¡Si derribas el muro
qué gozo en todas partes!
¡Qué lazo de palabras
se sentirá en la tierra!
Y todo será nuevo,
como recién nacido…
Si derribas el muro
de todas las mentiras
¡Qué júbilo de amor
abierto sobre el mundo!
Poemas cortos
Y estás: en el vacío
y en la ausencia presente,
en la que es y vive
sin dejar de ser única
oquedad invisible
con raíces eternas.
No hay mundo que la llene
pero sí algo vivo
que la besa y la calma.
Cuando dejaba la guerra
libre nuestro hispano suelo,
con un repentino vuelo
la mejor flor de la tierra
fue trasplantada en el cielo;
y, al cortarla de su rama,
el mortífero accidente
fue tan oculto a la gente
como el que no ve la llama
hasta que quemar se siente.
Vivir es fácil y, a veces, casi alegre.
Esta tarde -mar, pinares, azul-,
suspendido entre los brazos ligerísimos del aire
y entre los tuyos, dulce, dulce mía,
un ritmo palpitante me cantaba:
es fácil y, a veces, casi alegre.
Mi estricta voluntad, mi punta seca
que está domando en ella
oceánicas pasiones y rumores antiguos. El cauterio que aplico
a esa llaga amorosa que, sin forma, palpita.
Si hiero, mato, engendro.
(Su exánime sonrisa me conmueve y me excita.)
Si la acaricio, mido,
sujeto sus equívocos y todas
las suavidades sumas que a la nada convidan.
¡Y tanto, y tanto te amo
que mis palabras mueren
en un rumor de besos sin descanso!
¡Y tanto todavía que mis manos
no te hallan al tocarte!
¡Tanto y tan sin descanso,
que fluyo, y fluyo, y fluyo,
y es solamente llanto!
Más allá del pecado,
indecible, te adoro,
y al buscar mis palabras
sólo encuentro unos besos.
En el pecho, en la nuca,
te quiero.
En el cáliz secreto,
te quiero.
donde tu vientre es combo,
fugitiva tu espalda,
oloroso tu cuerpo,
te quiero.
La noche viene desnuda:
senos de luna,
guantes morados.
Con los brazos en alto
ya la estoy esperando.
¡Qué cerca de mi oído
enmudecen sus labios!
¡Amor, amor!
La muerte
me está besando.
Mi vicio, mi locura, mi alegría,
¡todavía muchacha!
Mi nunca suficientemente amada,
cámbiame los ojos si así quieres,
pónmelos de ira.
Es lo mismo. Me das vida.
En los ríos, al norte del futuro,
tiendo la red que tú
titubeante cargas
de escritura de piedras,
sombras.
Una hoja, sin arbol
para Bertold Brecht:
¿Qué tiempo es éste
en el que una conversación
es casi un crimen
porque incluye
tantas cosas explícitas?
En una pieza vacía y pequeña, sólo cuatro paredes,
y cubiertas por telas íntegramente verdes,
está encendido un hermoso candelabro y arde:
y en cada llama suya se abrasa
una pasión lasciva, un impulso lascivo.
En la pequeña pieza, que brilla iluminada
por el fuego vigoroso del candelabro,
no es en absoluto usual esta luz que brota.
Trata de guardarlas, poeta,
por más que sean pocas aquellas que se detienen.
Las visiones de tu amor.
Ponlas, medio ocultas, entre tus frases.
Trata de retenerles, poeta,
cuando despierten en tu mente
en la noche o en el fulgor del mediodía.
Cuanto puedas
Si imposible es hacer tu vida como quieres,
por lo menos esfuérzate
cuanto puedas en esto: no la envilezcas nunca
por contacto excesivo
con el mundo que agita movedizas palabras.
No la envilezcas nunca
en el tráfago inútil
o en el necio vacío
de los rostros diarios
y al cabo te resulte un huésped importuno.
Doce y media. Rápidamente el tiempo
pasó desde las nueve, cuando encendí mi lámpara
y me senté aquí. Estoy sentado
sin hablar o leer. ¿A quién podría hablar
en la casa desierta?
La imagen de mi cuerpo joven,
cuando encendí mi lámpara a las nueve,
vino a mi encuentro despertando
un perfume de cámaras cerradas
y pasado placer.
Como hermosos cuerpos que murieron jóvenes
y fueron sepultados, con lágrimas, en rico mausoleo,
coronados de rosas y con jazmines en los pies,
así son los deseos que pasaron sin realización;
sin que ninguno sobreviviera una noche
de sensual deleite o una mañana de plenilunio
Versión de Eduardo López
Su simpático rostro un poco pálido
y los ojos castaños aún absortos.
