Anclado en mi tristeza de profeta
sé cuánto ha de valer lo que hoy recibo;
cuánto valdrá después esto que vivo
sujeto a este después que me sujeta.
Mi plenitud en ti quedó incompleta
y espera un no sé qué definitivo.
Anclado en mi tristeza de profeta
sé cuánto ha de valer lo que hoy recibo;
cuánto valdrá después esto que vivo
sujeto a este después que me sujeta.
Mi plenitud en ti quedó incompleta
y espera un no sé qué definitivo.
Como un ángel en traje de faena
descompones la casa amanecida.
Las camas y las mesas se abandonan
sin recato, las faldas levantadas.
¡Sacude viejos pasos de la alfombra,
que tu amor no es posible sin nacer cada día!
El brillo soñoliento del barniz y del vidrio
despierta a la caricia puntual del plumero,
el reloj te presiente y acelera el latido.
Si este ungüentario de cristal romano
que veinte siglos irisaron, donde
la transparencia envejecida apenas
deja ya ver el soplo que le diera
forma de lágrima y que aún se esconde
en su interior como con miedo a verse
en otro tiempo; si este vaso leve
que otro soplo o milagro ha conservado
indemne entre los mármoles partidos
de la arrasada villa, resbalase
de mis manos y en un funesto instante
se estrellase en el suelo dulcemente,
consternación aparte, no sabría
apreciar las distintas magnitudes
de tamaño suceso, ni sabría
ponerle fecha; pero estoy seguro
de que en el tiempo aquel, que permanece
detenido entre togas y columnas,
se oirían los clamores del desastre.
Se fue, no tan despacio que no hubiera
un desajuste tenue en la calima
del asfalto, y su falda
parecía más triste en el andar y hubo
como una duda, o tal vez no, y la acera
se fue estrechando al alejarse y, luego,
pareció, quizás fuera
su delgadez, sus hombros, que no iba,
que volvía a la infancia, y en la calle
apenas cabía el sol y mi mirada
y una música urbana que, tan joven,
surgió de un bar con soledad y miedo.
De nuevo te esperé en el desconsuelo
de la esquina. Por el bullicio oscuro
iban, venían rojos autobuses,
acharolados taxis que, ocupados,
se detenían un segundo antes
del desencanto. La farola daba
entintado de comic a la espera.
Los taxis están hechos con materia
de soledad, de presurosos besos,
de palabras sin terminar, de rápidos
adioses, de cabezas que se vuelven
como pidiendo auxilio.
Donde sonó una risa, en el recinto
del aire, en los pasillos transparentes
del aire donde, un día
sonó una risa azul, tal vez dorada,
queda por siempre un hueco, un lienzo triste,
un muro acribillado, un arco roto,
algo como el desgaire de una mano
cansada, como un trozo
de madera podrida en una playa.
El miedo, no. Tal vez, alta calina,
la posibilidad del miedo, el muro
que puede derrumbarse, porque es cierto
que detrás está el mar.
El miedo, no. El miedo tiene rostro,
es exterior, concreto,
como un fusil, como una cerradura,
como un niño sufriendo,
como lo negro que se esconde en todas
las bocas de los hombres.
Ella vendrá, saladamente húmeda,
tenuemente velada
por el polvo de agua que liberan
las olas al romper.
Uno por uno, intento
ir forzando los límites. Y espero.
No sé que espero, ni por qué. Es un modo
de reclamar mi parte de aventura.
En mis manos tu barro, te moldeo
con ternura. Mi soplo y mi caricia
dieron ser a la curva que te inicia.
Si carne te pensé, viento te veo.
Vaciada ya tu forma, me recreo,
te atesoro. No culpes mi codicia.
Un hombre está tumbado bajo el cielo.
Se le ha apagado el tacto. Las hormigas
pueden subir el trigo por su cuello.
Esto es lo más terrible de los muertos:
que la vida los cubre y los absorbe.
Porque un hombre está muerto, y en la plaza
siguen jugando al tute los de siempre,
y se espera que grane la cosecha,
y hay barcos en los puertos, preparados
para zarpar al despuntar el alba.
No es la esperanza, no. Sólo es la espera
lo que fijo me tiene a tu querencia.
tu palpable regreso a mí, evidencia
una ignorada ansia pasajera.
Si mucho es esperarte, aún más fuera
esperanzarte. Ciega mi impotencia,
no sabe de accidentes ni de esencia.
