Quiero decirte, Wolfgang Amadeus,
hermoso y fiel amigo,
que esta tarde de lluvia me han hablado
todos tus violoncelos:
comentaban
aquellos viejos días de salitre
tan ebrios en la ausencia,
tan repletos de arena y soledades,
tan siempre regresados.
Hay que recuperar
el tacto de la fiebre y el color de las noches,
la antigüedad del bronce y el aroma del llanto,
el grito de las águilas y el sabor del silencio,
la timidez del aire.
Hay que recuperar
la humildad de los astros y el sonido del hambre,
los caminos sin fecha y la altivez del junco,
los muertos renacidos y el susurro del puma,
la niebla en los vitrales.
Dices muerte, y en tu palabra asoma
la cicatriz, el hielo,
la plenitud solemne de algún muro
que nunca sabrá nadie dónde fue construido,
qué jardines oculta,
qué regiones ardidas aprisiona.
A su conjuro acuden los pájaros más tristes,
se posan en tus manos
y derraman sus cánticos de luna
sobre tu piel que nace cada día.
…Y si un día mi mar amaneciera
con una nueva isla en su regazo,
una isla nacida
del oculto lugar donde los dioses
reposan su pretérito esplendor,
la quietud implacable de su olvido…
Y si fuera una isla nacida en alborozo,
de benigno perfil y tierno territorio,
de playas como lámparas votivas,
titánicos volcanes,
valles ensimismados,
anchos lagos sin fondo,
y en sus selvas atónitas crecieras
el rojo flamboyán, el jacaranda azul,
la umbría de las ceibas, la lujuria
sutil de las orquídeas,
y se oyera un murmullo polícromo de pájaros
arropando en sus vuelos
el libérrimo canto del quetzal…
Y si esa extraña isla decidiera
conocer tierras nuevas, rumbos nuevos,
nuevas constelaciones,
y levando sus anclas de obsidiana,
entre un fragor de nieblas y maizales
por tenebrosos mares
proa pusiera hacia mundos remotos,
hacia horizontes hondos como dudas,
inciertos como augurios,
amplios como el azar…
Y en una latitud inesperada
unos brazos de atlante
enamoradamente la acogieran,
y pacíficas aguas lo bañaran
ofreciéndola al sol y a la benevolencia
de otros dioses ignotos y lejanos,
y allí quedara para siempre, y fuera
poblada de hombres puros,
gentes de pies oscura, voz humilde,
negros ojos, limpio y alto mirar,
y con los siglos le nacieran pueblos
de nombres como gemas brilladoras
en los que eterna la esperanza ardiera:
Antigua, Sololá, Quetzaltenango,
Santa Cruz del Quicé…
Y preso en sus orillas, nuestro mar,
con sus islas sembradas de cenizas,
sepulcros de tritones y gorgonas,
harapientos trofeos,
viejas desolaciones,
quedara encadenado a sus leyendas,
con su nostalgia herida,
y con su ausencia a solas…
Antes de recorrer
mi camino,
yo era mi camino
Cuando yo muera
no me veré morir,
por primera vez.
El ir derecho
acorta las distancias
y tambíen la vida.
En el sueño eterno, la eternidad
es lo mismo que un instante.
Quizá yo vuelva
dentro de un instante.
La verdad tiene muy pocos amigos
y los muy pocos amigos que tiene
son suicidas.
Se me abre una puerta, entro
y me hallo con cien puertas
cerradas.
Si no levantas los ojos,
creerás que eres
el punto más alto.
Vengo de morirme,
no de haber nacido.
De haber nacido me voy.
Has venido a este mundo que no entiende
nada sin palabras, casi sin palabras.
Dios le ha dado mucho al hombre;
pero el hombre quisiera algo del hombre.
La tierra tiene lo que tú levantas de la tierra.
Nada más tiene.
Siempre allí
Siempre atroz
Siempre acechante
Tras lagos de salmuera
el odio lacera la tarde
Para evitar los males que llegan del oceano
hizo levantar una colina de sal
Sobre ella
sus cancerberos otean el horizonte
y aúllan a la luna
Sí
te aguardan
Altamar
inunda pastizales acuáticos
pone en retirada a los cangrejos
Nadie puede salir por los canales
Sólo el Señor de las islas
timonel confiable
Se lo ha dicho el ma
Si hay bajamar
mis islas se desgajan
Si hay bajamar
el estuario se pudre a flor de piel
Si hay bajamar
padecen los cetáceos
Si hay bajamar
no acudes
indulgente y desnuda
a la cita de la suerte
Por los secretos canales
los bajos reverdecen al sol
El timón firme
descifra mensajes de la rosa náutica
La sonrisa de Gaviero lo evidencia
Repta el mar en la calera
ramifica en versos
desampara medusas en la piel del desierto
La barca abandonada es mesa
La costilla de ballena
remo
Navegamos sobre la ilusión
Cruza un cormorán el cielo
El bogavante ordena
¡mar adentro!
Entonces
nos sorprenden inauditas sensaciones
No soñamos
La noche incendia las constelaciones
sobre cubierta
entusiasmados
reconocemos geometrías en vilo
y el poeta musita
Quando o astrolábio nâo mais te falar de estrêlas
Ya en e viento
el águila pescadora
torna a su naturaleza
Un grifo solar
vigila el secreto de las islas
Giras los brazos
denuncias el final del día
Entre nosotros
la ribera del canal
serpiente en lodos
A sotavento un eco
Sobre antiguos pecios
espuma en la garganta de la barra en flor
olas sin playa
Allá
otra isla despunta
– acaso Malta –
Después
lentamente
tú y la soledad penetran por mis ojos
Navegación del sol
Médano a la deriva
Así construyo
la celebración de la memoria
la canción de la muerte
tu resurreción
Cuando la ruina y el silencio lleguen
como la sombra maléfica
y la respiración se prolongue en el viento
cuando el desastre corporal
sea dueño de lo incierto
y aun de la última hoja
caída como ángel en desgracia:
habitaré tu nombre
refugio final
convicto ya por mi entusiasmo
bajo el signo del perdón
y la gratitud festiva de tus ojos
atrio de la lluvia incinerada
Entonces el sentimiento dormirá
como mendigo
y desde tu nombre mismo
en busca de indulgencia
reconstruiremos pasajes no advertidos
y el sustento de nuestra magra carne
será una sábana limpia
zona de encuentro de la
existencia fallida
en el siseo de los segundos
prolongado por la agonía animal
sobre una tierra yerma
y un mar cenizo y desafortunado.
Y tú quieres oír, tú quieres entender.
Y yo te digo: olvida lo que oyes, lees o escribes.
Lo que escribo no es para ti, ni para mí, ni para los iniciados.
Es para la niña que nadie saca a bailar,
es para los hermanos que afrontan la borrachera
y a quienes desdeñan los que se creen santos, profetas o poderosos.
Si atraviesas las estaciones
conservando en tus manos hechas cántaro
la lluvia de la infancia que debíamos compartir,
nos reuniremos en el lugar
en donde los sueños corren jubilosos
como ovejas liberadas del corral
y en donde brillará sobre nosotros
la estrella que nos fuera prometida.
Las campanadas escapan del pecho del reloj de péndulo.
Huyen del pozo
y resuenan en la memoria.
La memoria,
esa lechuza ciega huyendo a refugiarse en un árbol hueco.
Para qué me preguntas. Todos moriremos.
Eso no me ayuda. No, realmente no.
Gunnard Ekelof
Lo que importa
es estar vivo
y entrar a la casa
en el desolado mediodía de la vida.
El río pasa recogiendo la calle polvorienta.