Cómo se trenza el amor en las tardes,
mientras todo sucede sin vértigo y el sueño
cumple asilo de formas y de imágenes.
Cómo se trenza y cómo no desvía su ser:
el sueño pende. Los labios se han dormido,
la flor cae de su rizo; sueña la frente y cunde.
Por los aires
sombríos
de la noche
de octubre
va mi dolor
volando
hacia ti,
sin consuelo.
Atraviesa
las nubes,
dice adiós
a los pájaros,
y es a tu corazón
a donde apunta
su queja
sagitaria.
Mi amor va a la deriva como un barco sin rumbo;
su corazón heridas, sin par, lleva marcadas…
Mi amor se va alejando de sus horas gastadas
y alivio busca sola por los puertos del mundo.
Qué estela tan amarga va dejando en mi vida
su celeste congoja, que curar quise en vano;
no pude retenerla, se soltó de mi mano
y a su destino corre, sin que yo se lo impida.
Todos sufren por ver tu corazón,
se acercan a tu casa con las paredes blancas,
se mecen en la música de aquel viejo país
en donde naces. Y tu alcoba se inunda
de amistosa cadencia…
Oh lentas, suaves notas del armonio,
llenáis mi ser de bosques, de caminos
brillantes; vuestra danza desnuda
esa grávida estancia
donde juntos libamos un cálido
aguardiente.
Aunque siegue la voz con que tu nombre
digo, tu nombre irá, como una hoguera,
abrasando estos huesos y esta carne de hombre
con perpetuo verdor de primavera.
Aunque ciegue la herida de mis ojos
donde vive la luz de tus paisajes,
en los del alma, de ceguera rojos,
siempre se estrellarán tus oleajes.
Con los míos estoy. He aquí mis cartas,
descubro claramente el juego:
miro la realidad y a este costado
se me inclina la voz por donde muero,
por donde el corazón ligeramente
me vence cada día con su peso
y una pequeña herida hacia la tierra
me va sangrando el verso.
No hay paisaje sin ti. Qué roca oscura,
qué mar de plomo, qué amarillo cielo.
Es sólo tu mirada la que infunde
belleza y claridad. Máquina extraña
que elabora el prodigio del paisaje.
Sólo es rosa la rosa si la miras
y este trozo de tierra abrupta y este
trozo de mar sombrío se revelan
en tus laboratorios cerebrales.
Frente a frente y el puzzle en medio. Sé
que pude acertar solo el acertijo
pero es más llevadero buscar juntos
las piezas que completen el diseño.
Nunca damos con todas: huecos hay
porque ignoramos los cartones-guía,
porque no damos con la pieza-clave,
la pieza-madre que clausure el juego.
Con sus alas de plomo va la tarde;
pasa en la piel ceniza de los campos.
Difusamente cunde la penumbra,
vellón de sucia lana en el ocaso.
Tú eras también de luna y de paisaje…
Se ha oscurecido el mundo entre tus manos.
Las hojas del otoño flotan sobre tu brisa
y caen en el estanque solitario del alma.
Un dolor de ser otros parece que nos pesa
como unas rotas alas.
(Acaso nunca el hombre es él mismo.) Escuchamos
la voz honda del tiempo, la palabra
del tiempo que en los labios cobrizos del otoño
pone su dejo antiguo, su amarillez, y pasa.
Es como el agua en gracias generosas
por el frescor humilde de la arena:
un albo deshojar de húmedas rosas,
líquido florecer que de amor suena.
Sencillamente fluyes, te derramas
en amorosa ofrenda por mi orilla.
De agua encendida o de fluyentes llamas
tocada dejas esta humana arcilla.
Sobre la mesa han puesto un barro humilde
con unas rosas que lo justifican
igual que justifica el hombre
un claro destello, una esperanza, una sonrisa.
Huelen las rosas, y sentir su aroma
también es dar constancia de la vida,
es percibir la realidad que llega
en su increíble y breve maravilla,
huelen las rosas, qué delgado mundo
de fragancia nos llega en su caricia,
qué prodigioso mecanismo se hace necesario
hasta dar con esta mina sutil de olor,
cuántos secretos reinos botánicos,
qué incógnitas provincias de vegetal acción,
desde la tierra suben elaboradas, resumidas,
adelgazadas hasta lo indecible
para ser un milagro entre la brisa de la mañana,
un invisible copo de aroma hacia la tarde,
un terciopelo de perfume solar al mediodía.
Toca mi mano. Apenas es un guante
para el amor y la desesperanza,
apenas en las cosas se afianza,
apenas palpa todo un breve instante.
Toca en mi mano esta sombría tela
para el ansia de asir tanta derrota,
apenas es una tenaza rota,
apenas una rosa que se hiela.
No, no quiero los sueños. Es la vida,
la realidad la que nos llama. Escucha.