Lindo con tu silencio, en la hora fría
en que todo está dicho. Palpo ciego
tu encontrado silencio. Parto y llego
de silencio a silencio, día a día.
Cierto estoy de que cierto no podría
entrar en tus murallas .
Tengo miedo de ti, o de mí. Cabalgo,
cabalgas tú mi piel por los umbrales
sombríos del amor. Y nunca sales
a mi luz, a tu luz. Y nunca salgo.
Tengo un algo de ti. Tienes un algo
de mí por tus distancias siderales.
Me decías que no. Por tu mirada
pasaban barcos lentamente. Había
gaviotas en tus ojos, en tus blandos,
oscuros ojos grandes,
donde iba cayendo la amargura
como un anochecer de altas sirenas
en los puertos del Sur.
Me decías que no serenamente.
Tu voz.
Sólo tu tibia y sinuosa voz de leche.
Sólo un aliento gutural, silbante,
modulado entre carne, tiernamente
modulado entre almohadas
de incontenible pasmo, bordeando
las simas del gemido,
del estertor acaso.
Como un tacto de fina piel abierta.
Vengo de no saber de dónde vengo
para decir amor, sencillamente.
Para pensar amor, sobre la frente
sostengo qué sé yo lo que sostengo.
Para no detener lo que detengo
siembro en surcos y versos mi simiente.
Para poder subir, contra corriente,
tengo sujeto aquí, no sé qué tengo.
Aquí estaba, sentada
en la recacha, así de así, encogida,
acurrucada al sol
la abuela.
Esto era amor. Aquello.
Un tiempo
de negro y de ¡Señor, lo que se inventa!
ponía en derredor de su pequeño
mojoncito huesudo nuevos rostros
mocosos, y otra arruga,
eterno mosquerío, y más sumida
la desdentada boca, tiestos con geranios,
y no recuerdo nada !esta cabeza!
La certidumbre llega como un deslumbramiento.
Se existe por instantes de luz. O de tiniebla.
Lo demás son las horas, los telones de fondo,
el gris para el contraste. Lo demás es la nada.
Es un momento. El cuerpo se deshabita y deja
de ser la transparencia con que se ve a sí mismo.
Como el dedo que pasa
sobre la superficie polvorienta
del mueble abandonado y deja un surco
brillante que acentúa la tristeza
de lo que ya está al margen de la vida,
de lo que sigue vivo y ya no puede
participar de nuevo, ni aun con esa
pasiva y tan sencilla
manera de estar limpio allí, dispuesto
a servir para algo; como el dedo
que traza un vago signo, ajeno a todo
significado, sólo
llevado por la inercia del impulso
gratuito y que deja
constancia así en el polvo de un inútil
acto de voluntad, así, con esa
dejadez, inconsciencia casi, siento
que alguien me pasa por la vida, alguien
que, mientras piensa en otra cosa, traza
conmigo un surco, se entretiene
en dibujar un signo incomprensible
que el tiempo borrará calladamente,
que recuperará de nuevo el polvo
aún antes de que pueda interpretarse
su cifrado sentido, si es que tuvo
sentido, si es que tuvo
razón de ser tan pasajera huella.
Tengo marcado un nombre
no sé por quién, ni donde. Tengo un número
como deben tenerlo las plantas y los pájaros.
Me llaman y respondo.
Me vuelven a llamar desde una cima,
debajo de una roca, en un bosque desierto.
Un día, con el alba, volvía solitario
de mis cosas de hombre. Pudo ser hace tiempo.
La claridad nacía del fondo de las calles
como la pena nace del fondo de una copa.
Siempre se vuelve solo. No sé por qué las calles
parecen tan vacías cuando el amor termina.
Mañana, mañana clara:
¡si fuese yo quien te amara!
Paso a paso en tu ribera,
yo seré quien más te quiera.
Hacia toda tu hermosura
mi palabra se apresura.
Henos sobre nuestra senda.
Déjame que yo te entienda.
Jamás cesó ni ha de cesar la lluvia
que es fuego material para martirio
del alma y de la carne rediviva.
Los pies del condenado nunca cesan
de avanzar por su circulo arenoso
con movimiento que ha de ser eterno,
eterno en sucesiones temporales
de persistencia siempre tan monótona
como si fuese un tedio aún terrestre.
Hacia un posible mas allá del caos
van los días del hombre valeroso,
y emergiendo de brumas y de vahos
sueñan, inventan en tensión de coso.
