Podría esperar a que la Inspiración
me muerda una oreja, y en la espera
encender el incienso de mariguana,
el televisor o llamar a Tabata
para que me traiga una botella de tequila,
beberla en el cuenco de la calavera.
Voy a arrojar un número de granos.
Casi caso la pluma con papel
en un pacto de signos deslenguados:
forcejeo de ideas emplumadas.
Seismona duerme con un arco
para mojar las flechas en el sueño.
Desplaza sobre el llano la memoria,
se cruza con la sombra del venado
y las huellas de un tigre perdido
que traza el ocho de la fiera en celo.
Es la mujer del hombre lo más bueno
Lope de Vega
Te quiero de golpe, amor,
somos el reflejo terrestre de alguna estrella.
Para ti la llama espiritual de mis besos
y el sol profundo del deseo,
déjame a mi la altura y el abismo del corazón,
déjame el rascacielos en la sangre.
Levanta la tarde su espesura de silencio,
sube el mar a las últimas cornisas
con alas de graznido.
Pliega la luz su rabo inevitable,
una a una, por todas las fachadas.
Más allá de la esquina del salitre,
al viejo paredón desalojado
lanza el mar su delirio de insistencia.
Amarillas las fachadas,
amarillas las barandas,
las terrazas y las pérgolas,
las janelas amarillas.
Amarillos los toldos,
el blando acantilado,
el sol en el Algarve,
el banco en que te escribo.
Amarillo tu vestido,
los manteles y los pórticos,
los zócalos, los caminos:
amarillos, amarillos.
Latfi pregona chicles por los trenes
desde Sousse a Mahdia.
Arrastra su bastón
de primera a segunda:
en la mano una caja
de fresa y clorofila.
¡Clorofile, clorofile!
(el cuello sudoroso,
sucio el vagón,
la empuñadura sucia),
impasible repite su romanza.
«Um não sei quê, que nasce não sei onde.
vem não sei como, e doi não sei porquê»
LUIS DE CAMÕES
Yo fui feliz un mediodía
robado a la tarifa del invierno.
El zoco tiene toldos
y cenefas azules
sobre sacos abiertos
que huelen a azafrán y a hierbabuena.
El zoco es multitud.
En sus paredes se hacinan
la seda con la lana,
la palma con la piel,
la fruta con la sal y los aceites.
A los pies de la luna y el planeta,
cuando el viento pulula en el oasis
de reguero en fogata.
Al borde del desierto.
A la hora en que irradian las alcobas
su flama enfebrecida.
Al sur del autobús,
en la arena
donde agoniza el eucalipto.
Puede que a ti, sin importancia,
desvele cuanto oculta
este gris uniforme en el que el cielo
ha desleído la memoria
de los arcos, los muelles que aún resisten.
Los aljibes rebosan sus mañanas
incumplidas en rutas sin razón
que algún pavo real hubiese delatado,
lo mismo que a las lenguas de este río
en busca del océano.
A José Lemos
e Cristina Branco
Nada sabemos de su química,
de cómo se combinan
intimidade con penumbra,
la infancia en las moreras,
la altura con el agua;
de cómo sobreviene, protegido, el espacio,
envolvente el barullo;
de cómo se articula lo sensible.
Estimado Hóspede:
Temos ao seu dispor
mesas antigas,
cuadros brumosos de pasado idílico,
alfombras
de anudado sopor
tras los visillos, calmas imprevistas
y para cada ofuscación una vidriera,
o algún pavo real entre los ficus.
Temos também
pontes que vuelan sobre el faro
estremecido de las cúpulas,
miradores al Tejo,
rejas, retratos, lámparas de seda,
rosados mármoles donde olvidar la suerte,
espejos que el reloj ya no arruina.
Suspensa, en el aire de los parques
con sombra de ciudad,
como los tuyos,
en la proximidad del Largo,
nas escadas, en las estrías húmedas
donde pululan libros viejos,
a la hora contigua con el sol,
sobre las pérgolas sin mástil,
a merced del polen, poco a poco,
nas margens
donde el viajero ayuna, nas igrejas,
de acá para allá, por los oblicuos
raíles de un paraguas,
tibia a tiempo,
la alzada lentitud del solitario.
