La ausente

Amiga, infinitamente amiga
En algún lugar tu corazón late por mí
En algún lugar tus ojos se cierran al recordar los míos
En algún lugar tus manos se crispan, tus senos
Se hinchan de leche, desfalleces y caminas
Como ciega a mi encuentro…
Amiga, última locura
La tranquilidad suavizó mi piel
Y mis cabellos.

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La hora íntima

¿Quién pagará el entierro y las flores
si yo muero de amores?

¿Qué amigo será tan amigo
que en el entierro esté conmigo?

¿Quién, en medio del funeral
dirá de mí: ‘Nunca hizo el mal…?

¿Quién borracho, llorará en voz alta
por no haberme traído nada?

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La rosa de Hiroshima

Piensen en la criaturas
Mudas telepáticas
piensen en las niñas
Ciegas inexactas
Piensen en las mujeres
Rotas alteradas
Piensen en las heridas
Como rosas cálidas
Pero oh no se olviden
De la rosa de la rosa
De la rosa de Hiroshima
La rosa hereditaria
La rosa radioactiva
Estúpida e inválida
La rosa con cirrosis
La antirosa atómica
Sin color sin perfume
Sin rosa sin nada.

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Mujer al sol

Una mujer al sol es todo mi deseo,
viene del mar, desnuda, con los brazos en cruz
y la flor de los labios abierta para el beso
y en la piel refulgente el polen de la luz.

Una hermosa mujer, los senos en reposo
y caliente de sol, nada más se precisa.

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Soneto de la desesperación

De repente la risa se hizo llanto,
silencioso y blanco como la bruma;
de las bocas unidas se hizo espuma,
y de las manos dadas se hizo espanto.

De repente la calma se hizo viento
que de los ojos apagó la última llama,
y de la pasión se hizo el presentimiento
y del momento inmóvil se hiso el drama.

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Ad infinitum

Una rosa es una mano es una rosa
es una linfa es una isla es una
luna es una nube que viene en la tormenta.

Una tormenta es el otoño es el verano
es la infancia es el desaste es el viento
que arrastra consigo las nubes y las islas.

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Cadeau et hommage

A Juana Rosa Pita

Mañanica de diciembre
luminosa y perfumada,
ha llegado Juana Rosa
nacida en esta mañana.
Pastorcillos la anunciaron,
negras cantaron sus nanas,
y chiquillos sobre el Prado
líneas de luz dibujaban.
El sol sali?calentito
sobre toda nuestra Habana
y un Carnaval parecían
el Gran Faro y La Cabaña.

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El ciervo

Hundirme en tu belleza
tan hondo, tan en ti
que yo perezca en tu caricia,
que ni el agua de mis ojos
o el silencio mismo
sean más que tu piel.

Soledad, milagro de tu frente,
en ti se advierte el ciervo
que dormita en el claro del bosque
y de pronto se pierde entre la yerba.

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Espacio

Escucha: qué silencio, qué silencio.
Me abraza el silencio como un padre
y como un padre de muerte me circunda.
Ni siquiera el sonido de las aguas.
Si cantara tres veces algún gallo.
Qué silencio, Dios mío, cuánta espuma
de tiempo se agolpa en la tristeza.

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Soledad

Te vas quedando solo.
Apoyaste todo tu amor en los ancianos
que te sonríen y luego se marchan.
Escribiste páginas borrables
y poemas de corta duración, como tu vida.
Ni los libros leídos ni los más amados
estarán contigo allá, que es dónde.

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Borinquen

Piense de mí lo que pensar le plazca
aquel que, de altruista blasonando,
dice que tiene por su patria el mundo,
y son todos los hombres sus hermanos.

Piense de mí lo que pensar le plazca,
mientras yo declaro
que entre todas las tierras conocidas,
es Borinquen la tierra que idolatro…

¡Esta hermosa esmeralda
que engarzó Dios en medio del Océano!

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El Bohío

Al pie de la montaña, junto al río,
que le manda sus cantos en la brisa,
de un platanar en medio, se devisa
el muy humilde y rústico bohío.