Veinticinco años, aunque aparenta más bien veinte.
Algo le da en su atuendo vago aire de artista:
la corbata tal vez o la forma del cuello.
Marcha sin fin preciso por la calle
como aún poseído del placer ilegal,
del prohibido amor que acaba de ser suyo.
Jura una y otra vez que rehará su vida.
Mas al llegar la noche y sus consejos,
sus compromisos, sus ofrecimientos,
mas al llegar la noche con su propio poder,
el del cuerpo que quiere y pide, al mismo
fatal placer, perdido, se dirige de nuevo.
Vuelve a menudo y tómame,
amada sensación, regresa y tómame.
Cuando la memoria del cuerpo despierta,
su viejo deseo vuelve a rodar en la sangre;
cuando los labios y la piel recuerdan
mis manos sienten como si tocaran de nuevo.
Y miré hacia atrás contenta
de estar lejos de todo
engrandeciendo los recuerdos
convertida en poeta.
Y estaba allí sola pensando
allí sola me quedaré.
Dos amantes caminan por un muro húmedo
y aparece frente a ellos una ciudad.
Suave es el animal que abre su mirar,
disuelve su respiración
y se desnuda entre espacios sin límites.
-Te dejaré pacer en mis mejillas,
mientras una gota de agua fresca trae consigo
un olor a este mismo instante.
No reconozco mi color.
En Alejandría perdí mi sombra
y toda apariencia de ciudad
ha sido belleza de lo inútil.
Todas mis coartadas sólo
sirvieron para estrechar
los lazos con la muerte.
Mi cuerpo encuadernado de lino
y la operación final
de enrollar mis venas.
SI fuésemos algo
Seríamos dos abismos,
Nada más que dos abismos?
En el tuyo arrojaría
La sombra vertiginosa de mi ser.
VIENDO el revuelto manojo de las palmas
Acuciadas por las sombras multiformes
Siento en el combate la blancura de tu imagen,
Los suaves y agitados muslos cuando
Con la fuerza de mi aliento los palpaba.
Busca y anhela el sosiego…
mas… ¿quién le sosegará?
Con lo que sueña despierto,
dormido vuelve a soñar.
Que hoy como ayer, y mañana
cual hoy, en su eterno afán,
de hallar el bien que ambiciona
-cuando sólo encuentra el mal-,
siempre a soñar condenado,
nunca puede sosegar.
Del rumor cadencioso de la onda
y el viento que muge;
del incierto reflejo que alumbra
la selva o la nube;
del piar de alguna ave de paso;
del agreste ignorado perfume
que el céfiro roba
al valle o a la cumbre,
mundos hay donde encuentran asilo
las almas que al peso
del mundo sucumben.
Te amo… ¿Por qué me odias?
-Te odio… ¿Por qué me amas?
Secreto es éste el más triste
y misterioso del alma.
Mas ello es verdad… ¡Verdad
dura y atormentadora!
-Me odias porque te amo;
te amo porque me odias.
Una sombra tristísima, indefinible y vaga
Como lo incierto, siempre ante mis ojos va
Tras de otra vaga sombra que sin cesar la huye,
Corriendo sin cesar.
Ignoro su destino…; mas no sé por qué temo
Al ver su ansia mortal,
Que ni han de parar nunca, ni encontrarse jamás.
Ya duermen en su tumba las pasiones
el sueño de la nada;
¿es, pues, locura del doliente espíritu,
o gusano que llevo en mis entrañas?
Yo sólo sé que es un placer que duele,
que es un dolor que atormentado halaga,
llama que de la vida se alimenta,
mas sin la cual la vida se apagara.
Yo no sé lo que busco eternamente
en la tierra, en el aire y en el cielo;
yo no sé lo que busco; pero es algo
que perdí no sé cuando y que no encuentro,
aun cuando sueñe que invisible habita
en todo cuanto toco y cuanto veo.
Mi padre y yo dormimos
en la era, y la paja
nos es lecho de estrellas. Se sienten
las culebras cruzar toda la noche
los haces de cebada, y ratas como gatos
nos roban en el trigo. Me estremezco
y no grito, porque mi padre ronca
bebiéndose la luna, y en el aire
cantan grillos de arena.
A mediodía, por el aire, pasa
el ángel mudo de los inmigrantes. Todo
se alza y es un vaho
de pan recién cocido con aroma
de flores. En los barrios, los tranvías,
las ventanas y el metro, cada inmigrante compra
su flor de cada día y una
ración de pan.
