Es un joven delgado que, en su manto envuelto,
se diría una rama flexible retozando
al soplo de los vientos del sur.
Su rostro he visto en el espejo de mi fantasía
y he limitado el efecto de sus ojos en mi pecho.
sin decir adiós
se alejaron
como hojas secas
que dan paso al viento
sin decir adiós
se detuvieron
como carátulas insulsas
que desperdicia el tiempo
sin decir adiós
se fueron
a dónde
posiblemente al infierno
La elocuencia reparte sus dones
entre los poetas y vosotros;
reparto injusto, favorable a unos
y contrario a los otros:
cuando recitan fluye de sus bocas
la miel de las abejas, mientras sus aguijones
en vuestros culos se clavan.
más allá de la vida
quiero decírtelo…
Luis Cernuda
tú debes ser el hombre arrebatado a la noche
por quien el fuego de la aurora
se enciende en los ocasos
tú debes ser el hombre encadenado al día
por quien la sombra de los pasos
se pierde en los rincones
tú debes ser el hombre que da nombre al destino
por quien renace el día
por quien muere la noche
Oh, tú que me atormentas, cuando eres dueño mío,
¿qué quieres con dañarme y torturarme?
Causas admiración por tu hermosura,
mas en ti la muerte se une a la belleza
como al brillo en la espada y en el fuego a la luz.
Oh diadema en la frente de la gloria,
perla central en el collar de las nobles acciones,
tú, cuyos beneficios se levantan
como estrellas brillantes en el cielo
de la prosperidad,
las constantes lluvias nos incitan
a buscar ese vino que se pasan
los contertulios diciento ‘toma’ ‘trae’.
si mis ojos fueran el polen de la noche
y en mis palabras se trazara el despertar del alba
si el tiempo descansara por tan sólo un momento
mientras el mar se extiende en sus mareas
dejaría todo para teñir el cielo de esmeralda
y abriría mi corazón hacia la medianoche
Oh tú, en quien concurren las virtudes,
incapaces aún de concebir tu esencia,
en el cuello de la nobleza
el collar de nuestra amistad
no tiene perla central:
ven a serlo tú.
Redonda y agradable al gusto,
agua abundante la alimenta
en todos los jardines;
y tal como el peciolo la sustenta
parece el corazón de una oveja
en las garras de un águila.
Es una lámina brillante
donde se encuentran los caminos de los astros
aunque sobre ella nadie,
desde que existe, ha caminado.
Purificó la paja su fulgor
y ahora es un agua
en cuya superficie arde la llama.
Oh muerte, has sido compasiva con nosotros,
y has vuelto a visitarnos.
Benditos sean tus hechos, dignos de gratitud,
pues has traído abundancia y has cubierto
algo que había que ocultar;
hemos casado a nuestra hija con la tumba
sin pagarle la dote y sin ajuar.
¿Qué excusa puede haber?
No, no la tiene un hombre de setenta años
de pasión inflamado:
era agua,
pero en el vaso de la vida
el tiempo no ha dejado
más que heces.
Si no existieran los impuestos,
saldría de la miseria,
y las vicisitudes de la fortuna
no se presentarían a mi mente.
Dicen: ‘ Son los impuestos’. Y les digo:
‘Quitad im y serán pústulas en los ojos’.
Con empeño busqué agradar a los hombres,
pero satisfacerlos
es una meta inalcanzable.
Creo que la templanza es un tesoro
para el buen caballero
y la piedad es la virtud
donde mejor depositar la confianza.
(Traducción y recopilación: Teresa Garulo)
¡Qué negra noche! Se diría
que el Tiempo la ha alargado sumándole su vida
y, vuelve, al terminar, a su principio;
habla la gente de su longitud
cuando sólo el crepúsculo ha pasado.
La sombra de las nubes se hizo más densa,
no distinguían los ojos el cielo de la tierra
y, al brillar el relámpago a lo lejos,
parecía un negro etíope sonriendo entre lágrimas.
Tráenos ese brasero que en el bosque
tiene sus orígenes
y la frente del sol muestra en sus rayos.
Desde su seno saltan los carbúnculos
con susurros que curan la melancolía;
es para el solitario compañía,
amanecer para los ojos que lo miran,
vestido del que no lo tiene.
Llega hasta ti en su cálido brasero,
radiante en medio de la oscuridad.
Cuando su frente brilla en la negrura,
las tinieblas se visten
del delicado velo de la luz.
¡Oh qué hermosura! Sus costados lanzan
chispas como confeti de oro,
y son las brasas, en la túnica de la ceniza,
rosas cubiertas de alcanfor desmenuzado
en una noche que creeríamos
que tiene de antimonio las tinieblas
y que son sus estrellas
los ojos lánguidos de las huríes.