«Gaivotas na praia
tempestade no mar»
Navegaban las cintas
al viento del penúltimo recuerdo,
enredándose en el tronco de las oliveiras,
después de abrir el cielo
su escenario y su puente, su nostalgia y su nube.
Marzo provisional de multitudes
mecidas pelas ondas,
março de mirador y de vigías.
Pudiera parecer, y aquí confluyen,
coetáneos de la misma convulsión
la cantiga y la Praça da República,
la mar y el puerto,
desacoplados como están
en su estridencia íntima.
Antes de que aterrice el avión sobre la ría
habremos incendiado la ciudad
y en terremoto el pulso del atlántico
habrá deshecho sus calzadas.
En un descuido el tiempo
trazó de la ruina este triángulo,
violó la noche ciega y, vertical
como si nada,
dejó que sobre el agua
las olas fueran sólo superficie.
El resto fue ya visto:
los buzones macizos del escombro,
as docas fechadas,
rasante el avión sobre el mosaico.
En el telar de la trastienda,
de todos los colores,
en todos los idiomas,
de todas las medidas,
Ahmed ofrece alfombras:
las extiende, las cubre, las explica,
con el último precio las enrolla.
Altivo tras los fardos
Ahmed come a escondidas.
Superpones la calma,
una calma geométrica.
Desnivelas remansos
de terraza en estanque,
de boj en escalera.
Acordonas las formas de los dioses
y das principio
al libro en los estantes,
al estuco y los mármoles,
a las victorias.
Reúne al sol,
por caminos de polvo,
las recuas sin estrépito.
En caóticas filas se amontonan
como una multitud de patas sucias.
La sombra del oasis los rezuma.
Aplastados y viejos, de rodillas,
en la gran explanada
su cuello balancean
con senil parsimonia.
Sola por el plano de su planta,
del amanecer a la fatiga,
Habiba arregla camas
y repone las toallas
sin faltarle la sonrisa.
Siempre amanece por las calles del invierno.
Arremete la lluvia tras los árboles
con rigores de lápida y frescura.
Siempre amanece por los miradores del viento,
en la lengua del Lima lamiéndonos la vista.
De ahí la lejanía,
la penumbra ojival que dan los pórticos,
la bruma derretida,
la piedra minuciosa.
Insistió.
La garganta en las verjas, las pendientes,
los flancos rosas del derrumbe,
el martillo del agua del envés,
la madera sellada en el balcón
de una larga clausura.
Quién sabe,
su soledad estaba plagada de refugios,
levitaba en la cola de la niebla,
rotaba aún
sin saber donde vuelven las corrientes.
Ya me curé de la literatura.
Estas cosas no hay cómo contarlas.
Estoy piojoso y eso es lo de menos.
De nada sirven las palabras.
Está haciendo frío
por unas razones muy sencillas
que no recuerdo ahora.
Tal vez porque es invierno.
La bala que me hiera
será bala con alma.
El alma de esa bala
será como sería
la canción de una rosa
si las flores cantaran
o el olor de un topacio
si las piedras olieran,
o la piel de una música
si nos fuese posible
tocar a las canciones
desnudas con las manos.
La independencia fue para que hubiese pueblo
y no mugrosa plebe:
hombres, no borregos de desfile;
para que hubiese ciudadanos;
para que júbilo goce la infancia
en decencia de hogares sin miseria;
para que abunden los jardínes de recreo
infantil; y los juguetes; y,
[mejores que las flores,
y más bulliciosos que los pájaros,
más dulces que las frutas,
crezcan los niños y maduren
en salud y alegría que el Estado ampare
y el buen gobernante garantice,
porque la Patria, antes que todo, es madre.
No intentes convencerme de torpeza
con los delirios de tu mente loca:
mi razón es al par luz y firmeza,
firmeza y luz como el cristal de roca.
