Hoy no he leído un libro con asombro.
Al despertar
quise tocar un lienzo:
se hizo a la mar.
Quise tomar mi té:
el cuenco tornó a fuente.
Yo vi los numerosos
gramos de agua.
Quise prender la puerta:
se puso a arder.
Hoy no he leído un libro con asombro.
Al despertar
quise tocar un lienzo:
se hizo a la mar.
Quise tomar mi té:
el cuenco tornó a fuente.
Yo vi los numerosos
gramos de agua.
Quise prender la puerta:
se puso a arder.
Hola dolor, bailemos.
Serás mi amante breve
en este día.
Tu sirena de barco,
tus anillos sonoros en mi boca:
ya lo sé.
Oh bestia de Jehová,
muerdes a quemarropa.
Hola dolor.
Bailemos, qué más da.
La suavidad del pan que no ha nacido
sostienen sus caderas,
un lomo terso de venado,
la curvatura del melón,
altas mejillas donde escribió
su adiós final la espalda.
Cómo no amar a este varón
sentado en sus dos lunas,
volcado como un río sobre el lecho.
lo que duele es aquí
y es de maíz cascado
pienso en mi madre que tenía una banderita
pasó por esta casa fulgurante
pasó por esta espléndida
casa fulgurante
flamante refulgente
con maldita sea
los ramos de heliotropo
la pascuita
árboles bordados pájaros varios peces pericos
los pájaros frutales
el gato sucumbiendo a la pasión
(a las pasiones varias: pájaros peces)
un amor de veraneras mal disimulado
mi primer ramo de novios aromosos
ese beso del cual nunca pienso sanar
pasó pues por esta casa
y hacía de carrusel
de servilleta
de pajarito blanco
de puñetero Niño Dios
era de azúcar
tocaba el té con la falange pequeñita
yo sí me acuerdo
me parece refulgirme refulgente todavía
remojando el corazón en los granitos
yo sí me acuerdo aunque todos se olviden
e insistan cortésmente en que total ya se murió
-nadie se ofenda me refiero únicamente
a sus seres más queridos-
yo sí me acuerdo
y si es necesario
yo por siempre jamás me acordaremos todos
pasó por esta casa
y yo soy el testigo:
toque este hueco
que dejó mi corazón
en su tumba se agolpa un éxtasis de abejas
nos acordaremos todos
aquí es lo me duele
y un carrusel de azúcar siempre nunca jamás
No llores, bestia dulce, trino del hambre.
Mira esta luna atorada entre mis pechos.
Te daré teta, como la madre gata,
con barriga de ensueño, con mamas de franela.
No llores más, cachorro, por tu rosal de leche
y el goterón de nube de mis ubres doradas.
Cuando me saquen del pozo
no me invoques, amor mío,
que mis dos pechos serán
blancas rodajas del frío.
Cuando del pozo me saquen
con coronas de rocío
mal puesta tendré la boca
para tu beso, amor mío.
estamos bien
al mediodía
doy de comer añicos plateados y calientes
beso tu sangre y tengo así la boca pintada
y todo lo que digo me viene de tus venas
yo voy bruñendo el aire por la casa
voy frotando
frotando
frotando
el relicario hirviente de tu nombre
el dardo de Caín que me retuerce
estamos bien y tengo la mirada partida
y todo lo que como es el plato de tu muerte
Derramas,
final de la delicia,
una inicial translúcida en mi pelvis,
yo no sé qué mensaje,
qué gránulo de sal,
qué código del agua hallada entre tus sienes.
Y mi matriz es dulce
y es un astro expansivo.
Sobre tu frente
los lirios mal heridos.
Si de un racimo terso
como agosto,
al leño duro vas y vienes
¿qué me queda?
Acuno tu vehemencia,
la sosiego,
un pecho y otro doy
a tu embestida.
La carta, la jadeante,
me acuclilló en el charco rosicler
del corazón.
La carta
se humedece las manos,
sacude mi frente el lebrel de la agonía.
Yo te bendigo, dice
y hunde su lengua de papel
entre mis belfos helados.
¿Y este baño de nieve?
¿Y este aserrín de almendra en los pezones?
Y en mis regiones lunares,
¿por qué esta Pócima lenta de tu boca
volcada como aceite,
saliva somnolienta?
¿Cuáles palabras, cuáles,
me has puesto sobre el sexo?
las flores que te di
las que perdiste
siguen intactas
aquel que las vendió
hoy está muerto
donde yo te las di
hay un prostíbulo
la ciudad que nos vio
no existe ya
nuestro amor es tan sólo
letra impresa
un cadáver de tinta
que me arrastra
como a Héctor
los caballos
las flores que te di
siguen intactas
te aman aún
bajo la última
palada de tierra
Esta noche de desposada
soy mi balcón.
Ventana soy
sin otro atuendo que el del amor.
Y cuando el día
golpee en el vidrio de mi ventana
he de vestirme con mi sábana de desposada.
Que balcón soy.
