Van cuatro jinetes
por la lejanía.
Largas capas negras,
negras sombras íntimas.
(Si yo me alejara,
¿tú me olvidarías?)
Se oscurece el campo
bajo la llovizna.
Altas sierras negras,
negras las encinas.
Van cuatro jinetes
por la lejanía.
Largas capas negras,
negras sombras íntimas.
(Si yo me alejara,
¿tú me olvidarías?)
Se oscurece el campo
bajo la llovizna.
Altas sierras negras,
negras las encinas.
Niebla fija, arboleda
de fundidos ramajes,
vegetal nebulosa
que en su vientre guardara
la jubilada imagen
de todo el universo.
Así tu forma vana,
tu firme incertidumbre,
medusa de mil sierpes
flotando en las orillas
donde la nada empieza.
Vive leda si podrás,
y no penes atendiendo,
que según peno partiendo,
ya no espero que jamás
te veré ni me verás.
¡Oh dolorosa partida!
¡Oh triste amador que pido
licencia, que me despido
de tu vista y de mi vida!
Quiero seguir a ti, flor de las flores,
siempre decir cantar de tus loores;
non me partir de te servir,
mejor de las mejores.
Grand fianza he yo en ti, Señora,
la mi esperanza en ti es toda hora;
de tribulación sin tardanza,
venme librar agora.
Cerca de Tablada,
la sierra passada,
falléme con Alda,
a la madrugada.
Ençima del puerto
cuydéme ser muerto
de nieue e de frío
e dese rruçío
e de grand’ elada.
Ya a la decida
dy una corrida:
fallé una sserrana
fermosa, loçana
e byen colorada
dixel’ yo a ella:
«Omíllome, bella.»,
Diz’: «Tú, que bien corres,
aquí non t’ engorres,
anda tu jornada.»
Yo l’ dix: «Frío tengo,
e por eso vengo
a vos, fermosura:
quered por mesura
oy darme posada.»
Díxome la moça:
«Pariente, mi choça
el qu’ en ella posa
conmigo desposa
e dame soldada,»
Yo l’ dixe: «De grado;
mas yo so cassado
aquí en Ferreros;
mas de mis dineros
darvos he, amada»,
Diz: «Vente comigo»;
Levóme consigo,
diome buena lunbre,
com’ era costunbre
de sierra nevada.
Quiero abreviarvos, señores, la mi predicación,
ca siempre me pagé de pequeño sermón
e de dueña pequeña e de breve rrasón:
ca lo poco e bien dicho finca en el coraçón.
Del que mucho fabla rríen, quien mucho rríe es loco,
tyene la dueña chica amor grand e non de poco:
dueñas dy grandes por chicas, por grandes chicas non troco;
mas las chicas por las grandes non se rrepiente del troco.
Mucho faz’ el dinero, mucho es de amar:
al torpe faze bueno e ome de prestar,
faze correr al coxo e al mudo fablar,
el que non tiene manos, dyneros quier’ tomar.
Sea un ome nesçio e rudo labrador,
los dyneros le fazen fidalgo e sabydor,
quanto más algo tiene, tanto es de más valor;
el que non ha dineros, non es de sy señor.
Soy garridica
y vivo penada
por ser mal casada
Yo soy, no repuno,
hermosa sin cuento,
amada de uno,
querida de ciento.
No tengo contento
si valgo ya nada
por ser mal casada
Con estos cabellos
de bel parecer
haría con ellos
los hombres perder.
Llovía largamente por todos los rincones.
Gotas dulces llovían por su espalda,
miel de venas azules el cabello,
arco ciego del mar.
Nalga rosa perdida,
húmeda luz, la clara
porosidad de nieve de sus pómulos.
Arroyos, mar, cascadas inundando
los brazos y las cuevas,
golondrina en el borde su mirada.
Y ahora soy
tan igual a ti, madre,
que no me reconozco en el cristal
de este retrato tuyo tan presente.
Sí supieras que todo
lo que de ti he odiado y maldecía
ahora en mí lo descubro
tan exacto y reciente como el cerco
de una piedra en el agua, repetida.
La muerte es una alondra descubierta en la noche.
Ahora sé que, transida, con su brazo
fervoroso de arándanos me acecha.
De mi alcoba, tan lejos maduraba,
tan secreta y tan dulce, certera de mi olvido,
que sólo tras el mar, en otra orilla,
su manto desplegaba de ternura.
(A una niña, mientras
le taladran los oídos.)
Llora pequeña.
Te están circuncidando la belleza, llora,
tus tenues agujeros de esclava
pregonarán tu rol desde la sangre.
Te están atando al oro
para que no recuerdes
ni voluntad ni inteligencia,
para que seas eternamente la muñeca
presa de adornos y miradas.
