Guarda la tierra larvas
y el aire giros.
Pasan leves suspiros
y sombras parvas.
Así al destino
canto el último huayño
el cierzo andino!
Poemas bolivianos
Yo fui el orgullo como se es la cumbre,
Y fue mi juventud el mar que canta.
No surge el astro ya sobre la cumbre?
Por qué soy como un mar que ya no canto?
No rías, Mevio, de mirar la cumbre
ni escupas sobre el mar que ya no canta.
Romance aymara
Qué sabor tiene el perfume
que exhala tu oscura tez
Como una flor se consume
mi beso en tu oscura tez.
Qué tibio imán invencible
envuelve tu oscura tez?
Una víbora invisible
virtió su magia en tu fez!
Regia flor escarlata
del Ande innata,
su tinte en que el sol brinca
consagra al Inca.
Toda doncella
de fiera sangre India
renace en ella!
PROVERBIO
1
Luz de la tarde, tórtola que añora
Plañir del mar, otoño que se dora!
Nada hay mas dulce ni mas triste a un tiempo
Que ese amor de mujer que ruega y llora!
4
Ni lloro trágico ni heroica risa.
9.
Vino nuevo en las bocas
Vierten sus cantaras
¡Caen las rosas locas
De sus alcántaras,
Y en dulce juego
Es caricia de nieve
Su eterno fuego!
12.
Pliega toda alma irónica
A su centella;
La palabra sardónica
Expira ante ella.
Caminas todavía entre sílice y cal,
entre martillos
con lacerado pulmón que te acompaña
en la tos terminal de tu apellido.
¿Subes acaso, desgastando sueños
que en cachorro de ruido y polvareda
encoraginan puños y adjetivos?
Atento ante la muerte,
drásticamente amortajado un hueso
reseco en sus raíces
enumeras tu pan y las heridas
de tu famoso grito,
de tu rabia inconclusa
y la prédica inmemorial de tu andadura.
Ha de bajar por un secreto canal
de rutas capilares
cerrando las heridas,
amansando la dolorosa gestación de los sueños.
Por las orillas del hambre y del cansancio
ha de ir tejiendo su ramazón
de obnubilaciones y lamentos.
Lloró en la noche grande la serpiente
y lloraron los pájaros de arena
el agua temblorosa en su corriente
y la sombra vibrando en la falena.
Lloró en la noche grande la serpiente
como insuflando su dolor de quena,
quemando como fuego en el sufriente
corazón de la piedra y de la pena,
Lloró en la noche con dolor ajeno,
con voz de polvareda y de veneno,
con voz de soledad y de regreso.
a caballo desciendo del sueño,
y sin saberlo
hacia un febril paisaje
poblado de oscuras potestades.
fue un día en que miraba ciega
la medida del vasto cielo que cubría la isla,
al soplo de los vientos del norte
que aquí convocan
los cautos fuegos de verano.
(fragmento)
sólo tengo este cuerpo. estos ojos y esta voz
esta larga travesía de sueño cansada de morir.
conservo el temor al atardecer.
no se comunica con nadie.
por mi modo de andar
algo descubierto un poco esperando
cambio frecuentemente de parecer
conmigo no puedo vivir segura.
entro en mi casa
y me alojo en su centro
esperando la temperatura
que enmudece los ruidos inútiles.
en un andar del silencio
comienza el mundo
en un olor a fuego
en una hoja
en un cambio de sábanas
en una gana de hacer cosas
no siempre precisas.
luminoso amor que todo lo transformas
de qué astro, de qué luz, de qué vida
has venido
¿de dónde?
por qué cerro, por qué ladera, por qué montaña
has bajado
¿por dónde?
para amarte como te amo
para amarte como te amo ¿de dónde has venido?
Al calor de tu forma progresa mi sangre, en el aire
de sueño
el clima para lo solo eres tú
-una sombra canta para ti en el fondo del agua al
compás de mi corazón
y en tu mirar mis ojos están silenciosos por la música
al soplo de la luz,
en el cielo y en la oscuridad.