Son las cosas estrictas que tocamos
las que nos prestan su difícil música.
Difícil, sí, difícil es alzarse
desde el silencio de la pena abrupta
y tocar con los dedos aún heridos
estas candentes realidades duras.
Mirad los valles claros, los tranquilos
campos de Dios que abril puro hermosea.
Los horizontes donde azules hilos
tejen la luz, como ave que aletea.
Ved los hondos paisajes reflejados
en el humano que por ellos yerra.
Los rostros de los hombres van signados
por la limpia hermosura de la tierra.
Somos una costumbre, un gesto, un modo,
una manera de mirar, acaso.
Pequeños movimientos nos distinguen,
leves fórmulas marcan signos, rasgos
que se hacen peculiares nos conducen
por rutas diferentes a escenarios
de vida en que los viejos papeles suenan como
otro cuento distinto y necesario.
El mar en Santa Bárbara es un claro
mastín de espuma. Ladra entre las rocas,
lame las finas manos de la arena,
va y viene por las conchas,
y a los lentos corderos de la tarde
hasta el redil del horizonte acosa.
Digo patria, y a veces me parece
que mujer digo y que su cuerpo beso,
digo mujer y siento que me mece
una cuna de tierra desde el hueso.
Se me viene a la boca un nombre como
un sabor de tristeza y de esperanza.
La tarde es una rosa vagamente
en la rama desnuda del ocaso.
Una rosa ceniza, como un frío
beso crecido en unos muertos labios.
Leve sombra desliza
su palidez de hielo entre mis manos.
Las pupilas alargan sus miradas
como cautivos pájaros.
La vida me adelanta un mensajero
delgado. Pone cada
cosa viva en el aire su existencia
como invisibles alas.
A ciegas avanzamos
y el olor es un hilo
de Ariadna que nos lleva de la mano
fuera del laberinto.
¿Cómo decirte cómo? Será como las flores
que nievan de blancura un corazón de ramas.
Como el sol de la tarde, que madura colores
y matiza la sierra de doradas escamas.
Será con esa dulce sencillez de las cosas
que anima la espontánea sucesión de los días.
Como la música del tiempo
suena tu paso próximo. Resbala
tu sombra cual los días en fluyente
transitar por mis surcos, como un agua.
Flotamos en el tiempo, en el continuo
ir del río. Nos lleva. Nos desgasta
lentamente.
Al promediar la tarde de aquel día,
cuando iba mi habitual adiós a darte,
fue una vaga congoja de dejarte
lo que me hizo saber que te quería.
Tu alma, sin comprenderlo, ya sabía…
Con tu rubor me iluminó al hablarte,
y al separarnos te pusiste aparte
del grupo, amedrentada todavía.
Amor que en una soledad de perla
veló el misterio de su aristocracia,
donde, sino el encanto de tu gracia,
no hay otro que estar triste de no verla.
Dichosa angustia de buscar tus manos,
como si en la tristeza incomprendida
de tus ojos profundos y lejanos,
hubiera ya un comienzo de partida.
Deja caer las rosas y los días
una vez más, segura de mi huerto.
Aún hay rosas en él, y ellas, por cierto,
mejor perfuman cuando son tardías.
Al deshojarse en tus melancolías,
cuando parezca más desnudo y yerto,
ha de guardarte bajo su oro muerto
violetas más nobles y sombrías.
Leopoldo a su Aglaura
Todo, amada, en tu ausencia siempre larga te llora:
El silencio y la estrella, la sombra y la canción,
Lo que duda en la dicha, la que en la duda implora.
Y luego… este profundo sangrar del corazón.
«Voi che sapete ragionar d’amore,
udite la ballata mia pietosa».
Dante
Bajo el remoto azul de un cielo en calma,
y al susurrar de la alameda umbría,
para tu elogio he de contar un día
cómo fue que el amor nos llegó al alma.
Claro fue nuestro amor; y al fresco halago
plenilunar, con música indecisa,
el arco vagaroso de la brisa
trémulas cuerdas despertó en el lago.
En la evidencia de sin par fortuna,
dieron senda de luz a mis afanes
tus ojos de pasión, ojos sultanes,
ojos que amaban húmedos de luna.
Sahumáronte los pétalos de acacia
que para adorno de tu frente arranco,
y tu nervioso zapatito blanco
llenó toda la tarde con su gracia.
Abrióse con erótica eficacia
tu enagua de surá, y el viejo banco
sintió gemir sobre tu activo flanco
el vigor de mi torva aristocracia.
Dulce luna del mar que alargas la hora
de los sueños del amor; plácida perla
que el corazón en lágrimas atesora
y no quiere llorar por no perderla.
Así el fiel corazón se queda grave,
y por eso el amor, áspero o blando,
trae un deseo de llorar, tan suave,
que sólo amarás bien si amas llorando.