Esta tarde en el campo piafaban las bestias.
Y yo me quedé quieta, porque padre
roncaba como cuando,
zagal, dormíamos en la era.
Me tiró sobre el pasto
de un golpe, sin palabras. Y aunque hubiera podido
a sus brazos mi fuerza,
no quise retirarlo, porque padre
era padre: él sabría qué hiciera.
Desde cuando mi Cidello viene,
como un rayo de sol sale,
¡oh, qué buenas albricias!
en Guadalajara.
Cómo me dueles, mujer de nylon y escaparate,
de belleza en siete días,
y norte deshabitado,
mujer colonizada y rota,
sin huella de alas sobre el tiempo,
cómo maldigo esa tela de araña
que decidió tus puntos cardinales.
Amor mío,
amor mío,
el tiempo de Al Capone
ya ha llegado,
es otoño y martes,
y cotiza en bolsa el miedo.
Cuando la lluvia se ha ido
he salido descalza al exterior,
el olor a tierra mojada era tan intenso….
parecía que toda la montaña
latía con fuerza dentro de mi estómago.
He sentido entonces mi silencio emocionado
como un manzano mecido por la brisa.
Aquella noche la abuela trajo dos mariposas blancas
y las colocó sobre los ojos del durmiente,
más tarde, cuando tras la cabeza de la luna
asomó frío el aullido del lobo,
los sueños de aquel hombre
que dormía bajo las mariposas,
nos ayudaron a crecer en la serenidad.
El pulso de los muertos
retumba insoportable
en los armarios,
ya no sabemos dónde guardar
nuestra comida hecha de relámpagos.
Abrasados en llanto,
El menor de los pájaros
es más fuerte que nosotros.
En invierno,
al llegar el tiempo de las plantaciones,
me gusta contemplar
ese desfile de jardineros desarmados
cruzando la ciudad,
llevando sobre sus hombros
en lugar de fusiles
árboles dormidos.
Esa imagen es para mí
tan hermosa
que vence toda la sinrazón
de la barbarie en la que estamos,
algo así
como asistir a la poderosa fragilidad
de las raíces de la menta
levantando las piedras.
En medio de todo esto
los niños siguen arrojando
sus caídos dientes a la luna
suplicando nuevos alfabetos de hueso
para nombrar la vida.
¡Este es mi tiempo!
ha dicho Caín,
y la gente asustada se ha ido por ahí
intentando vivir,
navegando con sus barquitas de colores
por las calles inundadas de llanto.
Bendita sea la terrible belleza de Franz Kafka
creyéndose un insecto entre nosotros,
hasta su recuerdo acudo en busca de consuelo.
Mi cabeza es un volcán que nunca duerme,
junto a mí todo es hoy El jardín de las delicias
pintado por El Bosco.
Y ahora escúchame cómo derramo
hasta tres veces el vino sacerdotal,
cómo profano el infalible
lenguaje de los héroes
y asciendo hasta tu templo
con un tigre de la mano.
Tú, que tantas veces me has herido,
escúchame ahora,
porque contra ti voy,
fiera que me matas.
El secreto de la poesía pertenece más al náufrago que al navegante.
***
Bajo la sandalia un círculo vacío, sobre el sombrero una mariposa.
***
La libre posesión del dolor, su dulce sombra,
rehaciéndonos de nuevo, diminutos.
Siete de la mañana, todavía no ha amanecido
desfilan por las vacías calles los nacionales espectros.
Atravieso el puente de la Avenida de la Libertad,
levanto los ojos al cielo,
allí está Marina Tsvíetaieva ahorcada de una estrella.
Oscila su cuerpo en la oscuridad,
péndulo del reloj de nuestros días.
Tengo frío junto a los estandartes,
el rumor de sus himnos
hiela mi corazón
como la negra memoria
de una guerra perpetua.
La vida es insoportable
sobre las cenizas de las víctimas.
No me hables de los héroes,
he visto todos los trajes de la muerte,
la sombra de la sangre derramada
es siempre imborrable y única.
Miro nuestra casa
y sólo veo fantasmas.
Hay un vacío en el que no se oyen las zapatillas.
Y otro más profundo: el que disuelve nuestras manos.
Y nuestro cuerpo. Y sólo flotan unos ojos
que no lo parecen. Aunque daría lo mismo
porque ya no pensamos con palabras
que todo lo confunden.
Perdida en un café de esta ciudad de niebla
y de soslayo, oyendo una música vieja que no sé dónde
oí, respondo a esa canción, a ese olvidado
lugar, que no envolvieron, respondo, no,
que no envolvieron las sombras a la vida.