Que ha cambiado, dijera, toda la faz del mundo,
desde que oí los pasos de tu alma moverse
levemente, ¡oh, muy leves!, junto a mí, deslizándose
entre mí y aquel borde terrible de la muerte
tan clara, donde hundirme creí; mas fui elevada
hasta el amor y pude saber un nuevo ritmo
para mecer la vida.