Por miedo de que ardiese una paloma
que eclipsaba al sol con sus plumas
volando hacia las llamas
que apagaba el crepúsculo,
ya no pude escribir aquel poema
que temblando empecé
por miedo de que ardiese una paloma.
Poemas cortos
Empapado de abejas
en el viento asediado de vacío
vivo como una rama,
y en medio de enemigos sonrientes
mis manos tejen la leyenda,
crean el mundo espléndido,
esa vela tendida.
Me diste la intemperie,
la leve sombra de tu mano
pasando por mi cara.
Me diste el frío, la distancia,
el amargo café de medianoche
entre mesas vacías.
CÓMO resbala el sol
sobre las hojas.
Sensación de que todo,
ahora, en torno a mí,
ha dejado de ser,
y no hay nada, no hay nada
que se pueda cantar,
si no es el canto mismo.
DESDE este tren contemplo
la paz con que los campos
se me entregan,
la montaña que crece
si la miro,
el árbol solitario
que camina
en busca de raíces,
alguna casa aislada
que recuerda
que el hombre aún existe.
HAY que llegar al borde
y apurar esta vida
que duda de sí misma
y que vacila,
y acaso se detiene.
y volver, si es posible,
por haber descubierto
que nada, nada pasa,
porque no hay en ti
más que ocres,
estos grises,
los oscuros azules
del otoño.
…LA manera que tiene
el infinito
de caber en un cántaro,
horizontes que crecen
con el viento,
cuando la tarde acaba
y la última noche
no ha comenzado aún.
ME gusta caminar
sin compañía,
descubrir en los árboles
la semilla del fuego,
ver crecer los arbustos
con su ritmo tranquilo
y sentir cómo a todo
lo ilumina
la misma única muerte
que me ilumina a mí.
MUEREN todos los hombres,
los que ignoran,
los que viven pensando
en el mañana
de un tiempo que no existe.
Todos los hombres mueren,
y esta tarde,
luminosas tinieblas
hacen brillar en mí
una fe que no es fe,
sino conciencia
de cegadora luz.
NO hay nada que me impida
oír la Voz del árbol
cuando sueña,
las plegarias que brotan
de sus hojas.
Ya no me queda nada
por perder,
pero soy tan feliz
que soy feliz tan sólo,
y los ramos floridos
de la infancia
se encienden como lámparas
cuando acaba la noche.
NO sé si mis palabras
son de paz y consuelo
o de desolación.
Desolado es mi rostro
si me miro
en algún frío espejo,
desoladas mis manos
que sostienen el mundo,
desolada la mente
que sostiene mi mano.
QUÉ angustia, en la cumbre
de la desolación.
Y qué desolación,
tan lejos de la cumbre.
Ofrecimiento.
Acércate.
Junto a la noche te espero.
Nádame.
Fuentes profundas y frías
avivan mi corriente.
Mira qué puras son mis charcas.
¡Qué gozo el de mi yelo!
Caías en mí.
Eco de tu pesantez mi vida
era una canción precipitándose
en la eternidad.
Inmerso en mi silencio
eres el cielo que sostiene un arroyo,
que levanta un árbol.
En que un lucero corta su voz
de eternidad.
Si yo supiera hablar
con las justas palabras,
si pudiera poner los nombres a las cosas
y hacer que así existieran,
si consiguiera hablarte
con la palabra exacta…
sabrías que ni antes
ni después de saberte
puede haber sentimiento
más intenso.
Siempre me gustó todo lo que no tuve,
por eso me gustas más ahora
que ya no eres mía.
Y quisiera comerte
desde el vientre a la boca
en el centro del parque
para que nos llamaran indecentes.
Porque debe olvidarse el amor
para que exista
me deshago el camino
y abandono las lágrimas
en la oscura escalera
mientras un corazón de napa
me crece entre los dientes.
Nacimos para morir,
y sin embargo…
¿Por dónde erráis
que el mundo es un abismo,
ojos de verdenoche,
tormento de desorden
de recuerdos fugaces?
De «En cuarentena»
Versión de Dolors Ollé
Adiós la piel ligera,
de la mirada espejo.
Para hundirse en el pozo,
ganar peso, ser piedra.
De «En cuarentena»
Versión de Dolors Ollé
Noche de otoño.
De alabastro los cuerpos
vuelve la luna.
El tiempo, sangre abajo,
va hacia Ninguna Parte.
De «En cuarentena»
Versión de Dolors Ollé
Piedra y zarzales
ardientes de mi enojo.
En el paisaje,
ansia de lejanía:
cae, cortina húmeda.
De «En cuarentena»
Versión de Dolors Ollé
Vagarea tu voz
y los recuerdos cálidos
la tarde abandonada
y sus aceites sucios
un silencio maligno
se enreda en las amarras
con el té de jazmín
las luciérnagas tristes
y el fuego que no sabes
que se enciende y se apaga.
Luz de septiembre.
Corto un brote de hinojo.
Vuelven deprisa
veranos idos. Brumas
de deseos caducos.
De «En cuarentena»
Versión de Dolors Ollé
A Frederic Amat
Brilla oscuro fulgor
dulce sombra dorada
recóndita insistente
que conmueve de afán
este mundo desierto
viva víscera tierna
juventud todavía.
De «En cuarentena»
Versión de Dolors Ollé
Te veo sentada frente al horizonte
un cárdeno perfil de cicatrices,
el encinar herido por heridas,
el tomillo que embriaga los sentidos
y una flauta que suena interminable.
No volverá, no volverá, lo dice
la lágrima que cae de tu ojo, el dolor
musical, luminoso de tus huesos.
