LA DANZA INMÓVIL

Mensajeros en la noche anunciaron lo que no oímos.
Se buscó debajo del aullido de la luz.
Se quiso detener el avance de las manos enguantadas
que estrangulaban a la inocencia.

Y si se escondieron en la casa de mi sangre,
¿cómo no me arrastro hasta el amado
que muere detrás de mi ternura?

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POEMA PARA EL PADRE

Y fue entonces
que con la lengua muerta y fría en la boca
cantó la canción que le dejaron cantar
en este mundo de jardines obscenos y de sombras
que venían a deshora a recordarle
cantos de su tiempo de muchacho
en el que no podía cantar la canción que quería cantar
la canción que le dejaron cantar
sino a través de sus ojos azules ausentes
de su boca ausente
de su voz ausente.

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Amazona como lírica

Femineidad cobrando
entonación masculina,
gracia donde resuena
la voz virago,
carne con todo
lo que insinúa de caballo,
vientre recogido,
redonda grupa, ancho pecho,
orejas en punta, cerviz levantada,
crines densas,
la tibia piel y el belfo
en sucesivo mudar, del reflejo
castaño al ceniciento, bayo,
dorado, a manchas…

¡Y la vitanda conclusión
en tu deleite,
un abrazo
que por imprevista alquimia
se agrega también dones histriónicos,
un caballo que además finge
no admitir en su dorso a nadie
que no sea su dueño,
y además la prevención
de perder mansedumbre toda vez
que se lo ceda a otro dueño!

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Andrómeda

La Andrómeda del Tiempo, impar en la belleza y el agravio,
sobre este rudo peñasco ahora escruta largamente hacia uno
y otro brazo de la costa,
su flor, su porción de vida, condenada a ser alimento del dragón.
Muchos golpes y venenos la tentaron y acecharon una vez;
pero desde Occidente oye ahora el rugir de una bestia
más salvaje que las demás, más desenfrenada
en sus daños, más inicua y más obscena.

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Cámara oscura

Mientras espera que la desnuden,
la expresión se esfuerza en desearse
a sí misma en blanco y negro,

y el ojo cuidadoso acecha
hasta sorprenderla empañándose,
empañada por matices de tensión,
físico desamparo.

Se trata de cazar,
y se trata de robo,
la víctima
lo consciente, sometiéndose,
y el ladrón llena de facciones, visajes,
su bolsa;

no supone angustias, trabajo aflictivo,
incomodidad, suceso infeliz.

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Canción de amor

Aquí yazgo pensando en ti:

¡La mancha del amor
se extiende sobre el mundo!
¡Amarilla, amarilla, amarilla
roe las hojas,
unta con azafrán
las cornígeras ramas que se inclinan
pesadamente
contra un liso cielo púrpura!
No hay luz,
sólo una espesa mancha de miel
que gotea de hoja en hoja
y de rama en rama
desluciendo los colores
del mundo entero;

¡tú allá lejos
bajo el rojo zumo del oeste!

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Cuando la idea del yo se aleja

De lo que va adelante
y de lo que sigue atrás,
de lo que dura y de lo que cae,
me deshago,
abandonado quedo
del fuerte soplo,
del suave viento,
y quieto, las espaldas
vueltas las manos hacia arriba,
apoyo en el suelo,
corazón
abjurando de armas, faltas,
de oraciones donde borrar las faltas,
blando organismo, entidad
que ignora cómo decir: “Yo soy”
y en la enfermedad y la muerte,
vejez y nacimiento,
ya no encontrarán lugar,
como no lo encontraría el tigre
para meter su garra,
el rinoceronte el cuerno,
la espada su filo.

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Elegía en vida

Intenta dibujar un león
y logra un perro,

cuando siente hambre cree
calmarla dibujando pasteles,

si dibuja una serpiente
le agrega patas,

al concentrarse
en un grano de mostaza, cabeza
de alfiler que crece en arbusto,
dibuja una higuera, lo estéril,
leño seco destinado al fuego.

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En la agonía romántica

En el mismo escenario
donde hasta avanzado el siglo
los enamorados todavía se buscaban
y estrechaban por lo idílico,
posándose
«cada día sobre la ramita
que puede morir»,
elevóse gradualmente un marco
de gustos crepusculares,
por las prostitutas de lujo
titilante rococó,
baudelaireanas correspondencias,

y allí acechaban
las Lou Andreas Salomé, Alma Malher,
proponiendo que a partir de sus romances,

exaltación de luminarias en ciernes
(el casto Nietzsche, Rilke el joven,
atraídos hacia la órbita de un texto
diáfano ya la vez temible),
caducarían todos los estereotipos
femeninos hasta entonces conocidos,

y en trance ya de esfumarse
para siempre hasta el más leve
rastro del bíblico infundio
que asegura que la mujer no tiene
potestad sobre su cuerpo.

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La sombra

De algún modo soy tu cuerpo,
Me designo en él, me quema
En la mentira útil como un remo,
En la desgracia y la amorosa lucha
Abriendo los huecos de su máscara.
Pero no me lo permitas,
No me dejes ser sólo tu cuerpo.

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Lírica

Lo no previsto,
lo que con nombre de sarcasmo:
novísima luna de miel,
arrastras por dentro,
y que afuera, juzgado y aislado
desde ciencias del comportamiento,
merecería rótulo más cierto,
el de novísima
erotización del vínculo,
transparente caso, muy sabido
de acuerdo con estadísticas,
noticias sueltas, cuadros personales,
y que tan por sorpresa
como se instaló se revertirá,
una tardía
exaltación que en la casi penumbra,
receptáculo de los desposados,
toca a pagar, te toca
corresponder con el recelo de que acaso
no transcurriera sino en ti,
y ella intacta, lo femenino
examinándote, sobrepasándote
a fuerza de no conocer altibajos,
la femenina complacencia
de resistirse a transformaciones
de alta tensión y débil intensidad
en baja tensión y gran intensidad.

