Del amor de cada día

Es posible que se haya dicho todo
y que hayamos nacido tal vez tarde.
Mas esta gloria que en mis venas arde,
nadie -¡nadie!- la vive de este modo.

Todo es posible. Todo ha sido en nombre:
todo. Pero este beso tuyo y mío,
esta luz, esta flor, este rocío,
son nuestros nada más, mujer y hombre.

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Fe

Dulcinea del Toboso es la más hermosa
mujer del mundo…
Quijote, 2 LXIV

Has de matarme sin lograr que ceda,
y ni entonces podrás decir que dudo.
Si tu fuerza mi cuerpo vencer pudo,
nunca llegó a mi fe, ni habrá quien pueda.

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Nadie me cantará como te canto

Nadie me cantará como te canto,
madre, con una llama que se enciende
en ti y en mi termina. Nadie entiende
la sangre de su fin y de mi llanto.

Yo no tengo semilla que me cante
en hijos de consuelo, salvadores,
por el tiempo y los hombres, labradores
que vuelvan a sembrar para adelante

la vida en criatura, y aún en pena,
pasajera, que luego se enardece
en la flor sin memoria ni condena

de la santa alegría.

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Proclamación de la esperanza

El aire se enrarece, adensa, espesa
hasta hacerse de plomo en los pulmones,
porque se está matando al hombre.

La sangre se entontece y aguachirla
de no salir al mundo y propagarse,
porque se está matando al hombre.

La luz de las estrellas palidece
y no consuela como en nuestra infancia,
porque se está matando al hombre.

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Tren de la frontera

Assis parten unos d’otros
como la uña de la carne.
Poema de Mio Cid, v. 375

A medida que avanza a la frontera
el tren, hay más silencio dolorido.
Llega un instante en que parecen muertos
los viajeros, desterrados hijos
de España, que se van echados de hambre.

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Despedida

Vuelvo a mi casa, más alta
que la tuya, Luisa Esteban,
pero sin una ventana
que dé al atrio de la iglesia.

-¡Adiós, adiós-
Y no oyes,
Luisa Esteban.

No levantarás el cántaro,
por mí, de su cantarera,
con el agua de aljibe,
sonora, delgada y fresca.

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En la distancia

Perlora, en la distancia, recordarte
es dar al sueño una verdad lejana;
es como oír de nuevo la campana
de aquel mar que florece al golpearte.

Qué fábula, qué magia pudo darte
entre el verdor la gracia ciudadana:
una distinta luz cada ventana,
una lanza el maíz por cualquier parte?

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Joven para la muerte

Arrojado a tu luz madrugadora,
me muero niño y soy todo un deseo
de varón en continuo jubileo
hacia tu corazón de ruiseñora.

De trino escalador junto a la aurora
eres, y voy a ti, y hay un torneo
donde la algarabía del gorjeo
triunfa de mí y en mí se condecora.

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La hora undécuima

En la sombra sin nadie de la plaza,
la espalda de la amada y su silencio;
en la sombra sin nadie de la plaza,
aquel niño de Batres, mudo y quieto;
en la sombra sin nadie de la plaza,
mis hijos, solos, vadeando el sueño…

Y han pasado las horas, y las luces
distintas; los videntes y los ciegos
han pasado -la plaza está vacía-;
los torpes han pasado, y los despiertos,
y los del pie descalzo y la sandalia
rota; los de la cera, los del fuego,
los de la miel, los del dolor pasaron…

La plaza, sola.

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La puerta

Golpeo ahora
-y nadie dentro-
con los nudillos
hasta hacerme sangre
-y nadie dentro-
en estas puertas donde sé
-¡con qué certeza!-
que estuvo la ternura,
que estuviste tú, amor,
zaguán de sombra, renovada lumbre,
con el vestido aquel de cada día,
distinto siempre,
y suave, entero, con la luz tejido.

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La tarea

Qué esfuerzos por ser hombre, qué trabajo forzado
por hacer este torpe varón que, apenas hecho,
se vio imperfecto y débil, por la pasión deshecho,
y herido a cada paso del camino empezado.

¿Por qué siguió? , decidme. ¿Por qué seguí?

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Lastres

Canta el mar a mis pies, canta y resuena,
y dice su mensaje apresurado
hasta escalar la soledad del prado
donde otra playa de verdor se estrena.