Ciervos que en la espesura,
o junto al agua quieta de las charcas,
bajo luna madura,
amarillenta,
se llaman y responden,
se llevan y nos traen
con la brisa
(como los ruiseñores)
nuestra esperanza en otra vida no mortal.
Un farol dominguero
madurado por el viento
puede incendiar las ramas.
Debe recogerse antes.
El sol cae aplomado
El pájaro
Alcanzando su sombra
Se posa dulcemente sobre ella
En Bizerte
Y un campesino corre…
Como piel de serpiente mudada
la inocencia, y más triste,
y estúpidamente predispuesto
a esa facultad privativa
de los seres
-0 dibujos-
animados,
compadecerse, permitir
el saqueo a la ternura: está
maduro el corazón para creer
que el dolor te aureola
con los anillos de Saturno.
Cuando sólo te amabas
a ti mismo, el río
no fluía.
Y crecer, escribir,
si era, fue crear
sin memoria de desamor o muerte
-pero insaciable, pero voraz:
autófago-
el otro Paraíso.
Cruza el mar rojo
el primer verso
y augura ya mi edén,
este iniciado
camino en soledad
que me profetizaba
-Escritura o Paraíso-
mi elección.
Mientras te amabas
sólo a ti mismo, no crecías.
Pero anhelaste amar y ser amado
y entonces ya
la corriente del río
se puso en movimiento.
A cambio de tu Adiós, en el adiós
pedías
-con los ojos
del ensueño cerrados- al cometa fugaz
un deseo imposible:
el ansia,
la pasión de escribir. Renacida
de nuevo con aquel
temblor
-paraíso o poema-
del primer libro.
El azul sargazo de tu desnudez,
las tristes cosas ante el espejo,
viejas cosas que se resisten, en su nostalgia,
contra las nuevas cosas:
los muslos firmes de las muchachas,
trazo perfecto de Delvaux.
Oscuridad
del mar en el que habito,
oscuridad, niebla,
mar
y furia en este vuelo,
oscuridad
y ni gaviota lejana,
ni certeza…
sólo pasos de muerto en mar abierto.
La luz es sólo apariencia de la luz…
Acaso viento,
derrumbe.
La antigua ciudad
ya reposa bajo el agua.
Ser luz que alumbra tordos entre las hojas,
sol penetrando la abierta llaga,
niebla que transforma el destino de tu sueño,
desolación de faro,
gaviota sedienta
que se aleja cuando la lluvia.
Dejando atrás al hombre extensible y al hombre traspasado
llegué ante la puerta de todos los júbilos, la del Verbo desellado
de sus restos mortales, formando lo nuevo, creando fuego
a partir de la verdad, y fortalecido por mi verde fe llamé.
Maciza lentitud, lentitud martillada;
Humana lentitud, lentitud forcejeada;
Desierta lentitud, desanda tus ardores;
Sublime lentitud, sube desde el amor;
Que la lechuza ha vuelto.
Versión de Jorge Riechmann
Un ruido largo sale por el techo
golondrinas siempre blancas
agua que salta, agua que brilla
el grano salta, el agua muele
y el recinto donde el amor se arriesga
centellea y marca el paso.
Versión de Jorge Teiller
Siempre me ha gustado la proximidad, sobre un camino de tierra,
de un hilillo de agua caída del cielo que viene y va persiguiéndose
a sí mismo, y la tierna torpeza de la hierba mediana a la que una carga
de piedras detiene -igual que un revés oscuro pone fin al pensamiento.
Espera aún a que yo venga
A romper el frío que nos retiene.
Nube, en tu vida tan amenazada como la mía.
(Había un precipicio en nuestra casa.
Por eso hemos partido y nos hemos establecido aquí).
Con los dientes
Apresé a la vida
Sobre el cuchillo de mi juventud.
Con los labios hoy,
Con mis labios solamente…
Corta advenediza,
La flor de los taludes,
El dardo de Orión
Ha vuelto a aparecer.
Cada una de las letras que componen tu nombre,
oh Belleza, en el cuadro de honor de los suplicios,
desposa la llana simplicidad del sol, se inscribe
en la frase gigante que cierra el cielo, y se asocia
al hombre encarnizado en engañar a su destino
con su contrario indomable: la esperanza.
No querría marcharme precediéndote, semejante a una hierba
segada, a llamarte contra Thouzon desierto y su corazón
no destruido.
Versión de Jorge Riechmann
Heló tanto que las ramas lechosas
Importunaron a la sierra, se rompieron en las manos.
la primavera no vio verdecer a las graciosas.
La higuera pidió al amo del yacente
El arbusto de una fe nueva.
Pero la oropéndula, su profeta
-Su retorno calentaba al alba-,
Al posarse sobre aquel desastre
En vez de morir de hambre lo hizo de amor.
¡El trigo verde en una tierra que todavía no ha sudado, que no ha
hecho más que tiritar! A distancia feliz de los soles precipitados
de los fines de la vida. Rasante bajo la larga noche. Saciado de agua
encima de su luminoso color.
¡Los árboles contigo!
Masas de hojas verdes traspasadas de luz
y mi nombre allá lejos,
murmurando allá lejos
a la orilla del mar por voces que no saben
qué página de un libro
me estalla entre los labios.
No fue para mí…
Ya lo suponía.
Pero sé engañarme
tan bien con mentiras
y jugar al juego
de la falsa dicha,
que a veces me olvido
-ya ves si soy niña-
que estaba jugando
a que me querías.
No quiero saber nada…
Ni de esa luz incierta
que retrocede vaga
ni de esa nube limpia
con perfiles de cuento.
Tampoco del magnolio
que quizá aún perfume
con su nieve insistente…
No saber, no soñar,
pero inventarlo todo.