El tiempo se enriquece, se desgasta,
y entre azar y desorden indomable
la mejor invención será nefasta,
y el loco será entonces quien mas hable.
¡Se me mueren! Han vivido
con fidelidad: cristianos
servidores que se honran
y disfrutan ayudando,
complaciendo a su señor,
un caminante cansado,
a punto de preferir
la quietud de pies y ánimo.
Saben estas suelas. Saben
de andaduras palmo a palmo,
de intemperies descarriadas
entre barros y guijarros…
Languidece en este cuero
triste su matiz, antaño
con sencillez el primor
de algún día engalanado
Todo me anuncia una ruina
que se me escapa.
Pasa el tiempo y suspiro porque paso,
aunque yo quede en mí, que sabe y cuenta,
y no con el reloj, su marcha lenta
nunca es la mía bajo el cielo raso.
Calculo, sé, suspiro, no soy caso
de excepción y a esta altura, los setenta,
mi afán del día no se desalienta,
a pesar de ser frágil lo que amaso.
Cuando el espacio, sin perfil, resume
con una nube
su vasta indecisión a la deriva…
¿Dónde la orilla?
Mientras el río con el rumbo en curva
se perpetúa
buscando sesgo a sesgo, dibujante,
su desenlace,
mientras el agua, duramente verde,
niega sus peces
bajo el profundo equívoco reflejo
de un aire trémulo…
Cuando conduce la mañana, lentas,
sus alamedas
gracias a las estrellas vibradoras
entre las frondas,
a favor del avance sinuoso
que pone en coro
la ondulación suavísima del cielo
sobre su viento
con el curso tan ágil de las pompas,
que agudas bogan…
¡Primavera delgada entre los remos
de los barqueros!
Pelados, tristemente naturales,
en inmovilidad de largas crines
desgarbadas, sumisos a confines
abalanzados por los herbazales,
unos caballos hay. No dan señales
de asombro, pero van creciendo afines
a la hierba. Ni bridas ni trajines.
Se atienen a su paz: son vegetales.
¡Vida sin cesar cotidiana!
Así lo eres por fortuna,
y entre un renacer y un morir
día a día te das y alumbras
lunes, martes, miércoles, jueves
y viernes y…
Todos ayudan
a quien va a través de las horas
problemáticas pero juntas
en continuidad de rosario
¡dominio precario!
Tendré que ser mejor: me invade la mañana.
Tránsito de ventura no, no pesa en el aire.
Gozoso a toda luz, ¿adónde me alzaré?
Tránsito de más alma no, no pesa en el aire.
Me invade mi alegría: debo de ser mejor.
¡Oh luna, cuánto abril,
qué vasto y dulce el aire!
Todo lo que perdí
volverá con las aves.
Sí, con las avecillas
que en coro de alborada
pían y pían, pían
sin designio de gracia.
La luna está muy cerca,
quieta en el aire nuestro.
Dormías, los brazos me tendiste y por sorpresa
rodeaste mi insomnio. ¿Apartabas así
la noche desvelada, bajo la luna presa?
tu soñar me envolvía, soñado me sentí.
Ya es secreto el calor, ya es un retiro
de gozosa penumbra compartida.
Ondea la penumbra. No hay suspiro
flotante. Lo mejor soñado es vida.
El vaivén de un silencio luminoso
frunce entre las persianas una fibra
palpitante.
Un recuerdo -pasado deleitoso-
me ataca y se apodera
tanto de mí que interna primavera
me somete a su acoso.
Aquel amor aun vibra
bajo el impulso de una imagen, mero
fantasma. Pido, quiero.
un imán se me impone fibra a fibra.
Duermes. Mi mano toca sueño. Duermes.
Gozo de tu inocencia confiada,
de tu implícita forma en esa noche
que hace tan suya con amor la mano.
Te siento dormir sin verte,
serenísima, sagrada,
nunca imagen de la muerte,
y oponiéndote a la nada
triunfar como piedra inerte.
Este soñar a solas… ¡Si tu vida
de pronto amaneciese ante mi espera!
¿Por dónde voy cayendo? Primavera,
mientras, en tomo mío dilapida
su olor y se me escapa en la caída.
¡Tan solitariamente se acelera
-y está la noche ahí, variando fuera-
la gravedad de un ansia desvalida!
El mar es un olvido,
una canción, un labio;
el mar es un amante,
fiel respuesta al deseo.