Por mi culpa , mujer, por mis inviernos,
muchas veces tu cara se humedece de lágrimas.
Pero también por culpa de Dios, frecuentemente,
el rostro de la tarde se humedece de lluvia.
Estábamos tan lejos el uno del otro.
Mares había entre nosotros.
Montañas y agua.
Fuego y viento.
Largos años
de oscura
desesperación
había entre nosotros.
Pero nos encontramos,
a pesar de todo,
porque la vida lo quería
ciegamente.
Dame, Amor, besos sin cuento,
asida de mis cabellos,
y mil y ciento tras ellos
y tras ellos mil y ciento,
y después
de muchos millares, tres;
y porque nadie lo sienta,
desbaratemos la cuenta
y contemos al revés.
Amor que pende y quebranta,
fuerza que fuerzas derriba
muy entera,
y al mismo temor espanta
y a lo más libre cativa
sin que quiera,
a ti, muy desconoscida,
tan cruelmente cativa
pues que sabe
que la mi persona vida
que en tal dolor siempre vive
no s’acabe.
Lo supe de repente:
hay otro.
Y desde entonces duermo solo a medias
y ya casi no como.
No es posible vivir
con ese rostro
que es el mío verdadero
y que aún no conozco.
Ahora estoy de regreso.
Llevé lo que la ola, para romperse, lleva
-sal, espuma y estruendo-,
y toqué con mis manos una criatura viva;
el silencio.
Heme aquí suspirando
como el que ama y se acuerda y está lejos.
Me tendí, como el llano, para que aullara el viento.
Y fui una noche entera
ámbito de su furia y su lamento.
¡Ah! ¿quién conoce esclavitud igual
ni más terrible dueño?
En mi aridez, aquí, llevo la marca
de su pie sin regreso.
Quisimos aprender la despedida
y rompimos la alianza
que juntaba al amigo con la amiga.
Y alzamos la distancia
entre las amistades divididas.
Para aprender a irnos, caminamos.
Fuimos dejando atrás las colinas, los valles,
los verdeantes prados.
Entre la fina red
que siempre estoy tejiendo
con todos los sentidos
prisionera me encuentro.
En la urdimbre sutil
de verdad y misterio,
de amor, olvido, pena,
ansiedad y recuerdo,
yo misma como un pez
me confundo y me enredo;
yo misma día a día
los hilos voy tejiendo;
cuando sé lo que amo
ya no sé si lo quiero.
Para que venga una lluvia pura sobre la miseria de no saberse nada,
pulsaremos los silencios hasta arrancar una uva demasiado violenta.
Esta consciencia de ausencia y no hay regreso. No hay regreso. Pero resisto
al llamamiento de las tragedias. Desacredito de esa desfundación.
Para cuando el pálido manto de mi memoria se va cubriendo de esta piel que yo seré.
Estoy resbalando por una flor caliente. He estado siempre cansada. Este egoísmo voraz
que insiste en la miseria. Pulsa mi vigilia la única fortuna de los locos. La que no comprendió
nada pero lo sintió todo.
Y en las madrugadas hago panegíricos a esta yolanda mezquina, que sabe venderse
y conoce el final.
Cuando el ayer se transforma en el antes de ayer
y el antes de ayer se convierte en hace mucho tiempo
y el hace mucho tiempo se convierte en nunca más
¿qué puedes esperar?
Galopando en la cabalgadura del atardecer
van llegando,
los Cuatro Jinetes.
La ardilla corre.
La ardilla vuela.
La ardilla salta
como locuela.
-Mamá, la ardilla
¿no va a la escuela?
-Ven ardillita,
tengo una jaula
que es muy bonita.
-No, yo prefiero,
mi tronco de árbol
y mi agujero.
Amiga del camino
endiablada lealtad de amapolas
y yo granizo
encima de esa procesión de sangres
granizo una siembra elemental de piedras vivas
que todo lo aniquila.
Una tristeza dulce y anterior
al suspiro y las lágrimas,
anterior al idilio de la tarde
azul y el jacaranda,
invade la memoria con su música,
su brisa, su nostalgia:
Es la tristeza de mirar el cielo
cautivo entre las ramas.
Entre la arena, es la concha
lápida recordativa
de una difunta gaviota.
Millares de personas
iguales
sentadas en sillas
iguales
en cafés y bares
iguales.
Millares de vitrinas
iguales
sobre calles y plazas
iguales
en ciudades y pueblos
iguales.
Sólo la nube finge
una isla
Poblada de figuras
distintas.