DE LA ESPERANZA

Sople rabiosamente conjurado
Contra mi leño el Austro embravecido,
Que me ha de hallar el último gemido,
En vez de tabla, al áncora abrazado.

¿Qué mucho, si del mármol desatado
Deidad no ingrata la esperanza ha sido
En templo que de velas hoy vestido
Se venera, de mástiles besado?

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DE LA JORNADA DE LARACHE

-¿De dónde bueno, Juan, con pedorreras?
-Señora tía, de Cagalarache.
-Sobrino, ¿y cuántos fuistes a Alfarache?
-Treinta soldados en tres mil galeras.
-¿Tanta gente? -Tomámoslo de veras.
-¿Desembarcastes, Juan? -¡Tarde piache!,
que al dar un Santiago de azabache,
dio la playa más moros que veneras.

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DE LA MARQUESA DE AYAMONTE Y SU HIJA, EN LEPE

A los campos de Lepe, a las arenas
Del abreviado mar en una ría,
Extranjero pastor llegué sin guía,
Con pocas vacas y con muchas penas.

Muro real, orlado de cadenas,
A cuyo capitel se debe el día,
Ofreció a la turbada vista mía
El templo santo de las dos Sirenas:

Casta madre, hija bella, veneradas
Con humildad de prósperos vaqueros,
Con devoción de pobres pescadores.

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DE LA TOMA DE LARACHE

La fuerza que infestando las ajenas
Argentó luna de menguante plata,
Puerto hasta aquí del bélgico pirata,
Puerta ya de las líbicas arenas.

A las señas de España sus almenas
Rindió al fiero león que en escarlata
Altera el mar, y al viento que le trata
Imperioso aun obedece apenas.

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DE LOS MISMOS

Peinaba al sol Belisa sus cabellos
Con peine de marfil, con mano bella;
Mas no se parecía el peine en ella
Como se escurecía el sol en ellos.

En cuanto, pues, estuvo sin cogellos,
El cristal sólo, cuyo margen huella,
Bebía de una y otra dulce estrella
En tinieblas de oro rayos bellos.

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DE MADRID

Nilo no sufre márgenes, ni muros
Madrid, oh peregrino, tú que pasas,
Que a su menor inundación de casas
Ni aun los campos del Tajo están seguros.

Émula la verán siglos futuros
De Menfis no, que el término le tasas;
Del tiempo sí, que sus profundas basas
No son en vano pedernales duros.

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De pura honestidad templo sagrado

De pura honestidad templo sagrado,
Cuyo bello cimiento y gentil muro
De blanco nácar y alabastro duro
Fue por divina mano fabricado;

Pequeña puerta de coral preciado,
Claras lumbreras de mirar seguro,
Que a la esmeralda fina el verde puro
Habéis para viriles usurpado;

Soberbio techo, cuyas cimbrias de oro
Al claro sol, en cuanto en torno gira,
Ornan de luz, coronan de belleza;

Ídolo bello, a quien humilde adoro,
Oye piadoso al que por ti suspira,
Tus himnos canta, y tus virtudes reza.

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DE UN CAMINANTE ENFERMO

Descaminando, enfermo, peregrino
En tenebrosa noche, con pie incierto
La confusión pisando del desierto,
Voces en vano dio, pasos sin tino.

Repetido latir, si no vecino,
Distincto oyó de can siempre despierto,
Y en pastoral albergue mal cubierto
Piedad halló, si no halló camino.

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DE UNA DAMA

Prisión del nácar era articulado
De mi firmeza un émulo luciente,
Un dïamante, ingenïosamente
En oro también él aprisionado.

Clori, pues, que a su dedo apremïado
De metal aun precioso no consiente,
Gallarda un día, sobre impacïente,
Lo redimió del vínculo dorado.

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DE UNAS FIESTAS EN VALLADOLID

La plaza, un jardín fresco; los tablados,
Un encañado de diversas flores;
Los toros, doce tigres matadores,
A lanza y a rejón despedazados;

La jineta, dos puestos coronados
De príncipes, de grandes, de señores;
Las libreas, bellísimos colores,
Arcos del cielo, o proprios o imitados;

Los caballos, favonios andaluces,
Gastándole al Perú oro en los frenos,
Y los rayos al sol en los jaeces,

Al trasponer de Febo ya las luces
En mejores adargas, aunque menos,
Pisuerga vio lo que Genil mil veces.

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DEL CONDE DE VILLAMEDIANA

El Conde mi señor se va a Napoles;
Con el gran Duque. Príncipes, a Dío;
De acémilas de haya no me fío,
Fanales sean sus ojos o faroles.

Los más carirredondos girasoles
Imitará siguiéndoos mi albedrío,
Y en vuestra ausencia, en el puchero mío
Será un torrezno la Alba entre las coles.

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DEL MARQUÉS DE SANTA CRUZ

No en bronces, que caducan, mortal mano,
Oh católico Sol de los Bazanes
(Que ya entre gloriosos capitanes
Eres deidad armada, Marte humano),

Esculpirá tus hechos, sino en vano,
Cuando descubrir quiera tus afanes
Y los bien reportados tafetanes
Del turco, del inglés, del lusitano.

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DEL TÚMULO QUE HIZO CÓRDOBA

A la que España toda humilde estrado
Y su horizonte fue dosel apenas,
El Betis esta urna en sus arenas
Majestuosamente ha levantado.

¡Oh peligroso, oh lisonjero estado
Golfo de escollos, playa de sirenas!
Trofeos son del agua mil entenas,
Que aun rompidas no sé si se han recordado,

La Margarita, pues, luciente gloria
Del sol de Austria y la concha de Baviera,
Más coronas ceñida que vio años,

En polvo ya el clarín final espera:
Siempre sonante a aquel cuya memoria
Antes peinó que canas desengaños.

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DEL TÚMULO QUE HIZO CÓRDOBA EN LAS HONRAS

Máquina funeral, que desta vida
Nos decís la mudanza, estando queda;
Pira, no de aromática arboleda,
Si a más gloriosa Fénix construida;

Bajel en cuya gabia esclarecida
Estrellas, hijas de otra mejor Leda,
Serenan la Fortuna, de su rueda
La volubilidad reconocida,

Farol luciente sois, que solicita
La razón, entre escollos naufragante,
Al puerto; y a pesar de lo luciente,

Obscura concha de una Margarita
Que, rubí en caridad, en fe diamante,
Renace a nuevo Sol en nuevo Oriente.

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