Siéntate
a la mesa.
Bebe un vaso
de agua. Saborea
cada trago.
Y piensa
en todo el tiempo
que has perdido.
El que estás perdiendo.
El tiempo
que te queda por perder.
Poemas españoles
Me despierto y hay un vaso medio lleno
de bourbon encima de la mesa, unas cerillas,
un paquete de Winston en el que alguien
ha garabateado su número de teléfono; son las siete
y cinco minutos de la mañana, James Mason me contempla
en blanco y negro desde el televisor, y vocaliza
palabras que no logro entender ni oír siquiera.
Hojeando un libro
de Rilke
en edición bilingüe
alemán/inglés
que me he encontrado
en el bolsillo interior
de la cazadora
esta mañana
y no tengo ni puta
idea de dónde huevos
ha salido,
un ojo a la
funerala
inyectado en sangre
como una canica rota
debajo de mis gafas
de sol,
el lado izquierdo
de la cara
un viacrucis
de hematomas
y de costras
coaguladas,
luchando por reírme
o encontrarle
algún sentido a mi existencia
y esperando a que la gorda
que ha entrado delante de mí
termine con el médico
de una vez
y alquien se esmere
en pronunciar
mi nombre y apellido
como un colegial
exasperado
entre el aséptico silencio
de estas paredes blancas,
se abre la puerta
y es Jesús
que me pregunta:
«Pero… ¿qué cojones
te ha pasado?»
Tenía un 1640 con doble unidad de disco
y pantalla monocromo
pero quedó para el arrastre
después de haberme jodido
un par de meses de trabajo,
disquete chungo
más allá de cualquier esperanza
o posibilidad de recuperación;
tenía un 8086 de monitor verde agresivo
que hizo lo que pudo por dejarme ciego
antes de estallar;
tenía un 286 a 16 megahercios
que chupó humedad como una esponja seca
dio un par de avisos, soltó una especie
de nocivo latigazo de voltaje enfermo
y quedó carbonizado;
así que luego dije, ahora verás,
voy a ponerme al día,
como hay Dios que me voy a poner
al día,
e invertí dos años de letras y suplicios
en un 486 a 66 megahercios,
pantalla de alta definición,
250 megas de disco duro,
tarjeta fax/módem,
DOS, Windows, la Biblia
en verso blanco, y si calculo
el importe aproximado
de toda esta chatarra hasta la fecha
debe de andar más cerca del kilo
que otra cosa,
pero según me dicen
sigo en la prehistoria,
es agobiante,
lo que hay que hacer en estos tiempos
para mantenerse al día,
dos pasos palante
y seis patrás;
Cervantes, es posible,
lo tuvo difícil en su época
pero a veces pienso
que de buena se libró.
Los trinos de ese mirlo
se derraman
sobre el fiambre más reciente
de la ciudad.
Dicen que encontraron la jeringa
colgándole del brazo todavía.
No lo sé.
Y no me importa
demasiado.
Escucho al mirlo.
Su múscia
en medio del infierno.
El mirlo de todos los años ha vuelto a visitar mi casa
y todavía sigo aquí.
Su música no cambia y eso ya lo he escrito.
Pero mi trabajo es constatar lo obvio
y eso es lo que el mirlo me viene a recordar.
Tu padre se está metiendo coca, tu madre
no te deja estar, y ahora que por fin habías decidido
desechar otros vicios que no fueran
el condenado tabaco y el café.
Llegas a casa, enciendes la T.V.
Trasplantes de hígado, qué comemos,
tensión en Pakistán.
El tipo dijo
con palabras elogiosas
que en el fondo
le agradezco:
«… he aquí el milagro
de una lírica
que se construye
en el vacío…»;
y miré los muros
de esta casa
que no es mía
y no hallé cosa
en que poner los ojos
que me ayudara
a pagar el alquiler.
Ha puesto a Bach
en el cassette. Me ha dicho
que se iba a ver a unas amigas
-un favor, me ha recordado, que le debe
a no sé quién-. Yo leo un libro,
fumo; el cenicero
está sobre la colcha.
La ducha no funciona.
La sartén convierte en picadillo
lo que se supone que tenía que ser
nuestra comida. Abro el grifo
del fregadero
y me quedo con él en la mano.
El perro está cojo. La mujer
con la que vivo ha terminado
de ponerse mala de los nervios.
A Rafael Alberti
Cuando la mar esté bajo tu almohada
¡Alegría de turbas infantiles!
¡Triunfo de los egregios, varoniles
pámpanos que estremece la alborada!
