Sáficos

Oh, si en la copa, de amor aun llena,
Logré sediento refrescar mi labio;
Si ya en tu seno reposo mi frente
Pálida y triste;

Si el dulce aliento respiré de tu alma
Tu voz oyendo repetirme – «Te amo’
Si el rostro tuyo su calor divino
Dejo en mi rostro;

Oh!

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Elegía

La noche es el escudo
que abarca su mirada,
la tierra que rodea
desde el riesgo a la tumba.

Ya amanece
en la posada del acantilado
donde cuelga un farol
y un letrero que gime en las tormentas
infernales de invierno.

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Espacio I

Llegas de cualquier sitio
y, elegido al azar,
sin mapas, sin señales,
el otro lado esconde la sorpresa
feliz y azul.
Entonces permanece la ruptura
intacta.

Entonces fuera o dentro impide
su difusión.
El viaje trae un orden en cadena,
un movimiento ansioso que repite
su dispersa memoria:
ya nadie nos indica que el error
desconocido o su secreto
sirva robado y oprimido,
tiempo arenoso que se va.

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Galope

Lejos la extraña luz
que atraviesa la noche, y más extraña
la luz de los poemas, este espacio
tan breve que ilumina
hacia adentro y nos punza.
Como si la distancia
que apenas calculamos,
se desbocara sola
arrastrándonos fuera,
lejos de todo.

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Súper andrógina

Proserpina
Los árboles caídos en el suelo
se han podrido, sus ramas — melodía
de drogas, sin descanso — obstruyen la vereda.
Pero ¿qué prisa tienes?

Vas
hacia un fin excitado que revive.
¡Es el infierno!

Es la primavera
que ha sumergido en sus profundidades
tu muerte siempre joven; ha nacido otra vez.

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Progreso

Hubo un tiempo de amor contemplativo
En que el saber, muy poco positivo,
Confundiendo la tierra con los cielos,
Ensalzaba las vírgenes modelos.

Y en que inspirándoles horror profundo
La realidad prosaica de este mundo,
Las muchachas de quince primaveras
Se arrobaban en místicas quimeras.

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Nacer hombre

Cuánto trabajo ella pasa
Por corregir la torpeza
De su esposo, y en la casa,
(permitidme que me asombre)
tan inepto como fatuo
sigue él siendo la cabeza,
porque es hombre.

Si alguna versos escribe
-De alguno esos versos son
que ella sólo los suscribe;
(permitidme que me asombre)
Si ese alguno no es poeta
¿por qué tal suposición?

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Nubes y vientos

Del sol del verano Los rayos de fuego
calcinan la tierra,
Las horas transcurren y en lenta agonía
se abraza y consume la mustia pradera.

En la árida playa del próximo río
tan sólo hay enjutas y ardientes arenas;
vapores que se alzan de un fétido estanque,
brillando a lo lejos titilan y tiemblan.

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Quo Vadis

Sola, en el ancho páramo del mundo,
Sola con mi dolor,
En su confín, con estupor profundo
Miro alzarse un celeste resplandor:

Es El! Aparición deslumbradora
De blanca y dulce faz,
Que avanza, con la diestra protectora
En actitud de bendid6n y paz.

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La abadesa

Por el jardín paseaba la Abadesa
Leyendo una oración de su breviario
Sus ojos eran de un azul turquesa,
Su tez como el marfil de su rosario.

Así cruzaba la divina obsesa,
Defendida de un mal imaginario,
Por aquel corazón que su pureza
Bordara en su bendito escapulario.

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Pascua

Elevó, adusto, el sacerdote anciano
de ácimo pan la nítida blancura;
trazo el signo de un símbolo su mano
y consumo la mística figura.

Plegose en el altar velo liviano
Y ante el pueblo, en beatifica postura,
Fulguró el sol flamante y soberano
De la enorme custodia, su hermosura.

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Viaje inútil

Para qué el mar?
Para qué el sol?
Para qué el cielo?
Estoy de viaje hoy día
en viaje de retorno
hacia aquella palabra sin orillas
que es el mar de mi misma
y de tu olvido.
Después de que te he dado mar y cielo
me quedo con la tierra de mi vida
que es dulce como arcilla
mojada en sangre y leche.

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Salada savia

Padre mío, el invierno -espada de tu muerte-
sus varillas de hielo sobre mi pecho inclina.
Crujen las hojas secas en desolada sombra
al filo del minuto que te arrancó a la luz.

Ya no hablaremos nunca del verdeciente pino
aunque giren los meses hacia la primavera;
yo veré conmovida hundirse contra el cielo
la erguida copa oscura, y ya estarán tus ojos
perennemente mudos en el carbón azul.

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Rebelión

Miraba yo la pampa inmensa soñando con el mar.
Miraba yo la pampa tensa, tan alta, tan serena,
tocando con el cielo su frente de cristal;
un acorde de grises y violetas su manto,
que altura en la belleza!
que altura en la belleza!