Es como un ruiseñor,
y sus aguas son plumas,
impulsos que levantan
a las frías estrellas.
Sus caricias son sueños,
entreabren la muerte,
son lunas accesibles,
son la vida más alta.
Llegamos al final,
A la etapa final de una existencia.
¿Habrá un fin a mi amor, a mis afectos?
Sólo concluirán
Bajo el tajante golpe decisivo.
¿Habrá un fin al saber?
Nunca, nunca. Se está siempre al principio
De una curiosidad inextinguible
Frente a infinita vida.
La caricia adormece,
y a una región conduce
más cercana a la tierra,
a su silencio y sueño,
bien tendidos, dichosos.
Y tu cuerpo está ahí, remoto y mío,
inmóvil, invisible, descuidado,
y mientras me abandono a su nostalgia,
la oscuridad absorbe en su sosiego
de gran remanso nuestro amor flotante.
Noche mucho más noche: el amor ya es un hecho.
Feliz nivel de paz extiende el sueño
como una perfección todavía amorosa.
Bulto adorable, lejos
ya, se adormece,
y a su candor en la isla se abandona,
animal por ahí, latente.
¡Oh melenas, ondeadas
a lo príncipe en la augusta
vida triunfante: nos gusta
ver amanecer -¡doradas
surgen!- estas alboradas
de virginidad que apenas
tú, Profusión, desordenas
para que todo a la vez
privilegie la esbeltez
más juvenil, oh melenas!
Mis manos y mis labios y mis ojos
rehacen
con creciente embeleso
próximo al éxtasis,
activo sin embargo,
un incesante viaje
de reconocimiento que a la vez descubre
tanta comarca donde nunca es tarde:
Aurora permanente
sobre cimas y valles.
¿Amor envuelve en las formas
de un viento? Se transfigura
bajo un viento nuestro abrazo:
concentrándose está en lucha.
Triunfo habrá para los dos,
gocémonos. ¡Oh, no hay burla
contra la fe ya animal
de toda la criatura!
Ajustada a la sola
desnudez de tu cuerpo,
entre el aire y la luz
eres puro elemento.
¡Eres! Y tan desnuda,
tan continua, tan simple
que el mundo vuelve a ser
fábula irresistible.
…Mi atención, ampliada,
columbra.
Furtivos, silenciosos, tensos, avizorantes,
se deslizan, escrutan y apartando la rama
alargan sus miradas hasta el lugar del drama:
el choque de un desnudo con los sueños de antes.
A solas y soñando ya han sido los amantes
posibles, inminentes, en visión, de la dama.
Cada vez que me despierto
mi boca vuelve a tu nombre
como el marino a su puerto.
*
Este volver a empezar
cada jornada sin ti,
esta sensación de mar
que navego y ya perdí…
*
Como si mi voz te alcanzase,
murmura: Amour adoré,
¿No puedes oírme?
¡Tú, tú, tú, mi incesante
primavera profunda
mi río de verdor
agudo y aventura!
¡Tú, ventana a lo diáfano:
desenlace de aurora,
modelación del día:
mediodía en su rosa,
tranquilidad de lumbre:
siesta del horizonte,
lumbres en lucha y coro:
poniente contra noche,
constelación del campo,
fabulosa, precisa,
trémula hermosamente,
universal y mía!
Y los ojos prometen
mientras la boca aguarda.
Favorables, sonríen.
¡Cómo íntima, callada!
Henos aquí. Tan próximos.
¡Qué oscura es nuestra voz!
La carne expresa más.
Somos nuestra expresión.
De una vez paraíso,
con mi ansiedad completo.
Ya se alargan las tardes, ya se deja
despacio acompañar el sol postrero
mientras él, desde el cielo de febrero,
retira al río la ciudad refleja
de la corriente, sin cesar pareja
-más todavía tras algún remero-
a mí, que errante junto al agua quiero
sentirme así fugaz sin una queja,
viendo la lentitud con que se pierde
serenando su fin tanta hermosura,
dichosa de valer cuando más arde
-bajo los arreboles- hasta el verde
tenaz de los abetos y se apura
la retirada lenta de la tarde.
Cuando la fiesta del señor se acaba
y empieza la del siervo…
-quizá tan solo un niño sueña con el mar-
cuando ya desoladas las botellas ofrecen lo que no pudo
entrar en las frágiles copas…
Ahora es cuando entro en la partida, ahora
es cuando juego mi baza
y abro mi camisa.