No es sueño, es la verdad ¡oh mar! te veo…
no es sueño, es la verdad, ¡estoy contigo!…
no es sueño, es la verdad, tus ondas sigo
y sacio en contemplarte mi deseo;
aquí está la verdad en que yo creo,
aquí habita el Señor que yo bendigo,
y siento entre estas vívidas montañas
el hondo palpitar de sus entrañas.
Poemas españoles
¡Que teniendo, Cesarina,
en tu hermosísimo rostro
ojos tan claros y bellos
me mires con malos ojos!
¡Que siendo risueño y blando
tu semblante para todos,
doncella, para mí sólo
haya de ser duro y hosco!…
—¿Celos de mí?
Cuando los recios vientos se embravecen,
cuando mugen los mares irritados,
cuando estallan con furia los nublados,
cuando las olas borrascosas crecen,
cuando los buques míseros perecen
por las revueltas ondas anegados,
cuando la Europa envuelta en la tormenta
traba en la oscuridad lucha sangrienta;
Barca dichosa en medio del Océano,
tú sola vas del huracán segura:
Francia se anega, y en la noche oscura
el rayo incendia el pabellón romano;
y oyes los gritos del naufragio humano,
y te duele tal vez su desventura,
¡ay!
En buen hora llegaste, compañera,
la desdeñosa irónica sonrisa
que tan amarga para el alma era
cesa ya de afligir a la poetisa;
rompimos el concierto muy aprisa
sin aguardar compás en nuestra era
y las damas cerraron los oídos
y el sexo fuerte prorrumpió en silbidos.
¡Cuál brilla su alba frente
de angélica pureza!…
¡Cuál vierte su mejilla
el candor infantil!
Exhalan el aliento
sus labios bulliciosos
más dulce que las auras
del aromado abril.
Entre rosado velo
de púrpura y de flores
protege su descanso
el ángel de la paz.
¿Qué hace la negra esclava, canta o llora?
Tú, Europa, gran señora,
que a tu servicio espléndido la tienes,
responde, ¿llora, canta,
o dormida a tu planta
apoya ora en tus pies sus tristes sienes?
Yo que en su misma entraña me he nutrido
y en su pecho he bebido
su ardiente leche, con amor la adoro,
y por saber me afano
si al pie de su tirano
reposa, canta o se deshace en lloro.
¿No ves qué tierra, qué cielo,
uno azul, otra florida?
¿No ves qué estrellas, mi vida,
no ves qué luna, qué sol?
¿No ves qué hermoso es el suelo
donde Dios te ha confinado?
Es fecundo, es dilatado,
es soberbio, es….
Si alcanzaran los ojos
a descubrir la inmensa pesadumbre
de los luceros rojos,
en la celeste cumbre
te hallaran con la santa muchedumbre.
En resplandor el oro
trocado de la espléndida corola,
que puso espanto al moro,
a los cielos, tú sola
prestas, más luz que el sol, con tu aureola.
Yo te vi, triste amapola,
de las flores retirada
mecer la roja corola
entre la espiga dorada.—
Leve el cuello y hechicero
débilmente se agitaba;
y el cefirillo ligero
en tu seno revolaba.—
Del fuego del sol bañada
la cabeza purpurina,
desmayaba sonrojada
sobre la planta vecina.
A vosotros que dais a lo pasado
un culto apasionado
arrancando; señores, del olvido
las gloriosas hazañas
del pueblo en sus campañas,
batiendo a los franceses atrevido,
A vosotros que un bello monumento
con generoso intento
alzáis sobre los campos de la Albuera,
para que no olvidada
tan famosa jornada
queda en la edad remota venidera,
A vosotros sus tímidos acentos
hoy por breves momentos
a dirigir se atreve mi poesía;
oídme atentamente,
que en mi entusiasmo ardiente
la disculpa hallaréis de mi osadía.
Águila altiva, que la nube asaltas
y en la cumbre a mirar al sol te atreves;
águila rauda, que los mares saltas
cuando las alas anchurosas mueves;
águila audaz, que en las regiones altas
la hiriente lumbre de los astros bebes;
águila reina, ya tiene el espacio
rival que te dispute tu palacio.
¡Salud prole gallarda!, salud hijos
en quienes tiene fijos
sus ojos la nación que en vos confía;
las madres orgullosas
sus frases cariñosas
que os trove ordenan en el arpa mía.
«Doncella, -me dijeron-; tú que sabes
de las voces suaves
el sonoro compás, blanda caída;
escoge las más bellas
y fórmanos con ellas
una dulce canción, tierna y florida;
»Hoy regalar queremos los oídos
de los hijos queridos
que alfombran nuestro suelo de laureles».
Bien hayan, mariposa,
las bellas alas como el aire leves,
que inquieta y vagarosa
entre las flores mueves,
ostentando tu púrpura preciosa.
De blanda primavera
bien haya la callada y fiel vecina,
la dulce compañera
del alba cristalina,
perdida entre la flor de la pradera.
Venid, señora, a escuchar
la unánime votación
que España acaba de dar:
venid; que os va a coronar
FEA por aclamación.
Monstruos mil se presentaron;
mas con voz solemne y clara
los tribunales fallaron,
que otra cara no encontraron
semejante a vuestra cara.