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Nocturno de lágrimas

En las noches de lágrimas
maduran nuestras almas;
bajo la luz del llanto
nos es dado palpar las intangibles
paredes de distancia entre las vidas.
Sólo en noches de lágrimas
nos es dada la gracia
de encontrar el matiz de los silencios
y los colores de la sombra.

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Nacimiento

Ultimo día del invierno y primero de la primavera.
Ultimo día de la tibia tiniebla de la entraña
para entrar en la fría luz del mundo.

Yo estaría madura de la sombra, de la nada,
del amor: madura de la carne en que crecía.

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Madurez

Ya no tiene mi sangre la sustancia
de miel cobarde y tentador aroma.
El látigo del tiempo cristaliza
secos rubíes de irisado fuego.
Cuando era flama de hojarasca, ardía
sobre las bocas en voraz relumbre;
hoy es carbón ardiente en el rescoldo
de sol madura en pródigo entregarse.

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Holocausto

Oh Cristo, yo quisiera de tu augusta cabeza
desclavar los espinos; endulzar tu martirio;
darte mi adolescencia como incienso en delirio;
alabándose en salmos, restañar tu tristeza.

Te volcaría en mi alma con la dulce certeza
de corporal expolio a cabezal de lirio.

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Frente a mí retrato

Enmarcada en rectángulo de sombras
–como de una ventana en el vacío–
mi cara adolescente me contempla.
Viene de lejos la mirada limpia
bajo el ala extendida de las cejas
y se arrodilla, tímida, en los labios.
Limpia mirada en la que cae el mundo
redondo como gota de rocío.

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Final fragmento

Ansiosa, ansiosa, ansiosa
como los cuerpos jóvenes,
allí donde quiebra la inquietud de los hombres,
allí donde diluyen su anhelo las mujeres,
en ese mismo límite
yo soy la curva flecha
que se lanza a sí misma.
Salí del duro sueño
que se rompió la quilla
contra la fina arista de mi primer naufragio.

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Alegato inútil

Cada día tenemos más salobre la saliva.
La migaja se crispa
ante la entornada puerta del perdón.
Cada día se saltan a las uñas
los dos niños morenos de los ojos
que fueron ángeles despiertos
a celestes honduras.

¿Con qué habrá de rematar el alegato
que está y en el tope del sollozo?

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Soneto a córdoba

Amarillo perfil de arquitectura
de cúpulas y torres coronado,
torso de duro mármol cincelado,
estatua de ciudad.

Córdoba pura.

Abres al valle virginal figura
a la que el Betis besa enamorado
y en tu más alta torre reflejado
el oro de tu Arkángel te fulgura.

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Presencia

El muchacho era tan bello, que no era de este mundo
Era otro mundo él solo, de flor y un manojo de venas.
Lo mirabas y era aparte, lejos de ti, como un bello animal suelto,
en un universo verde de agua y de praderas
ponías la mirada en él y lo encontrabas vivo, igual que tú,
pero pensabas que era una flor, una gacela con junco, un lirio.

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In limine

He escrito estos poemas para ti
con palabras que usamos a diario.
Late en ellos la calma de las horas
que en la hierba tendidos malgastamos.
No busque quien los lea otro sentido
que un fluir sinuoso hasta tu abrazo.

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Crepúsculo

¡Oh!

Cuando el sol cae como una inmensa
piedra que cierra el horizonte cada día,
cuando la luz se extingue lenta y la sombra
sale de los valles profundos,
vanguardia oscura de los ejércitos negros
de la noche que vienen a su
colosal parada de silencio,
cuando la tierra toma un rostro de asfalto
como un espejo para mirarse agonizante
bajo el desierto ceniza de las nubes,
inmóvil como una mano
una mano muerta,
mientras que la hora en todos los relojes
del mundo suena una misma
melancolía,
he aquí que yo, exprimido como una
esponja amarga bajo
el cielo que se desploma
no soy sino unos ojos donde se petrifica
toda tristeza,
un agua límpida que recibe acaso el
temblor de una esquila lejana,
sin ser cuerpo ni ser hombre,
sino una vaga niebla que piensa
y se funde y se aniquila y se esfuma
lentamente
cuando pasada la angustia de la hora
en que el universo duda su cambio
la noche extiende su túnica y cubre el
cadáver frío del horizonte derrumbado.

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Belleza

Córdoba inconsciente como estatua de mármol
diosa de la belleza humana entre la cal de la calle
paraíso de la mirada.

¿Cómo nace la hermosura de ti?

¿Cómo se muda, tu áspero y calizo espíritu en tu mármol humano?

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Resaca

Cuando ya la resaca deje mi alma en la playa,
y del arco agobiado de mi espalda se vaya
el ala cercenada, cual vela desafiante,
en cicatriz y estela prolongará el instante.

Quedarán vigilando, símbolo intrascendente,
dos pobres ojos pródigos y una mendiga frente.

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Elegía humilde

Un auto ha arrollado a la vieja sirvienta
¡La pisó como una hoja!
Era una flor del campo, toronjil, yerbabuena.

En la casa hubo duelo
por su muerte de plata.

Esta mujer oscura de noble cepa aymara
endulzaba la vida de seres y de cosas.

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