Bajo tu sombra, Junio, salvaje parra

Bajo tu sombra, Junio, salvaje parra,
ruda vid que coronas con tus pámpanos las dríadas desnudas,
que exprimes tus racimos fecundos en las siestas
sobre los cuerpos que duermen intranquilos,
unidos estrechamente a la tierra que tiembla bajo su abrazo,
con la mejilla desmayada sobre la paja de las eras,
la respiración agitada en la garganta
como hilillo de agua que corriera secreto entre las rosas
y los labios en espera del beso ansioso
que escapa de tu boca roja de dios impuro.

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Bobby

No era el amor y se llamaba Antonio.
Hablaba como un indio del Far- West:
«hombre alto», «boca larga». Era de Fuengirola.
y siempre había un teléfono donde llamarlo cuando
-y reía-
la noche era más larga, más amarga, más lenta.

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Cándido

Tanto tiempo en silencio, tantos días
juntos sobre el jergón encarnizado,
sobre el ara o caverna de la cama
que altas cortinas, como altivos muros,
defendían de gritos y de música.
Amablemente preso te tenía
amor de seda y garra leonada,
inerme animal capturado
en incendiados bosques venatorios.

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Como el árbol dorado sueña la hoja verde

Como el árbol dorado sueña la hoja verde,
ahora que no estás y en los bosques nevados
cruje lívidas urnas, fantasmal, el invierno,
los jóvenes deseos a la deriva quieren
cubrir tu memorial de húmedas laureas.

Era el marzo feliz que oreaban los vientos
primaveral basílica los juncos erigían,
las varitas moradas de san José, la avena
como lluvia menuda y un recado secreto
la cardelina lleva por alfarjes de ramas.

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Elegía

Me envuelvo en tu recuerdo
como en nieblas secretas que me apartan del mundo.
En la calle sonrío al amigo que pasa,
y nadie,
nunca nadie
adivinó mi muerte bajo aquella sonrisa
ni el frío sin consuelo de mis ojos que ciegan
pidiendo de los tuyos más desdén,
más veneno.

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Galán

Aquí está ya el amor.
La luna crece en el espacio virgen.
Desnudo, el desvelado hacia la aurora siente
resbalar por su cuerpo un agua de sonrisas.
Los álamos palpitan de finos corazones
y lento va el cortejo de los enamorados suspirante
en la noche,
deshojando el jazmín de las vihuelas.

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Infame turba

Nunca supimos qué pájaro era aquel
que cantaba al besarnos…

Al besarnos el alba
sería la alondra ilustre,
el vano timbalero de Verona,
diana floreciendo en el dormido alféizar,
salvas inoportunas,
diligentes clarines matinales
hostigando al amante perezoso
su ligera fanfarria.

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Jardín

La sonrisa apagada y el jardín en la sombra.
Un mundo entre los labios que se aprietan en lucha.
Bajo mi boca seca que la tuya aprisiona
siento los dientes fuertes de tu fiel calavera.

Hay un rumor de alas por el jardín.

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Jazmín

Amiga mía, a veces si estoy leyendo y llueve
como ahora, tu voz parece oírse cerca,
por entre los grabados del pasillo y la cal
que intenta ser imagen de un callejón de Córdoba.

Brilla en el vaso apenas un copo de jazmines,
el fugitivo olor que tu mano ordenaba
sobre el mantel listado, con el pan y el cubierto
de la ternura abierta en la frugal vianda.

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Junio

Oh, sé que he de buscarte
cuando el otoño abrume con sus frutos goteantes
la tierra,
cuando las mozas pasen mordiendo los racimos
como si fueran labios,
cuando las piernas rudas de los hombres
se tiñan con la sangre púrpura de las vides
y quede una canción flotando en el azul helor de la tarde
madura.

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La calle de armas

Así te amaba, voz lejana, cuando decías:
Amanecía entonces en la calle de Armas…
Era un carro ruidoso de gaseosas, sifones y aguas medicinales
donde la aurora, dulce, sonreía
como en triunfal cuadriga de leonados caballos.
Cantaban, enjauladas, desde los hondos patios, las perdices,
y el santero enlazaba de frescos heliotropos
el centro de la Virgen del Socorro.

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Narciso

No, no quiero volver…
Sé que está entre los mimbres secreto y aguardándome.
Sé que me espera. Piso estos verdes helechos
que llevan su sombra. Pero no he de ir.
¿No he de ir? Aún el estío
como un áureo zagal se embriaga en las siestas
y todo para él, esa rosa de fiebre y el venero escondido
y el queso blando y puro
y el aire áspero como la lengua del mastín sediento,
es deseo en su carne.