Frutos dará la náyade dorada
que llamea en los ínclitos candiles
y en sus perlas de amor claros abriles
hervirán al compás de tu mirada.
¿Dónde habitas, amor, en qué profundo
seno existes del agua o de mi alma?
Lejos, en tu sin fondo abismo verde,
a mi llamada pronto e infalible.
Nuestras frentes unánimes separa
frío, cruel cristal inexorable.
Zarzas de tus cabellos y los míos
tienden, en vano, a unir lindes fronteras.
«Dentro no hay distancia ??dice una voz??,
aquí abajo, pulso a pulso,
se sucede el bombeo del alimento.
Ese instante antes del comienzo
en el que aún todo es posible.
El caos tranquilo y uno,
cabeza, tronco y extremidades en formación,
luego el cuerpo que se desmiembra en el viaje
y vuelve, pero cambiado.»
Todo en ese movimiento ante-primero: dedos,
aletas ocultándose en viejas oquedades,
algas adhiriéndose a los cabellos,
la sordera bajo la arena,
este abrazo del mar más profundo.
Luego llegaron los carros
de otros desheredados
que se dirigían a nosotros
como si tuvieran la única respuesta,
como si fuera suya la última pregunta:
«¿Es ésta la frontera?»
y yo les contesté
«¿Es vuestra la frontera?»
Ningún mapa celeste cuando se ha alzado
un muro tan alto como la amenaza.,
y aún, excavando despacio,
hay voces en las corrientes marinas que se olvidan
o me traen una muerte pequeña,
redonda, como el óvalo de la miniatura
que cuelga silenciosa,
a la entrada de la casa,
con mi voz absorbida
por las esponjas en sus manos:
«¿Qué veis en mi voz?» pregunté,
la O y la Z parecieron bambolearse
ligeramente y rebotar en la pared de enfrente.
Espera, espacio al que nacemos,
codicia de las aguas previniéndonos,
obligados a imitar las ciudades
que erigen muros de contención
y puentes cruzando esos muros
aún después de largos años de calma.
El cálido sur hacia mí
impone esa barrera
y el sur-a-mi o la devastación
que arrastra la quietud.
El tsunami, despliegue de dudas,
las casas, las personas,
los animales y las aceras,
vacío en el rastro
de la doble ola en las arenas,
leías.
Lugar, suspiro del agua,
de urgencia y desolación
el primer sueño antes del desorden,
viaje alterado.
Chispean los minutos como lluvia
de oro en el espejo azul de la consola.
Mediodía de un jueves soleado
en soleante seducción del blanco cuerpo
retenido en la cámara.
La bella
se desteje limosa en los sueños del lino
y, mecida, no sabe si la mano es un pez
bajo liviana ola, o medusa riente
en un brazo de mar.
Allí estaba entre ramas. Sigilosa.
Oscura sobre el blanco de la cal.
Luego, corriendo en la cornisa. Luego,
el cerco de su ojo, amarillo en la sombra,
saliendo del macizo. Y allí, otra vez, los dos,
con las manos cogidas, sabiendo que una rata
sola no hace septiembre, mirándonos perplejos.
Esas copas que brillan como llama
y que laten al tacto de metales
ligeros -tantas copas-; esa trama
que, sobre cal, dibujan, verticales,
las hileras de libros en tapices
de olvido -tantos libros-; todos esos
atajos y caminos de matices
parejos que descubre la luz, presos
entre los montes -tantos-.
Mostradme qué ha ocurrido. Cómo una aguja débil
pudo ser tan mortal. Se dice en los anales
que el hombre del presente fue otro en el pasado:
una línea de sombra separa el nuevo día
del que va hacia el declive: la vida de la muerte.
La conciencia de haber gastado todo
en un juego de azar. ¿La habéis sentido?
Es como andar desnudo con pudor de doncella.
Se cubre la palabra bajo un velo de nieve.
La luz , desconocida, se manifiesta entonces
sin amistad alguna.
El color del cansancio es gris y tiene
la textura del plomo. Pesa el día
como el ancla en la arena. La atonía
hace indócil la mano cuando viene
sin matices la noche y se desea
estar ante otro mar, en otra playa.
Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,
De mí murmuran y exclaman:
Ahí va la loca soñando
Con la eterna primavera de la vida y de los campos,
Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.
Era apacible el día
Y templado el ambiente,
Y llovía, llovía
Callada y mansamente;
Y mientras silenciosa
Lloraba y yo gemía,
Mi niño, tierna rosa
Durmiendo se moría.
Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!
