¿Cuál es la mujer que recordamos
al mirar los pechos de la vecina
de camión; a quién espera el hueco
lugar que está al lado nuestro, en el cine?
¿A quién pertenece el oído
que oirá la palabra más escondida
que somos, de quién es la cabeza
que a nuestro costado nace entre sueños?
He detenido la respiración
para sentir si tú respiras.
A la vez has quedado tan presente y lejana.
Eterna casi.
Fuera del tiempo, sola, sin moverte.
Y me llenó el terror incontenible
de que te hubieras ido;
de que te hubieras muerto en sueños,
y me hubieras dejado entre los brazos
sólo una imagen clara,
un simulacro tibio, una perfecta
máscara tuya con los ojos cerrados.
Hervor de calles; desembocadura
de pábulos ardiendo, en la caldera
sediciosa del mísero.
Como hierba de gritos, como en humo
lumbrarada de pelos espantados;
como chubasco tupidísimo
y turbio, en ascensión. Así llegaba.
Y alégrate si nadie, en esta plaza,
si nadie, de tan juntos y de tantos,
puede caer; si nadie puede
ser abatido; si no puede ninguno
dejar su sitio sin morirse.
Hoja al aire, indefensa, detenida
apenas, única en el árbol
enrojecido y respirante; ojo
sobresaltado, abierto, lúcido:
en el temor mi corazón. Asfixia,
duermevela con fantasma inminente.
Deshabitado el traje suspendido,
suena con un temblor de piel que busca
su bestia desollada, su materia
de bestia próxima pudriéndose.
No es una desgracia abrir los ojos
ni tener despiertos los deseos
y estar triste y solo y pensando.
Y no ser de aquellos que consiguieron
su placer a ciegas para cegarse;
su televisión después del cine,
sus bailes, su ruido, sus limonadas;
pero que a la medianoche se sientan,
pesados de sueño, densos, bestiales,
y gritan y luchan sobresaltados
para desterrar su pesadilla.
Para los que llegan a las fiestas
ávidos de tiernas compañías,
y encuentran parejas impenetrables
y hermosas muchachas solas que dan miedo
??pues no uno sabe bailar, y es triste??;
los que se arrinconan con un vaso
de aguardiente oscuro y melancólico,
y odian hasta el fondo su miseria,
la envidia que sienten, los deseos;
para los que saben con amargura
que de la mujer que quieran les queda
nada más que un clavo fijo en la espalda
y algo tenue y acre, como el aroma
que guarda el revés de un guante olvidado;
para los que fueron invitados
una vez; aquellos que se pusieron
el menos gastado de sus dos trajes
y fueron puntuales; y en una puerta,
ya mucho después de entrados todos,
supieron que no se cumpliría
la cita y volvieron despreciándose;
para los que miran desde afuera,
de noche, las casas iluminadas,
y a veces quisieran estar adentro:
compartir con alguien mesa y cobijas
o vivir con hijos dichosos;
y luego comprenden que es necesario
hacer otras cosas, y que vale
mucho más sufrir que ser vencido;
para los que quieren mover el mundo
con su corazón solitario,
los que por las calles se fatigan
caminando, claros de pensamientos;
para los que pisan sus fracasos y siguen;
para los que sufren a conciencia,
porque no serán consolados,
los que no tendrán, los que pueden escucharme;
para los que están armados, escribo.
Qué fácil sería para esta mosca,
con cinco centímetros de vuelo
razonable, hallar la salida.
Pude percibirla hace tiempo,
cuando me distrajo el zumbido
de su vuelo torpe.
Desde aquel momento la miro,
y no hace otra cosa que achatarse
los ojos, con todo su peso,
contra el vidrio duro que no comprende.
Por el polvoso camino
va la carreta chirriando…
y, en la cimera de un pino,
¡un pájaro está rimando
el Madrigal de su trino…!
………………….
-¡Carretero! ¡Carretero,
que vas alegre cantando
por el polvoso camino!
¡Preciso es ir más ligero
que tu ausencia está penando
la chica de tu vecino…!
Cuando estaba solo… solo en mi cabaña,
que construí a la vera de la audaz montaña,
cuya cumbre, ha siglos engendró el anhelo
de romper las nubes… y tocar el cielo;
cuando sollozaba con el desconsuelo
de que mi Pastora – más que nunca huraña-
de mi Amor al grito nada respondía;
cuando muy enfermo de melancolía,
una voz interna siempre me decía
que me moriría
si su almita blanca para mí no fuera,
¡le rezaba al Cristo de mi cabecera,
porque me quisiera…!