Blanca, liviana fuerza de la altura,
apoyando su peso en los fríos velos,
descubre heladas llamas de antro fuego;
el pesado vapor y la blancura
de la sedosa piel corre a los suelos,
en soledad de grises de ebrio juego.
Deberías de venir, ráfaga impura
para apoyarme en ti. Ciega o dormida
me dejaría llevar por lo podrido.
Si pudiera morirme, yo iría obscura
hacia tu soledad: presa en tu vida
se quedaría mi cuerpo estremecido.
Pero me quedo aquí, fría y cobarde,
tapándome la frente con las manos;
el alma envuelta entre la carne ilesa.
Desplegada en el aire,
colgando de un hilillo
que se alarga y se angosta
mientras escupo o chupo,
yo, araña en las tinieblas
con las patas redondas
de gastar paredes,
con el vientre escaldado
de manejar insectos;
me subo hacia los techos
y me hieren huevillos,
me bajo a los rincones
y me penetro de agua;
vuelvo hacia el aire fresco
y me quedo congando,
los ojos encogidos
de soledad y viento,
las patas destrozadas
de agitarlas con fuerza.
Es árbol triste, seco y deshojado,
añoso y pensativo tronco,
rasgando los cabellos a las nieblas,
mirándose en un charco pantanado,
sorbiendo al trueno el resonido ronco,
verdugo deslumbrado de tinieblas.
Es un triste árbol; crece y no se muere,
con las raíces en la arena
y arraigadas las hojas en el viento;
caído espectro que en la luz se hiere,
herida sombra que en luces se envenena,
envenenada fuerza de lamento.
Hay lunas en la sombra
que vienen del silencio.
Lunas de sólo sed
que me celan besándome.
Lunas que el espejismo
de vivir me dejaron
para siempre empapado
de verdades tan húmedas, y tan fieras,
como la antigua sombra
del cuerpo sobre el cuerpo
en los ríos de la gloria.
Así como la sombra está tendida
a los pies de su árbol,
quisiera yo estar siempre junto a ti,
mi amor, mi amigo;
simplemente tenderme, estar ahí,
sobre la hierba que te circunda.
Ser luz que tú desvistes
con tu cuerpo,
no ser tuya, ser tú
en viceversa pura.
Frente a ti soy desnuda,
pequeña,
irremediable. Frente a ti me abandona
esta lúcida esgrima
de mi mente,
me quedo siendo música,
mirada,
dulce esquema del mar,
jazmín incandescente…
y entonces tú no quieres,
no puedes,
tocarme.
Ya repican mis campanas
los albores de mi cuerpo;
un ángelus verde y loco
me galopa en el cerebro,
me traspasa todo el vientre,
¡ay!, me resuena en todo el sexo.
Por ti llaman mis campanas
a los oficios primeros,
¡ay!, oficios de ternura
de la liturgia del beso.
Me moriré de tiempo una mañana,
me moriré entre mis brazos, clara;
me moriré de labios, de mirada,
de loca desnudez acorralada,
de tiempo natural, en fin. De piel,
de alas… Me iré donde tu olvido quiera
que me vaya.
Aquí estoy, aguardando por tu herida,
donde pulsa el amor laúd de horas,
con mi dolor de sol y primavera,
con mi dolor de flor a la deriva,
con mi dolor de espera.
Tú venías de la muerte,
yo de la fuente.
Tú traías en las manos
mi primera mirada de flor silente;
yo tenía
cantarcillos de musgo sobre la frente. El tiempo lo ha soñado,
¡ay bosque verde!
Ay soledad de piedra que se sorprende
del corazón de liquen que la acomete.
Eres como uno de esos aguaceros soleados
del trópico húmedo
cayendo grecolatinamente sobre el verbo.
Eunice.
Suma poética,
poesía multiplicada.
Hirsuta de colibríes nutricios.
Exégeta de asombros.
Altiva, leal, bravía,
sensualera y dulcísima.
Asceta dispendiosa.
Acusada de amor imprudencial
y excesos en el brillo metafórico,
de no andar por el centro de los lados
ni pagar el impuesto a tu belleza.
De moverte con gesto desafiante
y una rara cadencia libertaria.
De incorrección política
frente a todos los bandos.
Inflexibles patriarcas matriarcales
y apropiadas matronas patronímicas,
te volvieron apócrifa e inédita.
Pero nada pudieron. Se estrellaron
contra tu imprevisible órbita quemante,
contra toda la luz descabellada
de tu infinita frente corolaria.
Puñados de avena tiro al aire,
amapolas al fuego,
desde que te he visto, amado;
la dulce ranciedad del higo pruebo,
y gimo,
y sorbos de agua bebo.
Y río y canto
y danzo hasta morir,
y me deleito
de la tierra que piso,
y todo es a mi voz
sonido y eco;
y loca me euforizo
y palidezco.
Llena de dulcedumbre,
te dejaré la flauta de mi cuerpo,
su murmúreo penar alejandrino,
el sigiloso arroz de mis mejillas. Y,
de mi oculto lagar, te daré vino
umbroso, fiel, sereno.
Tú yo
sentados a cada lado del río
frente a frente,
con los pies metidos en el agua
para siempre.