Hora tras hora, día tras día,
Entre el cielo y la tierra que quedan
Eternos vigías,
Como torrente que se despeña
Pasa la vida.
Devolvedle a la flor su perfume
Después de marchita;
De las ondas que besan la playa
Y que una tras otra besándola expiran
Recoged los rumores, las quejas,
Y en planchas de bronce grabad su armonía.
A través del follaje perenne
Que oír deja rumores extraños,
Y entre un mar de ondulante verdura,
Amorosa mansión de los pájaros,
Desde mis ventanas veo
El templo que quise tanto.
El templo que tanto quise…
Pues no sé decir ya si le quiero,
Que en el rudo vaivén que sin tregua
Se agitan mis pensamientos,
Dudo si el rencor adusto
Vive unido al amor en mi pecho.
Mi sueño es de madera
combustible y frágil
como el beso
Percibo su resplandor
entre los muslos
de mi amante
pececito de plata
o sorda tempestad
de hierba inmensa.
Alto muy alto
habita mi nenúfar
de hielo brujo
paisaje
sobre ciervos detenido
afiladas cumbres
Allí donde limita
con el mundo
el enigma de la bruma
lo defiende
Nadie logra penetrar
su luz silencio
ni gozar sus abedules
entreabiertos como labios en la niebla.
El hada de las horas
dispone suave
quedamente
sus agujas;
el lenguaje de las gemas
la obsesión irresistible
de aquel rostro
el discurrir sangrante
mar adentro…
Ella encuentra en el olvido
la exacta proporción
de leche y llanto
las semillas necesarias
de distancia
para gustar la tristeza
desde el borde
del dolor
Con todo su paladar de cristales.
Las hogueras
el ánfora del tiempo
renovación principio
el agua cambia en sí misma
las estaciones se suceden
el espíritu
clama desde el polvo
su derecho
a ejercitar la primavera
la ansiedad
del retorno hacia la muerte
Todo permanece
el ser es inmóvil
sólo el ojo pasa
entre los fuegos de artificio
suspende su retina
sobre el cuerpo
y delira eternidades
mientras
los cristales se licúan
cremosa y dorada mantequilla
la luz se derrama húmedamente.
Has visto a cada hombre
arrastrar hasta los vertederos
la neblina inmemorial de los banquetes,
a las mujeres arañando basuras
y a los perros
de húmedos hocicos
encima de las niñas.
Crecí nativa de laureles abiertos
y figuras de sombra.
Aún ahora,
tras las verjas de nadie me levanto.
No imagináis mis manos de silencio,
mi ronco corazón de sombra ante el salvaje
jardín de mansa arena estremecida,
mar que pesa desde el viento,
lluvia,
y en esa voluntad de luto próximo
comenzar.
Y tú me habías llamado aquella tarde,
a la hora de las piscinas,
cuando cualquier palabra se convierte
en una profanación.
Y habrías preferido
una merienda llena de veranos
(a la hora de la masturbación de las princesas)
cuando el escondite regresa a los jardines,
y las niñas se guardan insectos en el vientre.
Tú que cruzas las revueltas
Ondas del mar,
Oye el eco que te manda entre el aura
Mi cantar.
________
Eco triste y melodioso que se pierde
En derredor,
Eco que del alma brota, cual un grito
De dolor.
Soñé, y en la dormida inteligencia
Vi al humano, con ansia desmedida,
Buscando los principios de la vida
Y dudando a la vez de su existencia;
Vi al ocio revestido de prudencia,
Vi la igualdad tornarse fraticida,
Vi la diosa Razón entumecida
Y en el caos a Dios y a la conciencia.
Paróse ante las puertas de la vida
Un inocente niño
Y preguntó: “¿Para encontrar caricias,
Flores, arroyos, pájaros y nidos,
Me pudierais decir por dónde marcho?”
“No conozco el camino:
Más adelante encontrarás un guía,”
Le respondió el Destino.
¡Igualdad! ¡Casta virgen que aparece
Revestida de mágicos fulgores,
Y que ofrece a los hombres sus amores
Mientras el alma en la ilusión se mece!
Su vaga forma ante la vista crece,
Les invita a luchar por sus favores,
Y apenas se proclaman vencedores,
Cuando al irla a tocar, desaparece.
¡Ya ha muerto! En los abismos del olvido
lo sepultó el rodar de nuestra esfera:
¡polvo queda no más, sombra ligera
de todo aquello que en la tierra ha sido!
El tiempo se lo lleva confundido
Con mil años y mil ¡quién lo dijera!