Oh, señor, nada inquiero!…
me resigno y espero,
sin temer que se apague mi estrellita de Fe…
Sabes bien que mi vida de cansancio se agota,
que mi sueño está trunco, que mi dicha está rota,
y jamas de mis labios ha salido un ‘por qué?…
Ni discuto tus leyes invariables, ni anhelo
desertar de la tierra y en el ansia de un vuelo
traspasar los arcanos y llegar a tu Edén;
pero, a solas me digo, meditando en mi suerte:
¡Debe ser muy callada la mansión de la muerte,
y en el seno del justo, debe estarse tan bien!…’
Silenciosamente,
voy por la pendiente,
voy por la pendiente de la Eternidad…
Ni cariños traje, ni cariños llevo,
y en mi senda larga, si aprendí algo nuevo,
fue, sin duda alguna, la simplicidad…
Dolorosamente
voy por la pendiente,
con el fardo a cuestas de mi ensoñación,
sin hallar ninguna mariposa errante
que su sed mitigue con la miel fragante
de la rosa abierta de mi corazón.
Perdí tu amor y tu belleza,
pasó el encanto juvenil,
¡y me quedé con mi tristeza
en esta Torre de Marfil…
Guardan el puente dos leones
desde su altivo pedestal
y la portada seis dragones
y una serpiente colosal…
Con la templanza de los viejos
monjes ascetas, vivo lejos
de lo mundano y de lo vil,
sin más insignia de nobleza,
que mi bandera de Tristeza,
sobre mi Torre de Marfil…
Jorge Amado
fue enterrado
bajo un palo de mangos.
Entonces, ya no será un cadáver,
sino, una fruta que provenga
de la carne.
IV
El amor
es un fantasma
hediondo
entre tu boca
y la mía.
VI
Tegucigalpa es una
fruta de navajas
que se deshace
nerviosa
en mis brazos.
IX
Qué puedo
hacer con esta mujer
tibia, firme, desnuda
que no quiere salir
del televisor.
Naciste en Armenia,
pero te fuiste a vivir al mundo.
Tres nombres: José Vasconcelos, Enrique Gómez Carrillo y Antoine de Saint-Exupéry.
Tres camas, seis piernas.
Para mí, eres la mujer más bella del mundo,
la insigne guanaquita que pude amar el resto de la vida.
1
Mira Rosario,
yo no quiero vivir con tu ausencia.
Te lo digo,
no quiero pasar el resto de la vida
junto a ella, hacerla mi mujer,
pedirle la cena.
Tampoco que te escondas
en mi memoria
y te quedes ahí sin cumplir años,
sin darte un beso.
Ayer murió
Agustín Lara
y hoy mi papá hace fila
para ver su féretro.
Mañana, yo, voy a nacer.
Cuando vuelvas,
tocá mi puerta.
Si no abro,
tocá mis labios.
Si no hablo,
tocá mis ojos.
Si no veo,
tocá mi pecho.
Si no respiro,
Reza por mí.
Mire papá,
alguien puso
una hamaca blanca
en medio
de aquellas
dos estrellas.
-¿Verdad, papá,
verdad que esos niños sólo están muertos
en la pantalla del televisor?-
-No, mi amor, esas criaturas
ya no existen en la realidad; se han ido,
ya no están, sus cuerpos
pronto serán unos esqueletos-
-Ya sé papá, ya sé:
apaguemos el tele
para que la muerte se detenga
o cambiemos de canal
para que se vaya
a otro lado.-
-¿Papá, verdad que la luna está llena?-
Sí, mi amor, la luna está llena.
-¿Será por eso que no podemos entrar?
Ya para dormir,
Rubén ha puesto sus sueños
sobre la cama y, muy serio,
me ha dicho:
-Papá, cuídelos, que nadie me los toque,
mire que aún no los termino.
Yo, ya vengo, sólo voy a tomar
un poco de agua,
porque esta noche,
les he prometido,
llevarlos a conocer el mar.-
Nunca nos amaremos,
jamás llegarás a quererme,
es imposible que algún día
estemos juntos.
A pesar de todo,
te espero a la misma
hora de la noche,
en el lugar de siempre,
aunque no llegués.
Veo una mujer
a través del vidrio.
Va abrigada
y no hace frío.
Intento besarla
a través del vidrio,
pero el vidrio,
está frío.
No recuerdo
este lunar
que hoy
aparece en uno de mis brazos.
Estuve tomando café, ayer, hasta muy tarde.
Y quizá sea eso: un pequeño náufrago de café
que no pudo llegar hasta mis labios.
Mañana, lo interrogaré más despacio:
de qué planeta vino,
quién lo trajo,
que busca en mí;
si sabe algo de poesía
o conoce sobre las bellas artes;
si está aquí de vacaciones
o piensa quedarse.
Yo digo,
que esa agua
es oscura,
porque está triste.
Era un pequeño Tiburón
asilado en este océano
de concreto,
que respiró nuestro aire
y ya no vivió.
Nadó panza arriba
hacia el cielo,
fue a encontrarse
con Dios
antes que nosotros.