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Oír uno su propia sombra

Repeticiones inútiles, verbosidad
en pleonasmos, redundancias,
tautologías,

garrulerías en las casas
amadas amando hasta el mirlo
que sobre ellas habla,

ruidos continuados
aislándote, los arrullos
por sentimientos melancólicos
del tiempo otoñal,

cantinelas ensalzando
imposibles concordias:
que al agua del pozo
le sea dado invadir la del río,
que la cosecha pasada
y la nueva se unan.

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Paráfrasis

Mejor vecino cerca
que hermano lejos,
para cuando, de improviso,
en tardías horas pedirle el pan
de agasajar a tus amigos,
y te responda
como quien se libra de un importuno
y no cae en descortesía, desvergüenza,
y aunque tuvieras
que golpearle con tesón, no dejarte
despedir, asustar desde palabras duras,
hasta que por tus manos abiertas,
rejas alzadas ante los ojos,
se filtre esa luz de la dádiva,
tus pasos atravesando cerrojos,
reverberación de tus voces
haciendo que tiemblen los cuartos.

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Pascal

Casi ninguna verdad,
el vacío
para sentirte seguro
contra la historia,
apóstata
por aconsejar la inconstancia,
la fatiga extrema,
la tempestad,
aunque los hombres no las amen,
por juzgarnos míseros
y tener tan alta idea de ti
que no quieres
compartir nuestras debilidades,
por ser tú mismo endeble
y admirar las moscas,
extrañas potencias
que ganan todas las batallas,
perturban el alma,
y devoran el resto,
por sustraerte al destino común
asomándote al abismo,
tu abismo, a tu izquierda,
y orar con un largo grito de terror,
por cerrarte a la caridad
mientras velas, implacable,
y exiges
que en esa Agonía
que durará hasta el fin del mundo
nadie se duerma,
por haberte ofrecido a Dios
tras anunciar que en todas partes
la naturaleza señala a un Dios perdido.

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Pero sólo son pensamientos

Sólo los pensamientos
de quien por haber cedido a la fascinación
de idiotas de las familias, retratarlos
sin la caridad que provoca amistades,
se lo recrimina visualizándose
como algún Tolstoi chino, maestro de almas,
lo cuestionaría y reflejaría,
contrahecho, lisiado,
hombros que se levantan
por encima de su cabeza, mentón
en descenso hacia su ombligo,
dedos de más y de menos,
esforzados inclinarse de adelante atrás
remedando una actitud que propicia
la cavilación:
«Estoy en dificultades
porque tengo un cuerpo
y es mísero.

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Poema con un poema

Del emperador
que desvalido se adormece
en su jardín,
tiene algo este
anciano a quien súbitamente
el deseo,
huésped no invitado,
vuelve, persiste en sacudirlo.

También se amodorra,
y los dos son como gatos,
no les importa
sino sobrevivir;

pero en su precario retiro
el viejo no enhebra canciones,
y en lugar de ir entreviendo
ejércitos que incendian y destruyen
concita sobre él un retorno
en procesión de bellezas
ahora agrias,
cada cual mostrándole
la forma de un triángulo
allí donde hubo un sexo,
todas
semejantes
a las tardías flores
que en el imperial jardín
aguardan el invierno.

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Primavera de sufies

El océano hablando,
en espumas, gotas,
disímiles instante a instante,
pero una sola agua,
y las lenguas
de pájaros, flores,
el halcón
al relatar sus paseos acompañado
de los cuervos,
el ruiseñor, alabanza
infinita de la rosa,
la paloma que pregunta
por el camino hacia el amado,
y la cigüeña, su piadosa
disposición: «Tuyo es el reino,
tuyas las loas a Dios»,
y el vocear
de hojas, pétalos,
la violeta
en hondos azules, el narciso
de ojos lánguidos, tulipanes,
el enrulado jacinto.

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Puertas adentro

Como Blake con el tigre,
en tu gato no atiendes
a uñas, lengua áspera,
poblados pelos largos,
estrías blancas,
c lo que provocas desde confusa
f hermandad, la pretensión
de que en su vigor está el tuyo,
y de acercarle
elusivos discursos, soliloquios
para un no favorable
ni adverso ánimo,
sin cooperar, sin airadamente
estirarse indicando que apenas
cerraste postigos, cortinas,
él ya captó,
tu agitar antipatías, infatuaciones,
prontuarios de la menuda hojarasca
que en la sagacidad animal
pudiera disolverse,
apremio
por alguien que se mantiene
atado a su especie,
alcanzar
el par donde apoyarte, tu correspondiente;
como Blake y el tigre,
Poe y el cuervo,
Basho y la rana,
recluyéndote a pedir
el benjgno, consolador ajuste
de tu aliento, fatigoso golpe, desazón,
y la prescindencia del libre, que no juzga.

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Que tu mirada vaya

Que tu mirada vaya
dejando de separar
impresiones sensibles, afectivas,
de las meras formas,
y resbale, no coherente,
a despojar de relieve lo que encuentre,

indicaría cómo pierdes
el dominio sobre ella,
paralizado también
tu cuerpo en lo que hasta ahora fue:
manifestación y participación,
y en suspenso
la rutina del hablar y el pensar,
la exigencia de que hablar
y no pensar no se puede,
ni pensar callando.

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