Semejante al nocturno peregrino,
mi esperanza inmortal no mira el suelo;
no viendo más que sombra en el camino,
sólo contempla el esplendor del cielo.
¡Qué radiosa es tu faz blanca y tranquila
bajo el dosel de tu melena blonda!
¡Qué abismo tan profundo tu pupila,
pérfida y azulada como la onda!
El fulgor soñoliento que destella
en tus ojos donde hay siempre un reproche
viene cual la mirada de la estrella
de un cielo ennegrecido por la noche.
I
La joven madre perdió a su hijo,
se ha vuelto loca y está en su lecho.
Eleva un brazo, descubre un pecho,
suma las líneas de un enredijo.
El dedo en alto y el ojo fijo,
cuenta las curvas que ornan el techo
y muestra un rubro pezón, derecho
como en espasmo y ardor de rijo.
Yo quisiera salvar esa distancia
ese abismo fatal que nos divide,
y embriagarme de amor con la fragancia
mística y pura que tu ser despide.
Yo quisiera ser uno de los lazos
con que decoras tus radiantes sienes;
yo quisiera en el cielo de tus brazos
beber la gloria que en los labios tienes.
Allá en el claro, cerca del monte
bajo una higuera como un dosel,
hubo una choza donde habitaba
una familia que ya no es.
El padre, muerto; la madre, muerta;
los cuatro niños muertos también:
él, de fatiga; ella de angustia;
¡ellos de frío, de hambre y de sed!
Si en tus jardines, cuando yo muera,
cuando yo muera, brota una flor;
si en un celaje ves un lucero,
ves un lucero que nadie vio;
y llega una ave que te murmura,
que te murmura con dulce voz,
abriendo el pico sobre tus labios,
lo que en un tiempo te dije yo:
aquel celaje y el ave aquella,
y aquel lucero y aquella flor
serán mi vida, que ha transformado,
que ha transformado la ley de Dios.
Mi corazón percibe, sueña y presume.
Y como envuelta en oro tejido en gasa,
la tristeza de Verdi suspira y pasa
en la cadencia fina como un perfume.
Y frío de alta zona hiela y entume;
y luz de sol poniente colora y rasa:
y fe de gloria empírea pugna y fracasa,
¡como en ensayos torpes un ala implume!
Ojos que nunca me veis,
por recelo o por decoro,
ojos de esmeralda y oro,
fuerza es que me contempléis;
quiero que me consoléis
hermosos ojos que adoro;
¡estoy triste y os imploro
puesta en tierra la rodilla!
Cubierto de jiras,
al ábrego hirsutas
al par que las mechas
crecidas y rubias,
el pobre chiquillo
se postra en la tumba,
y en voz de sollozos
revienta y murmura:
«Mamá, soy Paquito;
no haré travesuras».
¡Mueran los gachupines!
Mi padre es gachupín,
el profesor me mira con odio
y nos cuenta la Guerra de Independencia
y cómo los españoles eran malos y crueles
con los indios él es indio,
y todos los muchachos gritan que mueran los gachupines.
En este retrato
hay un niño mirándome con ojos grandes;
este niño soy yo
y hay una fecha: 1906.
Es la primera vez que me miré atentamente.
Por supuesto que yo hubiera querido
que ese niño hubiera sido más serio,
con esa mano más serena,
con esa sonrisa más fotográfica.
Canta tu estrofa, cálida cigarra,
y baile al son de tu cantar la mosca,
que ya la sierpe en el zarzal se enrosca
y lacia extiende su verdor la parra.
Desde la yedra que a la vid se agarra
y en su cortina espléndida te embosca,
recuerda el caño de la fuente tosca
y el fresco muro de la limpia jarra.
Deteniendo severo magistrado
su pie ante las canéforas preciosas,
mira en sus caras de puprpúreas rosas
el pudor por carmines dibujado.
El temblador ropaje replegado
les da esbeltez de vírgenes graciosas
y llevan en las manos primorosas
ricas bandejas de oro cincelado.