Es como el nido del ramaje umbrío
por su estructura débil y pajiza;
la fe, la dulce paz, la sana risa
tienen allí su asiento y poderío

Diome en un tiempo la visión galana
de tres mozas que al pie de la ventana
lucían con sus garbos y primores,

Y en la gloria del sol, que suave ardía,
el mísero casucho se veía
como una cesta rebosando flores.

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El cafetal

En el monte riqueño de la base a la cumbre,
las eurítmicas copas de las guavas se ven,
y debajo de ellas, cual soldados en filas,
los preciosos arbustos del precioso café.

Los arbustos florecen, y las albas corolas
a los ojos simulan del que ve el cafetal,
mariposas enfermas, si en el suelo han caído,
estrellitas de nieve, si en las ramas están.

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La palma real

La palma real es un tesoro
de mucho más valor que el oro.
Sirve a los campos de ornato,
a hombres y brutos dá sustento:
y es de recursos una mina
para la choza campesina.

La palma real es un adorno
en el solar puertorriqueño:
luce la forma de un paraguas
que tiene un mango gigantesco
(columna hermosa y elegante,
obra del Maximo Arquitecto)
con un extremo fijo en tierra
y un verde toldo al otro extremo,
de donde su saludo al dia
dice el pitirre mañanero.

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La tierruca

Es el móvil océano gran espejo
donde luce como adorno sin igual
el terruño borincano, que es reflejo
del perdido paraíso terrenal.

Son de fáciles pendientes sus colinas,
y en sus valles, de ríquisimo verdor,
van cantando bellas fuentes cristalinas
como flautas que bendicen al Creador.

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Las comadres

Doña Paz, doña Luisa, doña Inés, doña Juana
y otras cuantas comadres que hay en la vecindad
van cotidianamente a la misa temprana,
ansiosas de indulgencias para la eternidad.

Pobres sexagenarias y míseras jamonas
que solo han obtenido desdenes del amor.

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Lo que dice la tierruca

Mediaba ya la noche, y en la imponente calma
la voz de la tierruca metióse por mi alma.
¡Oid lo que decía!
¡Porque ella es vuestra madre, lo mismo que es la mía!

“El mar cantó sus ansias, y en un abrazo ardiente
ciñó a la hermosa tierra del Nuevo Continente;
y gloria del Eterno, del mundo maravillos,
de aquel abrazo ardiente surgieron las Antillas.”

“Yo soy una de ellas.

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¡Responde!

Te lo dijo Matienzo y no quisiste
oír del prócer el consejo sano,
y poco a poco en extranjera mano
cayendo va la tierra en que naciste.

Si el alma de criollo no resiste
la tentación del oro americano,
en un futuro por demás cercano
llegará un día doloroso y triste.

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Stella matutina

Llegaba el alborear. Sólo se oía,
dominando en el monte y la llanura,
cual la voz de un gigante que murmura,
el sordo ruido precursor del día.

Yo a Venus vi que en el espacio ardía,
bañando el cielo con su lumbre pura…
¡Rico fanal de espléndida hermosura!

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El maestro

Mi mentor era un viejo de ojos claros y vivos
que al llegar los exámenes a su terminación,
pronunciaba un discurso de muchos adjetivos,
y alcanzaba del pueblo una gran ovación.

Mientras cura y alcalde cobraban sin retrasos
y en duros relucientes la nómina mensual,
el maestro cambiaba sus haberes escasos
por viandas, en la tienda del cacique rural.

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El hechizado

A Lezama, en su muerte

Por un plazo que no pude señalar
me llevas la ventaja de tu muerte:
lo mismo que en la vida, fue tu suerte
llegar primero. Yo, en segundo lugar.

Estaba escrito. ¿Dónde? En esa mar
encrespada y terrible que es la vida.

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Isla

Aunque estoy a punto de renacer,
no lo proclamaré a los cuatro vientos
ni me sentiré un elegido:
sólo me tocó en suerte,
y lo acepto porque no está en mi mano
negarme, y sería por otra parte una descortesía
que un hombre distinguido jamás haría.