Se ve en la hondura el oro de la arena,
la sangre de la ola, en el tejado,
ya allá, el azul del cielo, traspasado
por la niebla que al monte se encadena.

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Madrigal

Porque te hice de la nada,
de la sorpresa y el deseo,
de la carne de las palabras
y con la forma de los sueños,

y porque sólo una mirada,
sólo un temblor entre mis dedos
eres, y por mis labios pasas
dándole alivio a mi destierro,

en la alta noche me amenazan
tus vecindades tan sin peso;
la soledad cerca mi alma;
hombre de barro soy y temo.

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Mis ojos van por estos árboles

Mis ojos van por estos árboles,
pájaros tristes del otoño,

desalentados, con memoria
de los verdores más remotos.

Dudan, avanzan, se confunden
entre los círculos de oro;

llegan ahora hasta las últimas
galerías del cielo absorto

para caer precipitados
en el camino frío y hondo;

llevan las alas malheridas
por un antiguo, oscuro plomo.

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Oferta

Voy hacia ti, luz y fe por ti logradas,
con el valor del labio y de la frente;
todo mi ardor, ya sed en tu corriente,
destino entre tus manos sosegadas.

Traigo una nueva vida a tus miradas
en triunfo conseguida; tibiamente
iré dando a tu anhelo transparente
este retorno cálido de espadas.

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Paisaje inicial

Ya todo preparado,
suspendidas las lágrimas de aquel párpado antiguo
todo deshabitado para el tacto que estrena
la raíz poderosa de su hermosura fácil
-oh, terciopelos muertos de rubor en la espalda!-
la pared y la acacia,
y hasta aquella esquina que jugaba su luz indeseable,
y el hombre primitivo desempolvando gestos,
y aun el niño.

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Piedra y cielo de Roma

Ese dedo de Dios, eternamente
acercándose al hombre -y no lo toca-,
ese soplo encendido de su boca
que da sentido a un torso y a una frente,

ese ser poderoso y derribado
que recibe la llama de la vida
en la carne, de amor estremecida,
en el barro, de amor humanizado,

no son tuyos; no has sido tú el maestro,
ni el creador, ni el oficiante diestro;
no era tuya la mano que pintaba.

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Soneto

Soy esto sólo, un grito que se ordena
para cantarte a ti recién venida,
un ala inesperada y decidida
que roza en esa piel, en esa arena

de tus hombros, y ciega se encadena
al brillo de tu pelo, donde anida
la nieve más alzada y escogida
de tu frente: la sien o la azucena.

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Bajo la luz quemada

Bajo la luz quemada,
tienen frío los ojos con que buscas
estas horas de octubre
y su jardín manchado de ginebra,
hojas secas, silencios
que de nosotros hablan al caerse.

Porque si ya no existe,
aunque nadie se ocupe de sus solemnidades,
hay noches en que llega la verdad,
ese huésped incómodo,
para dejarnos sucios, vacíos, sin tabaco,
como en un restaurante de sillas boca arriba
ya punto de cerrar.

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Canción 19 horas

¿Quién habla del amor? Yo tengo frío
y quiero ser diciembre.

Quiero llegar a un bosque apenas sensitivo,
hasta la maquinaria del corazón sin saldo.
Yo quiero ser diciembre.

Dormir
en la noche sin vida,
en la vida sin sueños,
en los tranquilizados sueños que desembocan
al río del olvido.

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Canción de aniversario

«…incómodos
de no sentir el peso de los años».
J. Gil de Biedma

Son
extrañamente hermosos todavía,
estos labios de hace ahora tres años
y me parece inédito
el gesto de tu beso,
este llegar aquí cada vez más tranquilo,
con la serenidad
del que tiene por cómplice la vida
y su rutina.

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Conversaciones

Como el primer cigarro,
los primeros abrazos. Tú tenías
una pequeña estrella de papel
brillando sobre el pómulo
y ocupabas la escena marginal
donde las fiestas juntan la soledad, la música
o el deseo apacible de un regreso en común,
casi siempre más tarde.

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Déjame, pensamiento, déjame

Déjame, pensamiento, déjame,
mañana seré tuyo,
volveré a ser tu presa.
Pero hoy,
mientras la luz araña en los árboles y pide
una oportunidad,
quiero que me recoja la inútil primavera.

A la casa del frío
regresaré mañana, cuando el tiempo
exponga sus razones
y el corazón pregunte
lo que falta por ver,
cuántos latidos
pueden quedarle para detenerse.

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