Alza gallarda tu elevada frente,
hija del suelo ardiente,
y al recio soplo de aquilón mecida,
de mil hojas dorada,
de majestad ornada,
descuella ufana sobre el tallo erguida;
Y arrojando tu sombra allá a lo lejos,
del sol a los reflejos,
al árabe sediento y fatigado,
desdeñosa levanta
tu bendecida planta
en el desierto triste y abrasado.
¿También, nueva cantora,
el arpa juvenil cubres de luto?
¿Tú desconsoladora
a la musa, que llora,
rindes también tributo
de secas flores y de amargo fruto?
¡Suave luz del oriente!
¿Por qué entre nubes escondida tanto
muestras la faz riente?
Cuando el alma primavera
con sus joyas peregrinas
engalana la pradera,
los valles y las colinas;
Y las hojas entreabriendo
leve aroma exhala apenas
la rosa, y van descubriendo
su cáliz las azucenas;
Y su capullo amarillo
de pura esencia desplega
el delicado junquillo
en la espalda de la vega;
Cuando la plácida aurora
el garzo cuello levanta,
y el tulipán cimbradora
descubre la tierna planta;
Una flor nace entre aquellas
émula de las estrellas
en el rubio tornasol,
y que brilla como ellas
a los reflejos del sol.
Al fin hallo en tu calma
si no el que ya perdí contento mío,
si no entero del alma
el noble señorío,
blando reposo a mi penar tardío.
Al fin en tu sosiego,
amiga soledad, tan suspirado,
el encendido fuego
de un pecho enamorado
resplandece más dulce y más templado.
¿Qué voz, pobre Mariano,
de mofa, de sarcasmo de amargura,
al que le ofrezco humano
recuerdo de ternura,
darás riendo en tu morada oscura?
Si la mujer que llora
fue blanco del rigor de tu garganta,
¿qué pensarás ahora
de la mujer que canta
¡ay!
¡Cuán bellas sois las que sin fin vagando
en la espaciosa altura,
inmensas nubes, pabellón formando
al aire suspendido,
inundáis de tristura
y de placer a un tiempo mi sentido!
¡Cuán bellas sois, bajo el azul brillante
las zonas recorriendo,
ya desmayando leves un instante
entre la luz perdidas,
ya el sol oscureciendo
y con su llama ardiente enrojecidas!
Error, mísero error, Lidia, si dicen
los hombres que son justos nos mintieron,
no hay leyes que sus yugos autoricen.
¿Es justa esclavitud la que nos dieron,
justo el olvido ingrato en que nos tienen?
¡Cuánto nuestros espíritus sufrieron!
A LOS QUE LAMENTARON MI SUPUESTA MUERTE
El corazón, amigos, palpitante
como otras veces en mi pecho siento;
mas al oír vuestro piadoso acento
sobre las nubes me soñé un instante.
Juzgué más claro el sol, menos distante,
vi espíritus celestes en el viento
y en la estrella que más resplandecía
vi confusa la imagen de María.
¿A dónde vas ¡o rey! con tus pesares?
¿No sabes que en los mares
aun la roca inmortal de Santa Elena
te brinda con su asilo?
¿que allí lecho tranquilo
tienes guardado en la caliente arena?
Aun hallarás la arena removida
con la huella atrevida
de otro Napoleón, que destronado
fue también a esa tierra;
aun su lauro de guerra
los trópicos allí no han marchitado.
Pues eres tú forastera
recién llegada a la vida,
te contaré, mi querida,
lo que tienes que sufrir;
te gané la delantera
de la vida en el camino,
y merced a este destino
he aprendido ya a sentir.
Si para entrar en tan difícil vía
el aliento a mi numen no faltara,
ya de la patria nuestra lamentara
los males en tristísima elegía.
Ya la virtud, ya el genio cantaría,
ya el vicio a deprimir me consagrara;
pero mi voz de niña desmayara
y desmayara endeble el arpa mía.
No es ira, no es amor, no es del poeta
inspiración febril, es más ardiente
la llama que discurre por mi frente,
y el alma absorbe, el corazón me inquieta.
Yo amo la tempestad, amo el estruendo;
cuando el vértigo insano me arrebata,
sueño que en nube de luciente plata
voy por el mundo un huracán siguiendo.
Ya, Neira, despedí a la golondrina
que en el techo campestre haciendo el nido
mansa inocente mi compaña ha sido
en la estación risueña que termina;
la grulla en cambio ya vino dañina
el fruto a destrozar recién nacido
que en este yermo a fuerza de sudores
lograron cultivar los labradores.
Buen sabio, ¿de tu tierra y de la mía
tu corazón no ansía
el nombre oír que la memoria encierra
de los pasados años?
¿O a tu memoria extraños
serán ya los recuerdos de tu tierra?
Yo, Señor, que heredé de mis abuelos
un libro de consuelos
obra de tu lozana fantasía,
cuando eras mozo o niño,
tengo mucho cariño
al buen cantor de la comarca mía.
Rioja vive en ellas,
Rioja en esas flores
que brillan a mis ojos aún más bellas
porque son de Rioja los amores.
Esos albos jazmines
de su pecho llagado,
por enemigos fieros y ruines
fueron el lenitivo regalado.
Madrid aguarda tu triunfal salida
para cubrir de flores tu carrera
como si el pueblo por la vez primera
celebrara en España tu venida;
la fiesta a que gozoso te convida,
cual si de nuevo a coronarte fuera,
tiene un placer que hoy halla repetido
la Reina que dos veces ha nacido.