A filo de la luz
siempre hacia adentro
debajo del torrente subterráneo
en el espejo cedido por la claridad
fundirse con los sueños
abandonar el día
y en el último latido
viajar perderlo todo
dejar hasta la sombra
mirar las playas sumergidas
las rocas certezas inauditas
a la orilla del mar que nos espera
y volver
con minerales tesoros en las manos
la mirada presa en los prodigios
a iluminar el aire del deseo
en la mañana abierta y nueva.
Recuerdos de luz
en una gota de agua
en la mirada que atesora
la brevedad y la frescura
que derrama mínima
en el día
El día
que repite sus dones intocados
en las miradas jóvenes del agua
Canta el agua y su voz es una plegaria
que repite clara y cercana una pregunta
Una pregunta que dejamos olvidada
esperando la llegada de la lluvia
Oculta en su prisión de sombras,
labra la luz
su sueño
de constancia en los cristales.
I
El granate
es un ejercicio de sangre derramada
en el profundo mármol
de tu cuello
El granate y su memoria de opulencia
son, en la enramada de tus venas,
la herida luminosa de la tierra
que se mira surgir,
de nuevo líquida,
en tu pecho.
Vivo sin mí, inmóvil,
ausente de mi cárcel de palabras,
sin la forma precisa para el canto
en este día sin tregua y sin resquicios;
cuando celoso de sí mismo el aire
no se desata en viento,
cuando nada me entrega su sentido
y no encuentran camino hacia mis ojos
ni el cielo ni los nombres de la tierra,
porque yacen serenos y completos
y en su ser se alimentan y se engendran.
En cuál de mis acordes
he de empezar la fragua de tu nombre,
del canto que apenas comenzado
se olvida de su origen y sorprende
su propio ser en las evoluciones
de una pasión en perfectas notaciones.
Cómo he de ser testigo de tu paso
si apareces apenas en el aire
tu milagro tenaz y sucesivo
y al darte toda al fin desapareces
perdiéndote en el tiempo que te vierte.
La noche inmemorial, pródiga noche
de los pactos oscuros, innombrables,
de las siniestras, ocultas voluntades
que a la mención del día empalidecen;
la noche feraz, la noche cómplice
que despliega su sombra como un manto
sigiloso y ambiguo, torva noche
agazapada en las márgenes del día
anticipando su reino silencioso:
pero la noche débil, turbia espera,
aire que corre en el país de nadie,
tierra del eco, junta de fantasmas:
cántaro negro que en la luz se rompe.
Acariciando lenta su reposo,
la mirada se abre en el paisaje
creado por la suma de los tonos
que se miran y no se reconocen.
Recoge el espesor de cada nube
y la frágil sombra
levemente instalada por su paso.
Nada en el mundo te alcanza todavía:
son tus labios de sombra,
y tu voz un fantasma.
Has surgido a la luz para mis ojos,
y te aumenta mi sangre,
y te encumbran mis venas.
Ya sin saberlo te acercas a tu forma,
y encenderás la llama
en la incesante noche que te espera.
Puntual como la lluvia es el silencio
con que tus ojos observan mis recuerdos.
Nada puedo decir, nada es ya mío
de las antiguas costumbres que los días
dilapidaron sin ti en algún pasado.
Eres el tiempo del trigo y la vendimia,
eres el verde y el oro del verano.
Durante incontables noches
durante días tan numerosos
como las leguas de viento
en su geografía o espanto
navego ese mar que me entierra
busco la isla prometida
la constelación de islas
o incluso la tierra
– esa
que regresará sobre mi cuerpo
cual ciudad
de cosas muertas o vencidas
cosas nacidas del limbo
crecidas del limbo
para cualquier mitología
que desconozco.
Más que la noche,
en el abandono de cada segundo,
en el dolor
donde el silencio
destila sus ardides.
más que la noche, el yugo,
desconsuelo cavando sus diques,
veranos detenidos en el claustro,
entre fiebres,
para el ejercicio de una fecha cualquiera
(ya perdida
en el piso de los meses).
Soñé que me soñabas,
que tu voz como estela de naufragios
amanecía en mi aliento.
Que era mío el silencio
de cada madrugada cómplice
en tus párpados cerrados,
el secreto
que rindes a tu almohada,
el pensamiento
que traicionas en mis brazos.
Sin duda un ritmo
algo impreciso
en sus conchas,
sabrá recordar
lo que se escribe ahora,
en la cincha
que el calor murmura,
pero en contienda,
sin otros lazos
que el delito de esas flores,
oh pobres, oh desguarnecidas,
como el sol
de un tejado corroído
bajo la piel.