Imagínatelo,
ahora mismo está contándole
sus experiencias,
dándole gracias
por las aletas.
Hace unos
años
no pude
ser comunista,
porque estaba
ocupado
tratando
de ser un niño.
¿Qué noticia
le da el suelo
a tus pies
cuando te detienes?
El otro día,
dije tu nombre
en medio
de mis piernas.
Mi mal
es volver
cada día,
por tu boca,
al país de las
maravillas.
Mi vida
es un espacio
en blanco;
en ella sólo cabe
el dorso de una hormiga
o el rostro miope
de mi hermano
diciéndome
adiós.
Después
de caminar
dieciséis kilómetros
en mi propio cuarto,
descubro
que sólo mide
dos metros de ancho,
por tres de largo.
Antes del incendio
la ciudad quedó a oscuras.
Pocos vieron
prender la llama entre las manos
del incendiario.
Mas no les cupo duda a los conversadores
en las salas del vino
de la intención que ardía ya
en su tacto.
Pero digo que hubo sitio
para los ojos
y para las manos.
Quiero decir que fue el lugar
del tacto
y la mirada.
POEMA SIGUIENTE
Que no piensen después
los visitantes
que allí se alzaron templos, se trazaron
avenidas, se dispusieron salas
para múltiples usos sospechados:
Era un paisaje tan desnudo.
Qué se hará entonces del espacio
trazado en el silencio. Qué
si el estruendo final de los aviones
abre grietas en el asfalto altísimo,
qué si la hélice levanta
un caos de sal para apretar los párpados.
Será súbdita o reina
en la región
a solas.
(Cuando parta el pirómano
hacia nuevos imperios de ceniza.)
Mundo carnal, la primavera,
resina en los dedos, pegajosos
después de abrazar el árbol de palma y
la corteza pegada,
su opresión débil que despierta
con un toque de rojo y los ojos
velado por la tristeza, la prohibición
se puede descubrir el centro
del corazón.
Los poemas que nunca escribiré
se han convertido en humo
afirmativo y en volutas
que no desaparecen, se disuelven.
Blanco humo de las chimeneas
que contiene poemas de todos los colores.
La noche es el escudo
que abarca su mirada,
la tierra que rodea
desde el riesgo a la tumba.
Ya amanece
en la posada del acantilado
donde cuelga un farol
y un letrero que gime en las tormentas
infernales de invierno.
Por la escalera azul de la mañana
el deshollinador.
Su piel de escamas y sus cejas
serpentinas, felices
bailan.
Todo podrá cambiarse,
dice.
Nada me toca.
Llegas de cualquier sitio
y, elegido al azar,
sin mapas, sin señales,
el otro lado esconde la sorpresa
feliz y azul.
Entonces permanece la ruptura
intacta.
Entonces fuera o dentro impide
su difusión.
El viaje trae un orden en cadena,
un movimiento ansioso que repite
su dispersa memoria:
ya nadie nos indica que el error
desconocido o su secreto
sirva robado y oprimido,
tiempo arenoso que se va.
Llegas a cualquier sitio
a través de un poema:
el mundo viaja solo, y tú también
en su infinita red de vanidades
te dejas arrastrar
por símbolos, deseos,
buscando su sabor
con recuerdos gastados.
No te canses.
Lejos la extraña luz
que atraviesa la noche, y más extraña
la luz de los poemas, este espacio
tan breve que ilumina
hacia adentro y nos punza.
Como si la distancia
que apenas calculamos,
se desbocara sola
arrastrándonos fuera,
lejos de todo.
A Luis García Montero
El hombre señalaba el cementerio
y me dijo asustado:
El sigilo del miedo
de pronto es cazador y se avergüenza
sintiéndose verdugo.
Para que haya un orden
tienes que estar debajo.
Aquello fue verdad, su búsqueda
— no un ávido alargar la mano
ni la tela, sutil, de araña que se adhiere
rompiéndose en el rostro
al atraparte, así,
sino dulces segmentos
de una naranja: son tus cosas —
es la felicidad que te protege.
Proserpina
Los árboles caídos en el suelo
se han podrido, sus ramas — melodía
de drogas, sin descanso — obstruyen la vereda.
Pero ¿qué prisa tienes?
Vas
hacia un fin excitado que revive.
¡Es el infierno!
Es la primavera
que ha sumergido en sus profundidades
tu muerte siempre joven; ha nacido otra vez.
Se avecinan veloces
las nubes del oeste.
¡El agua buena comprimida!
Este refugio oscuro.
Nuestro dolor.
Cuando estés con una mujer.
Hazle el amor, no solo tengas sexo.
Dile que la amas, que estas loco por ella.
No solo la bese y entres de lleno.
Besa su cuerpo entero,
recorriendo sus rincones.
Reconoce con tus labios lo que la ropa
no deja ver.