Llegada la hora en que el astro se apague,
quedarán mis ojos en los aires que contigo fulguraban
Silenciosamente y como una luz
reposa en mi camino
la transparencia del olvido.
Tu aliento me devuelve a la espera y a la tristeza de la tierra,
no te apartes del caer de la tarde
-no me dejes descubrir sino detrás de ti
lo que tengo todavía que morir.
Permaneces todo el tiempo en el olor de las montañas
cuando el sol se retira,
y me parece escuchar tu respiración en la frescura de la sombra
como un adiós pensativo.
De tu partida, que es como una lumbre, se condolerán
estas claras imágenes
por el viento de la tarde mecidas aquí y a lo lejos;
yo te acompaño con el rumor de las hojas, miro por
ti las cosas que amabas
-el alba no borrará tu paso, eres visible.
(A modo de manifestarse
estupor ante lo bromista
de la mirada).
I
Olvidó los océanos y las voces
replegado con los demás en el apagado símbolo de los puentes – hizo perdurar el crepúsculo
al igual de la condición de los afectos al árbol
los ensangrentados
los de largas cabelleras
los forjadores del viento
los que con la impasibilidad de las cosas han
depositado un pétalo
una arena un aire en el arco olvidado de aquella
cumbre
los que iniciados en los triunfos de la naturaleza
en las revelaciones de las edades y de las lluvias
anuncian las transformaciones del sonido, figura tuya
– no sé aún quién eres
los que sean lo mismo que los rios parte vital de las
montañas
los que sean
los que realmente vivan y mueran sin hacer gesto de
desagrado
los que se queden imberbes y también los barbudos y
los barrigones
dignos y naturales cuando el sonido y el viento son
una misma cosa
cuando no existe necesidad de que no hayan moscas
cuando no se tiene que pagar para que besen a los
delegados y el beso no sea más que beso y no señal
torcida hypócrita y atentatoria
cuando el matar no es condenable sino sólo matar y
el término con que se designa la acción desaparece
cuando te topes en las esquinas con alguien
idéntico a ti y puedas decirle ‘hola’, ‘ojalá’, ‘tal vez’,
‘recuerda’ o ‘quien sabe’
indistintamente
como si te refirieras a él o a ello o a ellos o a ti desde
la luz hacia la luz
es necesario que escriba una carta para poder ver
mejor la luz de las cosas
luego de leerla alumbrado por el antiguo vuelo de mis
amigos muertos
es necesario que recuerden todos su amor a la
música, si sosiego y su desdicha
y su propensión a la risa así como las arquitecturas
que urdían cuando podían hacer lo contrario
y su lamento, el lamento que ya fue analizado sin
usar la substancia humana,
sin planes, sin palabra ni consulta, pero con
ademanes repetidos bajo la mirada
que caía desde un pedestal diseñado en otro tiempo
para ensalzar a los mendigos, a los valientes y a los
inventores del azúcar y del resorte
y sus proyectos,
los rigurosos alegatos en favor del desquiciamiento,
de un anti-orden, para el retorno profundo al
verdadero ordenamiento
sus conmovedores argumentos para comprender
finalmente el simple significado de la estrella
sus penas tan dignas de respeto
sus venias (te explican el punto de partida de la vida)
encerraban una melodíia ingenua y lejana y te
inducían a ser más bueno y desentrañar con mayor
autoridad los signos misteriosos de las nubes y de las
calles
hacían que te vieras tal como eres (tu contenido, las
propias venias que jamás harás)
y les intitulabas medida de todo, y solucion secreta
de todo, y surgía de tu sombra una venia destinada
a ellos
y les intitulabas ‘caro destino, gayo amigo’.