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La isla en peso ( fragmentos)

La maldita circunstancia del agua por todas partes
me obliga a sentarme en la mesa del café.
Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer
hubiera podido dormir a pierna suelta.
Mientras los muchachos se despojaban de sus ropas para nadar
doce personas morían en un cuarto por compresión.

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Naturalmente en 1930

Como un pájaro ciego
que vuela en la luminosidad de la imagen
mecido por la noche del poeta,
una cualquiera entre tantas insondables,
vi a Casal
arañar un cuerpo liso, bruñido.
Arañándolo con tal vehemencia
que sus uñas se romían,
y a mi pregunta ansiosa respondió
que adentro estaba el poema.

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Testamento

Como he sido iconoclasta

me niego a que me hagan estatua:

si en la vida he sido carne,

en la muerte no quiero ser mármol.

Como yo soy de un lugar

de demonios y de ángeles,

en ángel y demonio muerto

seguiré por esas calles…

En tal eternidad veré

nuevos demonios y ángeles,

con ellos conversaré

en un lenguaje cifrado.

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Confieso

Siento no tener el equipaje
que exigen todas las absurdas circunstancias.
Me excuso por las cien torpezas diarias,
por los errores grandes y chiquitos,
por la bella tontería,
por la cuerda voluntad de mi vergüenza.
Soy aldea pequeña, de diminutos espacios,
selvas y llanuras adornadas
con flores que tiemblan silenciosas.

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Final de un poema

Dejaré las notas en su sitio,
miraré más allá de los objetos,
cantaré hacia adentro, como siempre,
lloraré hacia fuera,
tomaré el peso acostumbrado de mi cuerpo,
giraré los pasos:
el futuro es un enigma…
Sentiré no sé qué cosas
y en las cálidas noches de estas tierras
dormiré como muchos,
con los ojos abiertos,
con el alma despierta
y mis pies sólo cubriendo la cama, en silencio.

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Himno al desacato

Pienso violar todas las leyes,
los órdenes, los ritos, los sistemas.
Voy a treparme a un árbol
y a patear cientos de piedras,
y caminando boca abajo
quizá le vea el trasero
a este mundo embalsamado
donde todo lo que brilla apesta…
Quiero robarme un manojo de estrellas,
pintar la luna de verde
y al sol ponerle una careta.

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Quiero saber

¿Hay alguna diferencia, acaso,
entre las piedras y los pasos?
¿Quién atropella primero
y quién cede el espacio
para que el otro camine?
La lentitud del hombre,
su torpeza
y la existencia azul de los silencios
se funden quietamente,
se hacen polvo,
tierra y sedimento.

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Se me antoja

Se me antoja que la vida es hermosa,
sintiéndola entera, profunda
– ilimitada bajo la piel –
se me antoja inventar una manera nueva de decirte mil cosas y
siempre termino
sonriéndote en silencio,
sonriéndome,
sn fin
una sonrisa –yo– toda vertical.

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Voy a apagar la luz

Voy a apagar la luz
para quedarme a oscuras con tu rostro,
para inventar de nuevo aquel instante:
Intimidad etérea y fulminante,
piel en la voz,
voz en el canto,
en la mirada…
Voy a apagar la luz
porque la oscuridad me obliga a dibujarte,
me da la dulce libertad de juntar las ternuras,
de calcar las ansias y borrar las soledades…
Voy a apagar la luz
para pensar en ti.

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Cabeza de macho

La mancha trágica de tus cabellos,
encarna un mar fascinante y entenebrecido.

Albea tu frente magnifica, escrita de surcos,
y tus sienes como dos azucenas puras.

Tus cejas y tus pestañas interrogadoras
recogen la esmeralda enferma de tus ojos.

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Estaño

Entre las piedras, brotadas de musgo,
se estancó la pena,
como agua de lluvias desmemoriadas,

Flor malsana,
mujer eterna, abandonada y obscura
mano de pétalos de aluminio.

Caravana de polvo, siniestra,
multitud de agujas envenenadas,
rebozo gris, gabardina de ocaso,

Mis dedos tranquilos y castos,
desdoblaron del arpa terrosa
sonidos de cuerdas vencidas.

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