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Noche oscura

San Juan de la Cruz

Porque es de noche y va cayendo el agua
nos abrazamos, solos, en el viejo
regazo del sofá en tanto suena
la voz de Nat King Cole, triste y cálida
rama de broncas ascuas crepitantes
en la garganta humana de los discos.

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Otro adiós

I

La mermelada duró más que el amor…
no tendré que bajar ya por la confitura.
Chillan los gorriones no informados:
¡Levantaos amantes que dormís las mañanas frías!
Terminaron los desayunos para dos.
Vuelve a tu duro pan de solitario.

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Palacio del cinematógrafo

Impares. Fila 13. Butaca 3. Te espero como siempre.
Tú sabes que estoy aquí. Te espero.
A través de un oscuro bosque de ilusionismo
llegarás, si traído por el haz nigromántico
o por el sueño triste de mis ojos
donde alientas, oh lámpara temblorosa en el cuévano
profundo de la noche, amor, amor ya mío.

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Pinar de la piedra

Hay una débil música enredada en mis dedos
como indolentes, verdes algas dormidas,
cuando Mayo desnuda de negros pabellones
mi errante pensamiento.
Hay un tejido espeso como aroma de mieles y de trigo,
que envuelve adormeciendo roca y nube.
Es temprano en la tarde.

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Rondel para un joven violinista

Mi canto, para aquél que no sabe
mi nombre. Para aquél que no sabe,
mi sonrisa. Y mi amor para mí,
creciendo ante la luna, alzándose a la luna
inmóvil bajo el ropaje rígido,
bajo el plegado áureo de su luz
y la fugaz diadema de la fiebre
ardiendo con su gema misteriosa…
Para aquél que no sabe, mi canto y mi sonrisa.

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Tentación en el aire

Sabía que vendrías a hablarme
y no te huía
demonio, ángel mío, tentación en el aire.
Sabía que tus ojos ahogarían mis ojos
cansados ya de largos horizontes de hastío
y de copiar tranquilos paisajes de remanso.
Antes de verte, lejos, te adiviné en mi alma,
como algún fauno joven que con su flauta báquica
avivara en mi carne
un fuego leve, quieto,
amenazado casi de apagarse algún día,
rodeado de hielos, engaños de mí mismo.

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Todos los santos

Suena la noche, suena el cautiverio
tenebroso, cadenas arrastradas
por el mármol. Inician !as maderas
y el metal la batalla de la orquesta,
la nublada obertura crece suave,
gotea la cera sobre el paño negro.
Si pudieras dormir. Agazapado
el volatín de los timbales salta,
ríe, te trae desnudo hasta la cama,
bufón de cresta roja, cascabeles.

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Viernes santo

Hace frío en los atrios esta noche,
ascuas de cobre sobre los braseros aviva la criada
y la helada ginebra enfría el labio.
Roberto Carlos baja tu voz desde el Brasil, oh cuerpo tuyo,
oh alma mía asómate al gallo, no,
no le conozco, a la mirada, no, no quiero ver,
sólo tu pecho entreabriendo rosa oscura
a la táctil araña de las manos.

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Abril

Abril, la ceremonia de las hojas
que sólo puede hablarse con la canción en blanco,
la consecuencia de lo inconsecuente
a trozos que se unen al decirlos
lo mismo que las rayas del paseo
se vuelven línea entera en la velocidad.

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Caída (Canto 2)

Poder amanecer.

Miro los ojos que entrecierra el gato,
lentos, celeste antiguo; gato egipcio
que se fue al más allá junto a su dueño
y se pasea por los contenedores
con la perplejidad y la cautela
de saberse en un mundo sin pirámides.

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Galeones

Tesoro de un naufragio es el naufragio mismo,
su memoria callada y encallada,
su silencio abisal y su misterio
transitado despacio por los peces.
Se naufraga para algo.
Lo que ahí abajo late sin latir
es el haber perdido
flotación en la historia y ser sustancia
de la que el tiempo se alimenta.

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Ícaro

La meta es como un túnel, se nutre de tiniebla.

Lo propio de las alas es quemarse
cinco minutos antes de llegar hasta el sol.

Toda meta es un túnel que te absorbe,
es una oscuridad que se alimenta
de tu propia sustancia y de tu olvido
y ese modo de muerte que es el conseguir.

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Las puertas

Me vence la manera
que dos misterios tienen de mostrarse
mutuamente, sin descubrirse,
como se miran entre sí las cosas
cerradas, las dos puertas
que en un pasillo enfrenta el arquitecto:
una tensión con límite en lo blanco
y es la orilla entre dos aconteceres.

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