Ven; yo vivo de tu dibujo
y de tu perfumada melodía,
soñé en la estrella a que con un canto se podría llegar
-te vi aparecer y no pude asirte, a turbadora distancia
te llevaba el canto
y era mucha lejanía y poco tu aliento para alcanzar
a tiempo un fulgor de mi corazón
-el que ahora estalla ahogado por alguna lluvia compasiva.
Combando el cielo en olorosa tierra
alza su nido el laborioso hornero,
que convierte las pajas en lucero,
y en miel, el barro que su pico aferra.
Por eso el hombre que en su ser encierra
todo el saber del universo entero,
con gran acierto lo imitó al hornero,
y horneó en el horno, el trigo de la sierra.
Sobre el terso cristal de malaquita
que aprisiona el soberbio panorama,
el carcaj de la aurora se derrama
y el bridón de los Andes se encabrita.
Su ala de nieve la leyenda agita,
muerde las islas una roja llama,
y de la ola el sonoro pentagrama
el hachazo del viento decapita.
Como el dulce Rabí de Galilea,
con la sonrisa iluminó la infancia,
y derramó de su alma la fragancia
sobre la humilde gente de la aldea.
Su espíritu en el Héspero aletea,
su corazón palpita en nuestra estancia,
y su mano a través de la distancia
la plata de la luna espolvorea.
Rastreando emerge del cristal de cromo,
un yacaré con ojos de esmeralda,
y serpentea entre la hierba gualda,
bajo el fogoso luminar de plomo.
Relampaguea en su quebrado lomo
el polvo de oro que la orilla escalda,
y un chiriguano de tostada espalda,
asecha al saurio, con feroz aplomo.
Embozado en su poncho de alborada,
la lluvia de oro el sembrador apura,
y el cielo escarcha la pupila oscura
del buey que yergue su cerviz lunada.
Bajo el radiante luminar caldeada,
de agua clara, la tierra se satura,
y la mano del viento en la llanura,
riza de sol la glauca marejada.
Mordiendo la granítica quebrada
se yergue la casona solariega,
alba de sol, con la pupila ciega,
y su techumbre de ala ensangrentada.
Con rumores de espuma la cascada
sus vetustas murallas enjalbega,
y en luminoso tornasol despliega
su cola el pavo real de la cañada.
Bajo el ardiente luminar del trópico,
como el hidalgo Caballero Andante,
jinete en ilusorio rocinante,
sueña don Ñuflo con un país utópico.
En la pupila azul de un lago hipnótico,
ve una ciudad de mármol relumbrante,
almenas de ónix, fuentes de brillante,
y aves canoras de plumaje exótico.
Flagela el rayo la erizada cumbre,
el huracán en sus aristas choca,
y arranca airado con la mano loca
su helada barba de encrespado alumbre.
Rueda irisado de bermeja lumbre
el turbión que en cascada se disloca,
y hunde a combazos la ventruda roca,
para que el oro en su oquedad relumbre.
Con salvaje lujuria de pantera
se enardece la selva en el estío,
y el huracán con ímpetu bravío
destrenza su olorosa cabellera.
Blonda cascada de hojas reverbera
sobre el ramaje trémulo y sombrío,
que troncha el rayo en rudo desafío,
incendiando el plumón de su cimera.
Esbelta y ágil la gentil vicuña
rauda atraviesa por la hirsuta loma,
y en su nervioso remo de paloma,
las graníticas rocas apezuña.
El sol de gemas, en su disco acuña,
la testa erguida que al abismo asoma,
y en sus pupilas de obsidiana doma
la catarata que el alfanje empuña.
Oh, General don Esteban
honor y prez de la Historia,
canción de huayño serrano
que en los charangos retoña.
Tu nombre llegó a nosotros
cuajado en sangre de coplas
y floreció en la garganta
silvestre de las palomas.
Es de noche. En la sala silenciosa
flota un alma ancestral y cariñosa:
es la noble figura de mi abuela,
que benigna me ve desde su tela;
retrato al óleo en pálidos colores
que me habla de años idos y mejores.