¿Qué es la luz? El beso de las constelaciones
a través del espacio; el saludo de la humanidad
por medio de la historia; el triunfo del amor
sobre el egoísmo. ¡Oh, luz, bendita seas!
La caridad es la única virtud que puede transformar
La tierra en morada de ángeles.
Entre olas de placeres y dolores,
Luchando siempre, sobre el mundo avanza
La humanidad, siguiendo a la esperanza,
Astro que irradia ardientes resplandores;
Cantan sus muchedumbres mil primores,
Y cuando piensa que lo eterno alcanza,
Se inclina de la muerte la balanza
Y se hunden en la sombra sus amores.
¡Oh ¡ libertad, fantasma de la vida,
Astro de amor a la ambición humana,
El hombre en su delirio te engalana,
Pero nunca te encuentra agradecida.
¡Despierta alguna vez! Siempre dormida
cruzas la tierra, como sombra vana:
Se te busca en el hoy para el mañana,
Viene el mañana y se te ve perdida.
Templa su fuego el sol bajo el nublado;
Las nieblas rompen sus tupidos velos,
Desciende la lluvia, y arroyuelos
De límpido cristal recoge el prado.
Pájaro amante, insecto enamorado,
Sienten, última vez, ardientes celos;
Marchan la golondrina y sus polluelos;
Se adorna el bosque de matiz dorado.
Una nube sombría
cruza el espacio,
yo me llamo tristeza
va murmurando;
soplan las auras
y sus negros crespones
se desparraman.
_____
Otra nube muy blanca
volando llega,
yo me llamo alegría
dice á la tierra;
soplan los cierzos
y sus leves cendales
van esparciendo
______
Y la blanca y la negra,
veloces pasan;
á una llevan los cierzos
y á otra las auras;
penas, placeres,
son nubes de la vida;
¡dejad que vuelen!
Se sube y quedan valles y cañadas
En rincón apacible y escondido;
Se deja, abajo, la quietud del nido,
Se busca, arriba, abismos y emboscadas;
Al fin de penosísimas jornadas
Se llega, si el cansancio no ha vencido,
A ventisquero por el sol bruñido;
A rocas por el rayo quebrantadas.
Canción
Ya se escucha en las orillas
El rumor de la marea;
Vendavales de dolores
Traen sus olas turbulentas.
Son lamentos y sollozos de incontables muchedumbres,
Que sufrieron el martirio bajo el yugo de la fuerza;
Viene henchida de agonías;
¡Ya se acerca!
La envidia, en sus negruras repugnantes,
Tiene también su mérito, y su alteza,
Y lleva un sello de inmortal grandeza
Cuando alienta en el pecho de gigantes.
¡Quién sabe si el Quijote de Cervantes
Fue una sonrisa amarga de tristeza
Al ver rendida su genial cabeza
Entre tantas de imbéciles triunfantes!
A mi madre, Dolores Villanueva, viuda de Acuña,
aquí yacente desde 1905.
Ya estoy contigo, madre; nuestras vidas
caminaron por sendas diferentes,
llegando, al fin, cansadas y dolientes,
á dormir en la muerte, confundidas.
Por filial y materno amor unidas,
queden en paz eterna nuestras mentes,
cual dos opuestas ramas ó corrientes
de un solo tronco ó manantial nacidas.
A mi buena amiga Ricarda Valenciaga de Bonafoux
En la orilla del límpido arroyuelo,
sobre el verde tapiz de la pradera
te engendra la risueña primavera
cuando aún la escarcha se transforma en hielo.
Perfumado y erguido, desde el suelo
presta aroma á la brisa placentera,
y la pintada mariposa espera
libar su cáliz para alzar el vuelo.
Cuando la muerte tienda sus alas
sobre las sienes de mi cabeza,
y con sus duros labios de esfinge
bese mi frente pálida y yerta.
Cuando en sus brazos llegue a enlazarme,
y mis oídos oír no puedan,
y mis palabras no hallen sonidos,
y mis pupilas se queden ciegas.
El día terminó; la noche llega;
he sentido, he pensado y he llorado;
amé y odié, pero jamás ha dado
asilo el alma á la pasión que ciega.
La fé en el porvenir mi ser anega;
constante y rudamente he trabajado;
sufrí el dolor con ánimo esforzado
y sembré mucho, sin hacer la siega.
Raro capricho la mente sueña:
será inmodesta, vana aprensión.
Tal palabra
no me cuadra;
su sonido
a mi oído
no murmura
con dulzura
de canción;
no le presta
la armonía
melodía
y hace daño
al corazon.