Mirarte solo en mi ansiedad espero,
solo a mirarte en mi ansiedad aspiro,
y más me muero cuanto más te miro,
y más te miro cuanto más me muero.
El tiempo, pasa por demás ligero,
lloro su raudo, turbulento giro,
y más te quiero cuanto más suspiro,
y más suspiro cuanto más te quiero.
Por el camino polvoso,
al mediodía,
al medio del camino,
con la cola escondida
y la oreja tímida.
Por el camino desolado,
enclenque, descolorido,
con dos ojos pintados sobre los ojos…
Atemorizado,
enjiotado,
ahuesado de hambre, pasa…
No lo llames;
huirá despavorido.
Hay un solar,
una galera de teja.
Es casa sin paredes.
Los muebles: varas de tarro
atadas de pilar a pilar.
Las cortinas, de carne olisca,
las alfombras de cuero estacado.
Casa acalambrada, hedionda…;
casa mala, de matar la res;
rastro, rastro de sangre…
Hay charcos rojos en el suelo.
Entre cañas,
entre yerbas,
abrazando furtivo la paloma del cielo…
Escondido,
tembloroso,
ambicioso,
lúbrico…
Agua pechuga;
agua pluma;
agua…
¡Ladrón de luz, niño malo,
devuelve al aire
la mensajera luminosa,
la mensajera de amor,
la cristófora-colomba
que escondes contra el pecho!
Sopla la caña de la brisa leve
y hay la melodía que se irisa;
se danza con la dicha de la brisa
y hay dicha en la hoja que se mueve.
Al soplo de esta música en crechendo
la espiga ensaya un ritmo trascendente
aprendido en la fuga de la fuente
y se sabe fugar, permaneciendo…
Sobre el juncal que cimbra con delicia,
ondulando la luz, en su caricia
despierta melodías olvidadas
y se mueven sus manos angelinas,
que interpretan llanuras y colinas,
con prisa de palomas desaladas.
Undilanilodano, el niño eterno
de la prístina mitología de la Bruma,
región enhiesta y aquilina del Continente Crisoprasio,
de que el pasado canta y cuenta,
sopla de su carrizo cristalino
(hecho del solicuerno
del unicornio marino)
las innumerables pompas de espuma
que el viento del Tiempo avienta
en el infinito Espacio:
los planetas,
los mundos,
las estrellas,
el Sol…
El Caracol,
si escuchas sus querellas
de motivos profundos,
como escuchamos los poetas,
te lo dirá con labios de marea,
con voz desvanecida
(rumor de lejanía tormentosa)
con silbo de serpiente caudalosa.
I
En una noche oscura
con ansias en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada,
a oscuras y segura
por la secreta escala disfrazada,
¡oh dichosa ventura!
a oscuras y en celada
estando ya mi casa sosegada.
¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,
aunque es de noche!.
I
Aquella eterna fonte está ascondida.
¡Que bien sé yo do tiene su manida
aunque es de noche!
II
Su origen no lo sé pues no le tiene
mas sé que todo origen della viene
aunque es de noche.
¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dexaste con gemido?
Como el ciervo huyste
haviéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ydo.
Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero,
si por ventura vierdes
aquél que yo más quiero,
decilde que adolezco, peno y muero.
Vivo sin vivir en mí
y de tal manera espero
que muero porque no muero.
I
En mí yo no vivo ya
y sin Dios vivir no puedo
pues sin él y sin mí quedo
éste vivir qué será?
Entréme donde no supe
y quedéme no sabiendo,
toda ciencia tracendiendo.
I
Yo no supe dónde entraba,
pero cuando allí me vi
sin saver dónde me estaba
grandes cosas entendí
no diré lo que sentí
que me quedé no sabiendo
toda sciencia trascendiendo.
1
Un pastorcico solo está penado
ageno de plazer y de contento
y en su pastora puesto el pensamiento
y el pecho del amor muy lastimado.
2
No llora por averle amor llagado
que no le pena verse así affligido
aunque en el coraçón está herido
mas llora por pensar que está olbidado.