incorporas en un gesto
y me invade en las horas amarillas
y me deja una dulce sed doblada.
Vuelvo a la punta
de una palabra tuya
cualquiera que rescate
lo que olvidé
de una copa derramada
en la piel de la esperanza
del humo de un cigarro
dibujando figuras suculentas
entre dos bocas
de todo aquello
que se va
que sube y baja
en lo íntimo del forcejeo
y el abracadabra
que abre sus puertas
al todo contra todo.
Quiero que estrenes esta noche
la risa te regale en tu cumpleaños
-vamos-
suelta el lazo rojo
abre la caja de cristal
con fieltro al fondo
toma la risa y úntala en tu boca
yo sonaré
el manojo de llaves
agitaré el vaso
con monedas
de a centavo
vestiré las líneas de tu mano
enroscaré en mi cuello
tus huellas digitales
será una noche larga
y ancha como el río San Juan
al final como sorpresa
me abriré el corazón
para ahogar
en sangre
tu tristeza.
Transparentes los aires, transparentes
la hoz de la mañana,
los blancos montes tibios, los gestos de las olas,
todo ese mar, todo ese mar que cumple
su profunda tarea,
el mar ensimismado,
el mar, a esa hora de miel en que el instinto
zumba como una abeja somnolienta…
Sol, amor, azucenas dilatadas, marinas,
Ramas rubias sensibles y tiernas como cuerpos,
vastas arenas pálidas.
Quiero morir. No quiero
Oír ya más campanas.
Campanas -qué metáfora-
o cantos de sirena
o cuentos de hadas
cuentos del tío -vamos.
Simplemente no quiero
no quiero oír más campanas.
He salido de la cárcel
pocas veces
no tengo mucho que ofrecer
para cubrir la fianza
sin embargo he visitado otros
espacios que conservo aquí en mi celda
un disco de Gardel
un recipiente para el mate
con pajilla de plata
las obras completas Borges
de Girondo y de Cortazar
son velas encendidas en
mi altar a Buenos Aires
un Alebrije
y un traje completo de Tehuana
es el trozo de Oaxaca
aquí en mi encierro
un sombrero de mariachi
semillas de chile jalapeño
y un frasco de mole
sin usar es el México
que renace en mi jardín
Huidobro
Neruda
Zurita la Mistral y un litro de pisco
conservado en un Moais es Santiago
mi Chile sudando
en esta hoguera
Nueva Orleáns
Washinton y la Florida
colorean el mismo álbum
donde encienden sus luces
Boston y Nueva York
de Colombia guardo cumbia y ballenato
ondeo una bufanda terracota
que un joven en pleno festival de Medellín
intercambio por un poema que escribí
Centroamérica entera con su voz y su color
decora los barrotes que frecuentes ceden paso
a la palabra, al vuelo y a la libertad del canto.
Esto que me crepita en el vientre
se llama amor?
te pregunte porque lo sabias todo
vos contéstate:
– no, eso es la llama
la llama
de lo que llamamos
duda.
Quiero morir. No quiero oír ya más campanas.
La noche se deshace, el silencio se agrieta.
Si ahora un coro sombrío en un bajo imposible,
si un órgano imposible descendiera hasta donde.
Quiero morir, y entonces me grita estás muriendo,
quiero cerrar los ojos porque estoy tan cansada.
Caminé con las sandalias que te gustaban
por el puente roto que señalaste
la blusa de lino y botones forrados
dejo entrever a través de su ralo tejido
que yo te amaba en los días nublados
había nubes con la marca de tus dientes en el borde
hasta ahí todo me pareció normal
luego vino el funeral
de este absurdo cuerpo mío
y ya sabes como es la muerte
dueña y señora del espacio en blanco
usurpadora de la palabra
recibe pues esta muerte reciente
y corresponde.
Si muriera esta noche
si pudiera morir
si me muriera
si este coito feroz
interminable
peleado y sin clemencia
abrazo sin piedad
beso sin tregua
alcanzara su colmo y se aflojara
si ahora mismo
si ahora
entornando los ojos me muriera
sintiera que ya está
que ya el afán cesó
y la luz ya no fuera un haz de espadas
y el aire ya no fuera un haz de espadas
y el dolor de los otros y el amor y vivir
y todo ya no fuera un haz de espadas
y acabara conmigo
para mí
para siempre
y que ya no doliera
y que ya no doliera
Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto,
sino darse y tomar perdida, ingenuamente,
tal vez pude elegir, o necesariamente,
tenía que pedir sentido a toda cosa.
Tal vez no fue vivir este estar silenciosa
y despiadadamente al borde de la angustia
y este terco sentir debajo de su música
un silencio de muerte, de abismo a cada cosa.
Después de tantos años
en feliz unión conyugal
con el mismo corazón
ayer y por primera vez
me escribió una larga carta
de amor en un papel angosto
parecido al registro de la compra
del mes en el supermercado
agradeciame en su particular
idioma de líneas ondulantes
la vida plena que había disfrutado
muy adentro de mi diseño interior
afirmaba sostenidamente su fortaleza
y que las emociones intensas que yo
le había procurado a través del tiempo
compartido le habían inyectado
sangre de optima calidad
no tuvo una sola queja de mi
si no de todos los pellizcos
recibidos de aquellos que sin decir
adiós se fueron de este mundo
de los que le dieron la espalda
a nuestra época gris
de la pobreza del mundo dijo tener
honda y supurante cicatriz
se despidió con una suplica: sigue amando
y exígele a aquel que tu conoces
que no me deje morir asfixiado
en el humo de su indolente Habano.
Cuerpos tendidos, cuerpos
infinitos, concretos, olvidados del frío
que los irá inundando, colmando poco a poco.
Cuerpos dorados, brazos, anudada tibieza
olvidando la sombra ahora estremecida,
detenida, expectante, pronta para emerger
que escuda la piel ciega.
Olvidados también los huesos blancos
que afirman que no es un sueño cada vida,
más fieles a la forma que la piel,
que la sangre, volubles, momentáneas.